“Avatar”, cine y ciencia
Por Norma Giarracca *
El cine devela el lapsus de la sociedad, se adelanta a la narración derivada de los hechos que permiten a los cientistas sociales “armar” los procesos a posteriori. La literatura y el cine han dado buenos ejemplos de ello y, en los últimos tiempos, los films de ciencia ficción vuelven a corroborarlo imaginando mundos que nos conmueven por las altas probabilidades de que lleguen a convertirse en reales en un futuro no lejano. Las violencias y las muertes de un mundo desquiciado en un 2028 donde prima la infertilidad humana de Children of men, de Alfonso Cuarón, nos sorprendió en 2006 y ahora llega Avatar.
Se trata de una película de ciencia ficción de James Cameron que se desarrolla en 2154 en Pandora, una luna del planeta Polythemis con una atmósfera tóxica para los humanos y habitado por el pueblo Na’vi con una asombrosa conexión con la biodiversidad que los rodea. Pero llega el hombre, que dejó atrás un planeta devastado, portando la voracidad de una corporación minera acompañada por las bases militares para doblegar a la población, y por un grupo de científicos dispuestos a generar el conocimiento sobre el lugar para facilitar las necesidades de la empresa.
Los humanos estiman que los nativos radicados en las cercanías de un árbol sagrado asentado sobre una inmensa veta de un valioso mineral –en términos del capitalismo de los hombres de la Tierra—, el “unobtainium”, deben ser doblegados para lograr las extracciones. Los científicos han creado genéticamente a los avatares, una especie nueva que combina la memoria y capacidades de los humanos (aprendizaje, por ejemplo) con los cuerpos de los nativos Na’vi. Los planes operativos son varios: hacerse amigos y persuadirlos de la entrega, hacer participar científicos (¿convenios mediante?) y al protagonista, un ex marine lisiado, confundiéndolos entre ellos o simplemente devastarlos crudamente, terminar con ellos, con la biodiversidad y obtener los minerales. Por supuesto, algo sucede que cambia estos planes y no es lo que contaré aquí. Lo interesante es la situación que construye el millonario film: una corporación económica haciendo uso de las fuerzas militares y de una tecnociencia para lograr sus finalidades lucrativas. Cualquier parecido con la realidad actual de nuestros mundos es pura coincidencia.
No somos Na’vi, formamos parte de diversos pueblos latinoamericanos, poblaciones con fuertes conexiones con sus territorios defendiéndolos de este avance del poder económico amparado por los poderes políticos, las bases militares del poder mundial y la complicidad de las tecnociencias locales. Es Andalgalá, que está amenazada como pueblo porque tienen minerales debajo de sus casas, es Bagua del Perú amazónico, que resistió en niveles impensables en 2009, es Centroamérica hoy, es esta nueva prepotencia devastadora pero también las resistencias que circulan por doquier.
Una reflexión sobre el papel de la ciencia en el film de James Cameron que interesa para nuestros propios debates: la ciencia es una actividad producida por hombres/mujeres que el director ubica con alguna saludable distancia del poder militar; si bien estaban allí en función del poder económico y militar, uno de ellos, una mujer (no es un detalle menor pues en el plano militar ocurre algo semejante) que logró establecer lazos con la población nativa pues también es avatar, comprende los nuevos sentidos, códigos sociales y culturales de una población más densa, rica y respetuosa de la que ella proviene y termina con el protagonista en las territorialidades marcadas por la resistencia.
Podríamos criticar a Cameron porque cae en la tentación de convertir en héroe al avatar masculino –por repetir esa necesidad de terminar siendo ombligo del planeta propio y de los otros aunque sea un personaje apenas con pasado humano—, pero también podemos leerlo en clave de formación de identidades: las identidades no son fijas, se forman en las acciones colectivas, en esos momentos en que se decide si el sitio que corresponde es el de la devastación, saqueo y violencia o es el de la posibilidad de formar parte de un mundo otro, respetuoso de la biodiversidad y de las poblaciones. Es la aporía que atraviesa actualmente al sistema científico pero básicamente es el drama que cruza este presente y que muchos rechazan comprender por complicidad, negación o ignorancia.
* Socióloga, investigadora del Instituto Gino Germani (UBA).
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