domingo, 12 de agosto de 2007

Defiendan a Günter Grass

Defiendan a Günter Grass


Desde que Günter Grass confesó su participación en las filas de la Waffen SS nazi en "Pelando la cebolla", la polémica no ha cesado. En este texto, John Irving reivindica al Premio Nobel alemán: "Lo más sobrecogedor de esta autobiografía es la honestidad de Grass respecto de su deshonestidad", afirma. También subraya que su valor como escritor y ciudadano alemán se acrecienta con esta reciente revelación.






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John Irving. Escritor estadounidense. Autor de "El mundo según Garp", entre otras.






«cE«Cs mis años de estudiante universitario decidí pasar un año en el exterior, en un país germanoparlante, porque en 1961 y 1962 había leído dos veces El tambor de hojalata. Entre los catorce y los quince años había leído Grandes expectativas dos veces. Dickens me llevó a querer ser escritor, pero fue la lectura de El tambor de hojalata, a los diecinueve y los veinte años, lo que me mostró cómo hacerlo. Fue Günter Grass el que me demostró que era posible que un autor actual escribiera con el amplio espectro de emociones y la infatigable verborragia de Dickens. Grass escribía con furia, con amor, con ironía, comicidad, patetismo; y todo ello con una conciencia implacable.

En el otoño de 1963 viajé a Viena, donde me convertí en alumno del Instituto de Estudios Europeos. Aprendí alemán y leí literatura alemana. Quería leer Die Blechtrommel tal como Grass lo había escrito, en alemán. Tenía veintiún años. (Nunca aprendí lo suficiente de alemán como para leer a Grass. Incluso ahora, él me escribe en alemán y yo le contesto en inglés. De todos modos, fue en mi época de estudiante en Viena cuando empecé a verme como escritor de novelas.) Había marcado algunos pasajes de Die Blechtrommel y había memorizado la traducción de los mismos al inglés. Resultó ser una buena forma de conocer chicas.

"Polonia está perdida, pero no para siempre; todo está perdido, pero no para siempre; Polonia no está perdida para siempre".

El protagonista de la novela, Oskar Matzerath, se niega a crecer. Como sigue teniendo el aspecto de un niño -chico y en apariencia inocente-, puede mantenerse al margen de los acontecimientos políticos de los años del nazismo mientras los demás mueren. Como le advierte a Oskar la enana Bebra: "Preocúpate siempre de estar sentado en la tribuna y nunca de pie ante la misma".

Oskar puede sobrevivir como una persona pequeña, pero no evade la culpa. Arrastra a su madre a la tumba, es responsable de la muerte de su tío (el padre biológico de Oskar) y hace que su presunto padre se ahogue con su emblema del partido nazi mientras los soldados rusos ametrallan al cornudo. Al terminar la guerra Oskar vuelve por fin a crecer, en un vagón de carga. Tiene un talento innato para tocar el tambor y se presenta en un club nocturno llamado "El sótano de cebolla", donde los invitados pelan cebollas para llorar. Pero Oskar Matzerath no necesita cebollas para llorar: le basta con tocar el tambor y recordar las muertes que presenció. "Bastaban unos pocos recaudos especiales para que Oskar se deshiciera en llanto".

El tambor de hojalata fue la novela más aclamada de la Alemania de posguerra. La negativa de Oskar Matzerath a crecer se convirtió en un símbolo de la culpa del país. En el penúltimo párrafo de la novela, que se extiende una página y media, se menciona "el jugo de cebolla que arranca lágrimas", apenas una de una larga lista de imágenes memorables.

En esa extraordinaria primera novela -que se publicó en 1959 en Alemania-, el propio Grass parecía tener mucho que expiar. En El tambor de hojalata, la voz siempre se relaciona con la expiación a medida que pasa una y otra vez -a veces en la misma frase- del narrador en primera persona a la narración en tercera persona. Pero Grass nació en Danzig (ahora Gdansk) en 1927. Tenía diez años cuando se incorporó a la Jungvolk, una organización que alimentaba a la Juventud de Hitler. Era apenas un soldado de diecisiete años en 1944, cuando los estadounidenses lo hicieron prisionero. (En la actualidad, el inglés americano de Günter sigue siendo mejor que mi alemán, cuando nos encontramos hablamos sobre todo en inglés, con ocasionales incursiones mías en el alemán.)

Grass no era más que un chico cuando Alemania invadió Polonia. Me preguntaba de qué tenía que sentirse culpable. ¿La carga de culpa presente en El tambor de hojalata era la llamada culpa colectiva alemana? Cuando estudiaba en Viena leí sobre esa culpa en los diarios. Lo que sabía sobre lo sucedido a los polacos -la muerte de Jan Bronski en el ataque al Correo Polaco-, lo sabía por El tambor de hojalata. La población de Gdansk nombraría luego ciudadano honorario a Grass. ¿Y por qué no? La historia de Oskar Matzerath -en mi opinión, hasta su negativa a crecer- era heroica.



«sNovelas de expiación«r



Un frío día de invierno en Viena, cuando nadie que estuviera del todo en sus cabales se habría sentido inclinado a desnudarse, me presenté en la academia de arte de la Ringstrasse y ofrecí mis servicios como modelo para las clases de dibujo. "Tengo experiencia en los Estados Unidos", dije, pero quería ser modelo porque Oskar Matzerath es modelo. Resultó ser otra forma de conocer chicas.

En algún momento de aquel año académico 1963-1964, antes de irme de Viena, un amigo estadounidense me mandó la traducción al inglés de la segunda novela de Grass, El gato y el ratón. Esta vez había una narración en primera persona constante, pero el narrador permanece en el anonimato durante más de cien páginas. Se identifica a Mahlke, el personaje principal, en la primera frase, pero se hace referencia a él tanto en la tercera persona como en la segunda. El evasivo narrador expresa sus sentimientos de culpa por lo que le pasa a Mahlke al comienzo, cuando un gato se siente atraído por su nuez de Adán ("el gato saltó a la garganta de Mahlke; o uno de nosotros tomó al gato y lo sostuvo ante el cuello de Mahlke; o (...) tomé al gato y le mostré el ratón de Mahlke"). Más adelante, cuando detienen a un maestro ("probablemente por motivos políticos"), el narrador, todavía innominado, escribe: "Interrogaron a algunos de los alumnos. Espero no haber declarado en su contra". Y vuelven las cebollas para referirse a la culpa colectiva: "Tal vez si frotara la superficie de mi máquina de escribir con jugo de cebolla podría transmitir algo del olor a cebolla que en aquellos años contaminaba toda Alemania (...) evitando que el olor de los cadáveres se impusiera por completo". ¿Qué pasa con las cebollas? me pregunté.

¿Y qué quería decir Grass con el silencio? "Desde ese viernes sé qué es el silencio. El silencio se instala cuando las gaviotas se alejan. Nada puede crear más silencio que una dragadora en funcionamiento cuando el viento se lleva sus ruidos de hierro".

El gato y el ratón se lee como una confesión, pero el crimen (si es que lo hay) es de omisión. No vemos todo lo que le pasa a Mahlke. Sólo sabemos que es otra víctima de la guerra. Contamos a Mahlke entre los ausentes. "Pero no apareciste", concluye la novela. "No emergiste".

A fines del verano de 1964 abandoné Viena con mi joven esposa, que estaba embarazada. La locadora entró en mi dormitorio con el futuro comprador de mi motocicleta, que había puesto en venta para pagar el alquiler. En la mesa de luz tenía la edición alemana de Die Blechtrommel, con las puntas de muchas páginas dobladas, llena de marcas, pero sin leer. A la mujer le sorprendió que me llevara tanto tiempo leer la novela. Como no quería admitir mis problemas con el alemán, le pregunté qué pensaba de Günter Grass. Tanto el comprador de la motocicleta como yo éramos estudiantes y creíamos, con cierta presunción, que Grass era propiedad exclusiva de los que estudiábamos. Por otra parte, no me parecía que mi locadora fuera una gran lectora. Años después, sin embargo, alguien de su generación me asombró al repetir exactamente lo que ella me había dicho sobre Grass: "Er ist ein bisschen unhöflich" ("Es un poco descortés").

Fue el primer indicio que tuve de que el público austríaco y alemán -sobre todo los que tenían edad suficiente como para recordar la guerra-, consideraba que Grass era más que un escritor respetado y famoso en todo el mundo. Muchos austríacos y alemanes veían a Grass como un juez implacable y una autoridad moral. No sólo sus novelas eran actos de expiación, sino que era un severo crítico de la Alemania de posguerra: censuraba a todos, no sólo a los políticos. (Y no sólo a los alemanes, como descubriría después.)

En 1979 Grass escribió: "No hay escasez de grandes figuras de Führer; un predicador intolerante en Washington y un filisteo enfermizo en Moscú". En 1982, luego de un viaje a Nicaragua, Grass dijo que se sentía avergonzado de que los Estados Unidos fueran aliados de su país. ("¿Qué tan empobrecido tiene que estar un país para que no sea una amenaza para el gobierno de los Estados Unidos?") En uno de los ensayos recopilados en Sobre la escritura y la política, señala: "Las personas cristianas y los grupos cristianos resistieron el nazismo con gran valor, pero la cobardía de las iglesias católica y protestante en Alemania las hizo cómplices tácitas". En Partos mentales, libro sobre el que escribí en Saturday Review en 1982, Grass seguía censurándose: "Fue un error creer que El gato y el ratón liberaría mis penas de escolar". Culpa y más culpa, y más expiación. ¡Este tipo sí que se fustiga! pensé.



«sUn héroe a mis ojos«r



Es importante entender que el hombre se granjeó enemigos. Veinticinco libros y un Premio Nobel (en 1999) preceden la autobiografía de Grass, Pelando la cebolla, que el año pasado se publicó en alemán (Beim Häuten der Zwiebel) y generó gran controversia.

Si bien a los que criticaban a Grass les resultaba aceptable que se hubiera ofrecido como submarinista voluntario a los quince años de edad, la revelación de que lo habían reclutado en la Waffen SS, la fuerza de combate de la SS, en 1944, cuando tenía diecisiete años, fue todo un golpe. Grass pasó los últimos meses de la guerra en la fuerza, a la que luego el tribunal de Nuremberg condenó en masa por crímenes de guerra.

¿Por qué esperó tanto para contarlo? preguntaron los críticos. (¡Como si hubiera existido un momento en el que no se lo hubiera criticado por ello!) En el Frankfurter Allgemeine, un historiador se preguntó por qué la revelación se había hecho "de forma tan torturada". (¡Como si no hubiera amplias pruebas de lo "torturado" de Grass en todos los libros anteriores!) Otro escritor del Frankfurter Allgemeine conjeturó que la última -y frustrada- misión de la división Frundsberg de tanques de Grass era sacar a Hitler de Berlín. ("En otras palabras, Grass podría haber liberado a Hitler".) Un escritor de Die Tageszeitung acusó a Grass de "calcular": ¿No debería haber escrito a la Academia sueca para ofrecer una renuncia? ("Nunca se habría tenido en cuenta para ese premio a un ex integrante de la Waffen SS".) Haciendo referencia a Grass, un artículo de Neue Zürcher Zeitung señaló: "Adoptando la pose de moralista...", etc. Tanto el Süddeutsche Zeitung como el Frankfurter Rundschau condenaron el carácter tardío de la admisión. Pero los buenos escritores escriben sobre las cosas importantes antes de hablar de las mismas. ¡Los buenos escritores no cuentan las historias antes de escribirlas!

Escribí un artículo para el Frankfurter Rundschau; en defensa de Grass, por supuesto. También le escribí a Günter. Protesté por el "desmantelamiento mojigato" de su vida y su trabajo por parte de los medios alemanes "desde la cobarde posición de la retrospectiva". Escribí: "Usted sigue siendo un héroe a mis ojos, como escritor y como referencia moral. Su valor, como escritor y como ciudadano de su país, es ejemplar, y es un valor que se ve acrecentado y no disminuido con su reciente revelación".

Volker Schlöndorff, el director de la película basada en El tambor de hojalata, expresó compasión por su amigo en Der Tagesspiegel. También Salman Rushdie habló en defensa de Grass. Tilman Krause escribió en Die Welt: "Admirar la profunda honestidad de su forma rigurosa de pelar la cebolla o condenarla como algo que habríamos preferido no saber es una decisión que dependerá de lo que sintamos por el autor, de si deseamos que le vaya bien o no". En el Süddeutsche Zeitung, el escritor Ivan Angel, que es judío (y que se ocultó en Hungría mientras su contemporáneo Grass servía en la Waffen SS), manifestó comprensión por el carácter tardío de la confesión de Grass: "Yo no tenía motivos para sentir vergüenza -después de todo, fui uno de los perseguidos-, a pesar de lo cual no pude hablar de eso durante cincuenta y cinco años. Entiendo a Günter Grass, que sólo ahora puede hablar sobre su vergüenza, su oprobio. La vida no es un libro de consulta que uno puede abrir a voluntad; no es un manuscrito terminado que se puede publicar en cualquier momento".

En mi opinión, el más desafortunado de los ataques contra Grass fue la declaración de Lech Walesa de que se alegraba de no conocer a Grass y, por lo tanto, de no haberle dado la mano, algo que el ex presidente polaco aseguró que no haría. En agosto de 2006 Walesa también pidió que Grass renunciara a su condición de ciudadano honorario de la ciudad de Gdansk, distinción que se había concedido al escritor por la forma en que había rendido homenaje al sufrimiento de Danzig en El tambor de hojalata. Walesa pronto se retractó de sus declaraciones, que calificó de "apresuradas". Cuando estuve en Varsovia a principios de setiembre del año pasado, mi editor me dijo que los polacos estaban "divididos" respecto de la revelación de Grass. Lo que advertí en Varsovia fue que los lectores asiduos de Grass ya se habían reconciliado con él. Los que no lo habían leído, o los que sólo habían leído El tambor de hojalata, eran los únicos que pedían que devolviera el Premio Nobel.



«sUna autobiografía

fascinante y ardua«r



No conozco a nadie que después de haber leído Pelando la cebolla quiera que Grass devuelva el Nobel. La autobiografía es tan buena como las mejores novelas de Grass, y tiene una frase inicial que explica algo que, en sus trabajos anteriores, los lectores podrían haber tomado por un recurso estilístico, tal como me pasó a mí. "Hoy, como en años pasados, la tentación de camuflarse en la tercera persona sigue siendo muy grande: Tenía casi doce años, pero le seguía gustando sentarse en la falda de su madre..." Grass establece desde el primer momento que "la memoria es como una cebolla". También afirma: "Mi breve inscripción reza: Guardé silencio". Grass admite que en su infancia y adolescencia tenía un objeto de culto. "Los noticieros: era presa fácil de la 'verdad' dulcificada en blanco y negro que nos proporcionaban". La autobiografía es una confesión dolorosa. "Una y otra vez, autor y libro me recuerdan qué poco entendía en mi juventud y qué limitado es el efecto que puede tener la literatura". Danzig quedó reducida a escombros sobre el fin de la guerra, y los primeros capítulos del libro se concentran en "el muchacho que abandonó la ciudad cuando sus torres y fachadas seguían intactas".

Al recordar la violación de la viuda Greff por parte de soldados rusos en El tambor de hojalata, Grass relata que su propia madre no le dijo nunca dónde ni cuántas veces la habían violado los rusos. "Sólo después de su muerte me enteré -y sólo de forma indirecta, a través de mi hermana- de que, para proteger a su hija, se había ofrecido a los soldados. No hubo palabras". La hermana de Grass se convirtió en monja y luego en partera. "La fe infantil que perdió ante la violencia de los soldados al final de la guerra, se había restablecido".

La fe del autor no se recupera. Admite que consideraba a la Waffen SS "una unidad de elite". Camuflándose una vez más en la tercera persona, Grass escribe: "Es probable que al muchacho, que se consideraba un hombre, lo que más le preocupara fuera la rama de servicio: si no lo destinaban a los submarinos, que ya casi habían desaparecido de los boletines radiales, entonces sería artillero de tanque". Luego admite: "Lo que había aceptado con el orgullo estúpido de la juventud, quise ocultarlo después de la guerra debido a un recurrente sentimiento de vergüenza. Pero el agobio persistía, y nadie podía mitigarlo". Del diario que perdió en la guerra sólo dice: "No es una pérdida fácil que pueda minimizarse: con frecuencia hizo que me sintiera perdido ante mí mismo".

Si bien Grass señala que "nunca observé por una mira, nunca toqué un gatillo y, por lo tanto, nunca disparé". Dice que el cambio de su uniforme de la Waffen SS, con "esos ornamentos" (la doble runa) en el cuello, por "una chaqueta común de la Wehrmacht" fue obra de un soldado mayor que tomó bajo su protección a Grass -que tenía diecisiete años- y fue el primer "ángel de la guarda", si bien no el último, del futuro escritor. Pero el soldado que organizó el cambio de uniforme de Grass pierde ambas piernas y Grass resulta herido. "No emití sonido; me quedé ahí parado en mis pantalones empapados de orina, mirando las entrañas de un muchacho con el que había estado charlando momentos antes. La muerte parecía haber encogido su rostro redondo".

Es después de la guerra cuando el artista observa: "Todo el que haya visto no sólo cadáveres aislados sino cadáveres en pilas toma cada día como un regalo". Como prisionero de guerra, cuando le muestras imágenes de Bergen-Belsen, Grass se limita a decir: "No podía creerlo". Escribe: "Incredulidad primero, cuando las imágenes en blanco y negro de los campos de concentración me sobresaltaron; después, estupefacción".

A los dieciocho años, cuando los estadounidenses lo dejan en libertad, Grass confiesa aquí que no sentía culpa alguna. Se desliza una vez más hacia la tercera persona y se refiere al "cliente del mercado negro a la deriva que llevaba mi nombre". Habla de sus tres hambres: el común, la necesidad de comer (pasó hambre en el campo de prisioneros), "el deseo de amor carnal" y su hambre de arte ("ese deseo de conquistar todo con imágenes").

Sólo mucho después surge la necesidad de hablar. En Tel Aviv, en 1967, recuerda, "Tenía treinta y nueve años (...) y fama de alborotador, debido a mi tendencia a decir públicamente lo que se había barrido bajo la alfombra". El ir y venir entre ocultamiento y revelación hace que Pelando la cebolla resulte fascinante y ardua. "Yo, el muchacho de la guerra, consumido y por lo tanto inexorablemente unido a la contradicción", se describe. "Todo lo que tuviera algún tufillo nacional me resultaba repugnante".



«sLos que lo critican deberían sentirse avergonzados«r



Cerca del final del libro, Grass declara abiertamente: "Practiqué el arte de la evasión". Lo más sobrecogedor de esta autobiografía es la honestidad de Grass respecto de su deshonestidad. Desde "Mi propia existencia y las concomitantes cuestiones existenciales me absorbían por completo, y la política cotidiana no podía importarme menos", has ta "Debo admitir que tengo un problema con el tiempo: muchas cosas que tuvieron un comienzo o un final precisos no me quedaron registradas hasta mucho después".

A lo largo del libro se suceden los orígenes, las fuentes reales, de detalles que los lectores recordarán de las novelas de Grass. La referencia a Oskar Matzerath, que "consiguió un trabajo de modelo", tiene para mí un significado especial. También está la aparición (en una pequeña ciudad de Suiza) de "un niño de unos tres años de edad (...) con un tambor de hojalata colgado del cuello" -que basta para que los lectores de El tambor de hojalata sientan escalofríos- o esta observación: "Uno nunca sabe qué es lo que va a convertirse en un libro".

Es la certidumbre moral, la rendición de cuentas, lo que hace que esta autobiografía tenga tanta resonancia. Los primeros amores, la primera esposa y todo lo que lleva a la escritura de su primera novela; todo eso está presente pero, como siempre, Grass da lo mejor de sí cuando se trata con rigor: "Incluso si un autor termina por volverse dependiente de los personajes que crea, debe responder por sus actos y sus errores".

Si bien la autobiografía termina en forma abrupta con la publicación de El tambor de hojalata en el otoño de 1959, cuando el joven novelista y su mujer fueron a la Feria del Libro de Francfort y bailaron "hasta la mañana", cuesta pensar que habrá una continuación. Grass encuentra una forma elocuente de ponerle fin: "de ahí en más viví de página en página y entre un libro y otro, mi mundo interior aún rico en personajes. Pero no tengo cebolla para hablar de todo eso, ni deseos de hacerlo".

En agosto leí en Spiegel Online las reflexiones de un ex miembro de la Waffen SS llamado Edmund Zalewski, que había llevado a cabo una investigación propia al enterarse de la revelación de Grass. (Ninguna de las personas con las que habló Zalewski recordaba a Günter Grass.) Después de la guerra, Zalewski "nunca perdió contacto" con sus ex colegas de la SS. Sigue siendo secretario de la Fraternidad de Frundsberg, un grupo de veteranos cuyos integrantes se reúnen todos los años en distintos lugares que tuvieron importancia durante la guerra. "A esta altura quedamos sesenta compañeros", declaró Zalewski. "Antes era diferente, por supuesto, pero ahora todos tenemos por lo menos ochenta años".

¡Grass sigue sintiéndose culpable por haber integrado la Waffen SS a los diecisiete años mientras algunos de sus compañeros soldados mayores de la división de tanques de Frundsberg asisten a reuniones! Sin embargo, el crítico más egregio de Grass -Christopher Hitchens, en Slate- lo califica de "charlatán y farsante, y también hipócrita". Son los que critican a Grass con cobardía -el fatuo de Hitchens entre ellos- los que deberían sentirse avergonzados.

Este otoño Günter Grass cumplirá ochenta años. Habrá celebraciones en toda Alemania. Ya me enteré de una en Göttingen y otra en Lübeck. Pienso ir a la fiesta de Göttingen, si es que no voy también a la de Lübeck.

La dedicatoria de Pelando la cebolla reza: "Dedicado a todos aquellos de quienes aprendí". En mi opinión, todo escritor que haya leído a Günter Grass está en deuda con él. Sé que yo lo estoy.

«6(c) The New York Times y Clarín

Traducción de Joaquín Ibarburu

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