viernes, 31 de octubre de 2008

CHOMSKY

LA CARA ANTIDEMOCRÁTICA DEL CAPITALISMO, AL DESCUBIERTO

LA CARA ANTIDEMOCRÁTICA DEL CAPITALISMO, AL DESCUBIERTO

Noam Chomsky*

El desarrollo de una campaña presidencial norteamericana simultánea al desenlace de la crisis de los mercados financieros ofrece una de esas ocasiones en que los sistemas político y económico revelan vigorosamente su naturaleza.

Puede que la pasión por la campaña no sea una cosa universalmente compartida, pero casi todo el mundo puede percatarse de la ansiedad desatada por la ejecución hipotecaria de un millón de hogares, así como de la preocupación por los riesgos que corren los puestos de trabajo, los ahorros y la asistencia sanitaria.

Las propuestas iniciales de Bush para lidiar con la crisis apestaban a tal punto a totalitarismo, que no tardaron en ser modificadas. Bajo intensa presión de los lobbies, fueron reformuladas "para claro beneficio de las mayores instituciones del sistema… una forma de deshacerse de los activos sin necesidad de fracasar o casi", según describió el asunto James Rickards, quien negoció en su día, por parte del fondo de cobertura de derivados financieros Long Term Capital Managemen, su rescate federat en 1998, recordándonos ahora, de paso, que estamos pisando vía ya trillada. Los orígenes inmediatos del presente desplome están en el colapso de la burbuja inmobiliaria supervisada por el presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan, quien sostuvo la cuitada economía de los años de Bush amalgamando el gasto en consumo fundado en deuda con la toma de préstamos del exterior. Pero las raíces son más profundas. En parte, se hallan en el triunfo de la liberalización financiera de los últimos 30 años, es decir, en las políticas consistentes en liberar a los mercados lo más posible de regulación estatal.

Las medidas tomadas a este respecto, como era predecible, incrementaron la frecuencia y la profundidad de los reveses económicos graves, y ahora estamos ante la amenaza de que se desencadene la peor crisis desde la Gran Depresión.

También resultaba predecible que los reducidos sectores que se hicieron con los enormes beneficios dimanantes de la liberalización llamarían a una intervención masiva del estado, a fin de rescatar a las instituciones financieras colapsadas.

Tal intervencionismo es un rasgo característico del capitalismo de estado, aunque la escala actual es inaudita. Un estudio de los investigadores en economía internacional Winfried Ruigrok y Rob van Tulder encontró hace 15 años que, al menos 20 compañías entre las 100 primeras en el ranquin de la revista Fortune, no habrían sobrevivido si no hubieran sido salvadas por sus respectivos gobiernos, y que muchas, entre las 80 restantes, obtuvieron substanciales ganancias por la vía de pedir a los gobiernos que "socializaran sus pérdidas", como hoy en el rescate financiado por el sufrido contribuyente. Tal intervención pública "ha sido la regla, más que la excepción, en los dos últimos siglos", concluían.

En una sociedad democrática que funcionara, una campaña política tendría que abordar estos asuntos fundamentales, mirar a la raíz de las causas y de los remedios, y proponer los medios a través de los cuales el pueblo que sufre las consecuencias pudiera llegar a ejercer un control efectivo.

El mercado financiero "deprecia el riesgo" y es "sistemáticamente ineficiente", como escribieron hace ya una década los economistas John Eatwell y Lance Taylor, alertando de los peligros gravísimos que entrañaba la liberalización financiera y mostrando los costes en que, por su causa, se había ya incurrido. Además, propusieron soluciones que, huelga decirlo, fueron ignoradas. Un factor de peso es la incapacidad para calcular los costes que recaen sobre quienes no participan en las transacciones. Esas "externalidades" pueden ser enormes. La ignorancia del riesgo sistémico lleva a una aceptación de riesgos mayor de la que se daría en una economía eficiente, y eso incluso adoptando los criterios más estrictos.

La tarea de las instituciones financieras es arriesgarse y, si están bien gestionadas, asegurar que las pérdidas potenciales en que ellas mismas puedan incurrir quedarán cubiertas. El énfasis hay que ponerlo en "ellas mismas". Bajo las normas del capitalismo de estado, no es asunto suyo tomar en cuenta los costes que para otros puedan tener –las "externalidades" de una supervivencia decente— unas prácticas que lleven, como suelen, a crisis financieras.

La liberalización financiera tiene efectos mucho más allá de la economía. Hace bastante tiempo que se comprendió que era un arma poderosa contra la democracia. El movimiento libre de los capitales crea lo que algunos han llamado un "parlamento virtual" de inversores y prestamistas que controlan de cerca los programas gubernamentales y "votan" contra ellos, si los consideran "irracionales", es decir, si son en beneficio del pueblo, y no del poder privado concentrado.

Los inversores y los prestamistas pueden "votar" con la fuga de capitales, con ataques a las divisas y con otros instrumentos que les sirve en bandeja la liberalización financiera. Esa es una de las razones por las que el sistema de Bretton Woods, establecido por los EEUU y la Gran Bretaña tras la II Guerra Mundial, instituyó controles de capitales y reguló el mercado de divisas. (1)

La Gran Depresión y la Guerra pusieron en marcha poderosas corrientes democráticas radicales que iban desde la resistencia antifascista hasta las organizaciones de la clase obrera. Esas presiones hicieron necesario que se toleraran políticas sociales democráticas. El sistema de Bretton Woods fue, en parte, concebido para crear un espacio en el que la acción gubernamental pudiera responder a la voluntad pública ciudadana, es decir, para permitir cierto grado de democracia.

John Maynard Keynes, el negociador británico, consideró como el logro más importante de Bretton Woods el de haber establecido el derecho de los gobiernos a restringir los movimientos de capitales.

Por espectacular contraste, en la fase neoliberal que siguió al desplome del sistema de Bretton Woods en los años 70, el Tesoro estadounidense contempla ahora la libre movilidad de los capitales como un "derecho fundamental", a diferencia, ni que decir tiene, de los pretendidos "derechos" garantizados por la Declaración Universal de Derechos Humanos: derecho a la salud, a la educación, al empleo decente, a la seguridad, y otros derechos que las administraciones de Reagan y Bush han displicentemente considerado como "cartas a Santa Claus", "ridículos" o meros "mitos".

En los primeros años, la gente no se hizo mayores problemas con el asunto. Las razones de ello las ha estudiado Barry Eichengreen en su historia, impecablemente académica, del sistema monetario. Allí se explica que, en el siglo XIX, los gobiernos "todavía no estaban politizados por el sufragio universal masculino, el sindicalismo y los partidos obreros parlamentarios". Por consiguiente, los graves costes impuestos por el parlamento virtual podían ser transferidos a la población general.

Pero con la radicalización de la población y de la opinión pública acontecida durante la Gran Depresión y la guerra antifascista, se privó de ese lujo al poder y a la riqueza privados. De aquí que en el sistema de Bretton Woods "los límites a la democracia como fuente de resistencia a las presiones del mercado fueran substituidos por límites a la movilidad del capital".

El obvio corolario es que, tras la desmantelación del sistema de posguerra, la democracia se ha visto restringida. Se ha hecho, por consiguiente, necesario controlar y marginar de algún modo a la población y a la opinión pública, procesos particularmente evidentes en las sociedades más aproadas al mundo de los negocios, como los EEUU. La gestión de las extravagancias electorales por parte de la industria de relaciones públicas constituye una buena ilustración.

"La política es la sombra que la gran empresa proyecta sobre la sociedad", concluyó en su día el más grande filósofo social norteamericano del siglo XX, John Dewey, y así seguirá siendo, mientras el poder resida "en los negocios para beneficio privado a través de un control sobre la banca, sobre el suelo y sobre la industria, un poder que se ve ahora reforzado por el control sobre la prensa, sobre los periodistas y sobre otros medios de publicidad y propaganda".

Los EEUU tienen, en efecto, un sistema de un sólo partido, el partido de los negocios, con dos facciones, republicanos y demócratas. Hay diferencias entre ellos. En su estudio sobre La democracia desigual: la economía política de la nueva Era de la Codicia , Larry Bartels muestra que durante las pasadas seis décadas "los ingresos reales de las familias de clase media crecieron dos veces más rápido bajo los demócratas que bajo los republicanos, mientras que los ingresos reales de las familias pobres de clase trabajadora crecieron seis veces más rápido bajo los demócratas que bajo los republicanos".

Esas diferencias se pueden ver también en estas elecciones. Los votantes deberían tenerlas en cuenta, pero sin hacerse ilusiones sobre los partidos políticos, y reconociendo el patrón regular que, durante los últimos siglos, ha venido revelando que la legislación progresista y el bienestar social siempre han sido conquistas de las luchas populares, nunca regalos de los de arriba.

Esas luchas siguen ciclos de éxitos y retrocesos. Han de librarse cada día, no sólo cada cuatro años, y siempre con la mira puesta en la creación de una sociedad genuinamente democrática, capaz de respuesta dondequiera, en las urnas no menos que en el puesto de trabajo.

NOTA: (1) El sistema de Bretton Woods de gestión financiera global fue creado por 730 delegados procedentes de 44 naciones aliadas en la II Guerra Mundial que acudieron a una Conferencia Monetaria y Financiera organizada por la ONU en el hotel Mont Washington en Bretton Woods, New Hampshire, en 1944. Bretton Woods, que colapsó en 1971, era el sistema de normas, instituciones y procedimientos que regulaban el sistema monetario internacional y bajo cuyos auspicios se creó el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (IBRD, por sus siglas en inglés) –ahora una de las cinco instituciones que componen el Grupo del Banco Mundial— y el Fondo Monetario Internacional, que echaron a andar en 1945.El rasgo principal de Bretton Woods era la obligación de todos los países de adoptar una política monetaria que mantuviera dentro de unos valores fijos la tasa de cambio de su moneda. El sistema colapsó, cuando los EEUU suspendieron la convertibilidad al oro del dólar. Eso creó la insólita situación por la que el dólar llegó a convertirse en la "moneda de reserva" para los oros países que estaban en Bretton Woods.

*Noam Chomsky , el intelectual vivo más citado y figura emblemática de la resistencia antiimperialista mundial, es profesor emérito de lingüística en el Instituto de Tecnología de Massachussets en Cambridge y autor del libro Imperial Ambitions: Conversations on the Post-9/11 World.

Traducción para www.sinpermiso.info : Casiopea Altisench - Irish Times - Reproducido por [ATTAC] Informativo El Grano de Arena

lunes, 27 de octubre de 2008

हॉवर्ड जिन्न सोब्रे लोस कान्दिदातोस estadounidenses

Parece que Barack Obama y John McCain están discutiendo qué guerra pelear. McCain dice: mantengamos las tropas en Irak hasta que “ganemos”. Obama dice: Retiremos algunas (no todas) las tropas de Irak y enviémoslas a pelear para que “ganemos” en Afganistán.

Como soy alguien que peleó en una guerra (la Segunda Guerra Mundial) y desde entonces me opongo a ella, debo preguntar: ¿Se han vuelto locos nuestros líderes políticos? ¿No han aprendido nada de la historia reciente? ¿No han aprendido que nadie “gana” en una guerra, sino que cientos de miles de seres humanos mueren, casi todos civiles, muchos de ellos niños?

¿Acaso “ganamos” yendo a la guerra contra Corea? El resultado fue un punto muerto, que dejó las cosas como estaban antes: una dictadura en Corea del Sur, una dictadura en Corea del Norte, pero murieron más de 2 millones de personas, casi todas civiles, le arrojamos napalm a los niños y 50 mil soldados estadunidenses perdieron la vida.

¿“Ganamos” acaso en Vietnam? La respuesta es obvia. Fuimos forzados a retirarnos, pero solamente después de que murieran 2 millones de vietnamitas, de nuevo civiles en su mayoría, otra vez dejamos a niños sin brazos, o sin piernas o quemados, además de que fallecieron 58 mil soldados estadunidenses.

¿“Ganamos” en la primera Guerra del Golfo? En realidad no. Sí, sacamos a Saddam Hussein de Kuwait con unos cuantos cientos de bajas estadunidenses solamente, pero matamos a decenas de miles de iraquíes en el proceso. Y las consecuencias fueron mortales para nosotros: que Saddam estuviera aún en el poder nos llevó a poner en efecto sanciones económicas que condujeron a la muerte de cientos de miles de iraquíes (de acuerdo con funcionarios de Naciones Unidas), y que plantaron el escenario de otra guerra.

En Afganistán, declaramos la “victoria” sobre los talibanes, pero los talibanes están de regreso, los ataques se incrementan y nuestras bajas en Afganistán ya exceden las de Irak. ¿Qué hace pensar a Obama que si envía más tropas a Afganistán obtendremos la “victoria”? Y si así fuera, en un sentido militar inmediato, ¿qué tanto duraría eso y a qué costo de vidas humanas de ambos bandos?

El resurgimiento de los combates en Afganistán es un buen momento para reflexionar sobre cómo comenzó nuestro involucramiento ahí. Permítanme ofrecer algunos pensamientos de sobriedad dirigidos a quienes dicen, como muchos, que atacar Irak estuvo mal, pero atacar Afganistán estuvo bien.

Regresemos al 11 de septiembre. Unos secuestradores dirigen los aviones que tienen en su poder contra el Centro de Comercio Mundial y el Pentágono, y matan a 3 mil personas. Un acto terrorista, inexcusable en cualquier código moral. La nación está enfurecida. El presidente Bush da la orden de invadir y bombardear Afganistán y una ola de aprobación recorre al público estadunidense encrespado de miedo y rabia. Bush anuncia entonces su “guerra contra el terror”.

Todos (excepto los terroristas) estamos contra el terrorismo. Así que una guerra contra el terrorismo suena bien. Al calor de los acontecimientos los estadunidenses no consideraron que no tenemos ni idea de cómo hacerle la guerra al terrorismo; tampoco Bush tenía idea, pese a su bravata.

Sí, aparentemente Al Qaeda –un grupo de fanáticos, relativamente pequeño pero implacable– era el responsable. Y había evidencia de que sus líderes, Osama Bin Laden y otros, tenían su base en Afganistán. Pero no sabíamos exactamente dónde. Así que invadimos y bombardeamos el país entero. Eso hizo que mucha gente se sintiera “justiciera”: “Teníamos que hacer algo”, escuchábamos decir a la gente.

Sí, teníamos que hacer algo. Pero no sin pensar, no en la irresponsabilidad. ¿Acaso aprobaríamos que un jefe de policía que, sabiendo que hay un criminal cebado en algún sitio del barrio, ordenara bombardear el barrio? Pronto eso produjo una cuota de muertes de civiles en Afganistán que rebasó los 3 mil –excediendo el número de muertos el 11 de septiembre. Numerosos afganos tuvieron que salir de sus hogares y se convirtieron en refugiados ambulantes.

Dos meses después de la invasión de Afganistán, un reportero del Boston Globe describió a un niño de 10 años que yacía en un hospital: “Perdió los ojos y las manos por una bomba que estalló en su casa luego de la cena dominical”. El médico que lo atendía dijo: “Estados Unidos debe pensar que él es Osama. Si él no es Osama, ¿por qué le hacen esto?”

Deberíamos preguntarle a los candidatos presidenciales: nuestra guerra en Afganistán, que ambos aprueban, ¿pone fin al terrorismo o lo provoca? ¿No es la guerra terrorismo en sí misma?

Se podría asumir, por lo que he dicho arriba, que no veo diferencia entre McCain y Obama, que los veo como equivalentes. No es así. Hay una diferencia, no es lo suficientemente significativa como para darme confianza en Obama como presidente, pero es suficiente como para votar por Obama en la esperanza de que derrote a McCain.

Sea quien sea el presidente, el factor crucial de un cambio es qué tanta agitación exista en un país en favor de un cambio. Yo supongo que Obama puede ser más sensible que McCain a esa agitación, dado que provendrá de sus simpatizantes, de los entusiastas que mostrarán su desilusión tomando las calles. Franklin D. Roosevelt no fue un radical, pero era más sensible a la crisis económica del país y más susceptible a la presión procedente de la izquierda que Herbert Hoover.

Aun para los más “puros” de los radicales, debería existir un reconocimiento de las diferencias que pueden significar la vida o la muerte de miles. En Francia, durante la guerra de Argelia, la elección de De Gaulle –que ni con mucho era un antimperialista pero estaba más consciente del inevitable declinar de los imperios– fue significativa en ponerle fin a aquella prolongada y brutal ocupación.

No tengo duda alguna de que con mucho, el más sabio, el más confiable, el que más integridad tiene de todos los candidatos recientes es Ralph Nader. Pero pienso que es un desperdicio de su fuerza política, un acto insignificante, desgastarlo en la arena electoral, donde el resultado sólo puede verse como debilidad. Su poder, su inteligencia, yacen en la movilización de la gente fuera de las urnas electorales.

Así que sí, votaré por Obama, porque el corrupto sistema político no me ofrece otra opción, pero sólo por un momento: cuando accione el dispositivo apropiado en la casilla de votación.

Antes y después de ese momento quiero usar toda mi energía para empujarlo a que reconozca que debe desafiar a los pensadores tradicionales y a los intereses corporativos que lo rodean, y a que rinda homenaje a los millones de estadunidenses que quieren un cambio de verdad.

Y una clarificación final. Las lecciones que saco de la historia acerca de la futilidad de “ganar” no deben entenderse en el sentido de que lo que está mal de nuestra política en Irak es que no podamos “ganar”. No es que no podamos ganar. Es que no deberíamos ganar, porque no es nuestro país.

Traducción: Ramón Vera Herrera.

Tomado de The Progre sive, octubre de 2008. Se reproduce con consent miento expreso del autor.

http://www.jornada.unam.mx/2008/10/25/index.php?section=opinion&article=028a1mun

Jaque a la trata

Jaque a la trata

La voluntad política de combatir la trata y la herramienta que significa la nueva ley permitieron en los últimos seis meses concretar tres o cuatro procedimientos por semana. Un mapa de la prostitución posibilitó conocer la realidad en todo el país: hay zonas de reclutamiento, de “adiestramiento” y de distribución.

Por Mariana Carbajal

Ciento diez mujeres, casi la mitad niñas y adolescentes, fueron rescatadas en distintos allanamientos del infierno de las redes de trata para explotación sexual en los últimos seis meses, según las estadísticas del Ministerio de Justicia a las que tuvo acceso PáginaI12. La decisión política de combatir a las mafias que lucran con cuerpos femeninos, sumada a la aplicación de la nueva ley, está dando resultados. Cada semana se realiza un promedio de tres a cuatro procedimientos en cabarets y burdeles: en un total de 85 procedimientos practicados entre mayo y el jueves último fueron detenidas 82 personas, acusadas de formar parte de esas bandas en alguno de sus eslabones: como reclutadores, a cargo del traslado de mujeres o como proxenetas.

Con el testimonio de víctimas liberadas se armó el mapa de la trata en el país: hay regiones de reclutamiento, zonas con centros de “ablandamiento” o “adiestramiento”, ciudades en las que se produce la distribución y reventa de chicas y provincias receptoras (ver aparte).

“A las niñas las reservan como las frutillas del postre. Suena horrible pero lo que se cotiza es el genital joven”, graficó el destino de las menores chupadas por redes de trata para explotación sexual la abogada Silvina Zabala, jefa de Gabinete del Ministerio de Justicia y titular de la Oficina de Rescate y Acompañamiento de Personas Damnificadas del Delito de Trata, creada luego de la sanción de la ley de trata. La norma, que tipificó el delito y lo puso en la órbita de la Justicia federal, entró en vigencia el 29 de abril. Desde ese día hasta el jueves último –cuando se rescató a una chica de 16 años–, se contabilizaron 85 procedimientos ordenados por la Justicia y realizados por distintas fuerzas de seguridad, principalmente Policía Federal y Gendarmería. De las 110 mujeres liberadas en seis meses, 55 son mayores y sobre 14 no se precisó la edad. El resto, 41 niñas y adolescentes, de acuerdo con las estadísticas oficiales, entre ellas las hermanitas de 11 y 14 años de Misiones, entregadas por su madre a un rufián y rescatadas a partir de la denuncia de su hermana de 16, que había podido escapar.

En uno de los allanamientos que se hicieron el sábado 18 de octubre en cabarets de la localidad bonaerense de Carlos Casares, al oeste de la provincia, encontraron un book con fotos en ropa interior de una de las niñas rescatadas. “Las deben ofrecer a determinados clientes a precios diferenciales”, señaló Zabala. En esos procedimientos fueron liberadas cinco chicas de 13 a 17 años que eran obligadas a prostituirse y detenidas seis personas acusadas de ser las encargadas de los prostíbulos. Esta semana tres mujeres fueron apresadas en otro operativo en un edificio del barrio porteño de Mataderos, después de que una mujer denunciara que su hija de 16 años era explotada sexualmente en ese lugar. Las cifras de liberadas y detenidos se acrecientan cada semana.

Las torturas a las que son sometidas las jóvenes y niñas al caer en las redes van desde violaciones sistemáticas para “ablandarlas” y “adiestrarlas”, ingesta compulsiva de drogas, quemaduras con cigarrillos si se resisten, poca alimentación, hasta “trabajo” sin respiro entre cliente y cliente. La descripción la brinda a PáginaI12 Claudia Lascano, la Susana Trimarco del noreste argentino, líder de la Coalición Alto a la Trata, que articula a varias ONG, entre ellas la que ella preside en Posadas y que está trabajando ahora en coordinación con el Ministerio de Justicia (ver aparte). Sabe de tantas atrocidades por el relato de decenas de víctimas que en los últimos años ha escuchado. “Aunque tengan documentos falsos y digan que son mayores, un cliente no puede no darse cuenta de que está teniendo sexo con una chica menor de edad. Lo que ven son chicas totalmente enajenadas, con la mirada perdida, que no saben si es de noche o de día, que no tienen frío ni calor. Es imposible que no sepan que son nenas. A una la encontramos con los talones cortados: se los habían cortado en el burdel para que no se escapara”, cuenta Lascano. Hace una semana y media hubo un operativo en Comodoro Rivadavia: rescataron a una adolescente de 17 años del cabaret La Casita de Amor. La muchacha contó que fue subida por la fuerza a un auto en Oberá, donde ejercía la prostitución en una plaza, y que la llevaron en auto hasta la ciudad chubutense, donde la mantenían en condiciones de esclavitud. Hubo cuatro detenidos. Otra joven, liberada de una parrilla que funcionaba como prostíbulo en la localidad de Lisandro Olmos, partido de La Plata, el 5 de septiembre junto con otras tres mujeres, todas paraguayas –una de ellas menor de edad–, declaró que la obligaron a hacerse un aborto con cinco meses de embarazo y que al feto lo enterraron en una caja el fondo del local. Efectivos de la Policía Federal volvieron al lugar y encontraron el pequeño cadáver. Se estimó que llevaba una semana bajo tierra. Tres personas involucradas en esa presunta red que traía chicas de Paraguay quedaron detenidas.

Una chica de 16 años rescatada hace un mes y medio de un prostíbulo de la localidad bonaerense de Lanús declaró en un juzgado de Lomas de Zamora que la obligaban a atender aun con menstruación y le daban una sucia esponja para que disimulara el sangrado. Su testimonio fue clave para dictar la prisión preventiva a un hombre y una mujer que regenteaban el local, informó a este diario Zabala. La oficina que encabeza la jefa de Gabinete del Ministerio de Justicia prepara emocionalmente y acompaña a las damnificadas por redes de trata hasta que prestan declaración en tribunales. Durante ese tiempo, son alojadas en hoteles o conventos religiosos –con los que tienen convenio–, con la asistencia de una psicóloga y custodia policial. Después pasan a la órbita de la Secretaría de Niñez del Ministerio de Desarrollo Social, donde lamentablemente todavía no se ha creado una estructura consistente para acogerlas, contenerlas y acompañarlas a su regreso a la vida después de la muerte.

Ese camino no es sencillo: muchas veces las propias familias las rechazan porque vuelven con el estigma de haber ejercido la prostitución o porque fueron los mismos hogares los que las entregaron o expulsaron. O porque en el vecindario vive la reclutadora que las engañó o las condiciones de vulnerabilidad y pobreza que las empujaron a entrar en esa noche eterna no han variado. “Se deberían crear áreas especiales para atenderlas en los hospitales: no son exactamente víctimas de violencia familiar ni de violación. Su problemática es distinta”, opinó Zabala.

En el Hospital Fátima, de Garupá, a 12 kilómetros de la ciudad de Posadas, hace más de tres meses está internada con un grave cuadro de estrés postraumático una adolescente de 16 años, argentina, rescatada de un prostíbulo en Brasil, de la localidad de Dionisio Cerqueira, fronteriza con la misionera Bernardo de Irigoyen, en el extremo oriental de la provincia. Hacía tres años que estaba desaparecida de su casa. “Vino por cinco días pero todavía la estamos atendiendo”, contó a PáginaI12 la médica psiquiatra Carolina Cobas, que se está especializando en la atención de víctimas de trata. “Son una caja de Pandora, no sabemos con qué nos vamos a encontrar”, describió. La muchachita es del interior de Misiones, su familia es muy pobre y no está en condiciones de contenerla, según evaluó la Justicia. Contó que tuvo un hijo, hace un año y medio, y que se lo sacaron.

–¿En qué condiciones llegó al hospital?

–Se hizo con ella lo que no hay que hacer: la tuvieron primero en una comisaría y después en una clínica psiquiátrica privada. Según la historia clínica, había intentado incendiar la sala de internación y escaparse y relataba que escuchaba voces de mujeres y varones que la maltrataban y sentía olor a alcohol. Yo lo interpreto como parte de su cuadro de estrés postraumático, por lo que debe haber sufrido en su cautiverio. Pero los médicos que la atendieron antes la medicaron. Llegó muy medicada. Yo empecé a sacarle la medicación. Cuando llegó estaba enajenada, disociada, no se comunicaba, respondía con monosílabos y a veces las respuestas no coincidían con lo que se le preguntaba. Tenía reacciones de desconfianza, de miedo. Sus dibujos eran muy rudimentarios, escribía solo la letra A. Ahora ya recuerda que hizo hasta 7º grado. Una consecuencia del estrés postraumático es quitar destrezas adquiridas. Lo que hacen con las víctimas de trata es una aniquilación de la personalidad.

–¿Se está recuperando?

–Tiene iniciativas, se comunica más. Desde el principio me impresionó que era una chica muy inteligente pero que se comunicaba muy poco. Sufre situaciones de reexperimentación de lo vivido. Según relató, antes de llegar a Brasil estuvo en boliches de Córdoba, Corrientes y Buenos Aires.

Así quedan las víctimas. Son cadáveres vivientes cuando estuvieron mucho tiempo privadas de su libertad. En el Nuevo Hospital de Río Cuarto atendieron a chicas con VIH y con embarazos de alto riesgo que estaban encerradas en prostíbulos. “Les ves la cara, les ves el cuerpito y lo primero que pensás es cómo las pueden consumir corporalmente”, dice a este diario una integrante de una red de ONG por los Derechos de la Infancia, de Río Cuarto, que trabajan contra la trata. Pide que su nombre se resguarde: tiene miedo. Ella y las demás activistas están amenazadas. En esa zona sojera, al borde de la A5 –la circunvalación que rodea a Río Cuarto– se suceden decenas de prostíbulos. Es una de las rutas principales del Mercosur.

–¿Cuántas chicas estiman que hay en estas redes explotadas sexualmente en el país? –le preguntó PáginaI12 a Zabala.

–Muchísimas ... Lejos, ellos están mejor organizados, pero por lo menos ahora no se pueden mover con tanta impunidad –plantea la funcionaria.

domingo, 26 de octubre de 2008

Mailer secreto

Mailer secreto
26/10/2008


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Las cartas inéditas sobre política de norman mailer son los primeros textos del autor que ven la luz tras su muerte en 2007. 'el país semanal' les ofrece en exclusiva una selección. reflexiones sobre ee uu de uno de sus más valiosos intelectuales, que cobran especial relevancia a 10 días de una cita electoral crucial en la historia del país.

"Sólo voy a decir -y todavía no he escrito

Norman Mailer

A FONDO
Nacimiento: 31-01-1923 Lugar: (Long Branch)
La noticia en otros webs
webs en español
en otros idiomas
sobre este tema- que, mientras los demócratas,

y en primer lugar Clinton, me repugnan

con lo que llamo su 'política de boutique'

-un poco aquí, un poco allá, y todo servido

con grandes dosis de gilipollez por encima-,

los republicanos son una monstruosidad

psicótica. Por un lado, son Dios, bandera

y familia -aunque pocos de ellos reconocerían

a Jesucristo si estuviera haciendo pis en el retrete de al lado-, y un número asombroso

no ha servido jamás en las fuerzas armadas

ni ha oído una bala, y, como políticos, engañan como conejos a sus esposas y sus familias.

Pero da igual, ¿de qué sirve ser político si uno

no puede ganarse la vida siendo un hipócrita?".

A Sal Cetrano

28 de marzo de 1999

El fantasma de Harvard, Norman Mailer y la CIA

Por Barbara Probst Solomon

Voy a intentar situar las cartas de contenido político de Norman Mailer en el contexto de las fases fundamentales de su vida. Lo primero en lo que pensé fue en El fantasma de Harlot, sobre la CIA, que tal vez debería haberse llamado El fantasma de Harvard. Hace varios años le pregunté a Norman Mailer: "El fantasma de Harlot es una novela sobre Harvard, ¿verdad? Harvard fue el primer sitio en el que viste un microcosmos en el que el poder, el Gobierno, los comunistas y la CIA se mezclaron y se unieron para siempre". Me dijo que sí. En el libro, Mailer cuenta que llevaba 40 años pensando en escribir sobre la CIA. ¿Qué ocurrió hace 40 años, y por qué una espera tan larga?

En 1950, el profesor estrella de Harvard F. O. Matthiessen, que estaba perseguido por el HUAC [las siglas en inglés del Comité de Antiamericanos de la Cámara de Representantes] y Joseph McCarthy, alquiló una habitación en el piso 12 del hotel Manger, en una zona poco recomendable de Boston, y se arrojó desde la ventana. Aristócrata y heredero de la fortuna de la familia Westclox, Matthiessen tuvo la precaución, antes de saltar, de colocar sus dos pertenencias más preciadas en una mesa junto a una nota: su reloj de pulsera y su llave para entrar en la supersecreta Sociedad de la Calavera y los Huesos de Yale, cuyos miembros prestaban juramento de no traicionarse jamás unos a otros. Pese a ello, su íntimo amigo y camarada del club Henry Luce, propietario de Time / Life, había hecho mucho daño a Matty, como le llamaban sus amigos y alumnos. En un artículo de la revista Life se le había calificado de criptocomunista. Matthiessen tenía tendencia a la depresión crónica, y la muerte de su pareja, el artista Russell Cheney, le había dejado emocionalmente exhausto, a lo que había que añadir que el HUAC seguía acosándole. En su nota de despedida, Matthiessen decía: "Estoy deprimido por la situación del mundo. Soy cristiano y soy socialista. Estoy en contra de cualquier orden que interfiera con ese objetivo...".

La primera vez que oí hablar de Matthiessen fue cuando conocí a Norman, su esposa Bea, su hermana Barbara y Paco Benet, en París, en 1948. Mailer había publicado Los desnudos y los muertos, pero no sabía aún que, a su regreso a Nueva York, iba a convertirse, a los 25 años, en una estrella literaria mundial. Los mejores amigos de Norman y Bea en París eran otra pareja de Harvard, el crítico Mark Linenthal y la futura novelista Alice Adams. En las reuniones en el piso de Norman y Bea, en la Rue Madame, Mark hablaba del maravilloso verano que Alice y él habían pasado en la primera asamblea del Seminario de Estudios Americanos de Salzburgo, al que habían ido intelectuales de toda Europa.

MIENTRAS HABLÁBAMOS, sentí la angustia de Norman sobre qué escribir. ¿Cómo podía capturar el alma y el estado del Estados Unidos de posguerra? ¿Cómo sintonizar con las nuevas generaciones más jóvenes? Norman, por un lado, necesitaba el estímulo de sus amigos intelectuales como Mark Linenthal y Jean Malaquais, a quien va dirigida una de las cartas reproducidas a continuación. Por otro, quería ser capaz de escribir sobre la parte más siniestra de Estados Unidos. Y esa contradicción le persiguió toda su vida. Además tomaba prestados como personajes a sus amigos y familiares y les asignaba papeles más dramáticos que en la vida real. Por ejemplo, azuzaba a Bea para que fuera su pareja osada y supersexy. La amorosa carta dirigida a ella representa muy bien la actitud que tenían en la época; yo estaba convencida de que el matrimonio duraría para siempre.

Jean Malaquais, que tanto fascinó a Norman en París, y que siguió siendo íntimo amigo suyo durante toda su vida, era un escritor judío polaco que emigró a París en los años treinta, se hizo trotskista, se incorporó al POUM en España en 1936 y escapó por los pelos de ser ejecutado allí por los comunistas. La influencia de Malaquais le hizo flaco favor a Norman cuando le convenció para que, en un Estados Unidos en plena caza de rojos, pronunciara en la Conferencia de Paz de 1949 un discurso en el que denunció el estalinismo y el comunismo. Norman insistió en que no era comunista y en que ya no tenía ninguna simpatía por ellos, afirmando que era trotskista (como Malaquais), aunque no era así.

Norman era el joven novelista deslumbrante, el trofeo que se disputaban las distintas izquierdas. En estas cartas que ahora ven la luz late el deseo de Mailer de no ser un peón en la guerra fría de la izquierda, que pretendía reivindicarlo como su novelista. Es evidente, como se desprende del cuerpo de misivas del que procede esta selección, que tenía reservas sobre Partisan Review, Diana Trilling, incluso Irving Howe, más socialista, y que siempre tuvo el deseo, hasta la muerte de Lillian Hellman, de hacer de árbitro entre ella -que no denunció ningún nombre al HUAC y cuya pareja, el escritor Dashiell Hammett, acabó en la cárcel- y Mary McCarthy, la sofisticada intelectual de la izquierda anticomunista. En cierto modo, la conferencia de 1949 y el posterior suicidio de Matthiessen debieron de atormentar a Norman, que quizá tuvo la impresión de que, como sugería Hellman, su discurso fue la razón por la que el HUAC nunca le pidió que testificara. Su novela sobre Hollywood, El parque de los ciervos, indica su preocupación por los que prestaron testimonio, por los que dieron nombres y los que no.

Norman entró en Harvard en 1939, al final de la Depresión; procedía de una familia judía de Brooklyn que había tenido que hacer esfuerzos para pagarle la matrícula. En aquella época, Harvard mandaba en el mundo, tenía enorme influencia en Washington, producía presidentes y magistrados del Tribunal Supremo. Casi no había alumnos negros y eran escasos los judíos. Harvard reveló a Mailer un mundo en el que los líderes del país, futuros agentes de la CIA, comunistas, espías, estaban en el mismo entorno.

El fantasma de Harlot, la novela sobre la CIA que Mailer escribió, termina en 1963, en el momento del asesinato de Kennedy. Sus protagonistas son Henry Hubbard, su amante ocasional, Kittredge, amante a su vez del jefe y manipulador de la CIA Hugh Tremont Montague, alias Harlot, al que Mailer conoció cuando estaba en Radcliffe. Kittredge es además amante de Allen Dulles (Mailer salpicó su novela de nombres auténticos). Una de las cartas más inesperadas que aparecen en esta selección es la que Mailer dirige a Mary Bancroft, hija del aristócrata de Boston Hugh Bancroft, propietario de The Wall Street Journal. Aunque Norman despliega en abundancia el encanto y el respeto que mostraba hacia las mujeres de la generación de su madre, deja bien claro que no tiene nada que ver con las ideas políticas de Bancroft. "Ford, Reagan, Dole y el resto de la nave pirata, Mary, son de vómito".

COMO TODOS LOS BUENOS NOVELISTAS, Mailer daba nueva forma a los elementos que tomaba prestados. Al leer las primeras páginas de El fantasma... en las que Hubbard, el protegido de Harlot, camina hacia la bruma en Maine mientras piensa en el intento de suicidio frustrado de Kittredge, me pasó por la cabeza un recuerdo fulminante de Matty. Harlot, el hombre de Harvard, me recordó a Matthiessen, el profesor de Harvard. Matty y Kittredge / Bancroft tenían la misma edad, y es verdad que el suicidio de Matty fue prácticamente lo opuesto a un suicidio / asesinato de la CIA, pero, con todo, hay ecos.

Y tenía otros motivos para pensar en Matty. Cuando volví de Europa en los años cincuenta, me casé con Harold Solomon, profesor de derecho y amigo de mi hermano Mark. En 1967, Harold murió de un repentino ataque al corazón. Yo estaba en estado de shock y lo único que me preocupaba eran mis hijas pequeñas, pero, días después, mis amigos me preguntaron: "¿Quién era ese tal Matty?". En el funeral habían hablado varios antiguos alumnos de Matthiessen, los "chicos de Matty", entre ellos Lewis Pollak, el decano de la Facultad de Derecho de Yale. Un amigo dijo: "Por fin están intentando enterrar a Matty. Enterrarlo como es debido". Porque, en 1950, Harvard no había querido hacerlo.

Al año siguiente visité Washington y, una noche, quedé a tomar una copa con Adam Yarmolinsky. Adam, Harold y Norman habían estado en el mismo curso en Harvard. Adam, además de otras cosas en la Casa Blanca de Kennedy, había sido asesor del secretario de Defensa Robert McNamara en el Pentágono. Se quejó de que Norman era un escritor pésimo y demasiado belicoso. Yo le respondí: "Adam, por lo menos él escribió Las escaleras del Pentágono [la primera parte de Los ejércitos de la noche] mientras vosotros estabais en el Pentágono apretando el botón de guerra".

Años después, gracias a la Ley de Libertad de Información, se hicieron públicos los archivos del FBI y, en los años ochenta, a petición mía, me enviaron los expedientes de Matthiessen y mi marido. Había dos cartas que me llamaron la atención. Una de J. Edgar Hoover, el director del FBI, enviada en 1943 a la oficina de Boston, para pedir que se quitara el nombre de Matthiessen de la lista de personajes clave, alegando que no era comunista y que sus actividades como tapadera de los comunistas parecían limitadas (la oficina de Boston no hizo caso a Hoover). ¿Pensó Hoover que Matthiessen no tenía importancia? ¿O, como había esperado Matty, algún camarada de la poderosa Sociedad de la Calavera y los Huesos había intervenido en su favor? ¿O acaso Hoover no quería meterse en líos con Harvard con unas pruebas endebles? Después del suicidio de Matthiessen, el abogado designado por el juez contactó con el FBI para preguntar si querían ver los papeles del difunto (una cosa completamente ilegal) antes de que pasaran a manos de sus herederos. El FBI respondió que no, puesto que, dada la relación de Matthiessen con Harvard, podía acabar siendo un motivo de bochorno para el departamento. El personaje había muerto y el expediente quedaba cerrado. The Boston Globe informó sobre esa oferta. ¿Qué hizo Harvard al respecto? ¿Por qué no dijeron nada? En los años ochenta, creo recordar, la universidad creó un aula oficial con el nombre de Matthiessen en Eliot House.

Sin embargo, curiosamente, la muerte de Matthiessen hizo un sutil favor a Harvard: después de su suicidio, Joe McCarthy dejó de perseguir a la universidad, en la que había profesores radicales y ex radicales, además del número habitual de homosexuales en una época en la que la homosexualidad se mantenía en secreto.

El informe del FBI sobre aquel periodo oscuro de la historia de Estados Unidos, la época en la que Norman se hizo adulto, presenta un mundo en torbellino, en el que los informadores estaban constantemente espiando a alumnos y profesores, en el que algunos sabían quiénes eran los espías, en el que Harvard era el centro de una educación gloriosa, mientras que en Boston, una mezcla de política corrupta apoyada en el aparato irlandés y en aristócratas reaccionarios hacía que se pudieran pisotear los derechos de los muertos y que el joven Bobby Kennedy, hijo del viejo reaccionario Joseph Kennedy, pudiera verse obligado a trabajar para Joe McCarthy y, sin embargo, acabar muriendo asesinado como hombre de izquierdas.

COMO MUESTRAN ALGUNAS de las cartas de épocas posteriores, con el tiempo, la vida de Norman se hizo menos tumultuosa. Sus 35 años de matrimonio con Norris Church fueron felices y duraron hasta su muerte, y Norman y Norris vivieron rodeados de sus nueve hijos y la familia de su hermana Barbara. Ahora bien, hasta el final, la musa de Norman fue Estados Unidos. Siempre siguió tratando de capturarlo, retenerlo, poseerlo, interpretarlo, alcanzar su oscuridad y su luz de mil formas diferentes, como un niño que intentara correr sin parar para rodear con sus brazos una estrella fugaz.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia


A Beatrice Mailer (*)

8 de agosto de 1945

Cariñito:

La noticia de la bomba atómica ha dado más que hablar aquí que la de la victoria en Europa, y tanto como la muerte del presidente Roosevelt. Me siento muy confuso sobre el tema (escribo estas líneas justo después del primer comunicado escueto. No sé lo que han hecho). Ahora comprendo cómo afectan los vínculos del interés a las ideas. Una buena parte de mí aprueba cualquier cosa que acorte la guerra y me devuelva antes a casa, y eso va muchas veces en contra de principios anteriores, más esenciales. Por ejemplo, confío en que se apruebe el llamamiento a filas en tiempo de paz, porque, si no, la desmovilización será angustiosamente lenta. Es en ese mismo sentido en el que apruebo un instrumento que mata en condiciones óptimas a mucha gente en un instante.

Pero, la verdad, qué perspectiva tan aterradora es ésta. Siempre hemos hablado de que la humanidad se iba a destruir, pero ahora parece una cosa tan cercana, cuestión de décadas, de un número de bombas que pueden contarse fácilmente. Este asunto de la explosión del átomo será el preludio de la victoria definitiva de la máquina. Nunca había sido más que una serie de cálculos entretenidos en la física que estudié, un sueño remotamente alcanzable y, aun así, terrible, porque la energía atómica en una masa del tamaño de un guisante basta para mover una locomotora un montón de veces alrededor de la Tierra. Creo que nuestra era representará el final de conceptos como la voluntad del hombre y la determinación del poder por parte de las masas. El mundo estará controlado por unos cuantos hombres, políticos y técnicos, los hombres de Spengler en la tardocivilización occidental-europeo-norteamericana. Y, por más que me estimule, no soy nada spengleriano. Ante la alternativa de hacer lo necesario o no hacer nada, prefiero nada, si lo necesario es desagradable.

Verdaderamente, querida, el panorama es espantoso. Habrá otra guerra, si no en veinte años, en cincuenta, y, si sobrevive la mitad de la humanidad, ¿qué pasará con la siguiente guerra? Creo que, para sobrevivir, las ciudades del futuro se construirán a más de un kilómetro bajo tierra. De esa forma, el hombre habrá escapado a su legado animal: los insectos ya no le molestarán y, como Scarr en búsqueda del cielo, habrá descendido mil brazas hacia el infierno.

Ya sabes que me estoy volviendo tan enfermizo respecto a las máquinas como mi madre lo es respecto a Jack Maher. (En mi vida exterior, eso se refleja en cosas como haber rechazado un trabajo de chófer de un jeep, uno de los vehículos de reconocimiento, para asombro e indignación de todos).

Y siento desprecio hacia marineros y aviadores. ¿Qué saben verdaderamente de la guerra? En cierto modo, los marineros con los que hablé en el buque que nos trajo aquí parecían muy ingenuos. Les caían mal los hombres hoscos, heridos y huraños a los que transportaban. Cuando oían hablar del barro, las náuseas y el horror, chasqueaban la lengua con simpatía, pero sin comprender nada. ¿Qué sabían ellos (en palabras de Gwaltney) del trabajo, la miseria y la muerte? La suya es una vida rutinaria y sin sorpresas, llena de la esclavitud y las ventajas de servir a una máquina. Cuando les llega la muerte es como un trueno repentino, por obra de la naturaleza. No tienen ninguna intimidad con ella y, por consiguiente, sus repercusiones supremas tienen un carácter de pesadilla y son tan irreales como los desastres en tiempo de paz. No pueden comprenderlo porque la máquina es algo tan engañoso, tan benigno durante mucho tiempo, que se olvidan de que tiene un fusible. No han experimentado la muerte como suceso cotidiano, como constante emocional aproximadamente de la misma intensidad que abrir la lata de una ración fría de carne grasienta cuando a uno le arde y le molesta el estómago por haber recorrido demasiadas colinas bajo un sol húmedo y cruel. No conocen la fatiga que hace que uno pise un cadáver de tres semanas porque no tiene fuerzas para sortearlo. Y los aviadores son como los marineros. Ellos también luchan de manera abstracta, en un fluido abstracto. Sus vidas también son cómodas, solitarias y pendientes de un sexo que no tienen, y también para ellos la muerte es un trueno devastador e incomprensible. Son vidas en las que el peor olor es el de la gasolina, el metal, el aceite lubricante. No saben que las letrinas, los cuerpos y los pantanos son difíciles de distinguir.

Y ver cómo personifican sus máquinas me da náuseas. Es el sustituto de la soledad y las ganas de sexo, pero también es aterrador. Hemos llegado a un punto en el que amamos las máquinas y odiamos a las mujeres. El siguiente paso es la adoración religiosa, y la bomba atómica parece la deidad suprema, la línea de entelequia definitiva.

Hay poco amor en ésta, pero esta noche tengo el alma un poco enferma. Cuanto más pienso en estas cosas, más aterradoras me parecen. Qué combinación puede derrotar a la aleación de mecanismo y sentimentalismo.

Te necesito en mis brazos esta noche.

Te quiero,

Norman

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A Lewis Allen (**)

30 de abril de 1954

Querido Lew:

Bueno, al final tengo prácticamente acabada mi novela. He terminado de escribir y, después de una semana de comprimir frases y pulir un poco más, estaré listo para pasarla a máquina. Así que, de aquí a un mes, creo que podré enviársela a Rinehart y empezar a pensar en qué demonios va a ser el tema de la siguiente novela. Por cierto, no le he dado el empujón extra con el que soñaba. [...]

Anoche hubo una fiesta en casa de Styron, y todos nos emborrachamos y decidimos enviar un telegrama a Joe McCarthy. Decía así:

QUERIDO JOE. NOS CAES BIEN, PERO, POR FAVOR, ¡DEJA DE HURGAR EN LA MIERDA!

VANCE BOURJAILY

JAMES JONES

NORMAN MAILER

JOHN PHILLIPS

WILLIAM STYRON.

A pesar de nuestra hilaridad y nuestra borrachera, creo que, en el fondo, nos quedamos un poco espantados. Es exactamente el tipo de cosa por el que uno acaba en un campo de concentración tres años después. En fin, hay muchas otras razones que puedo utilizar para ir. Tuyo, Lew,

Norm

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A Jean Malaquais (*)

13 de octubre de 1956

Querido Jean:

He tardado demasiado en contestar tu carta, teniendo en cuenta todo lo que disfruté con ella, pero, querido amigo, he tenido excusas. Y lo mejor es que las presente cuanto antes. Para empezar, la búsqueda de vivienda en Nueva York se volvió cada vez más descorazonadora, precios altos, preocupaciones, etcétera, y por debajo de todo lo principal, el sentimiento creciente, tanto en Adele como en mí, de que estábamos hartos de Nueva York. Es curioso, pero, después de tantos años aquí, tengo muy pocos amigos, en parte por mi culpa y en parte, de forma peculiar, por culpa de mi inconformismo. Lo digo de verdad. Es una peculiaridad de ser radical; pasan los años y, quién lo iba a decir, llega un momento en el que ya no hay llamadas de teléfono de los amigos situados en las capas más altas de la sociedad. Creo sencillamente que uno se convierte en un lujo como amigo y, si no te quieren verdaderamente mucho -que no es el caso con ninguna de mis amistades sociales-, poco a poco te apartan de sus órbitas de circulación. Y luego, además, estaba harto de Nueva York propiamente dicha, esta ciudad desesperadamente competitiva e inhumana con su violencia, su frialdad, su agresión eléctrica a los nervios -tal vez me estoy volviendo mayor-; en cualquier caso, fuimos al campo, a Connecticut, a visitar a unos amigos, y encontramos una casa que nos gustó mucho, y ahora estamos comprándola. Es una casa grande con 20 hectáreas de tierra, un prado muy hermoso, un poco parecido a Vermont, pero suave y civilizado, un lugar apropiado para un viejo, pero hacia eso es hacia lo que se inclinan mis gustos. Desde luego, como todas las cosas bellas, era cara y, si llegara una depresión en los próximos años, me encontraré con un gran elefante blanco entre las manos.

En cualquier caso, eso fue hace un par de semanas y, poco después de hacer la oferta de compra, estaba paseando a los perros (nuestros dos grandes caniches) a última hora de una noche de sábado o, para ser más técnicos, a primera hora de la mañana del domingo -era la una-, cuando los perros se detuvieron a olisquear cerca de tres matones que merodeaban ante un portal. Uno de ellos hizo una broma de mal gusto, los otros se rieron, y yo, que debo de tener un ramalazo de locura, le pregunté qué había dicho. Entonces él me insultó, comenzamos una discusión verbal, me dijo que me fuera, yo estaba asustado pero me negué, y, por fin, nos peleamos. Seguramente yo habría ganado, porque, créeme, era más fuerte que el matón -que era alto, pero pesaba menos que yo, y tenía unos 21 años-, como digo, creo que habría ganado, pero empezó a sacarme los ojos con los dedos, y de forma muy profesional, la verdad. Me lo quité de encima lo mejor que pude, peleamos un poco más, volvió a agarrarme y volvió a atacarme los ojos. En ese momento salió una masa de gente -una banda- de una de las casas (estábamos peleando en la acera) y un personaje enorme y brutal me golpeó y me dijo: "¿Tienes suficiente?".

Claro que tenía suficiente. Casi no podía ver, los ojos me sangraban, y ya me veía muriendo de una paliza. Así que asentí, impotente, y murmuré varias veces: "Sí, tengo suficiente, tengo suficiente, tengo suficiente", recuperé a los perros que otro matón, irónicamente, había estado guardando durante la pelea, y me fui arrastrando los pies. Lo que hace que la historia no sea completamente inhumana es que dos hombres de color, miembros de la banda, me siguieron. Me alcanzaron al llegar a la esquina. A esas alturas ya no me importaba nada, así que, seguramente por eso, no me dieron miedo. Sentía que, si iban a atacarme, podía darme por muerto. Quizá fue eso, no sé, pero el caso es que uno de los tipos de color dijo: "No te han dado una pelea justa, tío". Y eso, en cierto modo, me animó durante los días siguientes, cada vez que me acordaba.

Pero las consecuencias fueron malas. El ojo izquierdo me dolía bastante, y tuve un punto ciego en mitad de mi campo de visión durante varios días, y hube de permanecer en una habitación oscura durante casi una semana. Todavía ahora se me cansa la vista, y seguramente tardaré un mes en superar eso. Cuánto me alegro de haber comprado la casa antes de que sucediera esto, porque, si no, siempre habría tenido la sensación de que estaba huyendo de Nueva York en un ataque de pánico.

En cualquier caso, he estado demasiado deprimido para escribirte durante una temporada, y esto es lo que ha pasado. No lo cuentes mucho por ahí, porque a mis padres les dije que tenía una infección en los ojos, y no me gustaría que llegase algún rumor a los periódicos. Lo que está claro es que la experiencia confirmó el sentimiento cada vez más intenso que tengo de que hay una barbarie que está muy cerca de la superficie en Estados Unidos -no tienes ni idea de lo horrible que está volviéndose este país-, es intangible, pero tengo el fuerte sentimiento de que casi ninguna de las personas a las que conozco desde hace años está madurando, sino deteriorándose y cayendo en el odio, el odio a sí misma y una especie de vida constante con la conciencia de la muerte. Para que luego hablen de nuestra bombita atómica. [...]

En otro orden de cosas, Adele está deslumbrante. Nunca la he visto más bella, y tiene cada vez más aplomo. Es algo encantador para mí, porque siento que he sido positivo para una persona en este mundo, y eso me alegra.

En cuanto a la casa, tienes un lugar en el que dormir mientras sea nuestra, y me gustaría que estuvieras aquí, porque os echamos de menos a Galy y a ti. Sobre la cámara, tendrás que esperar a mi próxima carta. He sido poco aplicado en ese aspecto. Perdóname.

Con cariño de un guerrero a otro,

Norman

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A la Sra. de John F. Kennedy (*)

3 de noviembre de 1960

Querida Sra. Kennedy:

Fue muy amable por su parte enviarme la carta, y le doy las gracias por ella. De vez en cuando, cuando pienso en la posibilidad de viajar a otro siglo, me inclino por el XVIII, en Francia, las tres últimas décadas, y la primera del XIX, supongo. Pero no sé si me irían muy bien las cosas allí. Si, por casualidad, nos vemos en Hyannisport el próximo año, podríamos hablar de ello. Sospecho que usted sabe del tema más que yo. Mi competencia se vuelve inexperiencia en cuanto paso de las obras del Marqués de Sade. He ahí un hombre del que me gustaría escribir una biografía cuando yo esté muerto sin remedio. Quizá podría dar una o dos pistas sobre el peculiar pero sólido sentido del honor del personaje.

Mientras tanto, permítame expresar mi deseo de estar equivocado en mi miedo a la noche del 7 de noviembre. No estoy de acuerdo con su marido respecto a Cuba, creo que se dispone a cometer un grave error, pero votaré por él, de todas formas. Creo que es más importante que nunca que gane él. Es sólo que he perdido ya gran parte del placer de emitir el voto...

Atentamente, querida señora,

Norman Mailer

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A Mickey Knox (**)

17 de diciembre de 1963

Querido Mickey:

La cosa de Kennedy afectó mucho aquí. Las mujeres lloraban por la calle (sobre todo, mujeres atractivas), muchos negros de mediana edad tenían aspecto triste y preocupado, y todos nos sentamos en medio de una atmósfera de pesimismo a ver la televisión durante las setenta y dos horas siguientes. En conjunto, tuvo mucho en común con otros dos acontecimientos: el día de Pearl Harbor y la muerte de Roosevelt. Y lo de Ruby y Oswald fue el remate. No me he sentido con ganas de escribir ni una sola palabra sobre todo esto, he estado demasiado jodido y deprimido. En mi opinión, la mayor pérdida ha sido una pérdida cultural. Quisiera o no, Kennedy estaba dando gran impulso a las artes, no porque Jackie Kennedy invitase a Richard Wilbur a la Casa Blanca, sino porque, de algún modo, la tapa se había abierto, y ahora temo que vuelva a cerrarse de golpe.

En cuanto a Oswald y Ruby, no sé qué pasó, pero no tengo ninguna seguridad de que lo sepamos alguna vez. Me gustaría creer que el FBI tuvo una mano siniestra en todo esto, pero, no sé por qué, lo dudo. Sospecho que la verdad es que dos tipos solitarios, por su cuenta y riesgo, pusieron palos en las ruedas hasta un punto como no había hecho nadie antes, y lo que nos ha quedado ahora es un lío, un lío miserable.

El libro [Un sueño americano], por supuesto, ha quedado apartado en medio de todo esto, una más del millón de víctimas secundarias. Cuando Kennedy estaba vivo era un buen libro, pero, con él muerto, no es más que una curiosidad, y su tono resulta algo irritante. Ni siquiera lo echo en falta, curiosamente.

Respecto a la película, ha habido una sorprendente falta de interés, y no ha picado nadie. Creo que, si alguien tuviera cinco o diez millones de dólares, podría ser un gran filme. Pero me da la impresión de que nadie va a comprarla hasta que lleven al cine alguna otra cosa que escriba y ésa gane mucho dinero. Lo malo es que no es el tipo de historia que puede rodar un productor independiente con poco presupuesto, porque, para que tenga éxito, necesitaría un tratamiento épico.

Lo cual trae a colación, en cierto modo, tu comentario de "aventurero intelectual". Se me había olvidado que lo habías dicho, pero tu mención me lo ha recordado, salvo que tú lo citas de forma completamente distinta, con un tono aprobador. El personaje del entorno de Kennedy que lo dijo, desde luego, empleó el término con desprecio. [...]

Las cosas aquí están tranquilas. Mucho trabajo para mí, y después más trabajo. Sigo dándole duro a la serie por entregas y ya he terminado la tercera. Es un libro bastante bueno hasta ahora, pero espero y ruego poder mantener el nivel, porque la tensión es tremenda. Es como ser un viejo profesional y disputar un combate en ocho asaltos cuando uno no está en su mejor forma. En cualquier caso, si puedo conseguirlo, el año que viene debería ser más relajado.

Siento muchísimo que te fueras cuando te fuiste. Siempre nos cuesta un par de semanas encontrarnos a gusto uno con otro y esta vez fue una verdadera lástima, porque creo que estamos llegando a un punto en nuestras vidas en el que nuestros respectivos oídos son cada vez mejores y podemos escuchar con más atención lo que dice el otro. Lo que me has dejado entrever de Yugoslavia es fascinante y, si tienes ocasión, hazme saber algo de tus impresiones.

Con cariño,

Norman

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A Marvin Gorson (***)

11 de abril de 1968

Querido Marvin:

He tardado mucho en contestar, pero estaba trabajando en mi segunda película, Bust 80, cuando llegó tu carta, y desde entonces he estado haciendo todo lo posible para ganar algo de dinero porque me he arruinado haciendo estas dos películas. En cualquier caso, no creo que vaya a aceptar tu amable invitación a convertirme en el filósofo residente del Partido por la Paz y la Libertad, por dos de las mejores razones posibles. No acabo de tener las ideas claras sobre una postura política coherente. Como quizá sepas o no, soy un conservador de izquierdas, que implica contradicciones como estar en contra de la renovación urbana, pero, por otra parte, no estar necesariamente a favor de la legalización de la marihuana. Puede que acabe teniendo que defender la legalización de la marihuana. Puede que acabe teniendo que defenderla si la policía continúa acosando a la gente y haciendo detenciones innecesarias, pero, pese a todo, prefiero que sea ilegal, porque le da algo de picante al hecho de fumarla y nos evita que las empresas puedan meter vitaminas en una marihuana híbrida, de cultivo hidropónico y con filtro. Para no hablar de todos los anuncios psicodélicos que nos ahorramos. Además, no estoy tan seguro de que McCarthy y Kennedy sean indistintos de Humphrey, que, por lo menos, debería pagar el precio de su compromiso total con la guerra en Vietnam. Está muy bien decir que no hay diferencias entre Kennedy y Johnson, pero no estoy nada seguro de estar de acuerdo. No se trata tanto de lo que le pase por la cabeza a Kennedy como de que tendremos un país completamente distinto si se convierte en presidente un hombre que lleva el pelo como lo lleva él. En cualquier caso, esta carta llega después de una conversación que tuve ayer con Barbara en la que se mostró naturalmente disgustada a propósito de Eldridge Cleaver. De modo que adjunto una declaración que puedes utilizar en defensa de Cleaver, aunque es posible que, si salta la noticia, llame a Barbara y le dicte el contenido a ella. En cualquier caso, por ahora, te deseo lo mejor y te doy muchas gracias por el placer de leer tu magnífica crítica de ¿Por qué estamos en Vietnam?

Atentamente,

Norman

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A Mary Bancroft (*)

18 de octubre de 1976

Querida Mary:

... Me resulta difícil sentir la misma pasión que tú a propósito de Carter, porque no tengo más que pensar en Ford o, que Dios me perdone, Reagan, para preguntarme cómo es posible que una conservadora que se precie como tú pueda volver a pensar una vez más en meter la cuchara en esa olla repugnante. Sí, creo que Carter es increíblemente ambiguo y que podría ser el diablo y que, desde luego, podría haberme engañado, y que no hay duda de que los demócratas nos llevarán a la guerra antes que los republicanos, y sí, que podría estar cometiendo el mayor error de mi vida, pero lo único que podría decirte es que, con los años, he aprendido a ser cada vez más simple. He decidido que, después de todo, no es casualidad que, después de conocer a alguien, me guste o no. Todo lo que me ha ocurrido desde mi perspectiva de los cincuenta y tres años ha dependido de mi juicio. Y cuando conocí a Carter, me gustó de verdad, me dejó una buena sensación. No hay muchas personas que me la den.

Como esa parte, para mí, es indiscutible, tengo que reconocer que, si es el diablo, yo también, y tuve esa buena sensación de camaradería que sienten los diablos cuando se encuentran en lugares elevados y secretos. Pero en cuanto a Ford, Reagan, Dole y el resto de la nave pirata, Mary, son de vómito. Son horribles. ¿No ves lo que le han hecho a este país? Johnson fue una trágica monstruosidad que nos metió en Vietnam diez veces más que Kennedy, estoy de acuerdo. Pero lo que hizo Nixon al no sacarnos durante cuatro largos años es incalificable, y lo que hacen Ford y Reagan respecto a la economía, que está dirigida por los tipos que se pasean en carritos de golf, oh, cuánta corrupción; oh, cuánto lodo; oh, te echo de menos. Dios mío, cómo te echo de menos. Mary, ¿por qué no voy nunca a verte?...

Te quiere,

Norman

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A Sal Cetrano (**)

28 de enero de 1985

Querido Sal:

Con el trabajo añadido, no, con la carga del Congreso del PEN, que ha supuesto una nueva avalancha de correo, llevo como un mes de retraso, y ahora veo tu carta del 24 de diciembre, que me es imposible responder como es debido, primero, porque tu prosa es tan rica que tendría que sentarme a tratar de averiguar exactamente lo que quieres decir, y segundo, porque no tengo tiempo. Pero, si puedo adivinar lo que indicas, creo que estás cayendo en la trampa que nos tienden con la Unión Soviética. Es un sitio horroroso; es como Estados Unidos tras 50 años de depresión económica, gobernado por una mezcla de exaltados de West Point y gánsteres de la Mafia. La verdad es que, incluso en un mundo tan horrible, siempre habrá camarillas y facciones, y unas serán mejores que otras. Creo que fueron los guardianes y los escritorzuelos de pacotilla los que generaron toda la reacción negativa sobre Bonner y Sajarov, y tipos como tú y como yo dentro del aparato soviético se quejaron y gruñeron del mismo modo que yo gruño y me quejo cuando Reagan empieza a hablar del gran tanto en favor de la libertad que obtuvo cuando invadió Granada. El error que no hay que cometer jamás es pensar que Rusia es monolítica. No lo es. Es un lugar deprimido, triste, opresivo, pero está desgarrado por las distintas facciones, y todavía queda alguna esperanza. Si la guerra fría pudiera acabar, su situación económica podría empezar a mejorar, porque, por el momento, todos los buenos ingenieros están dedicados a los cohetes. Cuando empiece a mejorar su nivel de vida, aunque sólo sea un poco comparado con el nuestro, seguro que se arma la de Dios. Pero no caigas en la trampa de creerte una información de prensa a pies juntillas. Eso es lo que quieren que hagamos.

Me encantó verte en Strawhead, y me alegro de que la obra más o menos te gustara. Estamos como un equipo de baloncesto en la primera semana de partidos de exhibición. Es más, la semejanza entre los actores y los deportistas no deja nunca de asombrarme. Si son buenos, cuanto mejores son, más se esfuerzan. Resulta bastante tranquilizador.

Por ahora, saludos,

Norman

P. S. Escribes prosa como un buen poeta. A los buenos poetas normalmente es difícil seguirles su prosa.

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A Richard Stratton (***)

principios de enero de 1987

Querido Rick:

[...]

Norris y yo fuimos a Moscú invitados a esa conferencia que convocó Gorbachov. Rick, te lo aseguro, es increíble: allí está pasando algo. Es como un oso, viejo, maloliente, herido, obeso, enredado en sus propias corrupciones, y que tiene una mirada concreta: quiere volver al circo, quiere ser un oso entrenado y recibir aplausos, y que todos los demás animales le rindan homenaje. Es una forma demasiado fantasiosa de decirlo, pero la verdad es que supongo que llevo dándole vueltas a Rusia desde que se publicó Los desnudos y los muertos, porque viví la misma experiencia que tantos de mi generación, de pensar que los rusos eran estupendos durante la guerra mundial y respetar a su ejército y su infantería como sólo podía hacerlo alguien de infantería de Estados Unidos, y sus sacrificios de guerra, y luego sumergirme de cabeza en la guerra fría con un vuelco total de todas las señales. A partir de ahí no volví a confiar en nadie, ni siquiera en los rusos, cuando llegué a Lenin sobre el estalinismo y los verdaderos horrores que hay allí. Hay una diferencia entre los rusos y los americanos, y es crucial: en Estados Unidos vamos siempre por delante de nuestra culpa. Nos mantenemos por delante gracias a la técnica, a todo lo que se pone de moda. Nos analizamos, nos tranquilizamos y robotizamos, nos llenamos de nouvelle cuisine, nos volvemos yuppies, nos mantenemos por delante de nuestra ansiedad y nuestro gran sentimiento de culpa, y así somos capaces de eludir la cuestión. Los rusos, no. Están enfangados en su culpa, y hay muy pocos rusos que no tengan mala conciencia porque la historia de aquel país, durante 30 años, exigió que cada uno traicionara a sus amigos, no abiertamente, quizá, pero sí mediante actos de omisión, no ayudando a amigos que estaban perseguidos por las autoridades. Y la propia autoridad mantenía las cosas paralizadas por su enorme mala conciencia. Los rusos, en mi opinión, viven más próximos a su alma que nosotros, porque son culpables, y no puedo decirte cuánto me conmueve que desde las altas instancias de la burocracia haya surgido este reconocimiento de que tienen que cambiar y tener un gobierno más humano. Te lo aseguro, Rick, si yo fuera de los que rezan, incluso pediría que baje desde arriba la buena voluntad necesaria para ayudar a esa cosa increíble que está intentando Gorbachov en Rusia, y, hermano, cómo me compenetro con él. Podría salir todo mal con tanta facilidad, pero, si sale bien, este país, nuestro país, Estados Unidos, tendrá que renunciar a gran parte de sus tonterías y, si el comunismo se vuelve democracia, hacerse a la idea de que nuestros propios establos están desbordados. Y de que la mierda de caballo nos llega ya a la nariz. En fin, ya veremos.

Tres saludos,

Norman

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A Don DeLillo (*)

25 de agosto de 1988

Querido Don:

Qué libro tan magnífico. Tengo que decirte que lo he leído contra corriente. Estoy con una novela espantosamente larga sobre la CIA y, por supuesto, se solapa lo suficiente como para decir: "Este hijo de puta está tocando la misma música que yo", pero me impresionó, me impresionó mucho, algo que pocas cosas consiguen. Creo que seguimos escribiendo gracias a que nunca dejamos que nos toquen el centro de nuestra vanidad si podemos evitarlo, pero esta vez no lo conseguí. Una actuación de virtuoso, todo el libro, y, lo que es más, creo que estás llevando a cabo una tarea de la que todos nos hemos olvidado, que es la de transformar las obsesiones de Estados Unidos -esos agujeros negros en el espacio- en mantras con los que podamos vivir. Lo que nos has dado [es] una visión comprensible y creíble de cómo era Oswald y cómo era Ruby, lo que podría haber sucedido. Que luego la historia te quite o no la razón es casi lo de menos: lo que cuenta es que has devuelto a la vida un lugar en nuestra imaginación que ha sobrevivido todos estos años como tierra quemada, es decir, a duras penas. Qué poco frecuente es que una novela nos ofrezca un propósito tan profundo, y te juro, Don, que te aplaudo por ello.

Saludos,

Norman

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A Sal Cetrano (*)

28 de marzo de 1999

Querido Sal:

Nunca hemos hablado sobre el hecho de que eres republicano, porque las pocas veces que hemos tenido la suerte de compartir mesa, ¿quién va a querer sacar eso a colación? Sólo voy a decir -y todavía no he escrito sobre este tema- que, mientras los demócratas, y en primer lugar Clinton, me repugnan con lo que llamo su "política de boutique" -un poco aquí, un poco allá, y todo servido con grandes dosis de gilipollez por encima-, los republicanos son una monstruosidad psicótica. Por un lado, son Dios, bandera y familia -aunque pocos de ellos reconocerían a Jesucristo si estuviera haciendo pis en el retrete de al lado-, y un número asombroso no ha servido jamás en las fuerzas armadas ni ha oído una bala, y, como políticos, engañan como conejos a sus esposas y sus familias. Pero da igual, ¿de qué sirve ser político si uno no puede ganarse la vida siendo un hipócrita?

Lo que quiero decir es esto: el Partido Republicano es esquizofrénico; por un lado, son, como digo, Dios, bandera y familia, pero, por otro, están a favor de la expansión descontrolada del capitalismo y, por tanto, se olvidan de algo que tal vez es importante aún para ti, que es que Jesús, como Karl Marx, pensaba que el dinero impide que pasen todos los demás valores. Y es verdad. Si el país está viniéndose abajo, y lo está, creo que podría trazarse un gráfico del declive en paralelo al ascenso del Dow Jones: cuanto más alto el Dow, más bajos los demás criterios. El dinero destruye todos los demás valores. Puedo incluso respetar a los republicanos de derechas por tener sus criterios, como los tienen, pero nunca atacan el capitalismo, que, descontrolado, es el peor azote de los valores humanos que tenemos hoy.

Quizá hubo una época en la que el comunismo era un azote peor, pero ahora llevamos nosotros la delantera, y te sugiero que trates de vivir sabiendo que tu partido preferido está paralizado en sus centros morales. Si es así, ¿por qué esperar más de tus chicos negros? Quizá nunca sepan de qué hablas.

En cuanto a Clinton, que se ocupe de él el cielo. Su delito no es que tuvo un lío en la Casa Blanca -al fin y al cabo, uno llega a tener éxito como político a base de dar satisfacción a la carne y, al cabo de un tiempo, es como una comida para un hambriento, y no veo a Hillary sirviendo comida a nadie salvo en un comedor de beneficencia-, sino que terminó con el sistema de prestaciones sociales "que conocemos" sin poner fin al sistema de prestaciones sociales que no conocemos, es decir, movido por empresas. En mi opinión, es una monstruosidad ahorrar dinero a base de sermonear a los pobres y lamer el culo a los ricos. Como dice la vieja canción, "eso no es saludable". Perdona por esta diatriba que no tiene la elocuencia de tu espléndida carta, pero me pillas en uno de esos días en los que estoy intentando contestar 50 cartas desde mediodía hasta el atardecer.

Saludos, viejo amigo,

Norman

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A Emmerich Kusztrich (*)

26 de enero de 2005

Querido Imre:

Qué atento fuiste al mandarme el artículo sobre la artritis de las rodillas. Veo que, a medida que pasa el tiempo, puedo vivir cada vez más cómodo con la enfermedad. Andar con dos bastones -y no lo digo como gracia- es hasta divertido una vez que has aprendido sus dimensiones. Su mayor placer es que puedes hacerte la ilusión de que estás haciendo esquí de fondo, y eso es muy divertido. Además, nunca tienes que permanecer de pie mucho rato; siempre hay alguien que te ofrece el asiento.

Sans façons, confío en volver a Alemania en algún momento del año que viene y estoy deseando veros otra vez a Gertrud y a ti; entonces podremos hablar sobre la operación. No siento gran necesidad de ello en estos momentos, pero estas cosas cambian con el tiempo. Será una de las cien cosas sobre las que podemos hablar. Leí el recorte que me enviaste del Financial Times y es desalentador. No sé hacia dónde nos encaminamos. En el siglo XX era el terror de que una guerra nuclear fuera a hacernos volar a todos. Pero parece surrealista. Ahora, en el XXI, está presente en muchos la sombría idea de que no se sabe si llegaremos o no al final de este siglo en nuestra condición actual. A mi edad no importa mucho, pero tengo nueve hijos y unos cuantos nietos, y la perspectiva no es precisamente prometedora para ellos.

Perdóname por esta visita al catastrofismo. Me temo que me he dejado llevar. Pero también quiero decir lo que ya he dicho otras veces: nos conocemos muy poco y, sin embargo, somos buenos amigos. Es una cosa muy agradable. Saludos a ti y a Gertrude... y, ¿me atreveré a decirlo?, un poco de cariño.

Norman


© 2008, The Norman Mailer Estate Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

domingo, 19 de octubre de 2008

El consejo de Günter Grass

El consejo de Günter Grass

Günter Grass, Nobel de Literatura en 1999 y autor de la reciente novela La caja, habló de la crisis financiera mundial y propuso “pasarles la factura a los banqueros”. En la Feria del Libro de Francfort, también recordó a parte de la prensa por haber “predicado el credo neoliberal y ahora pedir una salvación desde el Estado” y concluyó que “los ciudadanos no tienen por qué asumir la carga”.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Historia y conciencia jurídica

Historia y conciencia jurídica

Por Horacio González

Cuando Borges asistió al juicio a la Junta de Comandantes –en el año 1985– escribió un artículo condenatorio. Presentaba una apreciación de lo ocurrido sobre la que ahora vale la pena volver. Se aproximaba a la idea de dos culpabilidades gigantescas y entrelazadas, lo que de alguna manera era una cita de toda su literatura. Se trataba de visualizar al verdugo y a las víctimas encerradas en el mismo oficio secreto de intercambiarse continuamente entre ellas. ¿Dos demonios? No es así; Borges estaba decidido a condenar especialmente a aquellos comandantes. ¿Pero de qué forma? Luego de afirmar que no tienen sentido los premios ni los castigos –lo que representaba bien a su idea de que siempre coincidían determinismo y libre albedrío–, concluye que “sin embargo hay que condenar”. Al haber eliminado toda determinación histórica, su literatura entera tuvo que inventar un mundo ético que no se justificaba en ningún credo social o político, sino en una voluntad última, individualista, de redención de lo humano. Así, Borges condenó a los victimarios, a los señores de la muerte y la vida en los campos de concentración, como los verdaderos culpables. Con estas conclusiones se sobreponía a su propia tesis sobre el “destino circular”, que sin embargo era el basamento agnóstico de su artículo.

Por esa misma época, Tulio Halperín Donghi dedicó importantes reflexiones al modo en que la idea del terror influía en un giro conceptual en la literatura, en el cine argentino y en la propia forma de escribir la historia. Se trataba de imaginar si los hechos del estado general de terror que habitaba en el interior mismo del Estado podían segmentar la historia argentina cercenando la continuidad de sus esferas valorativas. Creo que Halperín concluía su ensayo afirmando que la mutación trágica que se había alojado en la historia nacional, quebrando la proporción entre sus conflictos políticos e imágenes de reparación, introducía una novedad radical en el cuerpo nacional. A partir de entonces, no se podría considerar la historia del país como una totalidad maciza de memorias sino como un vacío primordial que reclamaba nuevos símbolos y representaciones.

El alegato del fiscal Strassera en el Juicio a las Juntas es también una pieza magistral de lo que él mismo llamó “la conciencia jurídica argentina y universal”. Haciendo la historia de esa conciencia, Strassera lee un escrito de envergadura, en el cual se argumenta que el sistema de investigación practicado en la clandestinidad por el gobierno de los tres comandantes implicaba considerar a todos los ciudadanos tácitamente culpables y sujetos a tortura. El razonamiento de la fiscalía proponía partir de los juicios de eticidad pública formulados a partir de los cimientos fundadores de la Nación. No rechazaba que el Estado tomase medidas defensivas contra una forma de violencia insurgente conocida en todo el mundo, pero condenaba que se hiciera a partir de un plan criminal sistemático del que además se negaba su existencia. Pone como contraejemplo el fusilamiento de Liniers, un héroe de la resistencia a una invasión extranjera. Pero luego ese fusilamiento era realizado bajo órdenes precisas, escritas y públicas y, como se sabe, causantes de una especial fisura en las líneas de mando de los jóvenes revolucionarios.

En el alegato de Strassera, condenar a los miembros de aquella junta militar implicaba poner nuevamente sobre un carril pensable, admisible, verosímil, el conflicto fundador de la nación argentina. Las decisiones tomadas en la clandestinidad del Estado vulneraban esa forma originaria de la nación. Eran actos de “lesa humanidad” porque quebrantaban a las personas en un rango superior de su existencia, afectando su pertenencia misma a sentidos irremisibles de la colectividad nacional, faltando los cuales quedaba fatalmente expropiado el significado de la vida en común.

A su vez, uno de los condenados, el ex almirante Massera, realizó su particular alegato de defensa sobre extrañas premisas. En ese mismo juicio, aludió a una reconciliación nacional donde “todos los muertos” serían “de todos”, a la manera de una refundación nacional basada en el sacrificio catártico, necesariamente sangriento. No sería imposible ver las huellas de Joseph de Maistre en el marino que quiso “purificar por la sangre” a una suerte de democracia social imaginada entre sueños retorcidos y fabricada en las mazmorras. O la Argentina seguía el camino de las ensoñaciones de Massera, o el del texto cardinal de Strassera. Con las dificultades conocidas, esto último fue lo que pasó.

La conciencia jurídica argentina necesitada de grandes textos, sean legislativos o ficcionales, emanados de la teoría del derecho o de las grandes piezas de reflexión cultural de época se iba cimentando en reflexiones dispares pero profundas para restituir aquel vivir en común que surgía del conflicto fundador. En su reciente discusión sobre la muerte en la historia, el filósofo Oscar del Barco, en una carta trascendental sobre la responsabilidad y sus alcances ontológicos, consideró que había un plano de igualación en el asesinato, cual sea su motivo, su raíz o justificación. Sin embargo, escribió que “había formas de maldad suprema e incomparable”. El asesinato “es siempre lo mismo”, pero hay hechos incomparables frente a los cuales no se puede decir que “es lo mismo”. La discusión que desató esta carta dirigida como mera “carta de lector” a La intemperie, revista cultural cordobesa, y que aludía a un episodio marginal de las guerrillas prefiguradoras de lo que luego fueron los grandes nucleamientos posteriores, es también parte de los anales de la conciencia jurídica y humanística argentina. No de otra cosa.

En su respuesta a esa carta, León Rozitchner afirmó que las violencias contrapuestas eran radicalmente heterogéneas y esa falta radical de simetría entre las violencias estaba fundada en última instancia en la idea de que no hay absolutos cerrados en términos de una salvación personal, sino que “el rostro del otro” ya está dentro mío y todo ello inserto en una realidad mundana, histórica. El juicio de subjetividad se hallaba en la historia y no en la metafísica.

Sin embargo, más allá de esta disparidad filosófica, la polémica no llevaba ni a la fábula de los “arrepentidos”, al gusto de los personeros de los estrategas de las autocracias ni a la reposición de los “dos demonios”, pues en el fondo era una discusión sobre la responsabilidad política general o de la “conciencia jurídica universal” ante medio siglo de historia argentina. Todos estos escritos y muchos más que sería inagotable mencionar, componen el cuerpo de la conciencia crítica respecto del tema del pensar en la historia o del pensar en el tejido moral de un lenguaje pospolítico. Este decisivo debate saltó a los medios de comunicación y fue considerado en algunos círculos desaprensivos como el pasaje a una culpa autodeclarada, para que los cronistas agazapados de la “gran reprimenda” expusieran nuevamente el ritornello de los “dos demonios”, concepto que nunca dejó de estar en la sordina del debate. ¿No se lo sugiere en el prólogo mismo del Nunca Más? Con él coquetea el mismo Strassera, sin aceptarlo necesariamente. Se comprende: era la forma de proteger lo hablado para decir lo otro en una sociedad difícil como la nuestra. Y lo otro significaba que hubo crímenes de Estado cuyo enjuiciamiento necesario imbricaba y solicitaba desde las artes jurídicas hasta la novela, desde la filosofía hasta el pensar de las religiones.

Difícil imaginar ahora una sociedad contemporánea con tal nivel de controversia y meditación trascendente sobre un evento vital de su historia. Sin duda, el debate alemán, que pareció cerrarse en los años ’80 con la “polémica de los historiadores”, adquirió estatura semejante y en su último tramo versó sobre el mismo tema que ahora nosotros atravesamos. ¿Hay una sociedad alemana que pueda pensarse homogéneamente a lo largo de la historia? ¿O hay un corte histórico abrupto que introduce una novedad ética por la cual no sería posible que un capítulo posterior de la vida colectiva debiera considerarse heredero del momento crucial en que predominaban los agravios a la condición humana? Rechazar una herencia abominable permitía superar el “todos fuimos culpables” que en ciertos casos surgía de conciencias sinceras y, en otros, de intentos de reposicionar la memoria subterránea de los aparatos represivos.

La idea que trasunta el estremecedor escrito de Del Barco sobre la culpa –declararse responsable aun sin tener que ver con la consumación de los hechos más que de una manera solo vinculada a las atmósferas discursivas de época– mostraba hasta qué punto la conciencia crítica argentina, basamento latente de una conciencia jurídica autónoma, buceaba en sus pliegues morales más profundos para perfeccionar el juicio sobre un desgarramiento social violento. Superando figuras conceptuales indebidas, como el arrepentimiento instigado o la forzada autocrítica del caído –meras contricciones políticas–, el razonamiento iba hacia el lado de fundar en la sociedad argentina una austera sabiduría sobre lo ocurrido sin tribunalizar lo que el juicio político emancipado ya sabe de por sí.

Es que hay ciertos extravíos a los que develará la historia futura y otros que ya lo eran al momento de manifestarse. ¿No lo sabemos todos, sin el auspicio de los juzgados? Por tanto, tampoco la ley en su frialdad de necrópolis puede disecar el pasado sin embalsamarse a sí misma. Cuidado con eso. Con reconciliaciones que son simulacros de hegemonías al acecho, utilizaciones vicarias de géneros prestigiosos, como el periodismo de investigación, a fin de habilitar nuevas escenas jurídicas despojadas de historicidad específica y de universalidad altruista. Podrían estar relacionadas mucho menos con el humanismo jurídico fundante de sociabilidad autónoma que con una falsa simetría política, de cuño inmediatista, que le quita singularidad y justa locuacidad a los hechos.

En esta misma situación estamos ahora, lo que puede implicar un retroceso respecto de la juridicidad de gran nivel histórico obtenida por el país, y sin la cual no hay, no habrá libertad reflexiva. En el pasado hay crímenes planificados a escala de la humanitas y absurdas demasías que sólo omitiendo las señales rigurosas de una época serían materia criminal. La historia argentina que vivimos puede ser revista por la ley, pero no por una ley que hable como un autómata político. Debe ser ley historiadora, heredera del debate que hace tiempo está desplegado, y no mero desmantelamiento moral, operación política. Ahí están los documentos de la civilización argentina refundada en múltiples dictámenes laboriosos, con textos salidos de la imaginación crítica de juristas, escritores, periodistas y filósofos. No hay que relativizarlos. Correríamos máximo peligro si lo grave que necesita ser pensado, se somete a reglas de oportunidad inmediata. No se trata de evitar responsabilidades ni de cerrar el debate histórico. Se trata de no abandonar la conciencia jurídica universal conquistada.

domingo, 12 de octubre de 2008

Pienso, luego existo

Pienso, luego existo

La obra de José Pablo Feinmann es tan profusa, amplia, aguda y volcánica que resulta inclasificable: novelas, columnas de análisis político, intervenciones mediáticas, ensayos sobre cine, fascículos de filosofía, obras de teatro, guiones de cine, cuentos y hasta un programa de televisión. Como si fuera poco, dentro de esas mismas obras, unas invaden a otras, dando forma a un estilo aún más inclasificable. Pero si hay un amor que las atraviesa a todas, sin duda es la filosofía, a la que se dedicó ininterrumpidamente desde sus años de facultad. Por eso, la publicación del monumental La filosofía y el barro de la historia (Planeta) marca la aparición de uno de sus libros fundamentales, uno de esos para los que alguien se prepara toda la vida y la deja en el.


Por Gabriel Lerman

Un filósofo en la TV. Algo que podría ser una contradicción de términos, él lo convierte en una experiencia posible, cercana. Un filósofo en el diario. Algo que es usual, él lo convierte en un modo de intervención pública que supera la media de opinadores profesionales que recorren los medios. Incluso rompiendo esa idea del profesor inmaculado que todo lo sabe y viene a dar cátedra con su pluma. Sin embargo, es inclasificable. ¿José Pablo Feinmann filósofo, narrador, novelista, guionista? Seguramente todo eso junto, a la vez y en simultáneo. Acaso el secreto de la literatura de Feinmann comience a develarse en las páginas de La filosofía y el barro de la historia, edición completa y definitiva en un tomo único de ochocientas páginas que ahora publica Planeta, y que recopila los fascículos de la colección que, con el mismo nombre, salió cada domingo en Página/12. Porque en estas páginas fluye con gran disposición, pericia y antojo, la pluma de un intelectual imaginativo. Es decir, aquello que Feinmann dice que aspira a lograr como intelectual a través de la alternancia de formatos, soportes y géneros, en este tomazo, en este ladrillo descomunal encuentra la solución en una única y propia escritura.

¿Cómo llegás al estilo de esta obra?
–El estilo es una de las cosas más importantes –dice José Pablo Feinmann–, porque en realidad yo empecé a dar esta temática en un curso, en 2004, al cual se inscribieron novecientos alumnos en el primer cuatrimestre. Entonces daba clases los martes y los jueves, cuatrocientos cincuenta y cuatrocientos cincuenta, y lo di a lo largo de todo el año. Después, Hugo Soriani me dijo: ¿Por qué no lo publicás en Páginal12?”. Y me dieron las desgrabaciones con el discurso. Pero eran un desastre. La idea era publicar las desgrabaciones, pero era imposible porque tenían todo tipo de baches, derivaciones y divagaciones. Entonces dije: lo voy a escribir. Pero se me ocurrió una idea, yo no sé si buena o mala: escribirlo como si estuviera dando una clase, como si le hablara, en este caso, al lector de Páginal12.

Hay referencias literarias, una narrativa con suspenso, idas y vueltas...
–Una investigadora canadiense me dijo que “narraba la filosofía”, y me pareció una buena definición. El libro es muy personal, yo expongo un filósofo, pero después le bajo la caña. O lo apruebo, o estoy de acuerdo, o lo relaciono con tal cosa. Lo más fuerte de todo en el libro es la discusión sobre Heidegger. Y también hay otro momento muy poderoso en el cual le debo mucho a Rubén Ríos y a Edgardo Castro, eruditos en Foucault. Hice un diálogo entre Foucault y Sartre, una gran discusión acerca del sujeto. Los pasajes de Foucault y Sartre. Cuando desarrollo Foucault, Sartre interviene constantemente.

LA ESCRITURA O LA VIDA
Alguna vez dijo que su referente indiscutido en la Argentina, su ideal arquetípico, era David Viñas. En la presente entrevista dirá, hablando de filósofos, que su modelo es Jean-Paul Sartre, el intelectual total, el catedrático que puede ser el columnista brillante del journal y a la vez el dramaturgo grave de la comedia. Hay quien dice que es el Norman Mailer argentino, y la referencia tiene que ver con el carácter volcánico y desmesurado de su obra: difícil escapar a la impresión que genera la productividad literaria de Feinmann. Un autor imantado casi de manera lúdica, infantil, con el tamaño de esos libros característicos del pensamiento moderno que superaban las seiscientas páginas, que eran escritos tras abrumadoras temporadas en las que sus autores dejaban en ellos, literalmente, sus vidas. La vida por un libro, la vida en el libro. Y Feinmann suele tomarse sus desbocados proyectos con esa irracionalidad y ese ensimismamiento que lo caracterizan, donde las citas bibliográficas atraviesan raudamente su mente, lo fulminan, lo enceguecen, lo hechizan, pero donde pervive un mandato de totalidad, un forzamiento de la incompletud hasta el agotamiento y la sequedad del concepto, donde pase lo que pase debe resurgir el poderío de la explicación, una razón y una libertad superadoras. Feinmann pregona que un libro donde no se agita la existencia de un hombre no es un libro que valga la pena. Y ese hombre es tanto el autor como el lector, un instante imaginario donde ambos entran en juego y se funden en el centro.

¿Qué pensabas de la filosofía cuando empezaste a estudiarla, de joven?
–Yo entré en la carrera de Filosofía en el año ’62 –dice Feinmann–. Tenía dieciocho años, y era un gran momento de la universidad, en la calle Viamonte 430. Tengo un libro de Laclau que en la dedicatoria dice: “A Viamonte 430, donde empezó todo”. Yo era un pibe de dieciocho años que entraba con el fervor de devorarme toda la filosofía del mundo. Pero lo que tiene la filosofía de particular es que tenés que saber mucho antes de empezar a laburar por tu cuenta o a decir una palabra tuya. Podés escribir un buen poema, un buen cuento a los dieciocho años, pero para escribir filosofía tenés que formarte. Digo, para no abrir puertas que ya fueron abiertas hace siglos. Ahí hago diferencia con la literatura. Yo escribo literatura desde los ocho años: escribía novelas de cowboys, de piratas, nada del otro mundo. Iba al cine, miraba la película, me gustaba, volvía a casa y escribía un cuento sobre el tema de la película. Yo iba a seguir Letras, y creo que me inscribí en Letras, pero la Filosofía me devoró enseguida.

¿Por qué?
–Ahí estaba la totalidad del saber, el más alto de los saberes. En la literatura podían estar, pero había que rastrearlas dificultosamente. Y no estaba en todos los escritores. Pero en los filósofos estaba el más grande desafío. En cuanto a la dificultad de la filosofía, me especialicé en Hegel. Porque era el más difícil de los filósofos, el que había que saber, el que te iba abrir las puertas de todos los demás. Pero me pasé a Letras de nuevo e hice Española II y III, que fue una tortura. Con una profesora que se llamaba Frida Weber de Kurlat, un dinosaurio de la carrera de Letras que fue directora del Departamento hasta que en 1973 la sustituyó Paco Urondo, mirá cómo es este país...

¿Y volviste a Filosofía?
–Sí. Como yo tenía la guita asegurada por el lado de la empresa familiar, no tenía apuro por recibirme. A cada materia le dedicaba muchísimo. Empecé en 1962 y la última materia creo que la di en 1969. Y me olvidé de la tesis, me olvidé porque ya era profesor. Yo fui profesor, jefe de trabajos prácticos, hasta 1972. Ahí presenté mi tesis, porque la Juventud Peronista de Humanidades de La Plata me pidió que fuera decano allí. Y yo les dije que sí. Todo era maravilloso, iba para adelante, pero me faltaba la tesis. Entonces lo fui a ver a Conrado Eggers Lan, que era director del Departamento de Filosofía en la UBA, y me dice: “José, cómo que no dio la tesis”. Rendí la tesis y cuando me volví a encontrar con los muchachos de La Plata resulta que Rodolfo Mario Agoglia, que era el rector, había elegido a otro.

FILOSOFIA VIVA
La escritura de este libro entrevera filosofía y ficción, referencias al cine, a la historia, a la biografía, a la política, mientras se evoca la Selva Negra de Heidegger y la pipa que fuman con su amigo el campesino. La solución al enigma Feinmann está aquí: su problema ya no es la TV, el cine, el periodismo, los cursos de filosofía. La escritura feinmanniana se ha nutrido de técnicas narrativas que cruzan géneros, las ha reelaborado y fundido a un estilo personal que se mueve aquí o allá sin inhibiciones, ni remilgos. Falta ponerle nombre: narrativa filosófica o filosofía narrada. Y el ejemplo, dicho a modo de anticipo, es cómo llegó a su ¿próxima novela? Hace pocas semanas, mientras escribía uno de los fascículos de Páginal12 sobre Peronismo –particularmente uno de los dedicados al secuestro de Aramburu– tomó una rama de su árbol, se abrió del tronco principal y empezó a novelar diálogos y situaciones del secuestro. A poco de andar, cayó en la cuenta de que tenía setenta páginas que se recortaban del resto, que ya no tenían directamente que ver con el texto de origen, y que allí había otra cosa, el embrión de una novela.

Acaso Feinmann siempre quiso La filosofía y el barro de la historia, siempre lo soñó. ¿Cómo no imaginar al joven y ambicioso estudiante de 23 años, que da clases en la calle Viamonte, soñando con la escritura de un curso general de filosofía? El filósofo italiano Franco Volpi, traductor a su idioma de Heidegger, en su entusiasta prólogo a este libro de Feinmann, dice: “He aquí la mejor respuesta a todos aquellos, analíticos y continentales, que hoy en día tratan a la filosofía como a un perro muerto. ¿La filosofía ha muerto? ¡Viva la filosofía!”.

¿Qué pasó después que presentaste la tesis, en 1972?
–Eggers Lan, que era un profesor católico, me dice: “José, quédese aquí en Filosofía, y cree la Cátedra de Historia de Pensamiento Latinoamericano”. Eso es trabajo mío y de Guillermina Camusso. Ahí di Francisco Solano López como gran pensador latinoamericano: el Paraguay, las industrias y el desarrollo autónomo, con escritos de Solano López. Y después de esa época recuerdo mi gran conquista en Historia de la Filosofía Contemporánea, que la dictaba el profesor Klein, que era un genio de la filosofía, y yo era su ayudante de trabajos prácticos. Entonces, en 1969, lo fui a ver y le dije: “Quiero dar Juan Bautista Alberdi en mi comisión”. Me miró descreído. “¿Alberdi? ¿Cómo qué?” Y yo le dije: “Como filósofo contemporáneo”. El tipo lo pensó un rato y me dijo que sí. Ahí di, por primera vez, Fragmento preliminar al estudio del Derecho. Fueron mis hazañas de ese momento, que ya prenunciaban mi etapa nacional popular.

LA SANGRE DERRAMADA
En 1990, Feinmann publica La astucia de la razón, una de sus novelas más logradas. Allí, cuatro amigos, estudiantes de filosofía, tienen un largo encuentro durante una noche de noviembre de 1965, en una playa de Punta Mogotes, Mar del Plata. Según enuncia la novela, en un estilo entonces de moda entre autores como Ricardo Piglia y Juan José Saer, que acriollaban a Thomas Bernhard, cada uno de los cuatro amigos representa una corriente filosófica. La propia novela lo articula así: “Mientras conversaban sobre el sentido final de la filosofía, sobre Sócrates, Descartes, Kant, Hegel, y, según se verá, sobre el peronismo, inesperado concurrente a esa comida, el peronismo, traído, sorpresivamente, por ya veremos quién, habrían de comer, escribía, esa carne tierna”. Los amigos son Pablo Epstein, Pedro Bernstein, Ismael Navarro y Hugo Hernández. En ese orden, el primero es el hegeliano, luego los otros que expresan variantes del marxismo y, por último, el personaje demorado, el carismático Hugo Hernández, el portavoz del teorema latinoamericano. Este último joven, que narra un encuentro con el gordo Cooke en Córdoba, arquea la novela, la hunde en un lugar específico: aquel que diferencia a la Argentina, que la ancla en Latinoamérica y, sobre todo, la desmarca de Europa. Porque las “convicciones arrasadoras” de Hugo Hernández, las referencias a Cooke, al peronismo y a América latina, delinean una deriva, una zona de clivaje diferencial en la narrativa feinmanniana. Ya que la colección emprendida por Feinmann posteriormente a La filosofía y el barro de la historia ha sido Peronismo, filosofía política de una obstinación argentina, es de esperar que surja, finalmente, su propia versión, su regreso al pensamiento latinoamericano. Es como si en la ancha y profusa novelística del profesor aún se demorara la aparición del tercer hombre, el misterioso Harry Lime (Orson Welles), o el cuarto, según La astucia de la razón. Aquel personaje que se dio vuelta como un guante, que resuena hoy en la nueva edad política del continente, que pide a gritos una interpretación y una transformación, que quien sabe o quien verificó si la violencia o la sangre derramada fueron o serán las parteras de la historia.