domingo, 27 de octubre de 2013

Marcha en Washington

Masiva marcha en Washington contra el espionaje electrónico

 Organizada por agrupaciones de derechos civiles y fogoneada por artistas de la talla del director Oliver Stone y el actor John Cusack, recorrió las calles de la capital estadounidense y terminó cerca del edificio del Capitolio.

Tiempo Argentino

 Miles de personas se manifestaron ayer en Washington en la primera gran marcha contra los abusos de los programas de espionaje masivo que Estados Unidos utiliza no sólo puertas adentro sino sobre el resto del mundo. La movilización fue realizada pocos días después de que se conocieran las nuevas revelaciones hechas por el ex empleado de la CIA, Edward Snowden, quien volvió a desnudar las laberínticas redes de vigilancia de la Casa Blanca.
La manifestación comenzó en la céntrica estación de trenes de Washington y culminó cerca del Capitolio, donde los miles de convocados entregaron más de medio millón de firmas para recordar a los congresistas que no tolerarán más casos de espionaje masivo y que, como legisladores, deben trabajar en función del bienestar de los ciudadanos.
La protesta fue convocada por un centenar de organizaciones, como la Unión Americana de Libertades Civiles, Trabajadores Libres y el Consejo de Relaciones Americano-Islámicas, unidas por el lema "Stop Watching Us" ("Basta de vigilarnos"). Los manifestantes, entre los que estaban celebridades como el cineasta Oliver Stone y el actor hollywoodense John Cusack, portaban pancartas y carteles en los que criticaron duramente al presidente Barack Obama por las últimas revelaciones del "topo" Snowden: el espionaje de la Casa Blanca sobre al menos 35 líderes políticos de todo el mundo y la intromisión en las comunicaciones de funcionarios, políticos y empresarios franceses.
El objetivo de la movilización fue llevar hasta el Capitolio un documento en el que se pide reformar la cuestionada Ley Patriota, aprobada a instancias de George W. Bush el 26 de octubre de 2001, poco después de los atentados del 11 de septiembre. Se trata de una normativa que amplía la capacidad de control de la administración estatal con la excusa de prevenir el terrorismo.
"Con nuestra petición apuntamos a cambiar radicalmente la sección 215 de la Ley Patriota, que extiende los poderes del FBI, autorizándolo a recoger informaciones y por lo tanto a espiar a cualquiera sobre la base de una investigación antiterrorismo", explicó Rainey Reitman, joven referente del Electronic Frontier Foundation, una agrupación formada especialmente contra los abusos de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) estadounidense. "Pedimos también una reforma de la sección 702 del Foreign Intelligence Surveillance Act, que de hecho autoriza las escuchas telefónicas de parte de las agencias de inteligencia como la NSA", agregó la dirigente, quien además solicitó que la Casa Blanca haga públicos los nombres de los funcionarios responsables del espionaje para que se inicien acciones legales contra ellos.
Entre los distintos carteles que hubo en la movilización, muchos tenían mensajes para el joven Snowden, quien todavía se encuentra asilado en Rusia para protegerse de la persecución que el presidente Obama inició contra él después de que develara el monumental sistema de espionaje implementado por el gobierno estadounidense. "Los que nos oponemos al espionaje decimos: ¡Gracias, Edward Snowden!", se podía leer en una de las pancartas presentes en la marcha.
De hecho, el ex empleado de la CIA instó a sus compatriotas a sumarse a la manifestación de protesta. "Hoy en día no hay teléfono en Estados Unidos que marque una llamada sin que sea registrada en la NSA. Hoy en día no se registra ninguna transacción en Internet que entre o salga del país sin que pase por las manos de la NSA", dijo ayer el "topo" con el objetivo de incentivar a los manifestantes.
"Nuestros representantes en el Congreso nos dicen que esto no es vigilancia. Están equivocados", agregó Snowden en referencia a las reiteradas declaraciones del presidente del Comité de Inteligencia del Senado, Dianne Feinstein, que insiste con que los programas de la NSA sobre recopilación de datos no tienen nada que ver con el espionaje.   «
 
 
Hillary también dijo lo suyo
 
 
La ex primera dama y luego secretaria de Estado del presidente Barack Obama durante su primer mandato, Hillary Clinton, criticó duramente la respuesta que la Casa Blanca dio a sus socios europeos por los últimos escándalos de espionaje que fueron revelados por el ex empleado de la CIA Edward Snowden. "No se echó plena claridad sobre lo que sucedió. Las acusaciones y sospechas de nuestros aliados no fueron respondidas adecuadamente, proporcionando los datos necesarios", afirmó Clinton durante una conferencia en la Universidad Colgate, en Hamilton, Nueva York.
La esposa del ex presidente demócrata Bill Clinton no mencionó en ningún momento el nombre de su antiguo jefe, precisamente Barack Obama, pero cuestionó la forma en que la administración estadounidense se ocupó hasta ahora del escándalo de espionaje perpetrado por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA). "Esperamos que esto no vuelva a producirse", dijo Clinton, quien ya se perfila como una de las candidatas fuertes para la campaña presidencial del año 2016, cuando culmine el mandato de Obama.

viernes, 25 de octubre de 2013

EEE UU promete espiar sólo lo que necesite, no todo lo que pueda




El Gobierno de Estados Unidos insiste en su derecho a recabar información en cualquier país del mundo con objeto de proteger a sus ciudadanos, pero está dispuesto a revisar los programas actuales de espionaje para asegurarse de que se recoge la información que realmente se necesita, no toda la que su desarrollada tecnología es capaz de reunir.
En ese contexto, la portavoz del Departamento de Estado, Jean Psaki, comentó que la Administración estaba considerando la propuesta hecha por Alemania y Francia de discutir con EE UU nuevas reglas para limitar el espionaje, aunque añadió que no había todavía ninguna decisión al respecto.
La portavoz dijo que funcionarios de distintos niveles de la Administración habían mantenido contactos en los últimos días con Francia, con Alemania y con Italia para tratar de responder a la preocupación que el asunto del espionaje había provocado, y habían discutido fórmulas para poner fin a este conflicto.
Con ese propósito, el presidente Barack Obama ordenó hace ya varias semanas la revisión de los sistemas actuales de espionaje, pero ninguna novedad se ha producido desde entonces. Al contrario, las pruebas aportadas por Edward Snowden sobre la extensión casi ilimitada de la vigilancia de EE UU han continuado y las quejas de los países más afectados –Alemania, Brasil, Francia, México- han aumentado.
La crisis ha escalado hasta el punto de que la relación bilateral ha retrocedido, en términos prácticos, con alguno de sus aliados (Brasil), se ha complicado con otros (México) y ha adquirido una aspereza con Europa que no se recuerda desde los tiempos de la guerra de Irak, con la diferencia de que entonces estaba en la Casa Blanca un neo con antieuropeo y ahora está un progresista proeuropeo.
La Casa Blanca confía en poder salir de esta situación a base de amabilidad y contactos personales que devuelvan la calma a las agitadas capitales europeas. Entre otros perjuicios, el espionaje ha herido la dignidad de los europeos y los ha expuesto ante alguna de sus más profundas frustraciones: la desigualdad de su relación con EE UU.
Pese a que Obama y los portavoces norteamericanos insistan en que la práctica del espionaje es vieja y habitual entre todas las naciones del mundo, también entre amigos y aliados, les falta añadir que ninguna de ellas dispone de los medios con los que cuenta EE UU para entrometerse en los secretos ajenos y proteger los propios. Aunque Alemania tuviera interés en el teléfono móvil de Obama, es dudoso que consiguiera tener acceso a él.
El problema de fondo, por tanto, es el del disparatado tamaño y poder alcanzado por los servicios secretos de EE UU. La Agencia de Seguridad Nacional (NSA), de la que más se habla ahora porque es de donde proceden los papeles de Snowden, es solo una de las 16 agencias del Gobierno norteamericano dedicadas a recopilar información, toda la que puedan.
Los límites están, por supuesto, establecidos por la ley y por el control judicial y parlamentario al que el espionaje está formalmente sometido. Pero las nuevas tecnologías han hecho esos controles ineficaces y obsoletos. Ninguna comisión parlamentaria, ningún juez del tribunal establecido para ese fin es capaz de controlar las millones de comunicaciones que los servicios de inteligencia de EE UU siguen a diario. Si, además, esa comisión y ese tribunal actúan también en secreto, la falta de transparencia llega a ser alarmante.
Ese control es aún más difícil desde las atribuciones que la Ley Patriótica promulgada tras el 11 de septiembre de 2001 concedió al presidente. Obama reconoció hace unos meses en un discurso que esos poderes presidenciales eran excesivos y no estaban justificados por las amenazas a las que el país se enfrenta en la actualidad. Pidió al Congreso que se reformulara esa legislación, pero tampoco se ha avanzado al respecto todavía.
No es fácil la vuelta atrás. Una vez que se ha creado un monstruo de espionaje de semejantes proporciones, no es sencillo que éste acepte voluntariamente renunciar a sus capacidades. A los espías se les entrena para conseguir información. No es fácil añadirles excepciones.
Ahora Obama necesita, al menos, la apariencia de que se van a aumentar los controles. No se negocian las leyes nacionales con los Gobiernos de otros países, pero seguramente sería tranquilizador para Francia y Alemania la abolición de la Ley Patriótica. De cara a los propios norteamericanos, mayor transparencia parlamentaria y judicial parece lo más urgente.


domingo, 13 de octubre de 2013

La iglesia que colaboró con Franco

El Papa elude pedir perdón a las víctimas por el apoyo de la Iglesia al franquismo

Más de 25.000 asistentes participan en la ceremonia de entronización de los asesinados

El Pontífice pide a los fieles ser de “cristianos con obras y no de palabras”

El papa Francisco ha llamado a ser “cristianos con obras y no de palabras” y ha elogiado la vida de los mártires por ser “discípulos” que han aprendido “bien el sentido de amar hasta el extremo que llevó a Jesús a la cruz”. El Papa ha realizado estas declaraciones en un mensaje de tres minutos grabado con antelación y con el que ha dado comienzo a la ceremonia de beatificación de 522 mártires “de la persecución religiosa del siglo XX en España”, como lo denomina la Iglesia católica. En ella, ha eludido pedir perdón a las víctimas del franquismo por el apoyo de la Iglesia a la dictadura, como le había solicitado en una carta la Comisión de la Verdad, que reúne a unas 100 asociaciones de memoria histórica. Sectores de la sociedad civil como la Coordinadora por lo Laico y la Dignidad, y entidades cristianas de base habían pedido también a las autoridades eclesiásticas que el Papa aprovechara la celebración para pedir “perdón” por el apoyo de la Iglesia al golpe de Estado de 1936 contra a la República y por la complicidad con la dictadura franquista. Pero el Papa no ha realizado en su discurso ni una sola alusión a estas peticiones.
“Me uno de corazón a todos los participantes en la celebración, que tiene lugar en Tarragona, en la que un gran número de pastores, personas consagradas y fieles laicos son proclamamos beatos mártires”, ha afirmado el Papa entre aplausos de los más de 25.000 asistentes al acto, procedentes de toda España. “Imploremos la intercesión de los mártires para ser cristianos concretos, cristianos con obras y no de palabras; para no ser cristianos barnizados de cristianismo pero sin sustancia, ellos no eran barnizados, eran cristianos hasta el final”, ha añadido el Pontífice en alusión a los nuevos beatos.
El Papa no ha realizado en su discurso ni una sola alusión al golpe de estado de 1936 ni a la complicidad franquista, como pidieron diversas entidades cristianas
El acto ha sido organizado por la Conferencia Episcopal Española (CEE) y el Arzobispado de Tarragona. En esta ocasión, los elevados a los altares están agrupados en 33 causas. La más numerosa es la de Tarragona, con 147 mártires, entre ellos el obispo auxiliar Manuel Borrás, y 66 sacerdotes diocesanos. Este ha sido el motivo para elegir la ciudad de la celebración, explicó el arzobispo de la demarcación, Jaume Pujol Balsells. El acto, multitudinario, suscita recelo incluso en el seno de la Iglesia católica, entre los cristianos de base. El motivo es que la gran mayoría de los nuevos beatos, 520, fallecieron tras el estallido de la Guerra Civil y solo dos religiosos Paúles de León y Teruel murieron antes, el 13 de octubre de 1934. Aún con estos datos, la Conferencia Espiscopal huye del término “mártires de la Guerra Civil” porque, argumenta, “no fueron combatientes, ni estaban con las armas en la mano. Murieron por no renegar de su fe”, según el secretario y portavoz del episcopado, Juan Antonio Martínez Camino. Fuentes de la CEE justifican que la elección de la fecha y la ubicación ha sido “casual”, frente a las críticas que alertaban de una posible “exaltación españolista”.
Más de 25.000 personas han ido inundado desde las 7 de la mañana la antigua Universidad Laboral, fundada por el franquismo, y que estaba rodeada de grandes medidas de seguridad. La ciudad se ha paralizado: solo las matrículas de vehículos inscritos de antemano y debidamente acreditados podían acceder a la zona, lo que ha provocado grandes congestiones de tráfico. Los vehículos particulares, tenían vetada la entrada, y el Ayuntamiento ha fletado dos líneas de autobuses para desplazar a los invitados. Prueba de las restricciones es que los autobuses destinados a periodistas han partido con una hora de retraso al haberse estraviado el censo de la matrícula en los controles.
No se permite la entrada de banderas ni pancartas, aunque algunos asistentes han burlado la seguridad llevando camisetas con la bandera española estampada
Decenas de asistentes a la misa han aprovechado los momentos previos para confesarse en improvisadas sillas, al aire libre y a casi a centímetros de los demás congregados. Entre los asistentes figuran familiares y religiosos de las órdenes de los beatos, como las 300 Siervas de María de España y América Latina desplazadas a Tarragona. De esta congregación se beatifican cuatro religiosas y matizan que “solo es un acto religioso”. Unos sentados en la hierba, otros acomodados en sus sillas y algunos que aprovechan para confesarse en un cara a cara con el sacerdote en medio de la avenida. De Menorca han llegado más de 100 personas, una treintena corresponde a la familia de Juan Huguet, uno de los mártires. Llevan una fotografía con el lema: “Viva Cristo Rey”, las tres últimas palabras que dijo el sacerdote un segundo antes de que le mataran al negarse a escupir a un crucifijo, explican sus familiares. Han venido dos de sus hermanos y sobrinos. “¿Resentimiento? Al contrario, en casa siempre hemos vivido el perdón”, explica Juan Huguet, uno de sus sobrinos, de 59 años.
Algunos de los asistentes han contestado a las críticas que califican el acto de “político”. “No tiene nada que ver una cosa es un enfrentamiento civil y otra una persecución sistemática de liquidación. Igual que no tiene nada que ver la Guerra Mundial con el Holocausto”, ha concluido Huguet. Entre los invitados figura el presidente de la Generalitat, Artur Mas, el del Congreso de los Diputados, Jesús Posada, el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, y el inspector general del Ejército, Ricardo Álvarez-Espejo.
En la ceremonia no se permite la entrada de banderas ni pancartas, aunque algunos asistentes han burlado la seguridad llevando camisetas con la bandera española estampada. Los cuerpos policiales han desplegado un gran dispositivo de seguridad ante la posible presencia de grupos ultraderechistas.

martes, 8 de octubre de 2013

GEORGE ORWELL



CAOS Y CONTROL

1984 fue el último libro de George Orwell, y como si formara parte de un juego de profecías implícito en la novela, el futuro le depararía un largo recorrido y no pocos equívocos. Escrito como un balance de posguerra, es notable que esta ficción distópica no envejeció, sino que quedó fijada como paradigma de la amenaza siempre latente en el cruce entre sociedad, poder y control tecnológico. La reedición de 1984 que por estos días se distribuye en la Argentina recupera como epílogo el artículo que le dedicó Thomas Pynchon –y del que aquí se reproducen varios fragmentos– en la edición homenaje de 2003, a cien años del nacimiento de Orwell.
 

 Por Thomas Pynchon 

1984 fue el último libro de Orwell. En el momento de su aparición, en 1949, había publicado ya otros doce, entre ellos el alabadísimo y popular Rebelión en la granja. En un artículo escrito en 1946, “Por qué escribo”, recordó: “Rebelión en la granja fue el primer libro en que intenté, con absoluta conciencia de lo que estaba haciendo, fusionar en un todo la intención política y artística. Llevo siete años sin escribir una novela, aunque espero redactar una muy pronto. Seguro que será un fracaso, como todos los libros, pero veo con bastante claridad el libro que quiero escribir”. Poco después empezó a trabajar en 1984.
En cierto sentido, esta novela ha sido una víctima del éxito de Rebelión en la granja, que casi todo el mundo se contentó con leer como una evidente alegoría del triste destino de la Revolución Rusa. Desde el instante en que el bigote del Hermano Mayor hace su aparición, en el segundo párrafo de 1984, muchos lectores se han limitado a seguir punto por punto la analogía de la obra anterior. Aunque el rostro del Hermano Mayor es evidentemente el de Stalin, igual que el del despreciado hereje del Partido Emmanuel Goldstein es el de Trotsky, ni uno ni otro se inspiran en sus modelos con tanta claridad como Napoleón y Bola de Nieve en Rebelión en la granja. Sin embargo, eso no impidió que el libro se vendiera en Estados Unidos como una especie de tratado anticomunista. Llegó en plena era McCarthy, cuando el comunismo había sido condenado oficialmente como una amenaza monolítica y mundial, y en un momento en el que pararse a distinguir entre Stalin y Trotsky parecía tan inútil como que un pastor se dedicase a enseñar a las ovejas los matices que diferencian a unos lobos de otros.
- Las cartas y los artículos de la época en que estaba trabajando en 1984 dejan ver de manera clara la falta de esperanzas de Orwell respecto del estado del “socialismo” en la posguerra. A Orwell parece haberle irritado especialmente el extendido vasallaje de la izquierda al estalinismo, a pesar de las pruebas abrumadoras de la naturaleza perversa del régimen. “Por razones más bien complejas –escribió en marzo de 1948–, al revisar las primeras galeradas de 1984, casi toda la izquierda inglesa ha llegado a aceptar que el régimen ruso es ‘socialista’, aunque reconozca calladamente que, en espíritu y en la práctica, nada tiene que ver con lo que se entiende por socialismo en este país. De ahí ha surgido una especie de forma de pensar esquizofrénica, en la que palabras como ‘democracia’ pueden tener dos sentidos irreconciliables, y cosas como los campos de concentración y las deportaciones masivas pueden estar bien y mal al mismo tiempo.” Podemos reconocer en esa “especie de forma de pensar esquizofrénica” la inspiración de uno de los grandes hallazgos de esta novela, que ha pasado a formar parte del lenguaje diario del discurso político: la identificación y el análisis del “doblepiensa”. Tal como se describe en Teoría y práctica del Colectivismo Oligárquico, de Emmanuel Goldstein, un texto peligrosamente subversivo, prohibido en Oceanía y conocido solo como “el libro”, el doblepiensa es una forma de disciplina mental, cuyo objetivo, deseable y necesario para todos los miembros del Partido, es ser capaz de creer dos verdades contradictorias al mismo tiempo. Lo cual no es nuevo, claro. Todos lo hacemos. En psicología social hace mucho que se conoce como “disonancia cognitiva”. Otros prefieren llamarlo “compartimentalización”. Algunos, concretamente Francis Scott Fitzgerald, lo han considerado un rasgo del genio. Para Walt Whitman (“¿Que me contradigo? Pues me contradigo”) era un síntoma de grandeza capaz de contener multitudes; para el yogui Berra equivalía a llegar a una bifurcación en el camino y tomarla, para el gato de Schrödinger era la paradoja cuántica de estar vivo y muerto al mismo tiempo.
La idea parece haber enfrentado a Orwell con su propio dilema, una especie de meta doblepiensa, y haberle repelido con su ilimitada capacidad de hacer daño, al mismo tiempo que le fascinaba con su promesa de transcender los opuestos, como si se aplicara con fines perversos una forma aberrante de budismo zen, cuyos koanes fuesen los tres slogans del Partido: “La guerra es la paz”, “La libertad es la esclavitud” y “La ignorancia es la fuerza”.

Aparte de la ambivalencia dentro de la izquierda respecto de las realidades soviéticas, en la posguerra surgieron otras ocasiones de poner en práctica el doblepiensa. En un momento de euforia, el bando vencedor estaba cometiendo, a juicio de Orwell, errores tan fatídicos como los del Tratado de Versalles al final de la Primera Guerra Mundial. A pesar de lo honroso de sus intenciones, el reparto de los despojos entre los antiguos aliados tenía el potencial de causar un futuro desastre. La intranquilidad de Orwell respecto de la “paz” es, de hecho, uno de los principales subtextos de 1984.
“Lo que en realidad se pretende –escribió Orwell a su editor a finales de 1948, coincidiendo, según todos los indicios, con el comienzo de la revisión de la novela– es debatir las implicaciones de dividir el mundo en ‘zonas de influencia’ (reparé en ello en 1944, después de la Conferencia de Teherán)...” Por supuesto, los novelistas no son del todo fiables respecto de las fuentes de su inspiración. Pero vale la pena considerar el proceso imaginativo. La Conferencia de Teherán fue la primera cumbre Aliada de la Segunda Guerra Mundial y se celebró a finales de 1943; a ella asistieron Roosevelt, Churchill y Stalin. Una de las cuestiones que debatieron fue cómo dividir la Alemania nazi, después de su derrota, en zonas de ocupación. Cuestión distinta era quién iba a quedarse con qué porción de Polonia. Al imaginar Oceanía, Eurasia y Esteasia, Orwell parece haber aumentado la escala a partir de las conversaciones de Teherán y convertido la ocupación de un país derrotado en la de un mundo derrotado. Aunque China no hubiese sido incluida y en 1948 la Revolución todavía estuviese en marcha, Orwell había vivido en el Lejano Oriente y no pasó por alto el peso de Esteasia al idear sus propias zonas de influencia. El pensamiento geopolítico de la época se había dejado cautivar por la idea del “mundo-isla” del geógrafo británico Halford Mackinder –para referirse a Europa, Asia y Africa consideradas como una única masa de tierra rodeada de agua–, el “pivote de la historia”, cuyo centro era la Eurasia de 1984. “Quien gobierne el centro dominará el mundo-isla”, como dijo Mackinder, y “quien gobierne el mundo-isla dominará el mundo”, un pronunciamiento que Hitler y otros teóricos de la Realpolitik no habían pasado por alto.
Uno de esos mackinderitas con contactos en los círculos de inteligencia era James Burnham, un ex trotskista estadounidense que, en torno de 1942, había publicado un provocativo análisis de la crisis mundial que se padecía entonces, titulado “The Managerial revolution”, acerca del que Orwell escribió un largo artículo en 1946. Burnham, en la época, con Inglaterra todavía tambaleándose ante el ataque nazi y las tropas alemanas en las afueras de Moscú, sostenía que ante la inminencia de la conquista de Rusia y el centro global, el futuro sería de Hitler. Más tarde, mientras trabajaba para el servicio secreto estadounidense, con los nazis cada vez más al borde de la derrota, Burnham cambió de opinión en un largo artículo, “Lenin’s Heir”, en el que argumentó que, si Estados Unidos no hacía nada por impedirlo, el futuro sería en realidad de Stalin y el sistema soviético, y no de Hitler. A esas alturas, Orwell, que se tomaba a Burnham en serio pero de manera crítica, ya debía de haber reparado en que sus ideas eran un tanto tornadizas, aunque pueden encontrarse trazas de la geopolítica de Burnham en el equilibrio de poder tripartito mundial de 1984; el Japón victorioso de Burnham se convirtió así en Esteasia, Rusia se transformó en el centro que controla la masa de Eurasia, y la alianza angloamericana se metamorfoseó en Oceanía, que es donde está ambientada 1984. Ese profético agrupamiento de Gran Bretaña y Estados Unidos en un único bloque ha resultado ser una anticipación exacta de la resistencia británica a integrarse en la masa euroasiática y de su servidumbre a los intereses yanquis; el dólar, por ejemplo, es la unidad monetaria de Oceanía. Londres sigue siendo el Londres austero de la posguerra. Ya desde el principio, con su fría zambullida en el triste día de abril en que Winston Smith comete un acto decisivo de desobediencia, las texturas de la vida distópica son constantes: las tuberías que no funcionan, los cigarrillos de los que se cae el tabaco, la comida horrible... aunque tal vez eso no supusiera un gran esfuerzo para la imaginación de cualquiera que hubiera vivido el racionamiento en la guerra.
1984. George Orwell Debolsillo 350 páginas
La profecía y la predicción no son la misma cosa y no es bueno que el lector y el escritor las confundan en el caso de Orwell. Hay un juego al que les gusta jugar a algunos críticos, y con el que tal vez valga la pena que nos entretengamos uno o dos minutos: consiste en hacer listas de aquellas cosas en las que Orwell “acertó” y “se equivocó”. Si consideramos el momento actual, por ejemplo, repararemos en la popularidad de los helicópteros como recurso para “garantizar la aplicación de la ley”, tal como hemos visto en incontables “programas policíacos” televisados en directo, que son en sí mismos una forma de control social, por no hablar de la propia ubicuidad de la televisión. La telepantalla bidireccional guarda un notable parecido con las pantallas planas de plasma conectadas a sistemas interactivos por cable que tenemos en 2003. Las noticias son lo que dicta el gobierno, la vigilancia de los ciudadanos normales ha pasado a ser una función más de la policía, los registros y las detenciones son cosa de risa. Y así sucesivamente. “¡Uf!, el gobierno se ha convertido en el Hermano Mayor, ¡tal como predijo Orwell! ¡Es orwelliano!” En fin, sí y no. Las predicciones específicas no son más que detalles, después de todo. Lo que tal vez sea más importante y, de hecho, necesario para un verdadero profeta es poder penetrar con más profundidad que la mayoría de nosotros en el alma humana. En 1948, Orwell comprendió que, a pesar de la derrota del Eje, la deriva hacia el fascismo no había desaparecido y que, probablemente, aún no hubiese adoptado su verdadera forma: la corrupción del espíritu y la irresistible adicción humana al poder hacía mucho que eran aspectos bien conocidos del Tercer Reich, la Rusia estalinista e incluso el partido laborista británico, como si fuesen el borrador de un terrible futuro. ¿Qué podría impedir que lo mismo sucediera en Gran Bretaña y Estados Unidos? ¿La superioridad moral? ¿Las buenas intenciones? ¿La vida higiénica? Por supuesto, lo que ha mejorado sin cesar, de una manera insidiosa, y ha convertido casi en irrelevantes los argumentos humanistas es la tecnología. No debemos dejarnos despistar por lo precario de los medios de vigilancia de la época de Winston Smith. Después de todo, en “nuestro” 1984 el circuito integrado apenas tenía un decenio y era vergonzosamente primitivo si se lo compara con las maravillas de la tecnología informática en 2003, sobre todo Internet, un avance que asegura un control social a una escala que esos pintorescos tiranos del siglo XX con sus estúpidos bigotes ni siquiera podían imaginar.
- Desde el punto de vista totalitario, la memoria es relativamente fácil de controlar. Nunca falta alguna agencia como el Ministerio de la Verdad para negar los recuerdos ajenos y reescribir el pasado. En 2003, se ha generalizado que los empleados gubernamentales cobren más que el resto de la gente para degradar la historia, trivializar la verdad y aniquilar a diario el pasado. Antes, los que no aprendían de la historia tenían que repetirla, pero sólo fue así hasta que quienes ejercen el poder encontraron el modo de convencer a todo el mundo, y a sí mismos, de que la historia no había ocurrido, o había ocurrido del modo que más convenía a sus intereses, o mejor aún, que apenas tenía la importancia de un documental en la televisión al que le hemos quitado la voz y que nos proporciona un rato de entretenimiento.
No obstante, controlar el deseo resulta más complicado. Hitler era famoso por sus peculiares gustos sexuales. Y Dios sabe a qué se dedicaba Stalin. Incluso los fascistas tienen necesidades, y sueñan con poder satisfacerlas cuando dispongan de un poder ilimitado. De manera que, aunque estén deseando atacar los perfiles psicosexuales de quienes los amenazan, puede que duden un momento antes de hacerlo. Por supuesto, cuando la maquinaria de su aplicación se deja en manos de los ordenadores, que, al menos tal como están diseñados en la actualidad, no experimentan deseo en ninguna forma que nos resulte atractiva, la cosa es muy diferente. Pero en 1984 eso todavía no ha sucedido. Y como el deseo en sí mismo no siempre se puede eliminar con facilidad, el Partido no tiene otra elección que adoptar, como último objetivo, la abolición del orgasmo.
El hecho de que el deseo sexual, según sus propios términos, es inherentemente subversivo se refleja en la novela por medio de Julia y su modo de vida alegre y carnal. Si estuviésemos sólo ante un ensayo político camuflado de novela, probablemente Julia simbolizaría el Principio del Placer, el Sentido Común de la Clase Media o algo por el estilo. Pero, como se trata antes que nada de una novela, su personaje no está del todo bajo el control de Orwell. A los novelistas les gusta permitirse los peores caprichos totalitarios en contra de la libertad de sus personajes. Pero con frecuencia sus planes fracasan porque los personajes siempre se las arreglan para escapar al ojo que todo lo ve durante el tiempo suficiente para pensar y decir cosas que no encontraríamos si lo único importante fuese la trama. Uno de los mayores placeres de leer este libro consiste en asistir a la transformación de la fría y seductora Julia en una joven enamorada, igual que lo que más nos entristece es ver su amor desmantelado y destruido.
En otras manos, la historia de Winston y Julia podría haber degenerado en la consabida bobada de sueños amorosos juveniles similar a las producidas por la máquina de escribir novelas del Ministerio de la Verdad. Julia, que después de todo trabaja en el Departamento de Ficción, probablemente conozca la diferencia entre esas estupideces y la realidad, y gracias a ella la historia de amor de 1984 puede mantener su tono adulto y real, aunque a primera vista parezca seguir la fórmula familiar de a chico le desagrada chica, chico conoce chica, chico y chica se enamoran casi sin darse cuenta, luego se separan y por fin vuelven a encontrarse. Eso es lo que transpira, en cierto sentido. Pero no hay final feliz. La escena, cerca ya del final, en que Winston y Julia vuelven a verse, después de que el Ministerio del Amor les haya obligado a traicionarse el uno al otro, resulta más descorazonadora que ninguna otra en ninguna novela. Y lo peor es que lo entendemos. Más allá de la lástima y el terror, no nos sorprende más que al propio Winston Smith cómo se han resuelto las cosas. Desde el momento en que abre su ilegal cuaderno de notas en blanco y empieza a escribir, ha sellado su perdición, ha cometido conscientemente un “crimental” y sólo le queda esperar a que las autoridades lo detengan. La llegada inesperada de Julia a su vida nunca le parecerá lo bastante milagrosa para creer que el resultado pueda ser otro. En el momento de máximo bienestar, de pie ante la ventana que da al patio, mientras contempla la infinita vastedad de una súbita revelación, lo más esperanzador que se le ocurre decir es “nosotros somos los muertos”, una afirmación que la Policía del Pensamiento se encarga de confirmar un segundo después.
El destino de Winston no es ninguna sorpresa, pero quien nos preocupa es Julia. Hasta el último minuto ha creído posible derrotar de algún modo al régimen y ha confiado en que su anarquismo bienhumorado será una defensa ante cualquier acusación posible. “Y no te desanimes –le dice a Winston–. Se me da muy bien seguir con vida.” Entiende la diferencia entre confesión y traición. “Pueden obligarte a decir cualquier cosa, lo que sea, pero no obligarte a que lo creas. No se pueden meter en tu cabeza.” Pobrecilla. Dan ganas de sujetarla por los hombros y sacudirla. Porque eso es precisamente lo que hacen: se meten en tu cabeza, convierten el alma, lo que consideramos el núcleo inviolable del ser, en algo puramente dudoso.

Hay una fotografía, tomada en Islington en torno de 1946, de Orwell con su hijo adoptivo, Richard Horatio Blair. El niño, que en esa época debía de rondar los dos años, sonríe sin disimulo. Orwell le sujeta cariñosamente con las dos manos, sonriendo también, contento aunque no tan confiado –como si hubiese descubierto algo más valioso que la ira–, con la cabeza ligeramente ladeada y una mirada precavida que podría recordar a los cinéfilos a uno de esos personajes interpretados por Robert Duvall que han vivido lo suyo y han visto más de lo que uno querría ver. Winston Smith “creía haber nacido en 1944 o 1945...”, Richard Blair nació el 14 de mayo de 1944. No es difícil pensar que Orwell, en 1984, estuviera imaginando un futuro para la generación de su hijo, un mundo del que deseaba prevenirles. Le impacientaban las predicciones de lo inevitable, seguía confiando en la capacidad de la gente normal para cambiar cualquier cosa si querían. En cualquier caso, lo que llama más nuestra atención es la sonrisa del niño, directa y radiante, basada en la fe indubitable de que, al fin y al cabo, el mundo es bueno y la decencia humana, como el amor paterno, puede darse siempre por descontada... una fe tan noble que casi podemos imaginar a Orwell, y tal vez incluso a nosotros mismos, aunque sea por un momento, jurando hacer cualquier cosa con tal de impedir que sea traicionada.
El gran hermano habla a los ciudadanos en la película de de michael radford, 1984

viernes, 4 de octubre de 2013

LA COLIFATA

aniversario

Radio La Colifata, 22 años "saltando el muro" del Hospital Borda

La Colifata, la radio que se emite desde el Hospital Borda y constituye la primera experiencia mundial en transmitir desde un neuropsiquiátrico, festejó los 22 años de un proyecto que, según su creador el psicólogo Alfredo Olivera, nació para "dar un salto al muro y poner en conexión realidades artificialmente divididas".

"La Colifata es una experiencia que permite que podamos pensar en el orden de la desmanicomialización sin necesidad de plantearlo en términos teóricos sino practicando una nueva manera de entender la salud mental", aseguró a Télam Alfredo Olivera, el psicólogo mentor de la radio.

Olivera aseguró que el proyecto "se fue tejiendo, fue cobrando sentido en el hacer, y en ese hacer fue incorporando actores que antes estaban completamente afuera de eso que es el ámbito de la salud mental y posiblemente eso haya sido lo innovador, más allá de la radio como recurso".

"El lugar del oyente fue central y también el lugar de los comunicadores que generaron una práctica inclusiva desde los orígenes", afirmó el psicólogo al tiempo que destacó al locutor Lalo Mir como "el primero que le dio lugar a estas grabaciones, a estas cintas que tenían una calidad sonora muy rudimentaria pero una potencia comunicacional enorme".

Olivera se acercó al Borda en 1990 al grupo Cooperanza, creado por el reconocido psicólogo social Alfredo Moffat, quien ya había desembarcado en el neuropsiquiátrico en la década del 60 y había provocado transformaciones profundas en el campo de la salud mental.

"El lugar del oyente fue central y también el lugar de los comunicadores que generaron una práctica inclusiva desde los orígenes"

"Moffat se mete en una ronda de mateada y encuentra valor en concentrado en aquellos `desechados psíquicos sociales` expulsados a un territorio destinado para la locura y le produce valor. Yo lo que hice es conservar esto y meterle la radio", describió.

Y continuó: "La radio fue una manera de dar un salto al muro y de poner en conexión realidades artificialmente divididas. Lo que el medio produce es una rueda que sale de sí y choca y entra en contacto con otras ruedas circulantes por fuera del psiquiátrico y por los intersticios sociales".

"Lo más interesante es que esa rueda volvía enriquecida por palabras, mensajes y reflexiones de mucha gente que se encontraba en diálogo con un grupo invisibilizado de la sociedad y ese encuentro le producía cosas", aseguró.

Y añadió que, en este sentido, "Colifata siempre fue una máquina de producir imprevistos y de canalizar eso que a la gente le pasaba al encontrarse con alguien catalogado como diferente".

Cristian Ruggieri es paciente e integra la radio desde sus orígenes: "durante ocho años estuve afuera, donde aproveché para estudiar Periodismo de Investigación en la Universidad Popular de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo", contó.

Hoy realiza un panorama de medios y tiene una columna de opinión sobre actualidad: "Lo que encuentro en los diarios es un periodismo muy polarizado, yo intento presentar la información lo más objetivamente posible, aunque uno siempre tiene una mirada política de las cosas", aseguró.

Para Cristian, "hacia afuera tanto el Frente del Artistas del Borda como desde la radio estamos haciendo un aporte, no sólo a la salud mental sino también a la cultura".

Y en lo que respecta a su vivencia con el proyecto, el joven define a la radio como "un espacio terapéutico, totalmente libre. Nadie te dice qué tenés que decir, ni cómo. Ahí yo hablo de lo que me parece y nadie te dice si está bien o no".

Desde aquellos primeros pasos con un radiotransmisor cedido por el dueño de una FM barrial, a la transmisión de 24 horas todos los días del año, Olivera hizo un repaso por las rupturas y continuidades, tanto dentro como fuera de los muros.

"Mucha de las personas que pasaron por la Colifata pudieron salir y sostener una vida afuera", dijo sin ocultar su satisfacción porque, más allá del hecho artístico, el espacio es un proyecto terapéutico en el que se realiza un seguimiento de cada paciente.

"La radio es un espacio terapéutico, totalmente libre. Nadie te dice qué tenés que decir, ni cómo".

Como parte central de lo que pasó "en el afuera", el psicólogo mencionó la aprobación de la Ley de Salud Mental "que en la letra propone la apertura de dispositivos de atención y acompañamiento en la comunidad".

"Un cambio que se produjo en la sociedad, quizás motivado por La Colifata, es que hoy no es una locura pensar una radio al servicio de personas internadas en psiquiátricos; de hecho la experiencia se replicó en muchos países y nosotros fuimos invitados a apoyar estos proyectos", mencionó.

De cara al futuro, "los califatos" se proponen poder tener momentos de transmisión en vivo "desarrollados con criterios estéticamente interesantes y con equipos conformados por profesionales de la comunicación, con o sin experiencia, pero que se quieran sumar al proyecto".

"Otro tema pendiente es que quienes trabajan en la radio puedan percibir un ingreso, entonces más allá del trabajo social y terapéutico sería una alternativa laboral", concluyó.

martes, 1 de octubre de 2013

TODO LO SÓLIDO SE DESVANECE EN EL AIRE

La experiencia de la modernidad. Marshall Berman.

8MAR

Marshall Berman. Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad. Buenos Aires: Siglo XXI, 1988.
Antonio Nájera Irigoyen
Letras francesas
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad de Marshall Berman es, sin lugar a dudas, uno de los principales libros teóricos a tomarse en cuenta para comprender la modernidad. Ya en la introducción, Berman apunta la importancia de su empresa: “los entornos y las experiencias modernos atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la ideología: se puede decir que en ese sentido la modernidad une a toda la humanidad”. Y más adelante: “ser modernos es formar parte de un mundo en el que, como dijo Marx, “todo lo sólido se desvanece en el aire””. Es de notarse que éstas serán dos de las claves que nos ayudarán a entender el proyecto del crítico neoyorquino: en primer lugar, el hecho de que la modernidad es vivida inevitablemente por todos, aun por aquellos quienes jamás hayan tenido noticia de ella; y en segundo lugar, que, dado su enfoque marxista, el análisis propuesto devendrá también una posición frente al mundo que nos rodea, es decir, vigente.
            Una de las peculiaridades de Todo lo sólido se desvanece en el aire es su enfoque interdisciplinario, cuestión en la que ahondaremos más adelante. Para ofrecernos una definición de modernidad, Berman se sirve tanto de Nietszche como de Marx, así como de J. J. Rousseau y Edmund Burke, los poemas en prosa de Baudelaire y la arquitectura de Le Corbusier, las primeras obras de Dostoievski y la cartografía de Nueva York. De la misma manera, Berman reconoce que la modernidad es fruto de variadísimos factores: los descubrimientos científicos sucedidos desde el Renacimiento, el proceso de industrialización, las redes y sistemas de comunicación, los movimientos socio-políticos, entre otros. ¿Y qué entiende Berman exactamente por “modernidad”? “Ser modernos es vivir una serie de paradojas y contradicciones. Es estar dominados por las intensas organizaciones burocráticas que tienen el poder de controlar, y a menudo de destruir, las comunidades, los valores, las vidas, y sin embargo, no vacilar en nuestra determinación de enfrentarnos a tales fuerzas, de luchar para cambiar su mundo y cambiar el nuestro”. Se constatará más adelante que éste solamente será el punto de partida de una investigación profunda, lúcida y crítica sobre el ascenso del capitalismo y, consecuentemente, la llegada de la modernidad.
            Ahora bien; Todo lo sólido se desvanece en el aire consta de cinco partes, las cuales nos proponemos desglosar brevemente. En primer lugar, tenemos “ElFausto de Goethe: la tragedia del desarrollo”. En este capítulo se propondrá una lectura histórica del Fausto en la que cada una de las caídas o ascensos de éste serán una suerte de espejo de — ¿por qué no decirlo?—  los tropiezos y triunfos del capitalismo. Berman apunta que hay tres metamorfosis sufridas por el Fausto goethiano: la del soñador, la del amante, y, finalmente, la del desarrollista. Es de advertirse que Berman, al igual que Marx, no repara en mostrar lo positivo e imaginativo que fue, en un principio, el ascenso burgués; el cual ––y he ahí donde entra la figura del Fausto–– estando inconforme de sus condiciones materiales, se propone un mayor dominio del conocimiento humano y, en consecuencia, de la naturaleza. El periodo del “amante” ocurrirá en el momento en que los mundos de Fausto y Margarita, tan disímiles el uno del otro, chocan entre sí, pues Fausto será la viva imagen del capitalismo, mientras que Margarita “la crueldad y brutalidad de tantas vidas barridas por la modernización”. Finalmente, hallaremos la tercera y última etapa de la tragedia fáustica: la del desarrollista. Ésta acontecerá en el momento en que Fausto, ya en la segunda parte de la obra, aplasta las vidas de dos viejos campesinos en vista de concluir la construcción de una presa, culminando de esta forma, la tragedia del desarrollo a la que nos ha conducido, según Berman, el proceso de modernización.
            El segundo capítulo es del que se desprende el título del libro: “Todo lo sólido se desvanece en el aire. Marx, el modernismo y la modernización”. Ahí, antes que nada, encontraremos apuntes de lo que Marx entendió como proceso de modernización: sus ventajas y desventajas, causas y consecuencias naturales, etc. Además, se mostrará las relaciones que guarda el proceso de modernización con el modernismo, entendiendo este último más bien en su acepción meramente artístico-cultural. De tal suerte que notaremos cómo es que Marx prefiguró, en cierta medida, los movimientos modernistas: con buena parte de sus escritos y aún más con las imágenes, apocalípticas y dinámicas, ya contenidas en  El manifiesto comunista y que se prolongan hasta El capital.
            En tercer lugar, se encuentra el capítulo intitulado “Baudelaire: el modernismo en la calle”. Siguiendo los trabajados previamente realizados por Walter Benjamin, Berman ensaya una lectura histórica del poeta francés para dilucidar cómo, en buena parte de su obra, se encuentran sintetizadas algunas de las preocupaciones del individuo al vivir la modernidad. Para ello, se ocupará principalmente de dos poemas del Spleen de París, “Los ojos de los pobres” y la “Pérdida de una aureola”. Dichos análisis serán acompañados por acotaciones de carácter urbanístico que nos ayudarán a entender las razones por las cuales la ciudad y su cartografía han venido a ser tan relevantes para la vida moderna.
            En el cuarto capítulo, “San Petersburgo: el modernismo del subdesarrollo”, encontramos nuevamente un puñado de lecturas literarias que nos dilucidarán buena parte del proceso de modernización en la Rusia del siglo XIX y, acota más tarde Berman, los países tercermundistas de nuestros días. Así, veremos cómo en la literatura rusa del XIX, aún cuando Rusia se resistiese a la modernización —con un régimen servil y un gobierno despótico a todas luces—, ya se encontraban rasgos de la experiencia de la modernidad. A la manera del capítulo anterior, se establecerán relaciones entre, por ejemplo, la Nevski Prospekt —la avenida peterburguesa más importante y extensa, aún hasta hoy—, y algunas obras de Gogól, Dostoievski y el modernista Biely.
            Finalmente, en el quinto y último capítulo, “En la selva de los símbolos: algunas observaciones sobre el modernismo en Nueva York”, se verá cómo es percibida la modernidad en una metrópoli tan cercana a nosotros, en tiempo y espacio, como Nueva York. Fiel a lo hecho previamente, Berman se servirá del análisis urbanístico de la ciudad para esbozar algunas de sus impresiones sobre las dinámicas que establece el hombre de nuestros días con el paisaje urbano, principalmente con los espacios abiertos y la manera en que éstos se vuelven necesarios para la saludable constitución de las democracias modernas.

            En síntesis, Todo lo sólido se desvanece en el aire será una herramienta para percatarnos de que el proceso de modernización no ha terminado; antes todo lo contrario, ocurre ante nuestros ojos, estamos inmersos en él. Ya lo dice el mismo Berman en el prefacio: “deseo explorar y trazar el mapa de estas tradiciones, comprender las formas en que pueden nutrir y enriquecer nuestra propia modernidad, y las formas en que podrían oscurecer o empobrecer nuestro sentido de lo que es la modernidad y de lo que puede ser”. Todo lo sólido se desvanece en el aire es, ante todo, una invitación a reflexionar no sólo la modernidad de los siglos XIX y XX; sino también, nuestra propia modernidad.