miércoles, 21 de mayo de 2008

Para la salud, es mejor discutir con la pareja que reprimir el enojo

Para la salud, es mejor discutir con la pareja que reprimir el enojo

Contener la ira aumenta la mortalidad



Hace tiempo que el estado civil se coló en las historias clínicas y el estrés conyugal se convirtió en un factor de riesgo de numerosas enfermedades. La novedad, esta vez, proviene del Departamento de Psicología de la Universidad de Michigan, Estados Unidos, donde el profesor Ernest Harburg estudió durante 17 años los códigos de interacción de 192 parejas.

La búsqueda se circunscribió a un dato puntual: cómo reaccionaba cada uno frente a una agresión verbal considerada injusta. La cuestión era si reprimía o no la ira.

Las conclusiones fueron terminantes: en las parejas cuyos integrantes suprimían sistemáticamente los enojos, el índice de mortalidad temprana, principalmente por factores cardiovasculares, fue del 23%. Pero entre los miembros de parejas capaces de enfrentar el conflicto, consensuar diferencias y resolver las crisis, fue de sólo el 6 por ciento.

En diálogo con LA NACION, el profesor Harburg agrega: “En una persona que se siente atacada injustamente se dispara un sentimiento automático de ira. Si la suprime, la ira se internaliza y comienza un proceso rumiante de repetición mental de las imágenes de la pelea, que finalmente se convierte en resentimiento. Si esta conducta persiste, desequilibra todo el funcionamiento corporal".

Durmiendo con el enemigo

La expresión química del enojo fue objeto de numerosas investigaciones; entre ellas, varias realizadas por el equipo de Janice Kiecolt Glaser y Ronald Glaser en la Universidad de Ohio, Estados Unidos. Un estudio comparó el funcionamiento neuroendocrino de 90 parejas durante el primer año de matrimonio y diez años más tarde: las concentraciones sanguíneas de las hormonas del estrés habían trepado considerablemente en las parejas en crisis.

Otro estudio, publicado en la revista Archives of General Psychiatry , demostró cómo las relaciones hostiles modulan la producción de ciertas sustancias corporales que intervienen en el proceso de cicatrización.

"La ira reprimida, la imposibilidad de canalizar adecuadamente el enojo y las interacciones hostiles dentro de la pareja son fuentes de estrés con un poder devastador, que se refleja en una variada gama de síntomas físicos y psíquicos", dice Patricia Faur, coordinadora del posgrado de psiconeuroinmunoendocrinología de la Universidad Favaloro.

Esta psicóloga, que sintetizó su trabajo clínico sobre relaciones afectivas tóxicas en su libro Amores que matan (Ediciones B.), define el estrés conyugal como un proceso de desgaste de la comunicación, que se mide a través de la presencia de ciertos indicadores de hostilidad explícita o implícita en los gestos cotidianos: violencia verbal y no verbal, descalificación, sarcasmo, burlas, ironía, silencios, manejo y control del dinero y la sexualidad.

Estos rasgos, que inicialmente pueden estar presentes en discusiones abiertas, se van convirtiendo en rasgos estables de la relación y van instalando el maltrato psicológico como algo natural e invisible. De eso no se habla.

La palabra es salud

El resentimiento tiene un poder demoledor y, si queda dentro del cuerpo, lo enferma. Pero el antídoto no parece consistir en liberar abiertamente los rencores y lanzarse a la pelea. "No se trata de expulsar la ira como sea", alerta la psicoterapeuta.

La hostilidad en los vínculos tiene una historia. Para desandarla y convertir una relación tóxica en otra saludable, los profesionales consultados coinciden en la necesidad de construir un nuevo esquema de comunicación, capaz de atravesar el silencio, enfrentar el conflicto y resolverlo consensuando las diferencias.

"Reprimir la ira es impedir la resolución del problema, pero la forma de expresarla tiene sus límites", aconseja Ernest Harburg. Y especifica algunas reglas de comunicación que ayudan a manejar los conflictos dentro de la pareja:



Desarrollar una escucha saludable: no pensar en otra cosa mientras el otro está hablando; no interrumpirlo (solamente puede hablar uno por vez); calmar los sentimientos negativos enfocando la mente en el contenido intelectual de la conversación; tratar de ignorar transitoriamente aquellos rasgos del otro que resultan molestos, y abrir la agenda de temas hasta consensuar algún acuerdo que restaure el sentimiento de justicia.


Expresar la ira en el momento de la discusión, evitando toda conducta violenta, que sólo exacerba el problema en lugar de ayudar a resolverlo.

"Es más saludable hablar que no hablar", define Patricia Faur, pero aclara que cómo decir es tan importante como qué decir.

Sin lastimar

"Si bien la comunicación tiene que ser honesta y directa, sin ambigüedades, no tiene que lastimar. A veces, es eficaz acercarse al dolor del otro y tratar de entenderlo, en lugar de utilizar el conocimiento sobre sus debilidades para golpear justo ahí, donde se sabe que más duele", alerta, y realza el potencial no sólo de las palabras, sino también de los silencios, de convertirse en sustitutos de la acción.

"Callarse es una forma de mantener el control; es un gesto de violencia emocional, que no sólo evita la discusión, sino que simbólicamente está demostrando una falta de registro del otro, porque una cosa es el silencio del que está escuchando participativamente y otra muy distinta el silencio controlador o evitativo, que reprime en el otro una necesidad de hablar y ser escuchado, con efectos muy tóxicos."

Y concluye describiendo el escenario que se despliega al cruzar la frontera entre la discordia conyugal y un buen vínculo de pareja: "En las relaciones sanas, se puede opinar sin temor de herir ni de ser herido; no hay descalificaciones ni críticas veladas; la comunicación es directa y franca. No se calla nada porque no se le teme al trabajo emocional y se aceptan las discusiones y los desacuerdos porque se toleran las diferencias".

Por Tesy De Biase
Para LA NACION

sábado, 17 de mayo de 2008

1968 - El año en que se rebelaron los jóvenes en todo el mundo

1968 - El año en que se rebelaron los jóvenes en todo el mundo

No empezó en París pero allí tuvo su centro y su principal derrota. La rebelión juvenil mundial de 1968 dejó una marca en la cultura. Fue una revolución contra el autoritarismo y las costumbres, con objetivos distintos y con diversos resultados: en países como Polonia, por ejemplo, significó el comienzo de movimientos que produjeron luego la caída de los soviets. En su conjunto, situó de nuevo al hombre frente a los desafíos que enfrenta su libertad. Sobre este fenómeno escriben aquí el ex líder estudiantil Daniel Cohn-Bendit, el filósofo Slavoj Zizek y los escritores Paul Auster, Juan Villoro, Horacio Tarcus y Nicolás Casullo, entre otros.

Por: Josep Ramoneda
Fotos Videos UN DOCUMENTAL sobre los episodios del Mayo Francés.
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PARIS, ciudad símbolo de la protesta juvenil. A pesar de las barricadas y la represión, hubo un solo muerto, por la caída desde un puente, en varias semanas de lucha.
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El 68 fue en diversos lugares del mundo un año de "efervescencia revolucionaria". La expresión es de Claude Lefort y me parece que define mucho mejor la realidad de los hechos que la palabra revolución. Ni en Berkeley ni en Tokio ni en Roma ni en Berlín ni en París ni en Varsovia ni en México, por citar los principales escenarios de aquella movida, estuvo en juego el poder político ni su ocupación entraba realmente en las expectativas de quienes llenaban las calles con sus protestas. La única excepción fue Praga, pero no se trataba de un proyecto revolucionario sino de un proceso de cambio desde el poder. Y fue la contrarrevolución –la ocupación del país por los tanques del Pacto de Varsovia, dirigida desde el Kremlin– la que echó a los que pretendían que el socialismo evolucionara hacia formas democráticas, en sintonía con los ciudadanos.

A lo sumo podría hablarse de revolución cultural, como hizo Fernand Braudel, en la medida en que los tres ámbitos principales de la cultura –la familia, los media y la enseñanza– sufrieron una sacudida que les cambiaría profundamente. La gran movida fue breve y en la mayoría de los lugares se impuso el retorno al orden, la reacción restauradora. De forma brutal en Polonia y en Checoslovaquia, de forma democrática en Occidente: basta recordar que en junio el general De Gaulle arrasó en las urnas y, en noviembre, Nixon gana las elecciones en Estados Unidos. La revuelta por tanto se saldó con un fracaso. Pero se había puesto en marcha un proceso, lento pero imparable, de cambio de costumbres y modos de vida, cuyos efectos políticos y legales se fueron concretando lentamente.

Hoy todavía se está dando cuerpo jurídico (en España en la pasada legislatura, por ejemplo) a derechos y libertades que tienen su origen en aquel impulso. El año 1968 fue el inicio de la transición liberal que culminaría en el año 1989 con la caída de los regímenes de tipo soviético. Después vino la revolución conservadora que ha hecho de la supuesta herencia de mayo el enemigo a batir. Con la cristalización de una nueva hegemonía autoritaria se cierra, a los cuarenta años de su inicio, el paradigma que entonces se abrió.


La dimensión universal

Aquella efervescencia revolucionaria mundial tenía obviamente peculiaridades específicas en cada lugar. En plena Guerra Fría, con el mundo dividido en dos bloques, la gran contestación se enfrentaba a dos formas de poder, el imperialismo americano y el imperialismo soviético. De modo que distintas eran las formas de opresión contra las que se movilizaban unos y otros y distintas eran las condiciones en que la agitación se producía.

El periodista polaco Adam Michnick, en una entrevista en Le Monde, lo explicaba así: "Los eslóganes que se gritaban en La Sorbona o en Berlín oeste estaban dirigidos contra el capitalismo, la sociedad de consumo, la democracia burguesa y también contra Estados Unidos y la guerra de Vietnam. Para nosotros era una lucha por la libertad en la cultura, en las ciencias, en la memoria histórica, por la democracia parlamentaria y, en fin, especialmente visible en Checoslovaquia, contra el imperialismo soviético, no el americano".

Muchas de aquellas movidas tuvieron su origen en el mundo universitario. Así fue en Berlín, donde desde el año anterior se habían producido múltiples acciones estudiantiles por la reforma de la Universidad, contra la gran coalición que gobernaba Alemania y contra la guerra de Vietnam. Un grave incidente, la muerte de Benno Ohnesorg a tiros de un policía, durante una manifestación, el 2 de junio de 1967, radicalizó el proceso. Los estudiantes lanzaron una dura campaña contra los medios de comunicación del grupo Springer a los que acusaron de manipular los hechos: la prensa entraba en el campo de visión de los contestatarios. Un año más tarde, en abril de 1968, el principal líder del movimiento, Rudi Dutschke, sufrió un atentado perpetrado por un joven ultraderechista, Josef Bachman.

En México, también fueron los estudiantes con voluntad de liberalizar el mundo universitario los que protagonizaron las movilizaciones que acabarían trágicamente el 2 de octubre del 68 con la matanza de la plaza de Tlatelolco, en vigilias de los Juegos Olímpicos. Nunca se ha sabido el número de personas que murieron allí, cuando un Batallón Olimpia progubernamental empezó a disparar contra la multitud. También ,en Estados Unidos, los estudiantes del campus de Berkeley tuvieron un protagonismo destacado en una movida de carácter contracultural. Pero la guerra de Vietnam y la cuestión de los derechos civiles desbordaron en mucho el ámbito universitario. En 1964, bajo la presidencia de Lyndon Johnson, se aprobó la Civil Rights Act, que reconocía a los negros los derechos de los que estaban desposeídos.

Fueron años en que las organizaciones pro derechos civiles adquirieron mucha fuerza en la lucha por los derechos de las minorías. Pero el 4 de abril de 1968, Martin Luther King fue asesinado por James Earl Ray en Memphis, un atentado que nunca ha quedado plenamente esclarecido. El 17 de octubre, en los Juegos Olímpicos de México, los atletas americanos Tommie Smith y John Carlos, medallas de oro y bronce en doscientos metros lisos, al subir al podio levantaron el puño con un guante negro, mientras sonaba el himno americano, para manifestar su pertinencia al Black Power.

Por supuesto, en París fue la Universidad, Nanterre, concretamente, el motor de la movida por cuestiones que tenían que ver con la liberalización de las costumbres. Las primeras protestas fueron contra la separación de sexos en las habitaciones de la residencia de estudiantes. El 22 de marzo la ocupación de la Universidad acabó con una acción disciplinaria contra algunos líderes estudiantiles. Ante un tribunal universitario, según ha relatado Alain Touraine, que ejerció de defensor, se dio este diálogo entre el presidente y Daniel Cohn- Bendit:

-¿Estaba usted el 22 de marzo en la Facultad?
-No, no estaba en la Facultad.
-¿Dónde estaba entonces?
-En mi casa.
-¿Y qué hacía usted en su casa a las tres de la tarde?
-Hacía el amor, señor presidente, algo que a usted seguramente no le ha ocurrido nunca.

Después, el movimiento iría creciendo, ocupó La Sorbona, se hizo fuerte en las calles y callejuelas del Barrio Latino, consiguió la alianza con los trabajadores que dio lugar a una huelga general sorpresa y a la gran manifestación del 13 de mayo.

Incluso en Polonia, el origen de las movilizaciones estuvo en los estudiantes y los intelectuales. Fue la suspensión de la representación teatral de una obra de Adam Mickiewicz, el más reconocido de los autores polacos, en el Teatro Nacional de Varsovia, la que desencadenó un movimiento contra la dictadura comunista que fue liquidado en tres semanas con una fuerte represión.

Pero, con todas sus peculiaridades y diferencias, había un doble factor común a casi todas estas contestaciones, que es el que permite hablar de una gran contestación liberal: la crítica al autoritarismo y el antisovietismo. Y una doble novedad: el protagonismo de los jóvenes y el carácter civil –alejado de las estructuras de poder– de la revuelta.


El nuevo sujeto político

Por primera vez, los jóvenes, en diversos lugares del mundo asumían el papel de sujetos del cambio social. Sin duda, tiene ello que ver con el bienestar de los años de posguerra, con la demografía ¿que consolidaba la juventud como un periodo singularizado de la vida? y con la extensión social de la enseñanza superior. Casi todas las movidas del 68 tienen en las universidades su punto de partida. Casi todas ellas eran la reacción frente a formas cristalizadas de autoritarismo.

Hay cierta tradición filosófica que explica la sociedad como un compuesto de tres partes: el ámbito familiar (la vida privada); el espacio intermedio en que los individuos tejen relaciones e intercambian mercancías e ideas (lo que se acostumbra a denominar como sociedad civil) y el ámbito del poder político (el espacio público por antonomasia). La contestación del 68 fue un intento, desde este espacio civil intermedio, de romper la presión asfixiante de un espacio familiar y un espacio político claramente retardatarios, que empezaban a ser un obstáculo para el desarrollo de las sociedades modernas. Estados Unidos y Europa vivían momentos de expansión económica. Una generación de jóvenes se encontraba ante la posibilidad de pensar en algo más que los problemas de subsistencia, pero chocaba con una cultura y unas costumbres muy rígidas a derecha e izquierda (la moral de la cultura comunista, incluso en Europa occidental, no era menos restrictiva que la moral de la cultura conservadora).

Las universidades crecían y se masificaban y el choque entre los estudiantes y el viejo orden académico era inevitable. La sociedad cambiaba pero el mundo familiar y el mundo político se regían por normas cada vez más obsoletas. Los estudiantes buscaban crear espacios libres donde romper los esquemas de la moral dominante. El Barrio Latino parisino se convertía así en una metáfora topológica: un lugar común en el que cada cual pudiera actuar con plena autonomía. La contestación terminó mal en todas partes, pero la liberalización de las costumbres, la desjerarquización de las relaciones sociales y la consolidación de los movimientos en defensa de los derechos civiles no dejaron de hacer camino desde aquel momento.

Es verdad que en las movidas europeas había un importante componente anticapitalista en el discurso y una empanada ideológica en la que coincidían los acentos libertarios con diversas familias de extrema izquierda, desde el trotskismo hasta el maoísmo, con discursos situacionistas y con muchas dosis de espontaneísmo crítico. Pero el principal elemento común era el antiautoritarismo, en todos los ámbitos: familiar, social y político. Lo que se traducía en una desconfianza en las instituciones, empezando por el Estado. Naturalmente, en los países comunistas el antiautoritarismo apuntaba directamente a los regímenes de tipo soviético y el marco de la contestación era la respuesta desesperada a la opresión totalitaria. Pero en Europa occidental, donde la revolución, como dijo Raymond Aron, tenía algo de quermés, el antisovietismo acompañaba al discurso anticapitalista, especialmente en aquellos países en que los partidos comunistas eran muy fuertes –como Italia y Francia– y se les consideraba parte del mismo establishment retardatario contra el que iban las movilizaciones. En ambos países, los partidos comunistas jugaron un papel fundamental en la restauración del orden.


Las derrotas

La contestación terminó mal en todas partes. Si de una revolución convencional se hubiese tratado, habría que decir que la derrota fue total y absoluta. Puesto que distintas eran las circunstancias, distintas fueron las derrotas y sus consecuencias.

En los países del Este se impuso la represión. Pero en Varsovia –aunque el movimiento fue desmantelado en sólo tres semanas– aquellas movilizaciones están en el inicio de lo que después sería el sindicalismo cristiano tan decisivo en la caída del régimen comunista. En Checoslovaquia, el retroceso fue extraordinario. La sustitución de Dubcek por el colaboracionista Husak un año después de la entrada de los tanques impuso una brutal normalización que hundió al país en una especie de purgatorio. Pero Checoslovaquia era realmente diferente de los demás porque allí sí que lo que estaba en juego era el poder, el intento de transformar el socialismo iniciado por un grupo de dirigentes comunistas.

En Estados Unidos, la tensión se desplazó a la guerra de Vietnam. 1968 fue el año de la matanza de My Lai. La tremenda herida, todavía hoy no suturada, del desastre de Vietnam marcó un par de generaciones americanas. La movilización universitaria perdió fuerza y los movimientos de derechos civiles también. La victoria electoral de Nixon cerró las esperanzas de una década que había empezado con el optimismo kennedyano. Los setenta fueron años muy amargos en los EE. UU.

Los acuerdos entre el gobierno y los sindicatos dinamitaron Mayo del 68 en Francia al sacar a los trabajadores de la movida. La derecha ganó arrolladoramente las elecciones, después de una masiva manifestación de apelación al orden en cuya primera fila resulta todavía hoy llamativa la presencia de un rebelde convertido al gaullismo como André Malraux. De Gaulle, herido de muerte, se fue un año más tarde. Y con él quizás el símbolo más imponente de la vieja cultura social y política. Una parte de los jóvenes de Mayo alimentó a los partidos de extrema izquierda, que todavía hoy tienen presencia electoral en Francia. Algunos grupúsculos desaparecieron pronto, como los encuadrados en el delirio maoísta, pero nos dejaron la imagen de Sartre inculpado por vender La Cause du Peuple y una frase memorable del general De Gaulle: "No se puede condenar a Voltaire". Otros buscaron la ruptura con la sociedad en el mundo rural, donde todavía quedan restos de las comunas de la época. La violencia política no cuajó. Action Directe, el grupúsculo terrorista más importante, tuvo vida efímera.

Donde el día después resultó más doloroso fue en Alemania y, especialmente, en Italia. En Alemania, la Baader-Meinhoff puso el terrorismo en escena, aunque fue un fenómeno limitado a un número pequeño de personas. Italia viviría la experiencia de los años de plomo, en que la violencia de extrema izquierda y de extrema derecha hizo estragos en una espiral que degradó profundamente la vida civil y alcanzó las tripas del Estado italiano, ya por sí muy corrupto.

La matanza de la plaza de las Tres Culturas de México fue en cierto modo el anuncio de una enorme contracción autoritaria en América latina.

La gran contestación del 68 fue una sorpresa. Había una cierta sensación de estancamiento, de inmovilismo, en la Europa de las treinta gloriosas, un balneario protegido por el paraguas nuclear de la Guerra Fría. De maneras distintas, Daniel Bell y Herbert Marcuse advirtieron sobre la capacidad del sistema de integrar sus contradicciones. El desenlace de la efervescencia revolucionaria del 68 confirmó sus hipótesis. El sistema fue perfectamente capaz de asumir, trillar y triturar aquella negatividad que por unos meses alimentó el sueño del gran cambio. Y el proceso de liberalización que se puso entonces en marcha siguió caminos a veces contradictorios y, a menudo, lejanos de aquel impulso inicial. El discurso del 68 tenía mucho de libertario y de crítico con el Estado, más tarde la crítica del Estado, en manos de los liberales conservadores que pusieron en marcha la revolución de los ochenta y noventa –ésta sí que concernía directamente a la conquista del poder– se convirtió en desprestigio y debilitación del Estado en lo económico y en despliegue del control social en lo político.

La amalgama ideológica era tal que se hace difícil establecer los referentes ideológicos de aquellas movidas. Las apelaciones al marxismo, al trotskismo y al leninismo eran abundantes. Pero fue significativo el énfasis en la relación entre sexo, psicología y política que llevó a nombres como los de Freud o Reich. También el situacionismo tuvo su voz. Y en América cuajó la vía contraculturalista que acompaña a la cultura hippie. Herbert Marcuse por sus análisis de la relación entre economía, tecnología, cultura y subjetividad y por su crítica al marxismo ortodoxo fue considerado uno de los referentes. Raymond Aron habla de Les heritiers , de Pierre Bourdieu, como libro de cabecera de la movida francesa. También de la noción de grupo de fusión de la Crítica de la razón dialéctic a, de Sartre. En cualquier caso, los filósofos de la sospecha, el trío Marx- Freud-Nietzsche, articularon, especialmente en Francia, buena parte del pensamiento de la época.

Aquella experiencia marcó a la generación de los que en el año 68 rondábamos los veinte. Por un lado, pesó sobre nosotros –digo, porque es mi generación– el habernos autoungido como la generación moderna por excelencia. Costó entender que el tiempo pasa para todos y que la patente de modernidad no tiene dueño. Por otra parte, la pulsión antiautoritaria –tal vez la mejor herencia de aquellos años– también generó monstruos.

He dicho, a veces, que fuimos mucho mejores hijos –en la medida en que supimos plantar cara a nuestros padres– que padres –en la medida en que no hemos osado plantar cara a nuestros hijos–. Con nuestra actitud –y la potencia integradora de las contradicciones que el capitalismo tiene– les hemos dejado sin espacio para la transgresión. Otros perdedores, víctimas de cierta frivolidad que acompañó a la contestación, de los que nunca se habla, son la generación de la droga, los que pensaron que la fiesta continuaba en la heroína y lo pagaron con la vida.


La restauración

El paradigma que se abrió hace cuarenta años con la contestación de las formas de autoridad dominantes, a uno y otro lado de la Guerra Fría, se ha agotado. La transición liberal culminó con el hundimiento de los sistemas de tipo soviético y con la fantasía de que el triunfo de la democracia liberal significaba el fin de la historia.

Después vino la restauración conservadora que se estrelló en la guerra contra Irak tras imponer el discurso de la seguridad como forma del autoritarismo en la sociedad de la información. Como ha escrito Fred Halliday, "la invasión norteamericana de Irak en 2003 supuso para los ideales y para la legalidad de la intervención humanitaria lo mismo que supuso la invasión de Hungría en 1956 y de Checoslovaquia en 1968 para el comunismo internacional". Un ciclo se cierra.

Para mí, lo mejor de la herencia del 68 es la cultura de la sospecha, la actitud que consiste en poner siempre en cuestión cualquier enunciado que se nos ponga por delante y no dar nunca por definitivas las ideas recibidas; y el acento libertario, la autonomía del individuo frente a todas las promesas comunitaristas, culturales o religiosas. Cuarenta años después estas dos actitudes se echan de menos a la hora de romper las nuevas formas de autoritarismo basadas en el triángulo que forman la seguridad como ideología, la competitividad como principio de vida y el sálvese quien pueda como destino.


(c) El País y Clarín

viernes, 16 de mayo de 2008

francis ford coppola, la experiencia de filmar en buenos aires y los personajes de tetro

francis ford coppola, la experiencia de filmar en buenos aires y los personajes de tetro

“Volví a ese cine por el que me insultan”
“Es cierto que tomé cosas de mi familia. Cuando escribes de una familia, tú y los tuyos acaban en todos los personajes”, confiesa el director de El Padrino, que dice que nunca antes había atendido a la prensa durante una filmación.


Coppola relata un drama que se desarrolla en una familia de inmigrantes italianos en la Argentina.

Por Gregorio Belinchón *

Viernes por la noche en Buenos Aires. El Café Tortoni, el más antiguo de la ciudad, cumple 150 años repleto de turistas, estruendoso chocar de copas y tazas y paredes abigarradas de cuadros y fotografías. Francis Ford Coppola (nacido en Detroit, en 1939) entra por la puerta trasera, pregunta a los ayudantes sobre el plan de rodaje nocturno, saluda muy cariñosamente a Maribel Verdú (“mi princesa”, le susurra) y a Carmen Maura, y avisa: nunca en su vida había atendido a la prensa en mitad de un rodaje.

Vestido con un impecable traje blanco de lino, a Coppola se lo nota feliz con su equipo, profesional en sus respuestas y cansado. Está al final de la cuarta semana de filmación de un total de doce. Este Coppola no hubiera tenido energías para rodar El Padrino; pero es que este Coppola está en otra cosa: “Tetro es la segunda película de mi nueva carrera, en la que quiero aprender más de mí mismo como persona, escribir mis guiones y controlar yo mismo la financiación de mis films”. Un paso que comenzó el año pasado con Juventud sin juventud, su adaptación de la novela del rumano Mircea Eliade. Y que ahora da un salto arriesgado con Tetro, un drama que se desarrolla en una familia de inmigrantes italianos en la Argentina. El padre, un monstruoso y genial director de orquesta, deglutió emocionalmente a su familia antes de trasladarse a Estados Unidos. De allí regresa su hijo pequeño, Bennie (el debutante Alden Ehrenreich), a Buenos Aires. A punto de cumplir 18 años, Bennie busca a Tetro (Vincent Gallo), su hermano mayor –“una trágica figura poética”, apunta su creador–, un bohemio que deambula por los ambientes artísticos de la ciudad, y que intenta superar, de la mano de su novia, una psiquiatra (Maribel Verdú), el rencor que le provocó su padre. A Carmen Maura le ha tocado el personaje de una influyente crítica literaria, antigua mentora del protagonista, y en cuya casa se desarrolla el final de Tetro. En esta vuelta de tuerca creativa, Coppola está filmando en blanco y negro, dejando el color para los flashbacks en los que el público conocerá al padre, y para los sueños del protagonista.

–¿Por qué decidió filmar en la Argentina?

–Busco sitios que supongan para mí una aventura, en los que pueda disfrutar y filmar barato, y la Argentina cumple los requisitos. Además, se parece a Estados Unidos: un gran país que ha sabido acoger a oleadas de inmigrantes, muchos italianos. Y de paso así aprendo una nueva cultura –me encanta la literatura sudamericana– y algo de español (Maribel Verdú pasa el dato de que no sabe mucho, aunque saluda a todo el equipo en castellano).

–¿Hay reflejo en el guión de los actuales problemas políticos de la Argentina?

–No, pero la política está en todas partes. La auténtica política está dentro del ser humano y de sus relaciones familiares, y después salta a la sociedad. Prefiero investigar a ese nivel.

–Es un buen momento para hablar del estado actual de la política en su propio país.

–Estados Unidos es un gran país y sabrá sobreponerse a estos últimos desastrosos ocho años.

–¿Barack Obama o Hillary Clinton?

–Repito: Estados Unidos es un gran país...

–Usted asegura que ésta es la primera vez que para escribir un guión se metió en el desván familiar. Su padre era músico y el de Tetro es director de orquesta; no sé cómo se lleva usted con su hermano mayor, August (decano emérito de la Escuela de Artes Creativas de San Francisco y padre de Nicolas Cage).

–Este director es más como Herbert von Karajan, y Carmine, mi padre, era compositor, un hombre maravilloso. Y mi hermano es la persona que más me influye en la vida. Pero sí es cierto que tomé cosas de mi familia. Cuando escribes de una familia, tú y los tuyos acaban en todos los personajes. Yo soy el padre, yo soy el hermano, yo soy Tetro... Se usa lo que se conoce.

–Escribir sobre la familia ayuda a descubrir cosas cercanas a uno.

–Y también sobre mí. Sobre cómo me siento, sobre cómo me influyeron cosas del pasado y las superé o las incorporé a mi carácter.

–Contrató in extremis a Carmen Maura para que sustituyera a Javier Bardem como mentor de Tetro. ¿Un cambio de sexo obligado por las circunstancias?

–Sí y no. Bardem me dijo ya desde Juventud sin juventud que estaría en el rodaje. Nos hicimos amigos. Se lo pedí como un favor, eran sólo 12 días... Pero eran demasiados hombres en el guión, hubo problemas de fechas y al llegar Gallo, un actor muy sexy, cambié el sexo del crítico. El espectador se preguntará qué pasó antes entre ellos. Carmen está llena de alegría de vivir.

–¿Encontró la computadora que le robaron en septiembre?

–No, pero se exageró la historia. Allí no estaba el guión, sólo fotos familiares.

–¿Tiene relación con sus actores anteriores?

–En el cine cada uno vive en un sitio diferente. Como mi familia: yo vivo en el valle de Napa; mi hija, en París; mi hijo, en Los Angeles...

–Esta es la segunda película de su carrera...

–Y estoy aprendiendo.

–Perdón, ¿aprendiendo?

–Porque he empezado de cero de nuevo. Es un proceso completamente diferente.

–¿Qué lo empujó a este reinicio?

–Yo no cambié. Lo que ha cambiado es el proceso de hacer cine, Hollywood. La gente ve películas en sus celulares. Los esquemas se repiten: siempre hay dos policías a los tiros... Incluso en la película con la que Javier ganó el Oscar, Sin lugar para los débiles, se disparan como locos a la cabeza. Desapareció aquella tradición de los ’50 y ’60 que prolongamos en los ’70. Tú eres joven y si ganas un montón de dinero, ¿qué harás con él? ¿Te comprarás un yate, un avión? Yo ya tuve esas cosas, me siento repleto de salud y lo que hago con mis ganancias es invertirlas en cine. Además, mis primeras películas nunca tuvieron éxito inmediato. Hasta insultaron a El Padrino. Y volví a ese cine por el que me insultan. ¿No te gusta mi película? Bien. ¿Te gusta? Me halaga.

–¿Y qué está aprendiendo?

–Que el cine es maravilloso, un arte mágico.

–¿Ha recuperado el amor por el cine?

–Nunca lo perdí, pero ahora lo disfruto, investigo en su lenguaje.

–¿Por eso rueda en blanco y negro?

–No, es una preciosa elección. Mi próxima película no será en blanco y negro.

–¿Ya la tiene pensada?

–Sí.

–¿Y será...?

–¿Por qué se lo iba a decir a usted?

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

martes, 13 de mayo de 2008

Aseguran que los betabloqueantes favorecen las muertes en cirugias

Aseguran que los betabloqueantes favorecen las muertes en cirugias
Una droga bajo sospecha


El estudio de investigadores canadienses, publicado en The Lancet, revela que ese medicamento, utilizado contra la insuficiencia cardíaca, aumenta la probabilidad de sufrir accidentes cerebrovasculares en cirugías no cardíacas. Cómo se usa en la Argentina.



Por Adrián Pérez

Un grupo de investigadores canadiense anunció ayer que, durante la última década, se produjeron al menos 800 mil muertes en todo el mundo por el suministro de betabloqueantes, drogas cuya función es disminuir la progresión de la insuficiencia cardíaca. Si bien su uso disminuye la probabilidad de sufrir un ataque cardíaco, los investigadores aseguran que, cuando se utiliza en intervenciones quirúrgicas, aumenta la probabilidad de sufrir un accidente cerebrovascular e, inclusive, puede llevar a la muerte.

El estudio, publicado en la revista médica británica The Lancet, advierte que en el uno por ciento de las operaciones no cardíacas “se producen graves complicaciones asociadas a una mayor concentración de catecolominas, sustancias que aumentan las pulsaciones, la presión sanguínea y los ácidos grasos, elevando las demandas de oxígeno del corazón”.

El alto índice de muertes fue comparado con “una guerra mundial” por Philip Devereaux, el director del estudio, que se realizó en 23 países. El científico canadiense consideró que el fenómeno puede deberse a que muchos sanitaristas están usando la droga “sin tener en cuenta sus efectos secundarios”. El resultado, precisó, es tal que “han perdido más vidas de las que han salvado”.

La investigación se realizó al azar sobre 8350 pacientes de cirugías en 190 hospitales alrededor del mundo y determinó que aquellos a los que se le administró betabloqueadores doblaron su riesgo de un ataque cardíaco, del 0,5 al uno por ciento de los casos, y que aumentaron en un tercio su riesgo de morir hasta un mes después de la operación, del 2,3 al 3,1 por ciento.

Consultado por Página/12, Fernando Tau, jefe del Servicio de Cardiología del Instituto de Diagnóstico de La Plata, aseguró que los betabloqueantes “no se utilizan de rutina en operaciones no cardíacas como un arma terapéutica” y que su aplicación se vincula únicamente “con aquellos casos en los que su uso deriva de un alto riesgo de problemas coronarios o hipertensivos”.

Según el especialista, los betabloqueantes son “medicamentos muy nobles que con una precisa indicación del especialista pueden ser de vital importancia en la solución de enfermedades como hipertensión arterial, cardiopatías coronarias y arritmias”. Se administran desde que el paciente ingresa al hospital hasta que es dado de alta y se utilizan en el país desde hace cuarenta años, aproximadamente.

Sobre su utilización en intervenciones quirúrgicas, Tau aclaró que en general “los betabloqueantes suelen suspenderse cuando hay una cirugía, para que no entorpezcan las reacciones cardiovasculares normales que el organismo tiene como reflejo o como respuesta al trauma quirúrgico”.

El equipo investigador calificó de “arriesgado” el hecho de dar por supuesto que la administración de betabloqueadores tiene sólo beneficios y no entraña peligros y agregó que “es poco probable que los pacientes acepten los riesgos” derivados de ese tratamiento.

Por ello, los expertos recomiendan llevar a cabo nuevos estudios para determinar los riesgos exactos de utilizar betabloqueadores tras una operación quirúrgica y mejorar los tratamientos.

lunes, 12 de mayo de 2008

cine|proyeccion de el largo exilio de ariel dorfman: una voz contra el olvido

cine|proyeccion de el largo exilio de ariel dorfman: una voz contra el olvido

Los cruces entre el dolor y la distancia


Ariel Dorfman, actualmente radicado en los Estados Unidos, estuvo presente en la presentación de la película.


Por Juan Pablo Cinelli

En el marco de la 10° edición del Festival Internacional DerHumALC, Cine de Derechos Humanos, la jornada del viernes por la tarde se presentaba a priori como una oportunidad única para revisar una de las etapas más importantes y difíciles de comprender de la historia reciente latinoamericana. Porque si bien la propuesta concreta era la proyección de dos films que refieren puntualmente a hechos y personajes de íntima relación con la historia de Chile, no es menos cierto que tales hechos pueden y deben ser vistos como algunos de los escalones, apenas pero tanto, que condujeron a la región a un infierno de intolerancia, sin sentido y desintegración.

Programado dentro de la competencia oficial, el documental El largo exilio de Ariel Dorfman: una voz contra el olvido, del canadiense Peter Raymont, es una narración en primera persona de las vejaciones padecidas por las víctimas de Pinochet en Chile y una caja de resonancia para situaciones análogas en la Argentina y en casi todas las naciones de Latinoamérica, en los ’70 y ’80. Esa primera persona es Ariel Dorfman, reconocido escritor y activista permanente en la lucha por los derechos humanos, hoy radicado en los Estados Unidos, y uno de los pocos colaboradores directos de Salvador Allende que salvó su vida en aquella masacre del 11 de septiembre de 1973 en el palacio de La Moneda.

Dentro de la sección especial en homenaje a Salvador Allende, se había proyectado en primer término Entrevista a Salvador Allende, reportaje realizado por el director italiano Roberto Rossellini en 1971, inédito hasta ahora en la Argentina. La entrevista está filmada y editada de un modo bastante tosco, no faltan cortes abruptos en el montaje ni desprolijidades de dubing. En el film, la actitud rígida y solemne del director, que lee sus preguntas con voz monocorde y evidentes dificultades para adoptar con naturalidad el improvisado papel de entrevistador, contrasta con la claridad conceptual, casi didáctica, y el carácter distendido y hasta campechano de Salvador Allende. Por desgracia, el placer de recuperar la mansa voz del entonces presidente, con una tonada apenas marcada que ayuda a reconstruir su imagen cálida y humana, se ve opacado por una locución simultánea que traslada sus respuestas al italiano, para regresar al castellano en forma de subtítulo, convirtiendo la escucha en un ejercicio incómodo. Sin embargo, los conceptos expuestos en Entrevista a Salvador Allende, que hoy pueden sonar a utopía casi naïf para una sociedad que ha sido amasada y encajada a presión en el molde neoliberal, sintetizan con claridad los alcances e intenciones de aquel proyecto socio político, el primero en llegar al poder para imponer un modelo marxista sin previa revolución armada y de modo democrático.

Al modo de un fresco social, ambas películas componen un dístico que partiendo del idealismo biempensante de finales de los sesenta, pródigo en luchas altruistas, vanguardias y sueños de libertad igualitaria, atraviesa los mecanismos inquisitivos de un poder militar que sin embargo se intuye no más que como marioneta de una instancia de control superior, para llegar a un presente en el que la sociedad chilena es presentada como un ente bipolar. Con la intolerancia como disolvente, Chile es propuesto como paradigma de la ruptura entre estos dos extremos que se tocan –y que cada vez que lo hacen nada bueno surge de ello—, un modelo que en mayor o menor medida puede trasladarse al bloque de América latina.

En ese contexto, el film manifiesta el carácter del exilio como una circunstancia que obliga al desplazamiento no sólo físico que implica ir de un sitio a otro, sino también el de la identidad individual y colectiva del exilado. Un concepto que no es ajeno a la literatura del propio Dorfman. Este documental basado en la novela autobiográfica de Dorfman, Rumbo al Sur, deseando el Norte, también puede ser visto como un diario de viaje, una suerte de forzosa road-movie que arrastra al espectador en un itinerario de pesadilla. En ese viaje se combina el relato histórico con la experiencia personal del escritor, en cuya genealogía el exilio ha cobrado cierta condición hereditaria (su hijo Rodrigo destaca que su hija Isabel es la primera Dorfman en llegar a los 7 años de edad sin ser exiliada). Y es que en Dorfman confluyen como esquirlas, todas las líneas del dolor y la distancia: la de la muerte ajena, pero tan cercana que es uno mismo quien muere una y otra vez en memoria de los que faltan; la del exilio, al fin otra máscara con la cual la muerte señala a los que se han quedado; la de la culpa, simplemente por haber elegido la vida. La adaptación del título del documental al castellano modifica y complementa el sentido del original en inglés: A promise to the Dead: The exile journey of Ariel Dorfman, cuya traducción literal es Una promesa a los muertos: el viaje de exilio de Ariel Dorfman. Entre ambos consiguen abarcar y sintetizar las dos ideas centrales que son el espíritu de la obra: la del exilio como una pena interminable, pero también como un viaje finalmente aceptado como destino de vida; y la de la deuda de sangre con aquellos muertos propios, a quienes Dorfman se entrega como la voz que clama en el desierto.

De paso por Buenos Aires para presentar la película y participar en otras actividades del festival, la presencia de Dorfman durante la proyección permitió a los espectadores la posibilidad de prolongar la experiencia en un breve diálogo.

Ese espacio sirvió para obtener algunos comentarios, buen complemento del documental, en tanto ayudan a entender quién es Ariel Dorfman, no sólo por sí mismo, sino por el modo en que su propia naturaleza contrasta con la de quienes representan su opuesto. Así como durante la película es capaz de manifestarle su comprensión a un grupo de mujeres conmovidas por la agonía de Pinochet –a quien con llanto histérico llaman “el padre de la Patria”–, porque él mismo conoce el dolor que representa perder a quienes se ama, del mismo modo respondió al auditorio que “si ese sufrimiento se reduce únicamente a nuestro país, se pierde; necesitamos entender lo que nos pasó para entender más a toda la humanidad”. La idea de aceptar la diferencia como primer paso a una comprensión no exenta de solidaridad: “La lucha por un mundo justo es algo que nace de nuestra especie, porque somos una especie que se indigna ante la injusticia y que es esencialmente solidaria”. Actitudes de un hombre que al ojo por ojo prefiere oponer el corazón por corazón. Demasiado humano para un “comunista”, como le dice a manera de agravio una paqueta señora en la entrada del hospital militar, donde Pinochet esperaba, de un momento a otro, la muerte.

Las dos películas se proyectarán nuevamente hoy, en el cine Gaumont (Rivadavia 1635), a partir de las 22.

sábado, 10 de mayo de 2008

El kirchnerismo: ¿mitos o cambios reales?

El kirchnerismo: ¿mitos o cambios reales?

El proyecto del tren bala es inadmisible. La polarización entre el “Gobierno” y el “campo” es tan falsa como la anunciada argentinización de YPF. El modelo económico favorece el desguace y la privatización. Es atendible el plan oficial para modificar la Ley de Radiodifusión que rige desde la dictadura.




Pino Solanas10.05.2008
El actual modelo de país encabezado por la pareja Kirchner puede ser sostenido sólo sobre la base de la construcción de ciertos mitos. No pueden ser discutidos determinados avances que se han dado, pero tampoco podemos dejar de remarcar que los discursos acerca de la “ruptura neoliberal”, el “modelo de desarrollo inclusivo”, el “desendeudamiento”, la “reconstrucción del Estado”, entre otros, son mitos políticos, es decir, no existen como tales en la realidad.

Recientemente se abrió el debate sobre la comunicación en el país. Esto implica poner bajo la lupa el rol de las grandes empresas monopólicas que se benefician con la vigente Ley de Radiodifusión de la dictadura, que les permite controlar la información que circula en diferentes canales. Este esquema de control privado constituye un obstáculo para el verdadero ejercicio democrático. A pesar de las benéficas concesiones hechas por Kirchner al Grupo Clarín, resulta bienvenida la nueva iniciativa, siempre que la democratización sea real según los criterios del debate nacional.

Pero la supuesta intención de democratizar la comunicación se contradice con la decisión de imponer a la sociedad el proyecto del tren bala. A espaldas del pueblo argentino, y desoyendo las numerosas críticas provenientes de todo el espectro político, el gobierno nacional firmó el contrato para realizar el faraónico proyecto del tren de alta velocidad que recorrerá el tramo Buenos Aires-Rosario-Córdoba. Para la presidenta Cristina Fernández, la obra es un “salto a la modernidad”. Pero ¿quiénes darán ese “salto a la modernidad”? ¿Puede ser considerado “popular” un medio de transporte cuyo boleto será inaccesible para la mayoría de los argentinos y que lo pagarán con los subsidios del Estado aunque no viajen en él? ¿Qué tan “estratégica” es una obra que, elitista y antinacional, se llevará adelante emitiendo, sólo en el inicio, nueva deuda pública por 4.000 millones de dólares a 30 años con una tasa del 12% anual, y que implicará, sin mediación alguna, la importación de tecnología extranjera? Resulta inadmisible que no se haya convocado a un debate nacional sobre la crisis colosal del transporte argentino que, entre otros problemas, ocasiona más de 8.000 muertes al año en calles y rutas, y que no constituya una prioridad para el Gobierno la reconstrucción del ferrocarril nacional que tanto precisan millones de pasajeros y productores de la nación; más aún cuando con la mitad de lo que realmente costará el tren bala se podrían reconstruir todos los grandes ramales troncales de pasajeros a las ciudades más importantes del país, incluyendo equipos, locomotoras y vagones nuevos.

La decisión de reconstruir el tren podría ser incluso uno de los elementos que ayudaría a resolver la protesta de los pequeños y medianos productores rurales, que nuevamente han tomado estado de conflicto abierto. La falsa polarización del escenario político que se ha construido esquiva a un tercer protagonista que disputa la renta agraria y castiga permanentemente a los pequeños y medianos productores: los monopolios privados exportadores que fijan el precio de la producción y evitan así que las siempre útiles y necesarias retenciones afecten su rentabilidad. Son los Cargill, Dreyfus, Bunge & Born, Aceitera Gral. Deheza (del oficialista senador Roberto Urquía) y otros, que se apropian de un tercio de la renta agraria al imponer bajos precios a los productos, estafar al fisco, tercerizar las exportaciones y monopolizar la comercialización de insumos.

Pero los pequeños y medianos productores agrarios sufren también la carencia de gasoil para el período de cosecha mientras se siguen exportando crudo y naftas. Carencia que también se explica por la estructura de la matriz energética dependiente del petróleo y gas en un 85% y las características de su explotación y comercialización: un puñado de empresas multinacionales monopolizan toda la cadena del sector, con el agravante de que no invierten, depredan los recursos y son beneficiadas con jugosas renegociaciones que les ofrece el gobierno nacional.

Resulta irrisorio que en este marco se haya hecho creer a la ciudadanía que la reciente “argentinización” de nuestra histórica YPF, hoy en manos de Repsol, iba a revertir la tremenda caída de reservas energéticas sufrida en los últimos años. La “argentinización” consistió lisa y llanamente en una nueva “reprivatización”, como ocurre ahora con Aerolíneas Argentinas.

Un mito comparable es el “desendeudamiento”. La Argentina continúa endeudada muy por encima de su capacidad de repago. A menos de tres años de la megarreestructuración Kirchner-Lavagna-Nielsen, los argentinos debemos u$s200.000 millones y pagamos tasas de interés de más de 10%, niveles que teníamos en los momentos inmediatamente anteriores a la crisis de 2001. Estos datos explican que, en pleno conflicto con los productores rurales, el ahora ex ministro de Economía Martín Lousteau estuviera en Washington rogando por nuevos créditos del BID y el BM y que, sólo de intereses, este año pagaremos u$s15.000 millones.

Vivimos todavía un modelo de saqueo basado en privatizaciones, desguace estatal y libre mercado. Pero su piedra de toque fue la traición de la reforma constitucional de 1994, que traspasó el dominio del subsuelo a las provincias, quebrando la unidad de la Nación, la única que puede defenderse frente a la voracidad de los trusts multinacionales. Que el vicepresidente Cobos haya renegociado las 12 áreas petroleras mendocinas (la mitad de las cuales quedaron en manos del menemista Manzano), en forma similar a los nefastos contratos de Cerro Dragón, entregando los recursos del subsuelo por 40 años hasta su agotamiento, es una muestra clara del peligro que representa que los gobernadores dispongan individualmente del recurso de todos los argentinos.

Los recursos naturales, así como la producción agropecuaria, son las dos piernas con las que la Argentina caminó durante gran parte del siglo XX. La obtención de recursos a partir de ellos permitió el desarrollo y la industrialización del país: el plan siderúrgico nacional con Somisa, hoy privatizada con Techint, la construcción de las industrias hidrocarburífera, aeronáutica, ferroviaria y servicios como las aerolíneas y el transporte marítimo, etcétera.

En Ecuador, Venezuela y Bolivia se está planteando claramente la importancia de retomar para los pueblos, a través del Estado, el control de las inversiones que constituyen prioridades para una estrategia de desarrollo nacional; situación que no ocurre en nuestro país, donde las líneas de prioridad parten de escritorios privados y resultan en reprivatizaciones, subsidios al capital local e internacional más concentrado, aumentos tarifarios y proyectos como el del tren bala. Pero estas inversiones las podrá hacer el sector público sólo si podemos disponer de las rentas que genera la explotación de nuestros recursos naturales no renovables. Nuestro subsuelo cuenta con reservas de petróleo que pueden generar, si el barril de crudo en el mercado internacional alcanza los u$s200 estimados para fin de año por la OPEP, u$s41 mil millones anuales. Sumada a la renta minera, unos u$s10 mil millones (sin contar gran cantidad de proyectos no contemplados y no registrados) y la renta agropecuaria, cuya gran tajada se la quedan las cerealeras exportadoras, más los u$s50 mil millones de reservas del BCRA, estamos hablando de enormes sumas de dinero que quedan en su gran mayoría en manos privadas, cuando los datos actuales enseñan que la brecha de pobreza ha alcanzado niveles récord. Por ello hablamos de la reconstrucción del Estado en un agente eficiente y moderno que recupere esta renta y la reinvierta para beneficio del pueblo y la infraestructura técnica, científica e industrial del país.

Una reconstrucción del Estado que permita apropiarse de los recursos que permiten el desarrollo nacional es algo que están haciendo todos los países del mundo que entienden que estamos ante un escenario global donde, como dice la misma presidenta Fernández, alimentos y energías serán las claves del futuro. Pensar que los principales servicios e industrias pueden estar en manos privadas es no entender la forma en que la Argentina se inserta en el mundo y en el mercado mundial. La Argentina continúa siendo un país cuya función fundamental en la división internacional del trabajo sigue siendo la de provisión de recursos: en forma de capital a través del endeudamiento y en forma de materias primas, hoy la soja y los minerales, así como ayer el cuero, la lana y el trigo, maíz y carne.

Para todo esto se precisa fundamentalmente que el campo nacional, popular y democrático consiga vencer a sus principales enemigos: la desconfianza y la resignación. Unidos en un gran movimiento social, político y cultural, los argentinos podemos desandar estos mitos y rescatar todos nuestros recursos y de esta manera reconstruir la nación para felicidad de todos los argentinos.

martes, 6 de mayo de 2008

Una profecía desde Carolina del Norte


Una profecía desde Carolina del Norte


Por Ariel Dorfman *

¿Se convertirá Barack Obama en el próximo presidente de los Estados Unidos?

Mis hijos no se cansan de recordarme de que basta con que yo lance una predicción para que perversamente no se cumpla y me han rogado que en este caso particular, de tanta trascendencia para la humanidad, guarde un silencio prudente. Voy a permitirme, sin embargo, el placer de una opinión ecuánime y cauta: diré que es probable, más que probable, sumamente probable, que el joven senador de Illinois va a ser dentro de poco el candidato unánime de los demócratas y que en enero de 2009, para nuestro asombro y delectación, veremos a un hombre de raza negra ingresar en forma victoriosa a una Casa Presidencial que fue construida hace doscientos años por miles de esclavos norteamericanos y que se llama, paradójicamente, quizás ahora irónicamente, la Casa Blanca, la White House.

Para arriesgar tal vaticinio discreto no necesito apoyarme en las inagotables estadísticas, ni en las encuestas, ni en la certeza de que las aspiraciones de John McCain van a ser demolidas por el vendaval de Irak y la recesión económica y otros tantos desastres que George W. Bush deja como triste herencia. Basta con asomarme por la ventana de mi hogar en North Carolina, un estado cuya población se apresta a participar en forma masiva este 6 de mayo en las primarias que han de decidir el futuro de este país. Basta con mirar el entusiasmo, casi indescriptible, que despierta Obama entre tantos ciudadanos y especialmente entre los jóvenes. Basta con ver el renacimiento de una esperanza y una militancia y una determinación política que yo, por lo menos, no había presenciado en los Estados Unidos desde 1968, ese año fatídico en que tanto Bobby Kennedy como Martin Luther King fueron asesinados. Basta con notar cómo, hasta ahora, Obama ha podido justamente fundir en su propia persona las aspiraciones de estos dos mártires de su patria, encarnar a Kennedy y simultáneamente a King; basta con observar cómo ha logrado el milagro de equilibrar las dos zonas de su ser, la experiencia y la historia de lo negro y lo blanco mezclados en su sangre como en sus ideas; basta esa increíble hazaña para augurar el triunfo de su candidatura.

¿Y si fuera imposible sostener tal acto de equilibrista? ¿Si tal unidad de antagonismos fuera una mera ilusión? ¿Si los norteamericanos blancos, todavía mayoritarios, se sintieran de pronto amenazados por el origen negro de un Obama hasta ahora gentil y sereno y

cool, si vieran en su rostro moreno no una esperanza de un mundo mejor y tolerante, sino la rememoración incesante de la culpa y la esclavitud y la explotación que contamina el pasado norteamericano, si lo vieran a Barack como un reproche más que un consuelo? ¿Acaso eso no acabaría con la promesa de Obama?

Son preguntas que se han vuelto urgentes desde que el ahora célebre reverendo Wright hiciera su repentina y fulgurante reaparición en la vida de Barack Obama. Sociólogos y periodistas y políticos y columnistas y ciudadanos comunes y corrientes han gastado toneladas de tiempo y tinta y blogs en dilucidar este tema en forma interminable, pero hasta ahora no he visto a uno de tantos comentaristas recurrir a la literatura para orientarse. A mí, en cambio, lo primero que se me vino a la cabeza, apenas me di cuenta de que era inevitable una confrontación entre Obama y su mentor Wright, fue el capítulo inicial de una novela, una de las más magníficas de la narrativa norteamericana.

Se trata de Invisible Man (Hombre invisible), de Ralph Ellison y, aunque fue publicada en 1952, nueve años antes de que Barack Obama naciera, creo que contiene la clave de lo que puede suceder con su candidatura tan promisoria.

En ese primer capítulo –que apareció de hecho en forma preliminar como un cuento en la revista Horizon en 1947–, un joven estudiante negro en Alabama, el más eminente de su generación, se empeña en conseguir una beca universitaria, imprescindible para educarse y subir en la escala social y alcanzar el “American Dream”. Antes de que se le otorgue tal posición de poder, empero, se le va a someter a una prueba de fuego que Ellison denomina “Battle Royal”. En efecto, a ese joven se le exige que luche violentamente en contra de otros negros en un pugilato feroz, agarrarse a golpes y desangrarse para el goce de un grupo de espectadores blancos.

Es el precio de su futuro éxito y, sugiere Ellison, el precio que debe pagar todo hombre negro en la sociedad norteamericana: acatar lo que los blancos quieren imponerle o... volverse invisible. Que es el destino final del protagonista de la novela: termina narrando su historia desde un sótano secreto en Nueva York, un subterráneo dostoievskiano iluminado con 1369 ampolletas de luz que no dejan de brillar de día ni de noche. A pesar de tanto fulgor, nadie ve a ese hombre, nadie lo reconoce, nadie acepta su derecho a existir más allá de los estereotipos.

Ese es el interrogante que me asedia, ahora que Barack y Jeremiah, Obama y Wright, el padre adoptivo y el hijo ahora distante, se pelean ante millones de televidentes, para ver si a uno de ellos, el joven aspirante, el joven brillante, el que quiere vivir el sueño americano, se le puede confiar el poder.

¿Ha cambiado algo desde 1947 cuando se publicó el cuento, desde 1952 cuando se publicó la novela, desde 1968 cuando Martin Luther King, el último líder nacional de origen africano en los Estados Unidos, fue expulsado de la historia activa y pasó a la invisibilidad de la muerte y del mito?

Espero que sí, creo que sí.

Porque ahora la verdadera prueba no la están pasando los negros que riñen en forma tan espectacular y tan penosa. Son los blancos norteamericanos los que están siendo sometidos a un experimento, una tentación, un examen de fuego y sangre. Son ellos los que tienen que decidir el tipo de país que desean, ellos los que tienen que preguntarse cuál es el precio y el estereotipo que le han de exigir a Obama para que sea presidente.

Son ellos los que deben empezar a vaciar los sótanos inagotables de este país de todo lo que es invisible y doloroso y lleno de rencor.

Y si no lo hacen ahora, si no lo hacen ahora con Obama, ¿con quién van a llevar a cabo esa proeza ardua y desgarradora?

* El jueves 8 a las 19 se realizará un encuentro público con el autor de esta nota en el Centro Cultural Borges.

domingo, 4 de mayo de 2008

el 70% de los porteños tiene trastornos de sueño

el 70% de los porteños tiene trastornos de sueño

Cuando dormir es siempre una pesadilla

En la última década, además, el tiempo de descanso disminuyó una hora, una baja que históricamente requería del paso de un siglo. El boom de internet y de los teléfonos celulares como causa del fenómeno.


Antes, dormir era fácil. Dos siglos atrás, la gente se acostaba con la puesta de sol, se levantaba con los gallos y pasaba una noche que –en el peor de los casos– se veía alterada por alguna pesadilla o por los ronquidos del cónyuge. Pero los avances tecnológicos dinamitaron el sueño: ahora, con el boom de internet y de los teléfonos celulares, la gente duerme poco y a los saltos, y protagoniza el cambio más vertiginoso que se registra en la historia del descanso humano: de mediados de los años 90 a esta parte pasamos a dormir una hora menos, una baja que –históricamente– requería del paso de un siglo para concretarse.

“En los últimos doscientos años, el tiempo de sueño disminuyó de dos a tres horas, de las cuales la última hora perdida corresponde a esta década –explica la doctora Stella Valiensi, a cargo de la sección Medicina del Sueño del Hospital Italiano–. Además de los factores clásicos que dificultan el sueño, como el estrés, la obesidad y el sedentarismo, se suman dos elementos más: el uso de celulares y de internet. Si antes la gente se acostaba a las diez de la noche, ahora nunca es antes de las doce, y encima ese sueño es fraccionado. Los adultos nos quedamos horas buscando cosas en la web, y hay chicos que se despiertan de madrugada para responder un mensaje de texto. Las consecuencias de este mal dormir se verán en el futuro.”

Cuando una persona descansa mal una sola noche, se requiere de siete días para que el cuerpo se recupere. Si esto no sucede –y en realidad, nunca sucede– lo que termina ocurriendo es un trastorno en el “ritmo circadiano”; un problema que trae fatiga física, irritabilidad, agresividad, problemas de crecimiento (en el caso de los chicos) y dificultad para pensar con claridad. Algunas de estas variables influyen directamente sobre los índices de accidentología: de acuerdo con el Instituto de Seguridad y Educación Vial, el 35 por ciento de los accidentes de tránsito está producido por gente mal dormida; y según la asociación civil Luchemos por la Vida, la somnolencia triplica la frecuencia de accidentes de tránsito de los conductores de camiones, y multiplica por doce la accidentología en los casos de automóviles particulares.

CARÁCTER PODRIDO. Una sociedad mal dormida no es sólo una sociedad accidentada. Un estudio publicado el año pasado en la revista Current Biology asegura que la falta de sueño “nos vuelve más primitivos”. “Cuando no dormimos, nuestro cerebro lo paga caro y reacciona de forma desproporcionada, sobre todo a las experiencias negativas –dice la revista–.

El sueño restablece nuestros circuitos cerebrales emocionales, y al hacerlo nos prepara para los retos del día y las interacciones sociales. Si no cumplimos con las horas mínimas de sueño, se bloquea el lóbulo prefrontal, que es la región del cerebro encargada de mantener las emociones bajo control.”

Para llegar a esta conclusión, los investigadores analizaron la actividad cerebral de un grupo de voluntarios que habían permanecido despiertos más de 35 horas, usando para ello resonancia magnética funcional. El resultado fue sorprendente: los mal dormidos eran un 60 por ciento más “reactivos” emocionalmente. Es decir, tenían carácter podrido. “Cuando no dormimos, el cerebro regresa a un patrón más primitivo de actividad, y somos incapaces de poner las experiencias emocionales en contexto y de responder de forma controlada y apropiada”, advirtió el estudio.

Hay países donde el problema del sueño y sus consecuencias, ya no sólo individuales sino principalmente sociales, llegaron hasta el Parlamento. En España, Pilar Cuatrero, ex presidenta de la Asociación Ibérica de Patología del sueño, habló en el Parlamento de lo que ella considera un grave problema de salud pública: la falta de descanso de sus coterráneos.

“Todos los habitantes de países industrializados duermen mal, y más aún los que, como nosotros, cenamos tarde, nos acostamos tarde y consideramos el sueño como un handicap –le dijo al diario El País de España–. Le hemos robado tiempo al sueño siempre y preferimos estar en el cine hasta la una o de juerga hasta las tantas. La mayoría de los padres no le dan importancia al sueño y, por lo tanto, tampoco se la dan sus hijos. A los niños que duermen mal les cuesta más aprender y muchas veces son hiperactivos por este motivo.”

CON LA ALMOHADA A LA ESCUELA. El 70 por ciento de los habitantes de Capital Federal y Gran Buenos Aires tiene algún problema para dormir. Las consultas médicas por este tema aumentaron, en promedio, entre los servicios del Hospital Italiano y el Hospital Francés, un 50 por ciento. Y el consumo de melatonina (un regulador fisiológico del sueño), según un relevo de la consultora IMS (encargada del rubro farmacéutico) subió un 40 por ciento en los últimos cinco años.

Para Rafael Salín-Pascual, vicepresidente de la Sociedad Latinoamericana del Sueño, esta falta de descanso se debe a un motivo superior al de internet o los teléfonos celulares: a la gente no le interesa dormir. “Hemos sido diseñados para un mundo que ya no existe –opina–. Ésta es una sociedad atemporal, contaminada por la luz artificial. Hemos cambiado el medio ambiente de un modo sorprendente, y eso no es gratis. El sueño no es respetado por nuestra sociedad. La gente piensa que dormir es perder el tiempo. Y la realidad es completamente diferente.”

El mayor grupo social al que no le interesa dormir es el de los adolescentes. En Valencia, un estudio puntualiza que el 53 por ciento de los menores de 18 años duerme siete horas y media (el mínimo es ocho) y que un cuatro por ciento lo hace menos de seis horas. Además, un tercio de estos chicos admite que recibe una media de cuatro mensajes de texto por la noche. Por su parte, en Estados Unidos un estudio de la Brown University asegura que la mitad de los chicos va mal dormida al colegio. El trabajo se llama “Con el cuerpo en clase y el cerebro en la almohada”.

“En Buenos Aires ya hay consultas de algunos padres que están preocupados por la alteración del ritmo de sueño de sus hijos –asegura Valiensi–. A los chicos no les importa, pero sí a los padres, porque temen lo que pueda pasarles a sus hijos en el futuro, cuando empiecen con obligaciones laborales. Muchos creen que si duermen mal pero después se hacen una siesta se recuperan, y es un error. Dormir a la noche no es lo mismo que hacerlo durante el día. De día hay luz, ruidos y una cuestión hormonal: de noche se secretan varias hormonas que cumplen funciones como las del crecimiento.”

¿Qué hacer para recuperar el sueño? Según Valiensi, ya no basta con suspender los estimulantes como el café, el té y el mate (tienen cafeína), evitar las cenas pesadas o reducir el consumo de tabaco y alcohol (predisponen a la gastritis). Ahora, por sobre todas las cosas, hay que vivir –o dormir– desenchufado.

“Mi refugio fue la literatura”


“Mi refugio fue la literatura”

En la película del canadiense Peter Raymont, que abrirá el Festival de Derechos Humanos, el autor de La muerte y la doncella recuerda su vida después de que Augusto Pinochet lo forzara a emigrar de Chile. “Trata de mi supervivencia”, anticipa.


Ariel Dorfman comenzó un derrotero que incluyó a Francia, la Argentina, Holanda y Estados Unidos.


La sombra de Pinochet
Entre el miedo y la avaricia


Por Oscar Ranzani

El exilio provocó en la vida de Ariel Dorfman una marca indeleble que también padecieron sus ancestros. El 11 de septiembre de 1973, con el golpe de Estado y Pinochet en el poder, Dorfman, que había participado activamente en la gestión de Salvador Allende, salvó su vida prácticamente de milagro y allí comenzó un largo exilio que incluyó Francia –previa estadía corta en Argentina–, Holanda y Estados Unidos, país donde decidió vivir finalmente. Sus reflexiones, impresiones y recuerdos de lo que significó el exilio (entre otros temas), se testimonian en Rumbo sur, deseando el norte, un clásico de la literatura mundial. Precisamente en ese libro está basado El largo exilio de Ariel Dorfman. Una voz contra el olvido (A promise to dead: the exile journey of Ariel Dorfman), documental dirigido por el canadiense Peter Raymont –cuyo guión fue elaborado por el autor de La muerte y la doncella–, que se exhibirá en el Festival de Derechos Humanos DerHumALC, a realizarse entre el 8 y el 14 de mayo.

“Buena parte del documental trata de mi supervivencia después del golpe en Chile de 1973 y también de lo que ha sido mi errante vida bilingüe entre Estados Unidos, Argentina y Chile. Por lo tanto, está inspirado en ese libro”, afirma Dorfman en diálogo telefónico desde Nueva York con Página/12. “Peter Raymont leyó el libro (en Estados Unidos y Canadá ha sido un best seller y se ha vendido muy bien) y fue precisamente ese libro el que lo convenció de que quería llevar a cabo la realización”, agrega el escritor, que visitará Argentina para presentar el documental.

El largo exilio de Ariel Dorfman está narrado por el propio protagonista en primera persona y tiene tres líneas narrativas: el gobierno de Allende, el golpe y la supervivencia de Dorfman; un viaje a Chile en 2006 en el que comparte recuerdos con viejos compañeros de lucha y que culmina con la muerte de Pinochet, y, en tercer punto, su vida atravesada por múltiples exilios. Dorfman se retrotrae al momento histórico en que el socialismo llegó al poder por la vía democrática y destaca su identificación con esa causa, producto de ser un hombre que defendió siempre la paz y cuestionó, en consecuencia, cualquier tipo de violencia.

También se refiere a la vida familiar marcada por el exilio: el escritor se detiene en el recuerdo de su abuela, de profesión traductora, que llegó a ser intérprete de Trotsky. Retomando su participación política en Chile expone cuáles fueron, según su parecer, los desaciertos del gobierno de Allende y denuncia las desapariciones de personas durante la dictadura de Pinochet y el rol de la Iglesia.

–¿El desafío del documental era que, a partir de su propia historia, se contara una porción importante de la historia de Chile?

–El desafío es mayor que ése porque mi historia no sólo se relaciona con Chile sino también con Estados Unidos. Por lo tanto, con la historia del siglo XX, en gran medida. Cada uno de los exilios míos ha coincidido con grandes marejadas y cambios en la humanidad de nuestros tiempos.

–¿Cómo recuerda su primer día de exilio?

–Mi primer día de exilio fue cuando nací: uno sale de un lugar tibio donde no tiene preocupaciones y entra al mundo donde lo primero que le hacen es pegarle una cachetada para que llore. En mi libro, yo explico un poco eso. No recuerdo mis primeros días de exilio porque me fui de Argentina a los dos años y medio y, si bien tengo recuerdos del país, no los tengo específicamente de haber salido de allí cuando me fui a Estados Unidos de chico. Mis padres y mis abuelos habían migrado y hay una larga historia de muchos destierros y muchas pérdidas anteriores que están en mi sangre.

–¿Pero cuándo se fue de Chile?

–De Chile me acuerdo muy bien. Tengo un capítulo entero del libro dedicado a eso. Yo estaba en la embajada argentina, me subieron a un camión de policía y me llevaron con tres argentinos más. Pasamos por La Moneda para mirar la destrucción. Les pedí como favor y accedieron sin ningún problema. Entonces, después llegamos al aeropuerto. Subí al avión y me acuerdo de lo que significó el momento del despegue cuando las ruedas dejaron el territorio chileno. Dije: “Aquí me jodí”. Y me jodí más cuando llegué a Buenos Aires y me metieron preso. No es que me tomaron preso solamente a mí. Como dicen los norteamericanos: No era nada personal. Llegué y vi a mi familia que estaba esperándome del otro lado del vidrio en Aeroparque. Yo no venía de vuelta al país que había dejado, Argentina, sino que venía de vuelta a un país muy parecido al que había expulsado a mi padre en 1944. Entonces, me di cuenta de que había que irse luego de ahí. No fue fácil.

–Usted señala que les hizo una promesa a los muertos por la dictadura chilena de que iba a vivir para contar su historia. ¿Esto lo sintió como un acto de reparación histórica, como una actitud de la defensa de la vida sobre la barbarie?

–Podría decirse eso. Yo digo: “Y tiene que haber habido dentro de mí una promesa”. No digo que en ese momento hice una promesa. Uno va descubriendo que ésa es la razón de haber sido salvado. Te salvas y no entiendes por qué. Hay gente tan buena como uno y mejor a la que le fue muy mal. Hubo amigos que murieron y tenían tantos deseos de vivir como yo y tantos deseos de amar, escribir y ver crecer a sus hijos que, sin embargo, no sobrevivieron. Yo sé que esto es algo que toca muy profundamente a los argentinos también, donde fue tan terrible la represión que sufrieron ustedes. Entonces, lo que digo es que, de a poquitito, me fui dando cuenta de que si no era ésa la razón, yo podía inventar una razón por la cual había sobrevivido. Precisamente como tú acabas de decir: podía reparar el hecho de la barbarie que le habían provocado a mis amigos y a mi pueblo, haciendo lo más civilizado que existe que es el acto de escritura, el acto de la memoria.

–¿El exilio resignifica la propia identidad o la reafirma?

–Hace ambas cosas. Lo que pasa es que la identidad es una condición dinámica. Hay tendencias anteriores en mi vida que no van a cambiar ya. Para dar un ejemplo: salir al exilio me significó afirmarme en mis ideas no violentas pero evidentemente las ideas existían antes. Desde niño lloraba cuando veía un pajarito muerto y daba vueltas para no matar a las hormigas. Había algo en mí. Esa actitud se vio reforzada –y diría profundizada– por el hecho de estar en contacto con tantos movimientos sociales y ONG. En el exilio he conocido a mucha gente, así que ellos pasaron a formar parte de mi vida. Pero la identidad de uno es multifacética. El exilio me provocó varias cosas: lo primero es que me asentó una tristeza muy grande de pérdida.

–¿Cual es la mayor pérdida que provoca el exilio?

–La cotidianidad. Hay que acordarse que, en mi caso, esto se daba en un ser bilingüe, cosmopolita, que había pasado muchos años afuera y que había pasado gran parte de su vida tratando de quedarse en un lugar. Por lo tanto, cuando mis compañeros chilenos recordaban Chile, recordaban el arroz con leche. Como yo me crié en Estados Unidos, mis canciones de cuna eran fundamentalmente en inglés. Por lo tanto, yo tengo una ambigüedad muy grande con respecto al país que he perdido y eso hace un poco más brutal esa pérdida. Me acuerdo de que en París los argentinos tomaban mate sin parar. Incluso, tomaban más mate en París que en Buenos Aires. Comíamos más empanadas en Amsterdam que en Chile, por nostalgia. Pero, por suerte, el exilio fue también muy enriquecedor: las distancias son muy buenas para la escritura.

–¿La lectura fue una buena compañera durante el exilio?

–La mejor compañera fue mi mujer. Si tuviera que cambiar todas las bibliotecas del mundo por estar con ella lo haría con toda tranquilidad. Por suerte, no tengo que hacer esa elección. Las lecturas fueron muy importantes. Lo que pasa es que durante los primeros años no acumulé libros porque pensaba que iba a volver de inmediato y tenía todos los libros en Chile. La lectura fue fundamental porque, en gran medida, cuando uno está exiliado la literatura y el idioma mismo terminan siendo el refugio donde te encuentras con alguna seguridad y, además, te comunicas con los otros lectores. Por ejemplo, yo leo una novela y, aunque físicamente esté en mis manos, es un espacio intertextual, una comunidad textual que yo vivo ahí. Y eso fue un gran consuelo, además de ser una gran compañera.

–Usted señala que Allende era como una padre. ¿Cuál fue su mayor enseñanza?

–La mayor enseñanza de Allende es no dejarse humillar. Era una persona íntegra. Esa integridad de Allende, esa lealtad con sus propios principios más allá de la muerte, finalmente creo que es lo más destacado. Eso va más allá de cualquier proyecto político que haya podido tener y que no se pudo llevar a cabo. Sigo creyendo mucho en la justicia social y en la igualdad que él predicaba. Entonces, todo eso es muy especial. A mí me alegra muchísimo que este film vaya a abrir el homenaje a Salvador Allende.

–Este año se cumplen 35 del golpe de Estado. ¿Qué perdura de las ideas de Salvador Allende en el Chile actual?

–Está muy vivo.

* El largo exilio de Ariel Dorfman se proyectará el 9 de mayo a las 18 en el Cine Gaumont, en la función de apertura del homenaje a Allende, y luego Dorfman brindará una charla. El 10 a las 20 podrá verse en el Centro Cultural Borges y el 11, a las 22, se exhibirá nuevamente en el cine Gaumont.

sábado, 3 de mayo de 2008

Chaplin, el antihéroe que nunca falla

Chaplin, el antihéroe que nunca falla

Los cortos Una noche sin dormir, La cura milagrosa, Carlitos inmigrante y Carlitos aventurero permiten asomarse a la epopeya personal de uno de los genios que dio la cinematografía mundial.


En Chaplin, el humor cobra dimensión política y social.


Por Facundo García

Cuando se olvide el nombre de Charles Chaplin, sobrevivirá su personaje. Esa figura de alfeñique que va siempre hacia delante –porque el celuloide no para, como tampoco se detiene la vida– se graba en la memoria de cualquiera que alguna vez haya sido capaz de reír a pesar de sentirse perseguido o catastróficamente enamorado. Lo curioso es que la potencia del hombrecito de bombín, bastón y ropa de talle errado fue fruto de un proceso complejo y fascinante. De una inteligencia. Por eso vale la pena explorar el cuarto DVD de la colección El Gran Cómico, que Página/12 llevará mañana a sus lectores. Entre cachetazos y romances, los cortos Una noche sin dormir, La cura milagrosa, Carlitos inmigrante y Carlitos aventurero permiten asomarse a la epopeya personal de un hombre en busca del molde artístico que lo convirtió en fenómeno.

La mejor manera de empezar a recorrer las cuatro películas remasterizadas es remontarse a 1915, momento en que las primeras obras del genio causaban furor. La “chaplinitis” no llegaba a provocar la locura internacional que vendría después, pero ya había más de treinta teatros en Nueva York donde se organizaban “noches amateurs” para que todos pudieran subir al escenario a probar qué se sentía ser por un rato el tipejo que allá llamaron The Little Tramp, en otros lugares Charcot y en los países hispanos simplemente Carlitos (sin patilla, por favor). Es la época en la que Chaplin, de veintiséis años, deja la Keystone para ganar más dinero en los estudios Essanay, y revistas como la Motion Picture Association Magazine empiezan a reconocer que “ese bigote se está agrandando. No en tamaño, sino en popularidad”. Con la misma intensidad le salen al cruce voces en contra, que se incomodaban ante la “vulgaridad” de esos enredos en los que por cada pobre se tropezaban cuatro o cinco copetudos.

Las acusaciones venían a propósito de films como Una noche sin dormir (A Night Out). La sucesión de desbarajustes que ahí provocan un par de borrachos –en la oportunidad Carlitos aparece acompañado por otro adepto al chupi, interpretado por Ben Turpin– escandalizaba a los administradores de la “buena cultura”, que creían que la historia era demasiado complaciente con el problema del alcoholismo. No entendían nada: el propio Chaplin era hijo de un alcohólico.

Hacia 1917 los detractores de Chaplin tuvieron que hacerse a la idea de que no iban a poder quitarle la fama ni el dinero. Luego de años de miseria en su Londres natal y de pasar por orfanatos –su madre sufría esquizofrenia y no pudo hacerse cargo de los niños–, la estrella sabía cuál era el valor de cada moneda que llegaba a sus bolsillos. Afirmado tras su paso por Essanay y ya trabajando para la Mutual Studios, empezó a afinar sus cuerdas afectivas y políticas. Por eso es que Charly decidió alterar levemente sus mohínes y usar traje claro en el rodaje de La cura milagrosa (The Cure). Es otra historia de borrachos, con la diferencia de que el centro ya no está en los ebrios de la clase obrera, sino en el caretaje que, encerrado en su propia burbuja, busca “combustible espiritual” en cualquier cosa que huela a solución mágica. En La cura..., un protagonista más cercano al estereotipo burgués asiste a un spa para tomar “aguas terapéuticas”. Lo verdaderamente terapéutico del film es ver cómo el hombre de bigote mosca se las arregla para que su arsenal de bebidas termine cayendo en el manantial, emborrachando a todos los presentes y dando pie a una fiesta descontrolada que echa por tierra con toda la hipocresía.

Todos estos hallazgos formales e ideológicos no eran fruto de la casualidad. Armado de una fe absoluta en las posibilidades del cine, hacía tiempo que Chaplin ejercía un control minucioso sobre cada aspecto de sus producciones. Guionaba, producía, dirigía e incluso se aprendía los demás papeles para mostrar a sus compañeros cómo quería que los interpretaran. Para Carlitos inmigrante (The Immigrant, 1917) no sólo decidió abordar un tema que despertaba recelos entre las elites de la época, sino que grabó doce mil metros de cinta para terminar utilizando sólo quinientos. Tras una seguidilla de cuatro días y cuatro noches editando, emergió con un clásico donde cada elemento tiene un sentido y la discusión sobre la pobreza cobra vuelo político y social. Entre otros tramos inmortales, hay uno en el que los inmigrantes son tratados como animales, en la espera por desembarcar. Entonces Carlitos se harta y le patea el culo a un policía. Inevitablemente, desplazados de todo el mundo festejaron la revancha, mientras –tal como denunció la revista Variety– los servicios secretos fruncían el ceño y los sectores conservadores se convencían de que ahí había pruebas de un escandaloso “antinorteamericanismo”.

Las estocadas siguieron en Carlitos aventurero (The adventurer, 1917). En esa ocasión el protagonista escapa de la policía y en su camino encuentra tiempo para rescatar del mar a una muchacha junto a su madre. Agradecidas, las mujeres lo invitan a casa, y el reo intenta disimular su estado. Descubrirá que la cárcel no termina en los barrotes. Se ve obligado a usar ropa prestada para estar a tono con una clase social a la que no pertenece, y hasta intenta evitar que la chica que le gusta vea cómo los periódicos lo estigmatizan en las noticias policiales. En el medio, recursos tan sencillos como quedarse parado con un pedazo de lámpara en la cabeza le sirven al fugitivo de la ficción para pasar inadvertido ante sus enemigos, y al cineasta de la realidad para lograr maravillas que hoy no consiguen efectos especiales de millones de dólares.

viernes, 2 de mayo de 2008

Murió La raulito

Murió La raulito

“Ella era un francotirador”

El dramaturgo, guionista de la película que protagonizó Marilina Ross, despide al mito.


02.05.2008 Ella. “No era sólo una pintoresca mujercita apasionada como un hombre por el fútbol”.

Acabo de ver por televisión la partida desde La Bombonera del cortejo fúnebre de La Raulito, nacida Duffau. Es el primer día de mayo y no hay diarios; me encuentro con la imagen a las 11.30 de la mañana, hora inhabitual para mis incursiones televisivas. Pero sintonizo el aparato en un canal exclusivo de noticias, porque en el televisor de un bar acabo de recibir fugaces datos de la reaparición del señor Juan Puthod, desaparecido desde el martes pasado y de su vinculación con la Casa de la Memoria de Zárate; por supuesto, me urge saber cómo culmina esta historia que, una vez más, nos pone ante la evidencia de que se intenta seguir intimidando a la sociedad para frustrar la acción de la Justicia.

Se anuncia una conferencia de prensa inminente del liberado y, entretanto, tengo ante mí las imágenes del entierro de Duffau, de cuya popularidad soy, de alguna manera, responsable. A partir de una investigación de Marta Mercader, en 1970, y como parte de mi ciclo Cosa Juzgada, dirigido por David Stivel y realizado para Canal 11 por nuestro grupo Gente de Teatro, escribí uno de sus capítulos bajo el nombre Nadie. El programa “cambiaba los nombres y algunas circunstancias” de los casos reales originales, como rezaba la famosa locución final que decía el propio Stivel: se trataba de casos reales ya juzgados (nunca casos en proceso) y no comprometíamos a los protagonistas vivos de los hechos. En mi programa, Duffau se llamaba Pina, y decía de sí misma que no era nadie.

En su frondoso prontuario de delitos menores, acciones caóticas y agresivas, internaciones en psiquiátricos y en cárceles, aparecía con numerosos nombres, apodos y datos personales diferentes y hasta su después tan popular apelativo masculino, Raulito, aparecía también como Rulito.

Lo que me importaba era la calidad testimonial del personaje como víctima marginalizada de una sociedad impotente para contenerla, a quien respondía con ingenua, suicida e individual violencia, de todos modos impotente para cambiar la crueldad e injusticia que la rodeaba.

De ese mundo oscuro saltó, por la difusión del programa, a una imagen pública que, en notable medida, fue generada en la inolvidable creación que de ella hizo Marilina Ross como nuestra Pina. La convivencia en aquel rostro angelical (de verdad diferente del de la protagonista real) de la ternura, la violencia, la solidaridad, la agresividad y la inocencia, creo fueron la base de la figura mitológica cuyo cuerpo físico va en este momento rumbo al cementerio de Humboldt. Después, la creación de Marilina tuvo aún mayor caja de resonancia en el film que Lautaro Murúa realizó a partir de mi libro televisivo. De paso diré también que, si bien comencé a trabajar en la adaptación con Lautaro y José María Paolantonio, me aparté por mi desacuerdo con Murúa en el modo de encarar el film.

El último delito de Raulito-Duffau, que la mantenía en reclusión por tiempo indeterminado, había consistido en la rotura de la vidriera de una joyería en la calle Florida, porque había tropezado con un chico de la calle con hambre y frío y había decidido protegerlo... Todos los datos pueden ser comprobados en la edición que en 1970 realizó Juan Granica de 20 guiones seleccionados de mi ciclo Cosa Juzgada, tomo 1, págs. 46 y siguientes. La publicación incluye los datos extraídos del expediente judicial por la investigación de Marta Mercader.

La Raulito real luchaba como podía y sabía contra la sociedad que seis años después, asesinó, exilió, torturó e hizo desaparecer a decenas de miles de personas, para llevar al límite la miseria de las mayorías en beneficio de los pocos ultraprivilegiados. Era, a su manera, un francotirador, no sólo una pintoresca mujercita apasionada como un hombre por el fútbol; su probable vocación masculina pudo provenir de sentir que, en el proletariado del mundo, la mujer suele ser el proletario del proletariado.

El mito terminó siendo una amable muñeca legítimamente querida por la hinchada xeneize. Domesticada, controlable, inofensiva y hasta totalmente ajena a un dato del expediente original: quiere convencer al médico de que la mande al hospicio pues allí puede jugar al fútbol. Dice tener un equipo completo de Racing, club del que es “hincha”. (Un empleado del juzgado le regaló un banderín de Racing y quedó muy contenta). Así dice el informe psiquiátrico del expediente judicial.

¿Mito? Son las dos de la tarde y, finalmente, aparece en cámara el recuperado Juan Puthod. Alcanza a decir que uno de sus secuestradores le advirtió: “Date cuenta que tu vida, la de todos ustedes, sigue en nuestras manos”. Y se dice, también, que la investigación del caso Puthod continúa. Mientras el féretro de La Raulito quizás haya llegado ya a su parcela en el cementerio.

“Con las gallinas no me llevo”

Sólo la muerte impidió a La Raulito ver el partido de Boca, el club de sus amores. Horas antes de que le ganara 2 a 1 al Cruzeiro de Brasil por la Copa Libertadores, su cuerpo dijo basta. El 30 de abril, a los 74 años, María Esther Duffau murió en el Hospital Argerich a causa de una descompensación generalizada.

Un tropezón, en diciembre, le fracturó la cadera y la obligó a abandonar el geriátrico del Hospital Rawson, donde estuvo 10 años, después de pasar 25 en el neuropsiquiátrico Moyano. Soportó una compleja operación y con cadera nueva estaba casi lista para irse de alta pero los años de pucho le jugaron en contra. Una neumonía le embarró la cancha. Sus amigos cuentan que le quedaban pocas razones para vivir. Su madre y La Turca, el amor de su vida, habían muerto.

“¿Sabe qué es lo que duele? Que digan que La Raulito estuvo en un manicomio, porque ella fue una de las pacientes más comprometidas del Moyano”, dice “Maruca” Esquivel, enfermera. Duffau llegó con retraso mental y epilepsia en los 70. Mejoró y el hospital se hizo su hogar: pintó su cama de azul y oro, pegó figuritas de los jugadores en la pared. Siempre reclamó más presupuesto y una mayor dotación para ese hospital escuela.

“Si el cuerpo le hubiera dado, habría salido a denunciar el peligro que corre el Moyano con Macri”, dijo Mario Muñoz, delegado de ATE, amigo de La Raulito e hincha de River. “Cuando había una asamblea ella decía: “Mirá, Muñoz, vos ya sabés: los quiero y los acompaño, pero ojito conmigo, porque con las gallinas no me llevo”.