jueves, 2 de diciembre de 2010

La embajada de los EE UU maneja a un “grupo de periodistas cautivos”




En 2007, cuando estalló el affaire de Antonini Wilson, el embajador Earl Wayne admitió haber acudido a ellos para montar una operación de distensión. Qué otras cosas dicen los cables que no publican los medios tradicionales.
  Impresiona ver cómo los documentos reservados del Departamento de Estado que publicó WikiLeaks se transformaron, de la noche a la mañana, en el oráculo de la política local. No importa que 180 mil de los 250 mil papers secretos hablen del conflicto en Medio Oriente. No importa que la principal víctima del escándalo sea el propio Barack Obama, que planteó algunas tibias diferencias con la agenda conservadora del complejo militar-industrial de su país. Nada de eso importa. Interesa acá, por sobre todas las cosas, mencionar el supuesto colon irritable de Néstor Kirchner y la pasión de Cristina por los shoppings. O la opinión de Sergio Massa y Alberto Fernández, dos expulsados del paraíso kirchnerista, precisamente por opinar como opinan, en público y en privado. O los supuestos consejos de Aníbal Fernández a Daniel Scioli para que no se meta con el narcotráfico, aunque el mismo cable desclasificado aclare que las versiones corresponden “a informes de inteligencia y periodísticos no confiables”. Da lo mismo confundir la firmeza diplomática argentina para recuperar las Malvinas con un rebrote de la fiebre militarista. Cristina es Galtieri, y viceversa. Es igual el Ejército y una dictadura que la jefa de Estado de una democracia. Todo tiene sabor a poco, cuando no a viejo, pero se lo presenta con la fuerza de una novedad. Que no existe.
Los dos diarios tradicionales de mayor tiraje, Clarín y La Nación –en una sociedad editorial que ya se refleja de modo obvio en sus títulos de tapa–, hacen un abordaje de chismes a lo Intrusos en el espectáculo que, en el mejor de los casos, estaban destinados a nutrir las legendarias Charlas de Quincho, del inefable Julio Ramos; o las tapas de la revista Noticias, de Jorge Fontevecchia.
Una lectura tranquila de los materiales, sin embargo, permite descubrir los límites de esa misma prensa cartelizada cuando quedan expuestas sus intencionalidades. En el cable confidencial 1311, remitido desde Buenos Aires al Departamento de Comercio de los Estados Unidos –fechado el 31 de diciembre de 2009–, la embajadora Vilma Martínez eleva una síntesis del incidente generado entre ambos gobiernos por las declaraciones del secretario de Asuntos Latinoamericanos, Arturo Valenzuela, ante una docena de periodistas locales, el 16 de diciembre. Escribió Martínez: “A pesar de la amplia gama de temas abordados por Valenzuela (en esa reunión), los medios de comunicación argentinos se concentraron exclusivamente en su observación sobre la preocupación de la comunidad empresarial estadounidense por la inseguridad jurídica y la gestión económica local.”. La embajadora, sorprendida, relató: “Como ejemplo de la naturaleza sensacionalista de gran parte del periodismo, el diario La Nación tituló el 17 de diciembre ‘Crecen los cruces con EE UU por la advertencia de inseguridad jurídica en el país’ y el 18 de diciembre ‘Protesta ante EE UU por las críticas del enviado de Obama’.” Hay un dato que se le escapó a Martínez: el domingo 16, Joaquín Morales Solá publicó su habitual columna dominical, bajo el siguiente título: “El peor momento en décadas de la relación con Washington”. Los reales beneficiarios de aquel incidente entre los EE UU y la Argentina aparecen también en el cable remitido por la embajadora: los integrantes de la AmCham (la Cámara de Comercio Argentino Estadounidense). Ni los Estados intervinientes, ni los lectores de La Nación, ni el derecho a la comunicación. A veces, una operación periodística puede confundirse con “sensacionalismo de prensa”, pero no deja de ser una operación, lisa y llana.
El cable confidencial 2345, del 14 de diciembre de 2007, remitido por el entonces embajador Earl Wayne al Departamento de Justicia, al FBI y al Consejo Nacional de Seguridad, en Washington, es otra muestra de la manipulación. En él se habla sobre el affaire de Antonini Wilson. Es maravilloso. Ubiquemos el contexto: primera semana de Cristina en el poder. El 12 de diciembre, el FBI presentó una acusación formal ante una corte de Miami, contra agentes venezolanos que habrían ocultado que la valija con U$S 800 mil era para financiar la candidatura oficial. Si bien en la acusación no figuraba el nombre de la presidenta, el fiscal Tom Mulvihill, dijo que la plata era “para ayudar a la campaña de Cristina Kirchner”. La Nación, el 13 de diciembre, tituló: “Según el FBI, la valija de Antonini era para la campaña de Cristina Kirchner”. La réplica del gobierno argentino no se hizo esperar. Denunció una operación de inteligencia de los Estados Unidos contra la Argentina. Los ánimos estaban muy caldeados. El cable de Wayne refleja el interés de Washington por bajarle el tono a la disputa, explicando que en los EE UU la justicia es independiente del poder político. Ese era el eje a imponer. El apartado lleva un encabezado gracioso: “El imperio contrataca: respuesta de la misión”. Escribió el divertido Waine: “Lo que comenzó con un día negro para la imagen de los EE UU en Argentina –con titulares llenos de ataques de CFK y otros acerca de nuestras supuestas oscuras intenciones– se termina de modo más optimista, ya que el trabajo de los departamentos de Estado, de Justicia y el FBI para revisar y aprobar nuestro proyecto de orientación sobre el tema nos permitió llevar nuestra historia a un grupo cautivo de periodistas argentinos.” Digamos que Waine logró su cometido a medias. El sábado 15, La Nación tituló “EE UU se despega del caso Antonini” y en su bajada reflejó: “El embajador Waine aclaró que Washington no tiene que ver con la investigación; defendió la independencia judicial”. El eje previsto. Tres días más tarde, Andrés Oppenheimer, de La Nación y The Miami Herald, hizo lo suyo con su columna: “La gratuita pelea de la Casa Rosada con EE UU”. Allí escribió: “En lugar de aplaudir la investigación del Departamento de Justicia norteamericano y resaltar que la acusación en ningún momento sugiere que ella (Cristina) o algunos de sus colaboradores estaban al tanto de las contribuciones venezolanas…” Paños fríos: con reproche, pero paños fríos. Lo más llamativo, lo que seguramente no saldrá publicado en otro diario que no sea Tiempo Argentino, es que ahora se sabe que la Embajada de los EE UU tiene “un grupo de periodistas cautivos”, que actúa en sociedad con ella para resolver sus problemas diplomáticos. Sería bueno conocer sus nombres. ¿Habrá que esperar una próxima entrega de WikiLeaks?
Hay más. En el cable confidencial 827, del 15 de julio de 2009, producido por Tom Kelly –a cargo de la oficina diplomática en Buenos Aires, por ese entonces–, y dirigido a la Oficina de Asuntos Hemisféricos, el Consejo de Seguridad Nacional y el Departamento del Tesoro, se destaca un párrafo hasta ahora omitido por el sistema tradicional de medios. Es el que manifiesta la preocupación de los EE UU por el creciente giro a la izquierda del gobierno de Cristina Kirchner. Kelly escribió: “La diputada kirchnerista Patricia Vaca Narvaja envió recientemente una carta a Nancy Pelosi (demócrata, presidenta de la Cámara de Representantes) pidiendo que Estados Unidos desclasifique toda la información disponible sobre la dictadura militar argentina. El gobierno de Kirchner ha manifestado una recurrente obsesión por volver a pelear la ‘Dirty War’ (Guerra Sucia) de los años ’70 y principio de los ’80, este pedido puede ser el preludio de otra ofensiva retórica contra el gobierno de los EE UU por su apoyo a los regímenes militares de la región.” El veredicto de Kelly tiene algo de humor: “Red Dawn. Unlikely”, escribió debajo. Se trata de una película (Amanecer rojo) de 1984, dirigida por John Milius, ambientada en 1980. La trama es simple: la URSS y un grupo de aliados latinoamericanos invaden los EE UU. Es el comienzo de la Tercera Guerra Mundial. Por suerte, Kelly agregó, luego de su alusión al filme, la definición “unlikely”, es decir, “poco probable”. La ironía no es sólo patrimonio de los británicos.
Un capítulo aparte merece la construcción de cierto relato canalla de la embajada estadounidense sobre nuestro país. Buena parte de sus fuentes provienen del “grupo de periodistas cautivos”, al que se alude en el cable 2345, de Wayne. Es pura retroalimentación: estos periodistas transcriben los asuntos mirados desde AmCham y luego, los diplomáticos estadounidenses, con la información ya legitimada porque se publicó en los diarios tradicionales, la levantan y la envían a Washington como “asunto confidencial y secreto”. Un circuito cerrado, en general, de malas o pésimas noticias, si se tiene en cuenta la crispación de los medios, donde esos periodistas trabajan, con el gobierno K.
También hay funcionarios oficiales, ex funcionarios oficiales y opositores que le dan letra a la embajada, de modo alegre, con cierto morbo cipayo, ese que asquea a “los nacionales”, como se definía con orgullo Arturo Jauretche.
Hacen recordar a esos viejos unitarios que, en su pelea contra Juan Manuel de Rosas, hablaban pestes de él y su gobierno a sus amigos franceses e ingleses.
Se ve que algunos llevan 150 años sin entender nada.
Nada de nada.<
Con la colaboración
de Clara Encabo.

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