martes, 9 de junio de 2009

El pato donald, la más popular creación de disney, cumple hoy 75 años

El pato donald, la más popular creación de disney, cumple hoy 75 años

La vida larga, cómica y casi feliz de un pato enojado

El personaje apareció por primera vez en 1934 y, desde entonces, se convirtió en mucho más que una imagen de merchandising. Los secretos de la vigencia y la popularidad de un tipo enojado al que no se le entiende una palabra.

Leonardo M. D’Espósito09.06.2009

Del dibujo a las 3D. Donald ha permanecido vigente y ya tiene, en televisión, su versión “con espesor”, que sigue fiel al diseño original de los años 30.

Los patos son animales bastante raros: el dibujo animado clásico norteamericano nos ha acostumbrado a que se parezcan más a nosotros que los ratones, los perros, los conejos (salvando Bugs Bunny, obviamente) y hasta los marinos musculosos. Quizás ése sea el secreto de la permanencia y la popularidad del Pato Donald, la criatura de Disney que cumple hoy 75 años. La primera aparición del personaje ocurrió en el corto en The Wise Little Hen (La gallinita sabia), un film de Disney en colores y sonoro de 1934. Ya tenía su traje marinero azul, su voz nasal e incomprensible y, salvo por un estilo un poco más “estirado”, el personaje estaba completo: junto con un cerdo llamado Pete, finge dolor de estómago para no ayudar a una gallina y a sus pollitos a plantar y cosechar maíz. Al final, claro, la mentira queda castigada. El personaje tuvo mucho éxito porque no sólo hablaba “gracioso” y a lo pato, sino también porque era la contracara exacta del optimista Mickey Mouse.

Mickey había conquistado al mundo rápidamente: de hecho, se lo puede considerar el primer ícono global de la cultura de masas. Nació casi con la Gran Depresión, en 1928. De ser un personaje travieso mutó, rápidamente, en un optimista colorido, en un bailarín sonriente, en un valiente e invencible duende que podía contra todos los males sin dejar de sonreír. Es decir, el personaje indicado cuando el mundo se hacía trizas. Pero Donald era otra cosa: sin ser malo del todo, representaba esa dimensión que nos hace fastidiar, la lucha contra el mundo de alguien que –como Lucas, su contrapartida en Warner– aspira a cosas por encima de sus capacidades. La gran diferencia entre Lucas y Donald es que Lucas primero fue un “loco” y después un ser mezquino y triste, solitario y envidioso. Donald siempre tuvo un costado enojoso, de ira fácil; siempre fue un personaje en busca de la pequeña ventaja, del dinero –siempre escaso–, de conquistar a su novia. Pero no era precisamente un tipo solitario: ahí estaban Daisy, sus sobrinos y algunos otros personajes episódicos en los cortos animados.

Donald era, pues, más humano. Por eso es que, durante la Segunda Guerra Mundial –y especialmente desde 1942– Donald le ganó en popularidad a Mickey. Eran tiempos de mayor realismo, de relajación en ciertas costumbres; tiempos donde Tex Avery mostraba chicas haciendo striptease en cortos con lobos libidinosos (Caperucita roja ardiente, 1942) y eso no despertaba las iras de padres, tutores o encargados. Tiempos de esfuerzo de guerra. Donald fue el protagonista de uno de los cortos más emblemáticos de la era, Der Fuehrer’s Face, donde el pobre pato vivía en Nutziland (todo tenía forma de esvástica) y sufría una pesadilla a lo Tiempos modernos en una fábrica de armas. El corto, aún cómico, cimentó la popularidad del personaje, que vivió varias peripecias bélicas y, además, era la cara de la propaganda Spirit of 43, donde explicaba por qué pagar impuestos (“los impuestos hunden al Eje”, decía con banderas estadounidenses de fondo).

Luego Donald comenzó a representar las angustias, las molestias y el humor de la era Eisenhower. Siempre corto de dinero, siempre intentando lidiar con las ardillas Chip y Dale o con sus sobrinos –que no pocas veces lo salvaban–, cuando no con la incipiente tecnología, reaccionaba con una bronca evidente, más allá de ser el único personaje de Disney con verdaderos problemas para comunicarse. Es cierto: Donald no era ni tan cómico ni tan cruel como el personaje típico de los competidores Looney Tunes, porque conservaba mucho del espíritu didáctico que animó a la firma Disney casi desde el principio. Pero fue, también, la segunda base de su fortuna: mientras los largos animados sufrieron un eclipse en los años 40, eran los cortos del pato los que generaban la mayor cantidad de ingresos para la empresa. Mickey iba en picada: el último corto cinematográfico del ratón fue The Simple Things (1953), mientras que Donald sobreviviría hasta 1965, cuando la Disney dejó de producir –en consonancia con la Warner, la MGM e incluso la Universal de Walter Lantz– cortometrajes animados para cine. También es cierto que la fama del pato tuvo que ver con haberse afianzado definitivamente como personaje de historietas gracias al dibujante y guionista Carl Barks, uno de los genios satíricos del noveno arte estadounidense, quien a partir de 1943 creó todo un universo de patos y, sobre todo, a Tío Rico McPato. Barks creaba historias largas, llenas de aventuras y peligros donde Donald accionaba con menos bronca y más inteligencia –siempre ayudado por sus sobrinos, a quienes Barks “inscribió” en el Club de los Cortapalos– en mundos llenos de guiños al universo real. Barks hacía los relatos largos, mientras que Al Tagliaferro –un genio del humor rápido y, por lo general, mudo– realizaba las tiras diarias y las planchas dominicales que se publicaban en los diarios.

La casta de patos se ha convertido en una de las grandes creaciones humorísticas del siglo XX, mucho más satírica y crítica de lo que, y dado el nombre Walt Disney como productor, permitiría pensar. Si hoy llega a 75 años sin perder un ápice de actualidad, como un personaje vivo más que como un ícono decorativo en juguetes y tazas –también lo es–, resulta mérito de los artistas que le dieron, como características fundamentales, su poca suerte y su ira explosiva. El Pato Donald es, después de todo, el padre palmípedo de Homero Simpson.

Cuando el enemigo de América Latina tenía plumas

“Detrás del azucarado Disney, el látigo”. Esta frase forma parte de Para leer al Pato Donald, libro faro de los años setenta, publicado en Chile en 1971 y escrito por el narrador y ensayista chileno Ariel Dorfman y el sociólogo belga Armand Mattelart, donde se acusaba al universo imaginario creado por los artistas de la Disney en general, y al mundo del Pato Donald en particular, de penetrar en la mente de los niños de todo el mundo con una ideología que perpetuaba los peores males del capitalismo. En ese libro –quemado en Chile en 1973 y prohibido en los Estados Unidos durante años– fue piedra de toque para una serie de análisis ideológicos de la cultura popular que exportaban los norteamericanos. En ella, Mattelart y Dorfman diseccionaban Patolandia y mostraban cómo la circulación económica, la concentración del dinero y la aventura monetaria eran los motores ideológicos de cada historieta. Lo que no se ponía en discusión –ni se mencionaba– era la dimensión satírica de estas historietas (especialmente las historietas, ya que el libro no se aplica a estudiar los cortos animados), que empleaban el capitalismo como paisaje, pero tenían en Tío Rico McPato más a un antihéroe que a un defensor –siquiera metafórico– de los valores de su clase. También se demostraba cómo toda sociedad no estadounidense –especialmente indígenas en algunas aventuras largas por tierras exóticas– era vista como inferior, algo poco discutible cuando se revisan las historietas. El libro fue reeditado hace poco por Siglo XXI Editores.

OPINIONES

“Yo lo prefiero antes que a Mickey”
Juan Sasturain (Escritor y periodista)

Como todos los personajes de Disney, cuando pasan del cine a la historieta cambian los roles: en los cortos animados, Donald es el chinchudo, el irascible, el contrapeso de Mickey; pero después en la historieta tiene una vida familiar muy similar a la de Mickey. Tiene novia y sobrinos. Yo tengo una novela que se llama Los dedos de Walt Disney donde una de las preguntas es: “¿Quién es el papá de los sobrinos de Donald?”. Sucede que en el universo Disney, como en el de García Ferré, no hay padres sino tíos, que son los que posibilitan la aventura. Lo mejor de Donald es ese universo de aventuras que se generan con Tío Patilludo (Tío Rico o Scrooge), Donald y los sobrinos. El tipo más importante de los universos de los patos de Disney fue Carl Baks, que se ocupaba de escribir las historietas largas de la revista de Donald. Eran historias muy particulares y originales; él era un gran narrador de los años 40. Y de una de esas historias, de la adaptación de “Cuento de Navidad”, de Dickens, surgió el personaje de Tío Patilludo o Tío Rico, que se llamaba Scrooge. Después también inventó al Primo Suertudo y a Gastón, el inventor. La genialidad de estas historias era la de conjugar varios talentos. Pero son muy distintos los mundos de la historieta y del dibujo animado. Los mejores dibujos, para mí, son probablemente aquellos donde Donald se enfrenta con adversarios ocasionales, como las ardillas, que son las que sacan la parte chichuda y cascarrabias del personaje. Yo prefiero a Donald sobre Mickey, no por el personaje en sí sino por el universo y las historias con el Tío Patilludo y los sobrinos, que son muy inteligentes y creativas. Ariel Dorfman después escribió ese libro emblemático, Para leer al pato Donald, pero en mi opinión es una lectura ideológica pobre y mecanicista, porque no encuentra más de lo que va a buscar: como en cualquier producto de cultura de masas de los 40, una visión imperiocentrista de la realidad. Son los lugares comunes de la ideología de su tiempo, y al análisis se le escapa la tortuga: no es capaz de ver a personas valiosas como Carl Baks. Porque lo que hace populares a los personajes no es la ideología, sino la calidad.

“Flasheaba con Tío Rico”
Tute (Dibujante y humorista)

El Pato Donald me trae inmediatamente recuerdos de la infancia. Pero el personaje que más me enganchaba era el Tío Rico. Tenía unos nietos-sobrinos que abrían la bóveda y se tiraban a nadar entre las monedas. Eso me flasheaba, me parecía absolutamente real. Es lo que tienen los dibujos de la infancia, que en ellos todo es posible. Hoy, con ojos de adulto, todo es diferente, todo más aburrido. Luego tengo un libro que me pasó Diego Parés, dibujante joven que publica en Barcelona, Fierro y La Nación, de quien creo es uno de los primeros dibujantes del Pato Donald, que tiene un dibujo menos infantil. Quizá no es el mejor dibujante del Pato ni del Tío Rico pero es más grotesco, ni parecido al que uno recuerda como definitivo. Se llama Don Rosa, y para el dibujante que soy hoy, es más interesante porque es más jugado, menos pensado para un chico. El Pato Donald que conocemos es, en cambio, un producto bien pensado para los chicos en el que todos los animales son agradables.

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