sábado, 22 de septiembre de 2007

La tuberculosis y sus discursos

La tuberculosis y sus discursos


El autor de "La ciudad impura", el historiador Diego Armus, lee la tuberculosis en clave social y encuentra allí los vínculos con la inmigración, las artes, los proyectos políticos y la modernidad en la Argentina.






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EDUARDO POGORILES epogoriles@clarin.com.

Ciertas enfermedades convocan fantasmas de una sociedad y de un tiempo dado. Es lo que ocurrió con la tuberculosis en tiempos de la construcción de la modernidad argentina, tema de La ciudad impura: salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870-1950 del historiador Diego Armus. La enfermedad fue entonces un revelador de conductas y miedos sociales en el momento de la gran inmigración que cambió a Buenos Aires para siempre. Aquí se entrecruzaron las artes y las ciencias de la época, los proyectos políticos de país, las cuestiones de vivienda, sexualidad, políticas de salud, los medios de comunicación. En esta sutil "ventana" social que es la tuberculosis, Armus lee las claves de una etapa argentina.

-¿Por qué ocuparse hoy de la tuberculosis y sus fantasmas?

-Sabemos que hay un rebrote de tuberculosis, en Argentina y en otros países. Es cierto que hoy ya nadie muere como antes, no hay ahora incertidumbre biomédica, se sabe qué hacer, aunque las estrategias para combatir estas cepas del bacilo de la tuberculosis son costosas. No escribí una historia de la salud pública y mi libro no quiere incidir en las políticas de salud actuales. Pero me encantaría que lo leyeran los especialistas y vieran que aquel pasado puede abrir una ventana hacia la complejidad de las relaciones entre individuo, sociedad y enfermedad.

-¿Por qué la historia de las enfermedades es actualmente un campo tan vivo?

-Esto viene al menos de la década de 1970 en Europa y en Estados Unidos. Existen libros parecidos al mío para la historia de la tuberculosis en Londres, Nueva York y otras ciudades. Veo tres estilos en el desarrollo de esta historiografía. Unos discuten la enfermedad desde la historia biomédica, contextualizando la historia del bacilo, la vacuna, el antibiótico. Otros trabajan la historia de la salud pública, muy interesada en reconstruir la historia de las instituciones y las políticas sanitarias. Un tercer enfoque, en el que me incluyo, es el de la historia sociocultural de la enfermedad: la tuberculosis es una ventana para ver la llegada de la modernidad.

-¿Por qué dice que la tuberculosis es más que un bacilo?

-Es que me ocupo de todas aquellas metáforas, discursos, políticas y experiencias de la vida de las personas relacionadas con esta enfermedad. En ese sentido, es más que un bacilo, porque la tuberculosis aparece en el tango, en la prensa masiva, en la literatura, en las preocupaciones de los políticos, en la vida cotidiana.

-Entonces, la suya es una historia de tiempos largos...

- Claro, no es historia política, es la historia de una continuidad con pocas rupturas. Y esa continuidad tiene que ver con que, durante décadas, no se descubren medicamentos eficaces. Como ocurre ahora con el sida, había incertidumbres biomédicas y eso convocó muchos temores, apuestas, dudas. Esa zona de incertidumbre es lo que más me interesaba explorar. Todo fue lento con la tuberculosis: recién con los antibióticos, hacia 1947, hay un cambio, aunque para esa época ya había bajado la cantidad de enfermos en Buenos Aires.

-¿Por qué se habla primero de tisis y no de tuberculosis?

-En el siglo XIX se hablaba de la tisis, asociándola con el espíritu romántico. Se hablará de tuberculosis en el siglo XX al aceptarla como una enfermedad social. En las óperas de Verdi o Puccini se habla de tisis. El saber médico buscó explicaciones que hoy pueden parecernos absurdas: que era una enfermedad hereditaria, o que era propia de las sensibilidades refinadas. Otros vieron la relación con la pobreza y el hacinamiento. Encontré más de cien letras de tango sobre el tema, pero la ironía es que mientras los tangueros se lamentan por las milonguitas y costureras que dan el mal paso y mueren tuberculosas, en la realidad la mayoría de los tuberculosos son hombres. Es una enfermedad que da para una pintura completa de Buenos Aires. Los tangueros feminizan la tuberculosis porque se sienten incómodos ante el cambio en las relaciones de género, signo de la modernidad. Otro indicio es la racialización de la tuberculosis -es el momento de auge de la inmigración- y eso habla de los prejuicios contra aquellos que supuestamente estarían predispuestos a enfermarse -los gallegos, los indios apresados por Roca- y aquellos que no.

-¿Qué decían los intelectuales?

-Hacia 1880 estamos en el momento de construcción del Estado nacional y cuando se controlan las enfermedades epidémicas -tifoidea, cólera, viruela- la tuberculosis atrae la atención. Se la ve como una enfermedad que destruye los esfuerzos para crear la así llamada "raza argentina". Hay discursos variados: Bunge celebra la tuberculosis porque cree que mata a los débiles; Wilde alerta contra los abusos del higienismo; Sarmiento quiere un "pulmón verde" en Palermo. Luego llegarán los médicos socialistas como Justo y Repetto.

-¿Aparece el médico social?

-La figura paradigmática es Emilio Coni, un médico higienista que no hace carrera política pero construye las primeras instituciones de asistencia, como la Liga Argentina contra la Tuberculosis. Gregorio Aráoz Alfaro y luego Antonio Cetrángolo, son fundamentales. Todos estos médicos articulan el discurso más fuerte, dicen que hay un problema que se resuelve mejorando las condiciones de vida, saben que aún no hay medicamentos eficaces.

-¿Los enfermos se resignaban?

-Algunos sí, otros no. En esa pelea transitan distintos itinerarios terapéuticos. Si estoy enfermo, intento curarme en casa hasta que veo que no es eficaz. Entonces salgo al "mercado": voy al farmacéutico, al curandero del barrio, al hospital, al médico particular. Por eso es clave el momento en que se arman las redes de atención y aparecen los sanatorios en las sierras de Córdoba.

-También hay relatos clásicos de esa vida, como "La montaña mágica" de Thomas Mann...

-Desde el siglo XVIII en Europa se pensaba en la cura de descanso en un ambiente de aire puro y buenas comidas. En este sentido, la tuberculosis fue tema de nuestras artes: desde relatos como En la sangre, de Eugenio Cambaceres, hasta los poemas de Evaristo Carriego y las películas de José A. Ferreyra sobre la noche porteña y la figura de la milonguita, o la obra teatral de Florencio Sánchez Los derechos de la salud, Arlt con Ester Primavera, Onetti con Los adioses, Puig con Boquitas pintadas. Cuando Puig escribe, ya existen los antibióticos, pero él hace un trabajo excepcional recreando ese momento -los años 30- en que había grandes dudas médicas.

-Hasta que se impone la vacuna BCG y se controla la enfermedad, hay historias como la de la vacuna Pueyo o la "cruzada" antituberculosa de 1935. ¿Qué hay de revelador en esas historias?

-Incluso la BCG es criticada hasta entrada la década de 1940. El caso de Jesús Pueyo y su vacuna me interesó porque él -un oscuro microbiólogo de la Facultad de Medicina- se enfrenta al establishment médico y se monta en los medios de difusión modernos transformando eso en un movimiento social. Los enfermos salen a la calle a pedir por el derecho a esta vacuna. La "cruzada" de 1935 está mostrando que se ha instalado en la sociedad lo que llamo la cultura higiénica. Entre otras cosas, ésta nos convencerá de que no es higiénico escupir en el suelo y que para dar vuelta la página de un libro no hay que mojarlo con saliva.

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