La noche del pasado sábado 29 de marzo, El Trece puso al aire la gala
de Mirtha Legrand, que ya había arrancado almorzando en el canal de
aire del Grupo Clarín los domingos, como corresponde, al mediodía. Para
el debut nocturno, llegaron a la mesa Adrián Suar y Guillermo Francella.
Cuando llegó el turno, a pedido de la anfitriona, de despacharse con la
situación política actual, uno y otro dijeron lo suyo, algo que fue
repetido hasta el hartazgo por todos los medios: oficialistas,
opositores y equilibristas. Cada uno privilegiando lo que quería
privilegiar. Miradas al Sur no pudo reprimir las ganas de terciar
en la cuestión. Y se metió a bucear en la biblioteca. ¿Leyendo con
Mirtha Legrand? Algo así, algo así.
Mirta Varela, en su preciso La televisión criolla (Edhasa,
2005), sitúa entre 1951 y 1969 el paso de la utopía de transmisión de
imágenes a distancia, cuyo símbolo sería la antena transmisora, a ese
electrodoméstico que aún no tenía un espacio propio en el hogar. Y
escribe, separando las dos décadas: “El tiempo entre 1951 a 1960 podría
pensarse como una etapa de gran precariedad de producción, donde se
encuentra en superficie la condición técnica y el interés estético que
un nuevo medio ofrecía para algunos pocos, frente al desinterés que aún
presentaba para el gran público. En la segunda década, en cambio, ya no
se trata de la ‘tele-visión’, como denominaban las revistas de
divulgación técnica a la transmisión de imágenes a distancia, sino de la
‘televisión’, un medio, un espectáculo, una audiencia y,
fundamentalmente, un lenguaje”.
Su valoración, brillante, originalísima, es que, al principio, “se iba a
ver televisión”, un ritual más parecido a ir al cine que a sentarse a
escuchar la radio; mientras que, después, con la mayor relevancia
social, el acto de ver televisión se superpuso con las demás rutinas
domésticas. “Se banaliza”, escribe, certeramente dura, Mirta Varela. Esa
banalización, esa incorporación de flujo de imágenes permanente a la
vida cotidiana, volvió a la televisión “más parecida a la corriente
eléctrica que a un espectáculo brillante”.
Un año antes del fin del ciclo estudiado por Varela, cuando esa
“corriente eléctrica” estaba en su apogeo, Mirtha Legrand debutó
almorzando por televisión.
El entonces director de Canal 9, el inefable Alejandro Romay, citó a
Amelia Bence y a Mirtha Legrand. Cuenta Bence en su autobiografía, La niña del umbral (Corregidor,
2011): “Fuimos. Recuerdo que subíamos la escalera muy asustadas. Yo le
dije a Mirtha: ‘Ay qué miedo, por qué nos llamará, ¿habremos hecho algo
mal?’ Llegamos. Romay nos preguntó qué queríamos hacer en la televisión.
Mirtha le dijo: ‘A mí me gustaría hacer algo similar a lo que hace
Héctor Coire, porque tengo un buen vocabulario’”. Romay compró eso del
vocabulario, fuera lo que fuese, y Bence quedó descartada. Daniel
Tinayre, marido y productor de Legrand, metió el título: Almorzando con las estrellas. Y así empezó la historia: el primer programa se emitió el 3 de junio de 1968, hace 45 años.
Crueles burlas del destino, el escritor norteamericano William Burroughs escribió en la introducción a su libro Almuerzo desnudo
(Siglo Veinte, 1971, traducción de Aníbal Leal): “Desperté de la
Enfermedad a la edad de 45 años (...) No recuerdo con precisión haber
escrito las notas que han sido publicadas ahora bajo el título sugerido
por Jack Kerouac (...) El título significa lo que dicen las palabras: un
momento de congelada inmovilidad en el que todos ven qué hay en la
punta de cada tenedor”.
Se aclara que William Burroughs jamás supo de Mirtha Legrand y que es
poco probable que Mirtha Legrand haya leído libro alguno de Burroughs,
pero la cantidad de años y el congelamiento en la punta del tenedor es
algo mucho más rotundo que una simple coincidencia.
A poco de empezar, el programa fue renombrado Almorzando con Mirtha Legrand gracias
al protagonismo que había adquirido la conductora. Un protagonismo
basado en la idiosincrasia de la almorzadora. Veamos: en el almuerzo del
6 de noviembre de 1972, el cirujano Miguel Bellizi (realizador del
primer transplante cardíaco en el país) mencionó al Partido Peronista.
Legrand, nariz fruncida, corrigió: “Partido Justicialista”. Al ratito,
Romay entraba al estudio de grabación hecho una tromba: “Señora, aquí no
se habla de política. Este es un programa cultural en el que los temas
tienen que relacionarse con la ciencia, el arte, la literatura o la
economía”. Antes de finalizar la emisión, la Chiqui se sacó la bronca al
aire: “¡Qué lindo debe ser trabajar en un canal donde uno tenga
libertad!”.
Cuando Dalmiro Sáenz mencionó el título de su libro Yo también fui un espermatozoide,
Legrand poco menos que se santiguó: “Dalmiro, esas cosas no se dicen en
una mesa”. Algo similar ocurrió poco después cuando en una tanda
publicitaria, le pidió a la invitada Cipe Lincovsky que no siguiera
mencionando al café-concert donde estaba actuando. ¿Cómo se llamaba el
lugar? Impropio: El gallo cojo.
En un almuerzo con esposas de hombres notables, quiso saber las cábalas
que tenían para con sus maridos. La esposa de Roberto de Vicenzo se
sinceró: “Antes de cada torneo, le beso las pelotas”. Legrand no
descansaba: “¿Las de golf?”.
Mirtha, como de regreso, saltaba de canal en canal llevando siempre las
mismas armas: tenedor, cuchillo, lugar común y pacatería.
El 12 de septiembre de 1974, frente a su invitada Soledad Silveyra, dijo
temer que sólo los actores peronistas pudieran trabajar en el medio y
defendió la televisión privada. Al día siguiente, cancelaron sus
almuerzos. El pataleo legrandesco consiguió una audiencia con los por
entonces presidenta (Isabelita) y ministro de Bienestar Social (sí, el
mismísimo López Rega). Al término de esa reunión, la Chiqui brindó
conferencia de prensa: “La señora presidenta me dijo que me quedara
tranquila, que lo mío se iba a solucionar, y que le encargaba eso al
señor ministro”. Almorzando... no volvió al aire hasta junio de
1976, grabando el programa un día antes de su emisión. Las malas lenguas
de entonces dijeron que para prevenir todo tipo de extremismo
derechoso.
La vuelta de la democracia la encontró sin renovar contrato. Legrand lo
llamó censura. Y así se lo hizo saber a Raúl Alfonsín cuando, a su
vuelta, lo llevó como invitado: “Yo no soy rencorosa, pero tengo
memoria. Los diez años que me dejaron prohibida me ayudaron a madurar.
Mi lema siempre ha sido ‘lo lindo vende; lo feo no’, pero ahora trato de
dar contenido social a lo que hago”. Ah, sí.
A Eduardo Anguita (que iba a promocionar su libro Cartoneros) le
espetó “¿vos eras del ERP, no, Anguita?”, como sin poder creer que
alguien con esos antecedentes fuera tan parecido a un ser humano.
Con Néstor Kirchner (que iba a promocionar su elección como presidente
del país 2003-2007) tampoco trepidó: “Algunos dicen que con usted se
viene el ‘zurdaje’”.
Mientras se debatía la ley de matrimonio igualitario, le dijo a uno de
sus invitados, el diseñador Roberto Piazza: “Suponte que una pareja de
homosexuales adopta a un chico. Como tienen inclinaciones homosexuales,
¿no podría producirse una violación hacia su hijo?”.
Ahora, luego de tantos éxitos, volvió a firmar contrato con El Trece
para retornar con su programa. ¿Se sigue viendo? Sí, se sigue viendo. Y
sus preguntas, o las respuestas de sus invitados, siguen dando de comer a
centenares de programas de televisión. De un lado y del otro.
En la presentación de la revista Les Temps Modernes, Sartre
señalaba: “La burguesía se define intelectualmente por el empleo que
hace del espíritu de análisis, cuyo postulado inicial es que los
compuestos deben necesariamente reducirse a una ordenación de elementos
simples”. Es harto improbable que Mirtha Legrand haya formado parte de
la burguesía de Villa Cañás (situado en el departamento de neto corte
agrícola General López, en la provincia de Santa Fe), pueblito que
alcanzó notoriedad –según el tomo 18 del atlas Argentina. Pueblo a Pueblo,
publicado por el Grupo Clarín, al que pertenece el canal que en la
actualidad la conchaba– como el lugar donde nació un 23 de febrero de
1927 Rosa María Juana Martínez, es decir, Mirtha Legrand. Pero,
retomando a Sartre, que, como Burroughs, tampoco debe haber conocido a
la Chiqui: “Uno se hace burgués al optar por cierta visión del mundo
analítica que se intenta imponer a todos los hombres y que excluye la
percepción de las realidades colectivas”.
Una realidad colectiva que Legrand se encarga de crear, recrear y hacer
creer a todos a fuerza de sonrisas de ocasión y de preguntas que ella
misma llamó, e hizo llamar a todos, punzantes.
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