domingo, 27 de abril de 2014

Actualidades



“EEUU, que ha impuesto duras sanciones a Rusia por desplegar tropas en su frontera con Ucrania, tendría que enfrentar otras más severas por haber ocupado la bahía de Guantánamo, robada en 1903 a Cuba”, afirmó el famoso lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky.
El político y profesor del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts, EEUU) en una entrevista con la agencia rusa Ria Novosti, citada el viernes por distintos medios, se refirió a la permanente presencia de las tropas estadounidenses en Guantánamo y dijo que esa bahía “fue robada a punta de pistola a Cuba en 1903 y todavía sigue retenida, pese a los esfuerzos constantes de Cuba desde la independencia por recuperarla”.
“Pondría la atención de aquellos que piden sanciones [contra Rusia]” sobre el caso de Guantánamo, puntualizó el destacado activista estadounidense.
El viernes, EEUU y sus aliados anunciaron la posibilidad de decretar nuevas sanciones contra Rusia por la situación en torno a Ucrania.
Con anterioridad, EEUU y la UE impusieron sanciones individuales contra un grupo de políticos y empresarios de Rusia a raíz de la incorporación de Crimea a su territorio.
Después de que Crimea se declarara independiente y se reunificara a Rusia tras celebrar el 16 de marzo un referéndum, la tensión ha aumentado en Ucrania, pues los ciudadanos prorrusos se manifiestan contra el gobierno interino de Kiev, reclamando una consulta similar para decidir su adhesión a Rusia.
La prisión estadounidense Guantánamo, establecida en 2002, alberga a al menos 160 prisioneros sospechosos de estar vinculados con las actividades terroristas.
Esta cárcel ha sido objeto de críticas provenientes de las Naciones Unidas, organizaciones internacionales de derechos humanos, gobiernos europeos y otros por ser un centro de torturas inhumanas y violación de derechos.


Varios miles de personas bloquearon este sábado una manifestación organizada por la formación nazi Partido Nacional Democrático alemán (NPD), que pretendía, bajo el lema “Por un Kreuzberg alemán”, marchar por este barrio de Berlín, en el que viven un gran porcentaje de personas de origen turco.
Según explicó la policía, los alrededor de cien miembros del partido ultraderechista congregados debieron dar la vuelta después de recorrer sólo 200 metros al haber sido bloqueada la calle por miles de personas. A continuación, éstos procedieron al lanzamiento de piedras y botellas e incluso un baño portátil fue quemado.
Varias personas fueron detenidas por la policía alemana por estos hechos, así como cuatro miembros del NPD.
El convocante de la contramanifestación es el colectivo “Berlín libre de nazis” bajo el que se agrupan miembros de organizaciones de izquierdas, así como de los partidos Los Verdes, La Izquierda, las juventudes del Partido Socialdemócrata (Jusos) y el sindicato Verdi.
Estos altercados se producen tan sólo unos días antes del 1 de mayo, celebración del día del trabajo, y durante la cual son habituales los disturbios en la capital alemana ocasionados por choques entre grupos nazis y antifascistas.
EFE

domingo, 20 de abril de 2014

Entre la disciplina y la parranda

Gabriel García Márquez junto a Alma Guillermoprieto, Jaime Abello Banfi, Gustavo Bell, José Salgar, Javier Darío Restrepo y Sergio Ramírez en la sede de la FNPI en Cartagena, 2006. /ARCHIVO FNPI
por Alma Guiillermoprieto
Mucha gente que nunca lo conoció y a quien nunca le hizo daño hablaba pestes de él. Que si era presumido, déspota, demasiado arrimado al poder. En cambio no notaban que a él le hipnotizaban igualmente el poder y los poderosos, el periodismo y los periodistas, o cualquier otro oficio que se ejerciera con esfuerzo y maestria; que se la pasaba inventando proyectos para usufructo de otros, y que en el círculo de sus verdaderas amistades él y Mercedes mantuvieron por igual a los viejos amigos de los tiempos duros y a los refulgentes protagonistas de encabezados.
Yo lo conocí trabajando—me llamó un día para que participara en laconstrucción de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano— y desde esa primera tarde me asombró no solo la generosidad de la llamada sino la energía que lo llevó a crear una y otra vez proyectos deslumbrantemente ambiciosos. No pongo aquí la palabra 'soñadores,’ porque nunca me pareció que soñara mucho. Si se entusiasmaba, hacía.
Ciertamente era vanidoso; su trabajo le había costado acumular los logros para justificarlo. Egoista era, como todo artista que vive defendiendo la muralla que protege su creatividad del acosante mundo. ¿Que si arrimado al poder? Ahí sí, ni hablar: hipnotizado, más bien, por el poder, indiscutible e incomprensiblemente, y de frente. Todo formaba parte de su voraz curiosidad y su hambre de mundo, sus ganas de todo: de triunfar, de admirar, de saber, de fiestear. En esto último daba cátedra a pesar de la edad y los achaques: en las reuniones de la Fundación daban la una, las dos, las tres de la mañana, venga trago, rumba viene, rumba va, iban cayendo uno tras otro los concelebrantes, y él y Mercedes, incólumnes.
Cuando lo conocí ya ejercía más la disciplina que la parranda, y poco a poco fui percibiendo no solo su enorme capacidad de trabajo sino el orgullo que le producía ser capaz de trabajar así. Nunca lo oí ufanarse de tal libro o tal frase bien lograda. Presumía, en cambio, del trabajo que le había costado lograrla. "A mí lo que me da miedo", dijo una y otra vez, "es que me vean la carpintería". Pero no era cierto: la carpintería—la estructura inexpugnable de cada una de sus novelas, los puentes y las transiciones invisibles entre sus episodios, los rítmos sincopados y veloces de cada frase, el empuje tan tremendamente dinámico en el uso de los verbos—era el trabajo que llevaba a cabo arduamente. El talento se lo había regalado algún dios—Hermes, quizás, tan travieso y comunicador—y por lo tanto no le pertenecía. Lo que Gabo aportaba era el esfuerzo y el trabajo, y eso sí era de su propiedad. No por nada Aureliano Buendía no es un artista sino un orfebre.
En sus mañanas García Márquez armaba y rearmaba la ingenieria de un párrafo, corrigiendo y reforzando cada punto de apoyo hasta dejarlo prácticamente antisísmico. Estudió siempre a los autores que admiraba, de la misma forma que examinan los atletas los videos de los demás Medallas de Oro, no para copiar sino para entender. Pero antes de cualquier lectura, y mucho antes que la primera frase que tecleo algún día, tuvo entre sus muy principales herramientas a su prodigiosa memoria, que lo surtía no solo de recuerdos, sino de palabras. Tenía miles en su haber—sueltas, guardadas en arcones o hiladas en secuencia como si fuera en collares—y las recordaba todas. En una de las primeras reuniónes de la Fundación, Tomás Eloy Martínez, Carlos Monsiváis y él fueron recitando por relevos trechos del Nuevo canto de amor a Estalingrado de Neruda: "Yo escribí sobre el tiempo y sobre el agua". Calló primero Tomás Eloy, se quedó mudo al rato Monsiváis, y Gabo siguió recitando, largamente.
En cuanto pudo, vivió bien—buen carro, buen trago, buena casa—y regaló cantidades extravagentes de dinero a propios y extraños. Pero su compás y su reloj interno se rigieron siempre por el sentido que les daba el trabajo. En la hermosa casa de San Ángel que arreglo con tanta calidez Mercedes, lo que a él le interesaba mostrarle a una visita nueva era su estudio. "Mira; aquí trabajo". Incluso ya muy entrado en el túnel de neblina que le fue quitando el recuerdo se presentaba en su estudio todos los días, formalmente vestido y listo para sentarse frente al ordenador.
Mucho antes de eso, hace años, fui a visitarlo a él y a Mercedes en su apartamento de Bogotá, y durante una hora me fue enseñando, uno a uno, su vasta colección de diccionarios. Los había geográficos, científicos, médicos, arquitectónicos, de homónimos, antónimos, latín, francés, viejos, nuevos, antiguos, gastados o reencuadernados, enormes o en fascículos. “¡Mira!” me dijo, abrazando con el gesto toda la enorme estantería. "¡Mira cuántas palabras tengo!" Al igual que el dinero, las recibió, disfrutó, y gastó extravagante y generosamente.
Alma Guillermoprieto es escritora.

jueves, 17 de abril de 2014

GABO Y LAS LECCIONES DE PERIODISMO

Gabriel García Márquez proclamaba en un artículo publicado en julio de 1981: “Siempre me he considerado un periodista, por encima de todo”.
Y en una conferencia titulada 'El mejor oficio del mundo', que publicó EL PAÍS el 20 de octubre de 1996, García Márquez alertaba sobre el daño que puede causar el periodismo: “Nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio”. Y refería las “manipulaciones malignas”, los “equívocos inocentes o deliberados”, “los agravios impunes”, las “tergiversaciones venenosas”; entre ellas “el empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas”.
Tal vez por esa razón dejó de conceder entrevistas. Podemos imaginar cuánto habrá sufrido con ello. Pero ¿por qué un periodista decide no recibir a ningún entrevistador más? Lo explicó él mismo en dos artículos, recogidos en el libro Notas de prensa. Obra periodística 5 (1961-1984), publicado por Mondadori. Uno de ellos se tituló: ¿Una entrevista? No, gracias (15 de julio de 1981); y el otro, Está bien, hablemos de literatura(9 de febrero de 1983).
En esos escritos periodísticos critica a los malos entrevistadores que le planteaban uno tras otro las mismas preguntas; a los que de puro complacientes se volvían empalagosos; también a los agresivos que intentaban exasperarle para que acabase diciendo lo que no piensa. Y a los que destilaban una frase para llevarla al titular después de convertirla en otra.
Detestaba las grabadoras, “un invento luciferino”. Con ellas, señalaba, el periodista no presta atención porque cree que el magnetófono lo oye todo. “Y se equivoca: no oye los latidos del corazón, que es lo que más vale en una entrevista”. Años más adelante añadirá: “La grabadora no piensa”. “La grabadora oye pero no escucha”, la grabadora “es fiel pero no tiene corazón”.
En el segundo de los artículos citados, Gabo elogia a uno de sus entrevistadores: Ron Sheppard, de la revista Time. El periodista norteamericano, que había leído la obra de García Márquez y conocía bien la literatura latinoamericana, no utilizó grabadora, sino que tomaba unas notas muy breves en un cuaderno escolar. Disfrutó de la conversación, creó un clima en el que podría extraer de García Márquez lo mejor de él, para ofrecérselo con claridad a sus lectores.
Gabriel García Márquez en la Escuela de Periodismo de EL PAÍS EN 1996. / GORKA LEJARCEGI
Pero el premio Nobel colombiano no se limitó a asistir impávido ante los problemas de su oficio. Creó en 1994 la Fundación Nuevo Periodismo, dedicada a mejorar la formación de periodistas iberoamericanos, y se involucró en algunos de sus talleres.
Detestaba las grabadoras, “un invento luciferino”. Con ellas, señalaba, el periodista no presta atención porque cree que el magnetófono lo oye todo
Corría diciembre de 1998 cuando 10 periodistas de América Latina asistían en Cartagena de Indias a un taller de edición para analizar textos escogidos al azar y publicados en sus diarios de procedencia. Gabo, que entonces tenía 72 años, se aplica allí a corregir y mejorar frases, con la atención de todos: "El del editor es el trabajo más importante", explica a los talleristas. Quienes se encargan de la supervisión profesional de los textos "son la cara del periódico. Lo que hacen los editores es más importante incluso que el papel del director. Ellos consiguen la calidad del diario".
Y se topa con este titular: La facturación, salvación de los hospitales. “Vaya cacofonía", exclama. Y resalta luego un ha sin hache, y un porque en vez de un por qué, y un dónde mal acentuado... Y continúa: "Posicionarse... qué palabra... sólo de fea debería prohibirse"; "realizar, realizar... yo creo que jamás he escrito la palabra realizar"; "qué pobres los adverbios terminados en mente; yo ya no los uso, porque siempre la palabra que los sustituye es mucho mejor"; "miren este título de El Universal: "Fumar da a la leche el sabor del tabaco"... sólo podemos entender qué quiere decir cuando descubrimos en el texto que se trata de la leche materna".
Y después se le caen de los labios sentencias como doblones de oro: "Una cosa es una historia larga, y otra una historia alargada"; "el final de un reportaje hay que escribirlo cuando vas por la mitad"; "el lector recuerda más cómo termina un artículo que cómo empieza", "cuando uno se aburre escribiendo, el lector se aburre leyendo"; "no debemos obligar al lector a leer una frase de nuevo"...
Un reportaje de los revisados durante el taller contiene esta frase: "Pronto, entablaron amistad". La coma después de “pronto” parece innecesaria, dice un alumno. García Márquez lo resuelve de un plumazo: "Quedaría mejor ‘entablaron pronta amistad".
El premio Nobel colombiano no se limitó a asistir impávido ante los problemas de su oficio. Creó en 1994 la Fundación Nuevo Periodismo, dedicada a mejorar la formación de periodistas iberoamericanos, y se involucró en algunos de sus talleres
Ya entonces defendía el periodismo más allá de la noticia: el periodismo de la crónica o el reportaje. La gente, antes como hoy, conoce las noticias de inmediato por la radio o la televisión (ahora se sumó Internet), pero buscará luego en el papel su verdadero significado: “El primero que ve un accidente es el primero que va luego a comprar el periódico para ver qué dice".
Para Gabo, en ese relato de los hechos ha de primar el orden, la jerarquía: la precisión. Lo relata Pedro Sorela en su libro El otro García Márquez: los años difíciles: Cuando hace el Balance y reconstrucción de la catástrofe de Antioquia, García Márquez dibuja detalles que solo ha podido captar una atención despierta: “En ocho horas de heroicos esfuerzos, no se había logrado rescatar ni siquiera el par de zapatos nuevos que Jorge Alirio Caro recibió dos meses antes como regalo de cumpleaños, y que la mañana anterior había dejado junto a la cama, cuando regresó de la iglesia”.
Lo recogía también Jan Martínez Ahrens (EL PAÍS, 10 de septiembre de 1995) en un reportaje sobre una de las clases de García Márquez impartidas en la Escuela de Periodismo de este periódico:
“Un vaso de veneno no mata a nadie. O por lo menos eso ocurre en la escritura de Gabriel García Márquez, donde, como él mismo recuerda, se muere con mucho mayor detalle, por ejemplo, con un vaso de cianuro con olor a almendras amargas: ‘El reportaje necesita un narrador esclavizado a la realidad. Y ahí entra la ética. En el oficio de reportero se puede decir lo que se quiera con dos condiciones: que se haga de forma creíble y que el periodista sepa en su conciencia que lo que escribe es verdad. Quien cede a la tentación y miente, aunque sea sobre el color de los ojos, pierde”.
Cada vez que García Márquez hablaba como un periodista, pensaba en la pulcritud y en la ética.

NOAM CHOMSKY: Las perspectivas de superviviencia

Seguridad y política de Estado (y II)
Las perspectivas de supervivencia


Este artículo, segunda de dos partes, está adaptado de una conferencia dictada por Noam Chomsky el 28 de febrero, bajo el auspicio de la Fundación para la Paz en la Era Nuclear, en Santa Bárbara, California

En el artículo anterior se exploraba cómo la seguridad es una alta prioridad para los planeadores del gobierno: seguridad para el poder del Estado y para sus electores más importantes, los que concentran el poder privado, todo lo cual implica que la política oficial debe estar protegida del escrutinio público.
En estos términos, las acciones del gobierno resultan bastante racionales, incluida la racionalidad del suicidio colectivo. Ni siquiera la destrucción instantánea mediante armas nucleares ha tenido un lugar preponderante en las preocupaciones de las autoridades del Estado.
Para citar un ejemplo de la guerra fría pasada: en noviembre de 1983 la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), encabezada por Estados Unidos, lanzó un ejercicio militar diseñado para poner a prueba las defensas antiaéreas rusas, simulando ataques por aire y mar e incluso una alerta nuclear.

Estas acciones fueron emprendidas en un momento muy tenso. Se habían desplegado misiles estratégicos Pershing II en Europa. El entonces presidente Reagan, que acababa de pronunciar su discurso sobre el imperio del mal, anunció la Iniciativa de Defensa Estratégica, apodada Guerra de las galaxias, que los rusos entendieron como arma para dar el primer golpe, que es interpretación normal de la defensa misilística en todas partes.
Como era natural, estas acciones causaron gran alarma en Rusia, la cual, a diferencia de Estados Unidos, era muy vulnerable y había sido invadida en repetidas ocasiones.
Documentos recién divulgados revelan que el peligro era aún más grave de lo que los historiadores habían pensado. El ejercicio de la OTAN casi se volvió preludio a un ataque nuclear preventivo (ruso), según un recuento de Dmitry Adamsky publicado el año pasado en la revista Journal of Strategic Studies.
Tampoco fue aquella la única vez que estuvimos cerca. En septiembre de 1983, los sistemas rusos de alerta temprana registraron la proximidad de un ataque misilístico de Estados Unidos y enviaron la alerta de más alto nivel. El protocolo soviético era responder con un ataque nuclear propio.
El oficial soviético a cargo, Stanislav Petrov, intuyendo una falsa alarma, decidió no informar de las advertencias a sus superiores. Gracias a su incumplimiento del deber, estamos vivos para hablar del incidente.
La seguridad de la población no era mayor prioridad para los planeadores de Reagan que para sus predecesores. Tal insensatez continúa hasta el presente, incluso haciendo un lado los numerosos accidentes casi catastróficos revelados en un estremecedor nuevo libro, Command and control: nuclear weapons, the Damascus accident, and the illusion of safety (Comando y control: armas nucleares, el accidente de Damasco y la ilusión de seguridad), de Eric Schlosser.
Es difícil disputar la conclusión del general Lee Butler, último titular del Comando Aéreo Estratégico, de que la humanidad ha sobrevivido hasta ahora en la era nuclear por alguna combinación de habilidad, suerte e intervención divina, y sospecho que la mayor proporción es de esta última.

La facilidad con que el gobierno acepta las constantes amenazas a la sobrevivencia es casi demasiado extraordinaria para capturarla en palabras.
En 1995, mucho después del colapso de la Unión Soviética, el Comando Estratégico de Estados Unidos, o Stratcom, encargado de las armas nucleares, publicó un estudio titulado “Aspectos esenciales de la disuasión en la era posterior a la guerra fría”.
Una conclusión central es que Estados Unidos debe mantener el derecho a dar el primer golpe nuclear, incluso contra estados no atómicos. Además, las armas nucleares deben estar siempre disponibles, porque arrojan una sombra sobre cualquier crisis o conflicto.
Por lo tanto, las armas atómicas siempre se usan, del mismo modo en que se usa una pistola cuando un asaltante apunta con ella y no dispara, como ha reiterado muchas veces Daniel Ellsberg, quien filtró los Papeles del Pentágono.
Stratcom recomienda en seguida que “los planeadores no deben ser demasiado racionales en determinar… lo que un adversario valora”, todo lo cual debe ser incluido como blanco. “Presentarnos como demasiado racionales y fríos nos lesiona… Que Estados Unidos puede volverse irracional y vengativo si sus intereses vitales son atacados debe ser parte esencial de la imagen nacional que proyectamos a todos los adversarios.”
Es benéfico para nuestra postura estratégica que se entienda que algunos elementos pueden salirse de control, y por tanto representan una constante amenaza de ataque atómico.
No mucho de este documento se refiere a la obligación que impone el Tratado de No Proliferación Nuclear de hacer esfuerzos de buena fe por eliminar de la Tierra la amenaza nuclear. Lo que resuena, más bien, es una adaptación del famoso dístico que Hilaire Belloc compuso en 1898 acerca del cañón Maxim:
Pase lo que pase, nosotros tenemos la bomba atómica, y ellos no.
Los planes para el futuro no son nada prometedores. En diciembre, la Oficina de Presupuesto del Congreso informó que el arsenal nuclear estadunidense costará 355 mil millones de dólares en el curso de la década siguiente. En enero, el Centro James Martin de Estudios sobre la No Proliferación estimó que Washington gastaría un billón de dólares en arsenal atómico en los próximos 30 años.
Y, por supuesto, Estados Unidos no está solo en la carrera nuclear. Como observó Butler, es casi un milagro que hayamos escapado de la destrucción hasta ahora. Mientras más tentemos al destino, menos probable es que podamos esperar intervención divina para perpetuar el milagro.
En el caso de las armas nucleares, al menos sabemos en principio cómo vencer la amenaza del apocalipsis: eliminarlas.

Pero otro peligro arroja su sombra sobre cualquier contemplación del futuro: el desastre ambiental. Ni siquiera está claro que haya un escape, aunque, mientras más demoremos, más grave se vuelve la amenaza, y no en el futuro distante. Por consiguiente, la forma en que los gobiernos enfrentan este problema exhibe a las claras el grado de compromiso que tienen con la seguridad de su población.
Hoy Estados Unidos cacarea sobre los 100 años de independencia energética que logrará al convertirse en la Arabia Saudita del próximo siglo, el cual muy probablemente será el siglo final de la civilización humana si las políticas actuales persisten.
Uno podría incluso tomar un discurso de hace dos años del presidente Obama en la ciudad petrolera de Cushing, Oklahoma, como una elocuente sentencia de muerte para la especie.
Obama proclamó con orgullo, ante grandes aplausos: Ahora, en mi gobierno, Estados Unidos produce más petróleo que en cualquier momento de los ocho años pasados. Es importante que se sepa. En los tres años anteriores, he dirigido mi gobierno al objetivo de abrir millones de hectáreas a la exploración en busca de gas y petróleo en 23 estados. Estamos abriendo más de 75 por ciento de nuestros recursos petroleros potenciales en las costas. Hemos cuadruplicado el número de pozos, hasta un número sin precedente. Hemos agregado suficientes oleoductos y gasoductos nuevos para dar la vuelta a la Tierra y poco más.
Los aplausos también revelan algo acerca del compromiso del gobierno con la seguridad. Es necesario asegurar las ganancias industriales, así queproducir más gas y petróleo aquí en casa seguirá siendo una parte esencial de la estrategia energética, como prometió el presidente.

El sector empresarial realiza grandes campañas propagandísticas para convencer al público de que el cambio climático, si llega a ocurrir, no es resultado de la actividad humana. Estos esfuerzos se dirigen a superar la excesiva racionalidad del público, que sigue preocupado por las amenazas que la abrumadora mayoría de científicos considera próximas y ominosas.
Para decirlo sin ambages, en el cálculo moral del capitalismo de hoy, un mayor bono mañana vale más que el destino de nuestros nietos.
¿Cuáles son las perspectivas de sobrevivencia, entonces? No son brillantes. Pero los logros de quienes se han esforzado durante siglos por lograr mayor libertad y justicia dejan un legado que es posible retomar y llevar adelante… y debe ser así, y pronto, si hemos de sostener las esperanzas de una supervivencia decente. Y ninguna otra cosa puede decirnos con mayor elocuencia qué clase de criaturas somos.


Noam Chomsky es profesor emérito de lingüística y filosofía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Cambridge, Massachusetts, EU). Su libro más reciente es Power systems: conversations on global democratic uprisings and the new challenges to US empireInterviews with David Barsamian (Sistemas de poder: conversaciones sobre levantamientos democráticos en el mundo y nuevos desafíos al imperio estadunidense: entrevistas con David Barsamian). 
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/04/13/index.php?section=mundo&article=022a1mun
Traducción: Jorge Anaya
Enlaces:
Los cables sobre México en WikiLeaks
Sitio especial de La Jornada sobre WikiLeaks

El retorno de Laclau


por Eduardo Jozami
Las primeras intervenciones políticas y los trabajos académicos del joven Ernesto Laclau, que se radicaría en Europa después del golpe de 1966, ya habían dejado huellas en la generación que entró en la política después del derrocamiento de Perón. En las décadas siguientes, aunque volvió a visitar el país luego del restablecimiento de la democracia, su vinculación con la Argentina no fue importante y, por lo tanto, nada podía hacer prever que en el nuevo siglo habría de convertirse en uno de los intelectuales más influyentes en el debate político y cultural argentino y que su obra desataría afectos y odios que no suelen despertar los trabajos académicos.
Aquellos primeros textos de quien había militado en el Socialismo de Vanguardia mostraban un manejo tan riguroso como creativo de las categorías del marxismo (recuerdo su intervención en el debate, por entonces convocante, sobre los modos de producción en América latina) y una valoración positiva de los movimientos nacionales y populares que mostraba la influencia de Jorge Abelardo Ramos pero también un fuerte interés por el debate con sectores de la nueva izquierda. José Aricó advertía la marca inequívoca de la pluma de Laclau en el escrito fraternal y polémico que, en 1963, Lucha Obrera, el periódico de la Izquierda Nacional entonces dirigido por Laclau, dedicara a la nueva revista Pasado y Presente.
A mediados de los años ’80, la publicación de Hegemonía y Estrategia Socialista, editada antes en Londres donde residía Laclau, tendría fuerte repercusión en nuestro país. Allí Laclau definía su pensamiento como posmarxista, considerando la doctrina de Marx como una, pero sólo una, de las fuentes en que debía nutrirse el pensamiento emancipatorio. Cuestionaba en ese libro –escrito junto con Chantal Mouffe– la visión esencialista que hacía de la clase obrera el protagonista necesario de la revolución y postulaba un sujeto político a ser constituido en el que debían aunarse diferentes demandas y agrupamientos sociales. La democracia que había convocado en el marxismo italiano de la segunda posguerra muchas discusiones, alentadas por quienes se negaban a considerarla meramente como el momento burgués de la lucha socialista, llegaba en el razonamiento de Laclau y Mouffe a conformarse como un espacio aún más comprensivo que el del socialismo. La lucha democrática no podía limitarse a la transformación de la economía y el Estado, sino que debía abarcar también reivindicaciones de feministas, minorías raciales, diversidad sexual, ambientalistas y otras.
Aunque entonces ya se preanunciaba la caída de los socialismos reales, esta obra que hacía un riguroso análisis de los derroteros y polémicas del marxismo para rescatar lo que aún consideraba vivo, resultó demasiado heterodoxa para una izquierda que no pensaba aún en revisar sus presupuestos. Más atención le prestaron quienes se planteaban entonces la búsqueda de nuevos caminos para la democracia, pero ni los intelectuales agrupados en el Club de Cultura Socialista ni los que llegarían, por el camino de la renovación peronista, a crear el Frente Grande advirtieron plenamente, en la mayoría de los casos, que la “radicalización de la democracia” reclamada por Laclau seguía siendo un proyecto emancipatorio que mal podía compatibilizarse con la patética convocatoria de la Alianza.
Más allá de las adhesiones políticas, el texto abrió un camino fecundo. Laclau y Mouffe introducían nuevamente a Gramsci en el pensamiento político argentino. Héctor Agosti había hecho el primer intento publicando, en los años ’50, las obras del pensador turinés con el propósito de aligerar las trabas que una ortodoxia marcada por la influencia soviética ponía al debate y la creación en el seno del comunismo argentino. Una década después, Aricó y Portantiero iniciaron otro rumbo y, revisando en parte la lectura de la obra gramsciana que había impuesto el PC italiano, leyeron esos textos tanto para reflexionar sobre la condición obrera y centrar en las fábricas la acción revolucionaria, como para acercarse años más tarde al peronismo montonero en los días vertiginosos de 1973. El Gramsci de los consejos obreros de Turín podía servir para la primera lectura, el teórico que buscaba en la historia de la cultura italiana las raíces de lo nacional popular aportaba a la segunda.
A diferencia de estas interpretaciones de Gramsci, Laclau no sostenía que la suya fuese la auténtica, no reivindicaba ninguna ortodoxia. A su juicio, diferenciándose de las teorizaciones leninistas que hacían de la clase obrera por definición el sujeto de la hegemonía, Gramsci marcaba cuánto había en el proceso hegemónico de lucha política, de articulación, viendo la creación de un nuevo bloque histórico como algo más complejo e indeterminado que la noción leninista de la alianza de clases. Sin embargo, este aporte de Gramsci queda limitado porque sigue viendo a la clase obrera como el sujeto necesario de ese proceso. En el continente que asiste a las transformaciones posfordistas de la tercera revolución industrial, rompiendo la presencia dominante de las grandes concentraciones obreras, generando sociedades que, lejos de homogeneizarse como creía Marx, se muestran cada vez más fragmentarias y heterogéneas, Laclau señalará que ya no existe un sujeto hegemónico por su propia naturaleza y abrirá las puertas para advertir toda la complejidad que adquiere la política emancipatoria en un momento de declinación de los tradicionales partidos obreros, mientras parecen proliferar movimientos sociales y nuevas culturas.
En su búsqueda por precisar la constitución de la hegemonía, más tarde Laclau aportará la noción de significante vacío, que permite explicar cómo se forman las identidades políticas en un proceso en que ese significante acepta las más variadas lecturas y explica de ese modo cómo la gran mayoría del arco político pudo, a comienzos de los ’70, adherir al retorno de Perón desde muy distintas posiciones. Polémica noción que parece contrariar el sentido común. Difícil pensar como algo vacío esa reivindicación histórica del pueblo argentino; sin embargo, qué útil nos ha resultado para explicar dos momentos contradictorios, la convocatoria multiforme en torno de la vuelta del líder y la crisis irremediable de ese conglomerado al momento de gobernar.
El otro núcleo central del pensamiento político de Laclau tiene que ver con el populismo, reflexión iniciada hace más de tres décadas que culminó con la publicación en 2005 de La razón populista, texto que refuta la condena que había impuesto la Academia, demostrando que lo que se criticaba a los movimientos populistas, la falta de identidad definida de clase, el exceso retórico, la vaguedad de propuestas, la simplificación del espacio político en dos polos, no son sino los modos propios de la política. La constitución del sujeto pueblo que supone la articulación de demandas diversas sólo puede darse si aparece enfrentado con el bloque en el poder. Pero, señala Laclau, los populismos no son necesariamente progresistas ni de izquierda, constituyen un modo de interpelar al pueblo que puede connotar orientaciones muy diversas.
Es interesante releer las declaraciones de Laclau en los años ’90 para advertir que alentó algunas expectativas sobre la evolución de algunos partidos socialdemócratas europeos, porque la radicalización de su pensamiento, que lo llevó a identificarse con el proceso chavista y defender con entusiasmo a los gobiernos populares de la región, no puede, a mi juicio, desvincularse de la profunda decepción que le produjo el giro derechista de esas formaciones políticas. Cada vez más fue identificándose con las democracias radicales de América latina y visitó con mayor frecuencia la Argentina y asistió a debates y actos políticos. Los medios opositores lo consideraron como el intelectual K por antonomasia y él, abandonando su anterior circunspección, salió a responder con salidas que desafiaban todos los patrones de la corrección política, como cuando defendía el derecho de un pueblo a elegir cuantas veces quisiera a sus gobernantes.
Hasta en las recientes necrológicas, esos medios lo siguen acusando de postular el camino chavista para la Argentina y de celebrar la fractura social por la que responsabilizan al kirchnerismo. No se han preocupado en leerlo. Laclau, defensor a ultranza del chavismo, siempre sostuvo que había podido surgir en un país donde se habían roto todas las mediaciones políticas y que no era ésa la situación argentina. También señaló que la lógica populista, la de la constitución del sujeto social, la de la movilización de las masas, debe necesariamente coexistir con una lógica institucional de organización del Estado y el gobierno. No fue un enemigo de la República, salvo que se tenga de ésta la estrecha visión de quienes la confunden con el gobierno de las minorías.
El país que lo vio partir como a tantos que fueron ahuyentados por la represión a la universidad, lo recibió como al hijo pródigo cuando llegó cargado de distinciones y reconocimientos académicos. Para él, que resolvió a su manera la tensión que tiene todo intelectual de izquierda entre el estudio y la vida militante, esta vuelta a la Argentina significó, de algún modo, la sutura de esa escisión. Los miles de jóvenes que lo escucharon en estos años recuerdan hoy al teórico brillante pero también al militante que volvió tras las huellas de su juventud.

Laclau y el psicoanálisis


por Nora Merlin
Ernesto Laclau produjo una teoría del populismo a partir del análisis del discurso, utilizando la lingüística de Ferdinand de Saussure, la teoría psicoanalítica de Jacques Lacan y la retórica; transformó así una noción bastardeada por los medios de comunicación –y también por la academia– en un concepto fundamental para operar en la teoría política.
Recordemos brevemente el planteo que hace Freud en Psicología de las masas y análisis del yo. Afirma allí que las masas son asociaciones de individuos que se manifiestan con características bárbaras, violentas, impulsivas y carentes de límites, en las que se echan por tierra las represiones. Son grupos humanos hipnotizados, con bajo rendimiento intelectual, que buscan someterse a la autoridad del líder poderoso que las domina por sugestión. Se trata de una constitución libidinosa producida por la identificación al líder, en la que una multitud de individuos pone en el mismo objeto (el líder) el lugar del ideal del yo –operador simbólico que sostiene la identificación de los miembros entre sí–. Por lo tanto, dos operaciones constituyen y caracterizan a la masa: idealización al líder e identificación con el líder y entre los miembros. En resumen, la masa implica una respuesta social no discursiva sino puramente libidinal.
En contraposición, Laclau define la construcción populista en tanto realidad de discurso, de significación; la define a partir de una lógica de articulación de demandas diferenciales que se relacionan y conforman equivalencia. De este modo, referirse al pueblo no implica un supuesto ontológico dado, no se trata de un objeto exterior susceptible de ser estudiado, medido, calculado por expertos, sino más bien de un efecto contingente, un modo de construcción política inherente a la comunidad. Es impensable que la comunidad satisfaga todas sus demandas, y esta diferencia discursiva tiene como consecuencia la emergencia del pueblo, pero siempre a condición de que se cumpla la lógica de articulación y equivalencia. A través de esta lógica surge una identidad populista como efecto: no como un punto de partida o un supuesto apriorístico garantizado por algún impreciso “ser nacional”.
La identidad conferida por la masa difiere de la populista. En la primera, se trata de una identidad caracterizada por el enlace libidinal con el líder, alcanzada sólo por la identificación y obediencia a él. Sujeto único y amo de la palabra, el líder articula mandatos. La estructura de la masa es jerárquica: el líder ocupa el lugar del ideal y encarna las demandas que funcionan como imperativos a obedecer. Esa identidad es puramente imaginaria, consiste en un conjunto de yoes identificados. En la masa, los individuos están en posición de objeto, el sujeto no es tratado como tal, no tiene voz ni voto; nos encontramos ante una destitución subjetiva, que en el discurso capitalista se manifiesta en la producción mercantil de objetos y de sujetos tomados como objetos. El sujeto de la masa se encuentra sometido a un amo que articula ideologías preconcebidas, fijadas e ideales; pasivo y servil, su yo empobrecido está bajo el influjo de la sugestión. Advertimos que la masa no es un modo de lazo social, de discurso, sino que se constituye por un montón de gente seriada, indiferenciada y unificada que comparte un espacio y un tiempo. Freud vio en el rebaño, en la fascinación colectiva y la homogeneización de la psicología de las masas, un prolegómeno del totalitarismo.
Por el contrario, el populismo se plantea como una identidad producida desde el discurso, concebido como un sistema que reclama igualdad de derechos en la reivindicación de sus diferencias; los sujetos aquí tienen la palabra y por lo tanto devienen actores políticos. Esto supone una fuerza de inscripción política inclusiva y democrática. Consideramos de suma importancia establecer este despejamiento conceptual para evitar análisis políticos erróneos, tales como, por ejemplo, asociar peronismo a masa y por ende a manipulación, sugestión, fascismo o totalitarismo.
En este sentido, sostenemos que el peronismo comienza como masa creada por su líder. El peronismo proponía algo novedoso, fundaba su llamamiento político a los trabajadores reconociéndolos como fuerza social. Perón, en tanto líder, convocó a la participación popular en la vida económica y social construyendo la integración e inscripción de los trabajadores, que hasta ese momento se encontraban excluidos y desclasificados de la sociedad. Perón ofreció a la masa inscripción y representación, es decir, reconocimiento político y simbólico. La creación política de la masa produjo notables cambios en la cultura: subversión de valores y códigos, modificaciones en las costumbres y hasta en el paisaje. Los obreros, que en su mayoría habitaban los suburbios de Buenos Aires, aparecen, se hacen visibles y se apropian del espacio público.
La constitución y organización de la masa, que en su momento resultó una novedosa formación en la cultura argentina, devino luego construcción populista. Ciertas contingencias no calculadas produjeron este pasaje, y entre ellas ubicamos dos bisagras fundamentales. La primera, el 17 de octubre, a partir de la demanda que exigía la libertad de Perón. La segunda, a partir de 1955, cuando, proscripto el peronismo y exiliado su líder, con la lucha popular por su retorno –que articula a sectores heterogéneos de la sociedad– surgen demandas aglutinantes de la resistencia popular que van a constituir identidad populista.
Freud aportó una matriz propia de la masa, que nos permite comprender su conformación y funcionamiento. Laclau produjo la matriz propia del populismo, que permite concebir otra conformación de identidad, ajena a la pasión por el Uno y la identificación al líder. El populismo, en tanto construcción popular no determinada a priori ni preconcebida, ofrece un modelo fecundo para pensar la política democrática. A partir de los desarrollos de Laclau, es posible pensar lo común, condición indispensable de la política, no como fusión sino por el contrario como lo plural, aquello que agrupa y separa, aparición consistente en un hacerse visible en lo público, hablar y hacerse escuchar.
Esto permite pensar una construcción cultural que no se base en la moral, en tanto imperativo categórico universal, ni en las leyes generales de la ciencia. El populismo, como lo plantea Laclau, revitaliza en su accionar mismo la vieja retórica moralizante y predestinada de la política, y permite así que la creatividad de todos produzca iniciativas populares nuevas. Como se trata de una identidad popular que pone en acto la pluralidad discursiva, supone la idea de democracia como fundamento. Una cultura política posible, libertaria, emancipatoria, implica para Laclau, como condición, la construcción de hegemonía popular. Esto supone invención cultural, sin gradualismos ni puntos de llegada, con antagonismos que se inscriben en la democracia, posibilitando de este modo la irrupción de acontecimientos imprevistos e irreductibles a formas previas, asumiendo el riesgo de la verificación colectiva.
Conocí personalmente a Ernesto Laclau hace años, en el marco de mi interés por la articulación de política y psicoanálisis. Al principio, mi reflexión se orientaba a desarrollar qué podía aportarle el psicoanálisis a la teoría política: el sujeto, la pulsión de muerte, el objeto a, el síntoma, el goce, la satisfacción en el sufrimiento. Al interiorizarme del pensamiento de Laclau, la relación se hizo dialéctica y comencé a comprender que su teoría le aportaba al psicoanálisis la posibilidad de salir de los consultorios y ampliar su campo de acción, incluyendo la dimensión colectiva sin devenir en una psicología de las masas.
* La autora es psicoanalista y docente de la UBA y desarrolla los tramos finales de su tesis de maestría en ciencias políticas en el Instituto de Altos Estudios Sociales (Idaes), dirigida por Ernesto Laclau.

lunes, 14 de abril de 2014

ERNESTO LACLAU


Murió Ernesto Laclau, una de las principales figuras de la teoría política argentina, un intelectual que resignificó los estudios sobre el populismo contra ciertas concepciones del sentido común. El autor de Hegemonía y estrategia socialista estaba ayer con su mujer Chantal Mouffe en Sevilla, España, donde sufrió un infarto. Tenía 78 años y era profesor en la Universidad de Essex, Inglaterra. En los últimos años habían causado revuelo sus posiciones favorables al kirchnerismo y a Hugo Chávez, así como su intervención en las discusiones políticas a través de ciclos como Debates y combates o del canal Encuentro. Sus restos serán velados en la Argentina, aunque hasta ayer no había confirmación del día ni del lugar.
Laclau estaba en Sevilla invitado por el agregado cultural de la embajada argentina en España, Jorge Alemán. Iba a brindar una conferencia ayer por la tarde. Según relató Alemán, Laclau había iniciado el día temprano a la mañana con un paseo por las calles de Sevilla y un baño en la pileta del hotel, cuando se produjo el infarto que provocó su muerte.
Desde diversos sectores políticos y académicos, destacaron la pérdida que significa para las ciencias sociales (ver aparte).
Laclau daba clases de Teoría Política en la Universidad de Essex, un cargo que ocupaba desde 1973. Además, era director del programa de Ideología y Análisis del Discurso, donde se dictan una maestría y un doctorado. Fue distinguido con el titulo de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Rosario (UNR), la Universidad de San Martín lo tenía como director honorario del Centro de Estudios del Discurso y las Identidades Sociopolíticas. Sus hijos, Santiago y Natalia, residen en Argentina.

Marx y Lacan

Laclau nació en Buenos Aires el 6 de octubre de 1935 y creció en una casa donde había mucho debate político: su padre era un radical yrigoyenista, que participó de las sublevaciones contra Uriburu. Estudió Historia en la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde se recibió en 1964. Bajo los debates de la figura del intelectual comprometido –sobre la que discutían desde Theodor W. Adorno hasta Jean-Paul Sartre–, la formación de Laclau combinó la militancia política y la investigación académica. Tras el golpe de 1955, formó parte del grupo Contorno, junto a Eliseo Verón, León Sigal y Sofía Fisher, entre otros. Militó durante un tiempo en Socialismo de Vanguardia –una escisión del Partido Socialista Argentino–, de donde se alejó por sus críticas al leninismo. Trabajó junto al sociólogo Gino Germani y fundó junto a José Luis Romero la materia Historia Social y General de la carrera de Historia de la UBA.
En los sesenta, Laclau fue director de la revista Lucha Obrera, que se vinculaba al Partido Socialista de Izquierda Nacional. Cuando escribía, usaba el pseudónimo Sebastián Ferrer, porque era becario del Conicet, donde veían mal su compromiso político. La Izquierda Nacional era una corriente de la que participaron otros intelectuales como Blas Alberti, Fernando Carpio y Jorge Abelardo Ramos, quien fue una figura importante en la formación política de Laclau.
Con la dictadura de Onganía, Laclau perdió su cargo como docente en la Universidad de Tucumán y luego ganó una beca en Oxford, donde estudió con el historiador marxista Eric Hobsbawm. “Empecé mi trayectoria política en la Izquierda Nacional. Cuando llegué a Inglaterra, entré en contacto con la New Left Review y con gente ligada a la experiencia de los movimientos anticoloniales –relataba Laclau en un reportaje de 2003–. Me fui de la Argentina en 1969 pensando que era por tres años. Después vinieron las bestias y no puede volver por quince años.” El golpe de Estado de 1976 cortó su regreso.
Desde Inglaterra, en 1979, escribió Política e ideología en la teoría marxista: capitalismo, fascismo, populismo, una compilación de artículos que hizo a pedido del historiador marxista Perry Anderson. En esa época, todavía adscribía a la teoría de Antonio Gramsci y no había formulado los conceptos que luego hizo conocidos. En 1980 hizo su contribución a Tres ensayos sobre América Latina, un libro del Fondo de Cultura Económica.
Fue en los ochenta cuando Laclau se convirtió en uno de los intelectuales preocupados por pensar la reconfiguración de la izquierda en plena crisis del pensamiento marxista. Junto con su compañera Chantal Mouffe, escribió en 1985 Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia. Este libro es considerado como uno de los que configuran el posmarxismo, desde una línea que critica el determinismo económico y una lectura mecánica de los procesos populares de América latina. Laclau se centró en releer el capitalismo desde una perspectiva que cruzaba la obra de Karl Marx con la de Jacques Lacan (una buena parte de los autores posmarxistas incorporan aportes de otras teorías: en el caso de Laclau, también sumó conceptos del posestructuralismo).
Allí, Laclau planteó una de sus definiciones más conocidas, donde la política es entendida como una lucha por la hegemonía y por conquistar lo que llama “significantes vacíos” o “significantes flotantes”, en un uso de un término lacaniano para entender fenómenos políticos. Durante la siguiente década siguió desarrollando esta teoría: en 1990, publicó Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, en 1996 Emancipación y diferencia y Misticismo, retórica y política, en 2002
.

Reinventar el populismo

“En la genealogía que hace Ernesto Laclau, nos habla de un populismo que tiene una profunda raigambre en la modernidad capitalista, y plantea lo heterogéneo, lo opaco de la social, para empezar a discutir las lógicas políticas de la democracia y la memoria histórica popular”, sostuvo el profesor y ensayista Nicolás Casullo en la presentación en 2005 de La razón populista, uno de los libros más importantes de Laclau, que giró en torno del fenómeno de los nuevos gobiernos de sesgo populista. A La razón populista le siguió en 2008 Debates y combates. Para un nuevo horizonte en la política, que también le dio nombre a una revista que editó Laclau con aporte de intelectuales como Toni Negri –de quien se mostró cerca, aunque con diferencias en algunos puntos de su teoría, mientras que polemizó con Slavov Zizek–, la filósofa francesa Judith Revel, entre otros. Laclau buscaba que la revista “fuera para el mundo hispano lo que puede ser New Left Review para el mundo anglosajón”. Con la misma idea, condujo un ciclo de entrevistas en el canal Encuentro.
Pese a la distancia, Laclau siempre se mostró atento a lo que ocurría en la Argentina. En 2003, por ejemplo, señaló que “Kirchner no habría sido posible sin los cacerolazos”. Sobre la discusión posterior alrededor de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, advirtió que “si prevalecen los monopolios, la guerra está perdida”.
En 2012, Laclau conoció a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Nunca formó parte del Gobierno con un cargo –se mencionó la embajada de Londres o de Francia–, pero planteó sin medias tintas sus posiciones sobre el kirchnerismo y la disputa política en la Argentina. En los últimos tiempos, señalando las particularidades del momento histórico, se había mostrado a favor de la posibilidad de una reelección indefinida, aunque aclaró que no se refería a la Presidenta: “Si la gente está contenta con un presidente, debe tener la opción de volver a elegirlo. Si la gente está descontenta, puede votar por otro”, afirmó. Consideraba que es “el mejor momento democrático en 150 años en toda América latina”, pero advertía que “en la Argentina todavía no se logró una confluencia completa entre el momento autónomo de la voluntad de los sectores populares y el momento de la construcción del Estado”.
Siempre parecía estar volviendo sobre los conceptos del libro de 1985, donde se planteaba también un programa político: “La izquierda –escribió– debe comenzar a elaborar una alternativa creíble frente al orden neoliberal, en lugar de tratar simplemente de administrar de un modo más humano”.