jueves, 6 de septiembre de 2007

TEXTO DE EVA GIBERTI EN RELACION CON EL FALLECIMIENTO DE SILVIA BLEICHMAR

TEXTO DE EVA GIBERTI EN RELACION CON EL FALLECIMIENTO DE SILVIA BLEICHMAR

“Es necesario intentar algo distinto”

“En algún sentido, Silvia imaginó que en estos tiempos se vive un combate semejante al que debió librar Freud cuando decidió poner en crisis a la ciencia positivista de su época”, dijo Eva Giberti en la presentación de un libro de Silvia Bleichmar, quien murió el 15 de agosto pasado.


Por Eva Giberti *

En el primer capítulo de La subjetividad en riesgo, en el cual Silvia Bleichmar anuncia un modo de pensar nuestro tiempo, se ocupa de recordar de qué tradiciones intelectuales provenimos, quiénes fueron nuestros padres. Padres que han muerto pero igualmente somos hijos de nuestras representaciones interiores de aquellos que nos engendraron.

Si bien es cierto que los padres han muerto, si bien es cierto que tanto la escuela de Frankfurt como la filosofía sartreana hoy parecen restos arqueológicos, también es cierto que hay mejores y peores formas de morir. Los padres –padres intelectuales y de los otros– mueren mejor o peor. Los padres de estos sobrevivientes que nosotros somos tienen el raro mérito de haber muerto bien, y eso ayuda porque nunca ayudan muertes o finales de los cuales avergonzarse.

No sólo fueron buenos padres, encima supieron morir. La hidalguía de la muerte noble, ya sea la de un torturado que resiste, ya sea la de una tradición ideológica, que “produce” (o hace posible) hijos que se pueden preguntar acerca de su condición de sobrevivientes, que se pueden problematizar el problema del ser y que pueden admitir, como proponía Sartre, que hay una diferencia entre forma de estar y forma de ser.

Desde ese punto de vista, el problema del sobreviviente se reduce a la pregunta “¿y ahora qué hago con esto?”. En donde “esto” es la vida. Nada más. Como el que descubre un tesoro que nunca buscó, como el que recibe una herencia inesperada, el sobreviviente se pregunta qué hacer con semejante sorpresa donde se refugian aquellas representaciones de quienes nos engendraron. Para el sobreviviente, la vida es una sorpresa. No un milagro sino una sorpresa.

El milagro paraliza ante el poder de Dios o del azar. La sorpresa, en cambio, nos pone ante el poder humano. Y por lo tanto, ante las posibilidades del ser humano. Se sobrevive por empecinamiento, por conjuntos de razones inescrutables, por tantos motivos complejos. A veces nunca llegan a saberse. A veces son intolerables.

Pero, sea como fuere, el sobreviviente (generación o individuo) sabe que debe ser “respetable para que su voz se oiga y para que su memoria se conserve, para que no todo desaparezca”. Hay alguna responsabilidad comprometida en ello.

La respetabilidad, según Silvia, no se reduce a pagar los impuestos y ser buenos padres de familia. Ser respetable, además, es vivir para provocar –provocar para que nuestras ideas mejoren, para que no nos conformemos, para que, en fin, seamos capaces de vivir como los padres murieron (lo cual nos recuerda aquella poesía sobre el Che, cito de memoria, que decía algo así como “quiero morir como tú has muerto/ para vivir como tú vives”).

Qué hacer para
estar –hoy– a la
altura de Freud

Y por ahí pasa uno de los grandes problemas del mundo psi según Silvia. Cómo y qué hacer, en las condiciones críticas de hoy, para ser freudianos a la altura de Freud. Qué puede y qué debe hacer un psicoanalista, en este mundo ruinoso que nos toca, para seguir siendo freudianos, esto es, para seguir siendo dignos de la pertenencia a una tradición humanista, crítica, autónoma y solidaria.

La pregunta no es privativa del mundo psi. Ni siquiera es una pregunta argentina. Se trata, más bien, de la clase de preguntas que se hacen los intelectuales en tiempos de crisis.

Hace 35 años hubo un grupo de psicoanalistas que también protagonizaron una crisis y que también se formularon algunas de las grandes preguntas. Los padres buenos, los mejores padres, quizá sean los padres de las grandes preguntas, y no los de las grandes respuestas.

Hace 35 años también se vivió una crisis, pero de otro tipo. (Siempre las crisis son de otro tipo, no vale la pena abundar en eso.) Y para hacerle frente se hicieron cuestionamientos, se cuestionaron y cuestionaron a los demás, y se plantaron nuevas bases, plataformas y trampolines para asaltar el cielo, el futuro y la salud mental, todo a la vez.

Silvia sube la apuesta. Quiere ir más allá, lo cual, en ese sentido, es fiel a aquella tradición. Quiere ir más allá de los padres cuestionadores y proponer una nueva plataforma. Aquella vez se cuestionó la relación psicoanálisis/política, la relación del psicoanálisis con sus instituciones y el papel del psicoanalista en la sociedad.

S. B. no abandona esa línea de trabajo pero agrega el cuestionamiento a la teoría misma. A ningún cuestionador de los ’60/’70 se le hubiera ocurrido poner en tela de juicio algunos de los grandes paradigmas oficiales de la teoría. S. B. lo hace. Este es un paso más allá. (...)

En algún sentido Silvia imagina que en estos tiempos se vive un combate semejante al que debió librar Freud cuando decidió poner en crisis a la ciencia positivista de su época enarbolando la idea de un extraño objeto de estudio, el inconsciente, que nadie pudo medir en un laboratorio y que nadie pudo despedazar en un quirófano. Hoy el combate tiene un perfil semejante, por momentos hasta un tono épico frente a un adversario que se presenta ante el mundo con el aval del prestigio, real o imaginario, de la ciencia del siglo XXI, por un lado, y con el respaldo del poder económico de la industria (biotecnología, farmacología, etc.) por el otro.

Adolescencia

En Tiempos difíciles... la autora se pregunta “qué resta de la adolescencia como período en el cual ya han culminado las tareas de la infancia... categoría que alude al tiempo en el cual se despliegan los modos de definición que llevan a la asunción más o menos estable de la identidad sexual y a la recomposición de las formas de la identificación...”.

Desde este punto de vista la adolescencia se le presenta como “un tiempo abierto a la resignificación y a la producción de dos tipos de procesos de recomposición psíquica: aquellos que determinan los modos de concreción de las tareas vinculadas con la sexualidad, por una parte, y los que remiten a la deconstrucción de las propuestas originarias y a la reformulación de ideales...”

Respecto de la sexualidad le parece obvio que la dirección no es del todo clara todavía pero que “algunas transformaciones son evidentes”, como las pautas de iniciación sexual. Observa que se eclipsó la reificación de la virginidad en un mundo en el cual “las niñas se encaminan alegremente a sus primeras relaciones”.

Sin embargo, la relativización del valor virginidad no es una novedad de los adolescentes contemporáneos. Esa tarea fue desarrollada por sus padres y tíos mayores. El hippismo y los aire de cambio de los ’60 y ’70 cascotearon duro el rancho de la virginidad, que pasó a ocupar un lugar relativo desde entonces. (...)

En “Las formas de la realidad” aborda el problema de “la relación del aparato psíquico con la realidad, o el impacto de la realidad en la subjetividad”.

Acá se mete de lleno a cuestionar algunos fundamentos de la teoría freudiana a partir de la complejidad del encuentro o del vínculo entre el aparato psíquico y lo real, problema que, en última instancia, viene siendo discutido por la historia de la filosofía desde los orígenes hasta hoy –salvo la diferencia de la hipótesis del inconsciente propuesta por el freudismo–. Esta larga historia de debates e intercambios la llevaría a S. B. a componer otro volumen y está claro que aquí esta recopilando material, lo cual conduce a dejar de lado opciones que cuando se escribe un libro de entrada se maneja de otro modo.

Una debilidad del
enunciado freudiano

A su modo de ver, en la relación yo/realidad está “uno de los puntos más débiles de los enunciados freudianos” debido a su perspectiva dualista (sujeto-objeto según la teoría clásica del conocimiento). De acá en más abarca una serie de desarrollos entre epistemológicos y filosóficos que luego posterga para entrar en el problema de la relación entre el aparato psíquico y el exterior ahora “la realidad argentina –vale decir el conjunto de variables sociales, económicas y políticas que fundan y sostienen un campo representacional...”

Propone una diferenciación entre autoconservación y autopreservación y entonces comenta: “Se es hombre o mujer, católico o protestante, argentino o mexicano, hijo o hermano. Se es quiere decir que el yo queda articulado, en sus enunciados de base, a una red que determina su existencia como tal, y que cuando se rompe hace entrar en naufragio al conjunto del aparato y obliga a defensas extremas o conlleva desestructuraciones y restituciones que ya no retornan más a su forma originaria”.

La frase es muy buena. Toda una síntesis. Abre un buen campo de análisis.

A partir de ahí, ahora vamos al asunto, se mete con la incidencia de la realidad económica sobre el psiquismo. Estamos frente a una realidad, o relacionados con una situación económica, que “genera desesperación o desesperanza, dolor o furia homicida”.

El saqueo sufrido por el país rico a manos de sus corporaciones (la financiera y la política), la depredación, la “carencia de un pensamiento de respuesta”, dejan a sus habitantes “en estado inerme, melancolizados por su propia impotencia o desesperanzados por la ausencia de respuesta de la clase política a sus reclamos”.

En este segmento la autora propone una revalorización de la cultura. Es decir, propone una relación o una articulación dinámica, de influencias y condicionamientos mutuos entre economía, psicología y cultura, asunto al que muchos aluden pero al que pocos analizan en su profundidad y posibilidades. Esta valorización de la cultura es central en todo el libro. Siempre que habla de valores, de principios que proteger o que recuperar, está hablando de cultura. Y cultura es política. La política es parte (es parte central) de la cultura de cualquier sociedad. No lo dice así pero está por momentos implícito, por momentos muy a la vista aunque dicho con otras palabras.

El énfasis en la cultura desemboca en el problema del sujeto, tema al cual la autora dedica párrafos reiterados. Se trata de pensar la subjetividad sobrepasando el tema del sujeto ya que histórica, psicológica y filosóficamente contábamos con entrenamiento para pensar en ese sujeto. La crítica en general no sólo ha dejado espacios vacíos acerca de la relación sujeto/subjetividad, sino ha quedado demorada en el enfoque. S. B. avanza en este sentido poniendo a la vista el régimen del enunciado por una parte y por otra el enfrentamiento con las prácticas teóricas y las que convocan el trabajo, la vida social y familiar. Es en este punto cuando el tema de la alteridad ocupa tramos importantes del libro, Levinas mediante. Los procedimientos de subjetivación, que Silvia menciona, incluyen las condiciones de exclusión de la alteridad y reiteradamente la autora apela a la responsabilidad y aplicación de una ética capaz de revisar y reformular prácticas teóricas y comportamientos cotidianos.

Psi/situación
socioeconómica

El libro está atravesado por la problemática psi/situación socioeconómica/cultura. Por acá pasa la parte más fecunda de sus reflexiones. Pendiente para un próximo texto, la práctica de los seres humanos en esta relación que si bien no aparece escrita en este texto está sin embargo sostenida por la praxis de la cotidianidad en la que la autora evidenció en más de una oportunidad el lugar que le otorga a la práctica del sujeto, siendo ella misma la sujeto. Silvia no cree que los sujetos sean puras víctimas de un sistema social perverso, más allá de la situación de catástrofe generalizada.

Si bien el hambre sin proyecto, sin participación, se vuelve desesperación. El hambre a secas duele en la panza. El hambre argentino duerme también en el corazón. (Y en el aparato psíquico, por ende.)

Pero el proyecto, el futuro, la construcción de lo posible, la construcción que limitará los alcances del hambre sólo al estómago, es un proceso que incluye al hambriento y eso la autora lo sabe, de allí que con frecuencia se refiera al compromiso político y moral en general de la gente y en este caso de los psicoanalistas. Les dice a los psi que tienen deberes que cumplir y tradiciones en las cuales nutrirse (...)

Su énfasis en las tradiciones éticas supervivientes y salvavidas es tan fuerte que podría quedar como un sobreentendido, como un implícito cómplice entre el lector avisado y la autora, que se referiría a las tradiciones militantes de los ’70. Si así fuera –y creo que así ella lo desearía– entonces estaría implicando que se debería apoyar la recuperación del campo psi en la tradición de la ética del compromiso, la solidaridad y la dedicación desinteresada por el otro, a la vez que en la preocupación por el problema de la organización y la acumulación de poder para poder cambiar algo, para que los esfuerzos no queden en las puras buenas intenciones sino que produzcan resultados en términos de eficacia política, que es donde habrían estado las principales limitaciones de aquellas tradiciones de las cuales nutrirse.

En Acerca del malestar sobrante vuelve sobre algunas ideas de Marcuse, que por lo menos estaba, o pasado de moda, o descuidado en el olvido. Volver sobre los próceres críticos no es malo. Al contrario.

El centro de su retorno a Marcuse consiste, en lo fundamental, en que es necesario realizar un proceso de actualización teórica. A veces las actualizaciones teóricas deben realizarse a partir de los muertos vivos.

Este proceso de actualización se refiere a que después del apogeo reaccionario del neoliberalismo, después de esa especie de revolución retrógrada simbolizada en Margaret Thatcher ayer, en Bush hoy, es necesario actualizar categorías capaces de dar cuenta del funcionamiento del capitalismo y sus consecuencias sobre la sociedad (la mayor parte de la cual es su víctima).

Ella no lo dice así, pero en síntesis se trata de lo siguiente: sabíamos que al capitalismo moderno se le correspondía una cuota básica de represión y violencia (de diversos tipos). Pero a esta especie de capitalismo salvaje que se adueñó del mundo en los últimos 20 años, le corresponde algo más, algo diferente. Ya no se trata de aquella cuota básica y conocida de represión y violencia (y sus consecuencias), sino de un nivel de superior, más sofisticado, más cruel y destructivo, no sólo por su capacidad de transformar la sociedad en su base material y en su superestructura, sino además, por su capacidad para producir alteraciones y consecuencias inéditas en el aparato psíquico de los integrantes de las sociedades afectadas. Y en este punto es muy probable que tenga razón, es muy probable que esté queriendo decir que no estábamos preparados para esto, que esto nos agarró mal parados y que tenemos que ponerlos a la altura del problema que nos planteó la ofensiva del gran capital financiero internacional.

Para expresarlo se apoya en un texto de Bobbio acerca de la vejez. Y redondea: “Somos parte de un continente que ha sido arrastrado a la vejez prematura, cuando aún no había realizado las tareas de la juventud, y es en razón de ello que nos vemos invadidos por la desesperanza, la cual toma la forma, en muchos casos, no de la depresión sino de la apatía, del desinterés”.

Esa idea la subleva a ella misma. Esta vejez prematura la altera y la indigna. Quiere que no sea así. Por eso agrega después “los maestros no pueden darse el lujo de ser viejos: la enseñanza, la transmisión del psicoanálisis, sólo puede ejercerse en el marco de un recorrido que permita repensar los propios callejones sin salida”.

La salida, entonces (y no se limita al mundo psi) pasa por la actitud a la vez severa y crítica, a la vez rigurosa (sobre todo desde lo epistemológico) y cuestionadora (hasta donde sea necesario).

La apatía, diría, el desinterés, diría, si fueran taras, si fueran patalogías, entonces se curan con pasión crítica y con pasión de estudio.

En “Norma, autoridad y ley” dice:

“Lo que fue experiencia en una generación bien puede devenir fantasma en la siguiente” debido a que no hay experiencia en estado puro. “Lo vivido sólo puede ser capturado por el sistema representacional que sostiene al sujeto.” No se puede constituir una moral sino “con referencia al otro”. Tales las bases para concluir: “La homologación entre Ley y Padre no sólo es ideológicamente infeliz sino teóricamente insostenible”. De ahí “graves consecuencias en la práctica que consiste en confundir al padre real con la función paterna”. “...autoridad y ley deben ser claramente diferenciadas...” El olvido de estas diferencias tiene graves consecuencias en la práctica teórica y clínica del mundo psi.

Obviamente, si la autora reivindica tradiciones anteriores en las cuales apoyarnos, está hablando en el terreno de la memoria. Eso es claro.

Al analizar “Ley/Padre”, “moral con referencia a otro”, “experiencia de unos y fantasmas de otros”, no hace intervenir explícitamente a la memoria como experiencia del presente, porque se descuenta que la memoria incluye los olvidos tanto como los recuerdos. Sabemos que el poder trabaja sobre o hacia la memoria o con relación a la memoria. Que valora el poder de la memoria y que teme a ese poder. Entonces, al hablar de la transmisión, del pasaje de valores de una generación a otra, de experiencias de unos que se vuelven fantasmas para otros, cabe recordar el poder de la memoria como parte de las preocupaciones actuales del mundo teórico psi, y particularmente en nuestro país.

En Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre menciona el método analítico como al pasar.

Y propone leer a Freud desde una triple perspectiva: “problemática, histórica y crítica”. Cuando Silvia propone leer de modo analítico en aquella triple perspectiva, está proponiendo que pongamos ciertas cosas en su lugar, lo cual le haría muy bien a Sigmund. Dado que existen quienes parecerían creer que siempre hemos pensado con el freudismo a cuestas, como si fuera parte natural de la cultura moderna, como si no fuera una ruptura, una puesta en crisis de la epistemología y como si no fuera, a la vez, un producto de época.

Por ejemplo, buena parte de las observaciones de Silvia acerca del errado lugar y de la equivocada función que se le asignaría a la teoría del complejo de Edipo, están apoyadas en la creencia de que Freud había hecho un gran descubrimiento acerca de la obra de Sófocles.

Pero en realidad, él nunca analizó el texto de Sófocles ni le hizo aporte alguno a la dramaturgia. En cambio, hizo un descubrimiento extraordinario acerca del espectador. No escribió sobre el personaje de la obra. Escribió sobre su público. Explicó nuestra cabeza, no la cabeza (inexistente) de un personaje.

No son simples malas lecturas, sino lecturas perezosas de un autor que reclama lo mejor del lector.

Sólo en ese marco se puede entender la frase de Silvia: “No se trata de descartar algo como erróneo en sí mismo (al leer bien a Freud aclaro) sino de recuperar el movimiento que lo hace desembocar en una vía errada para, desde allí, rehacerlo”.

Varios de los comentarios generales (así como puntuales por capítulos) que vengo haciendo salieron de algunas de las ideas en “Límites y excesos del concepto de subjetividad en psicoanálisis”, posiblemente el más interesante de todos. La autora propone su énfasis –difícil de digerir para la tradición psicoanalítica– en polemizar alrededor de la idea del inconsciente imaginado como un otro yo, como un auténtico “sujeto” que está adentro de uno pero a la vez más allá de uno mismo, como una divinidad capaz de estar adentro/afuera al mismo tiempo, lo cual es propio del don de la bilocación del Dios monoteísta así como de la diversificación de las tradiciones politeístas.

Para los griegos –aquéllos– los dioses existían, pero era necesario ponerlos en su lugar. Ese lugar y esa función, esa dinámica, es la dinámica y el lugar de una materialidad misteriosa pero reconocible y estudiable. Un ambiente lógico en el cual no hay un sujeto intencional sino un pensamiento anterior del cual el sujeto puede apropiarse en su ejercicio de la libertad y la conciencia. Con lo cual no estoy proponiendo que las divinidades antiguas son un equivalente del inconsciente, sino que la posibilidad de un pensamiento sin sujeto no es ajena a nuestra cultura, que es la única en la cual Freud pudo pensar sus grandes descubrimientos.

Este capítulo me provocó una imagen fuerte. Me recordó la analogía de la caverna del Libro 7 de La República de Platón y sus conexos.

Más allá de la analogía base de la cueva que encierra al hombre genérico que sufre esa especie de tortícolis antropológica, deberíamos recordar que: si este pobre tipo con el cuello duro cuenta a) con suficiente amor por el conocimiento, b) pasión y c) un maestro que lo guíe, entonces podrá poco a poco girar el pescuezo, conocerá los conceptos de la técnica primero, los principios de la ciencia después y por fin podrá ver la verdad y acceder al saber filosófico, la verdad y lo real.

Tal como ve las cosas Silvia, es claro que si el hombre es el paciente y el maestro el psicoanalista, entonces los dos no están preparados para verse cara a cara con la verdad. Uno girará el cuello y quedará deslumbrado. El otro posiblemente atónito y aturdido. Tal como están las cosas en la teoría y en la práctica clínica, tanto el paciente como el terapeuta están en un problema. El paciente quiere ver, pero fue afectado por un mundo que incidió sobre él de maneras inéditas e impensadas por el freudismo. El terapeuta quiere acompañarlo en ese proceso, sabe hacia dónde orientarlo para que vea la luz, pero carece de herramientas teóricas actualizadas capaces de descomponer y comprender la luz de la catástrofe que incide sobre el paciente. Ambos tienen lo necesario, pero ninguno lo suficiente.

Dejar a ambos protagonistas sin saber qué hacer, y dándose cuenta de que algo distinto es necesario intentar, tanto en el campo psi cuanto en otros campos propios de las éticas, aquellas impulsadas por la resistencia ciudadana ante lo intolerable, alcanza para promover la compra del libro.

* La presentación se realizó en la hospitalidad de la revista Topía, en La Cave, 2005.

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