Lo acusan de convertir sus instintos en una teoría universal y de estafar a sus pacientes. El debate en la Argentina, el país más psi del mundo. Mirá la galería de fotos.
En el banquillo de los acusados: Segismund Schlomo Freud, alias Sigmund, médico y neurólogo austríaco.
El fiscal general, Michel Onfray, se levanta y dice que acusa a Freud de:
- Falsear datos en las historias clínicas de sus pacientes para que pareciera que el tratamiento había sido exitoso. Por ejemplo, Sergei Konstantinovitch, apodado por Freud como “el hombre de los lobos”, siguió psicoanalizándose más de medio siglo después de haber sido “curado” (N. de R.: Sergei sufría de pesadillas que Freud interpretó. Concluyó que se relacionaban con un trauma sexual de su infancia y al contárselo, se habría curado).
- Transformar sus propios instintos y necesidades fisiológicas, desde la homofobia hasta la misoginia, en una doctrina con pretensión universal, verdadera y justa sólo en lo que concierne a sí mismo.
- Estafar a sus pacientes con esa doctrina, denominada psicoanálisis, comparable a una religión. El psicoanálisis cura tanto como la homeopatía, el magnetismo, la radiestesia, el masaje del arco plantar o el exorcismo efectuado por un sacerdote. Sabemos que el efecto placebo constituye el 30 por ciento de la cura de un medicamento. ¿Por qué el psicoanálisis escaparía a esta lógica?
- Abusar de sus pacientes, de su cuñada y hasta de su hija, Ana.
- Ser amigo del nazismo. En 1933 escribió la siguiente dedicatoria a Benito Mussolini: “Con el saludo respetuoso de un veterano que reconoce en la persona del dirigente un héroe de la cultura”.
- Ser homofóbico y tener un especial interés en el abuso sexual, el complejo de Edipo y el incesto (N. de R.: Freud consideró la homosexualidad como una enfermedad).
“¡Traidor!”, “¡Canalla!”, “¡Estafador!”, gritan algunos desde las gradas, dirigiéndose al acusado. De inmediato se escucha la respuesta de quienes están del otro lado del pasillo: “¡Genio!”, “¡Ídolo!”, “¡Sabio!”. Las voces se acallan para escuchar a la defensora oficial.
Elizabeth Roudinesco se levanta y afirma que:
–La fiscalía carece de fuentes y testigos fiables. Son patrañas surgidas de rumores. El fiscal proyecta sus propias obsesiones, al punto de hacer de Freud un criminal conspirador. Onfray quiere convertirse en supuesto liberador de una creencia y se presenta como un historiador serio, obviando el testimonio de quienes, desde hace años, conocen los distintos aspectos de la vida de Freud, quien de ninguna manera se adhiere al fascismo. Además, Freud no consideraba la homosexualidad como una perversión. La acusación no tiene fundamento, sino el de expresar la repulsión que Onfray tiene por la homosexualidad masculina y femenina. Onfray imagina que Freud habría tenido relaciones sexuales perversas con su cuñada, peor aún: que la habría embarazado para obligarla a abortar. Evidentemente, está poco preocupado por las leyes de la cronología y de la procreación: sitúa este acontecimiento en 1923, cuando la cuñada de Freud tenía 58 años.
Es un juicio que promete sacar trapitos al sol y develar secretos en la historia del señor que inventó eso de echarse en un diván a casi monologar de lo que a uno se le ocurra mientras alguien a quien no se ve, escucha en silencio. Usted se preguntará por qué este juicio público se realiza en la Argentina. La razón es sencilla: aquí hay 145 psicólogos por cada cien mil habitantes, una relación récord en el mundo (según reveló The Wall Street Journal). Además, el porcentaje de argentinos que visitaron a un terapeuta en algún momento de sus vidas es del 32 por ciento.
Volvamos a la sesión. Habla Onfray.
–Freud forma parte de esa ralea que quiere la celebridad sin sus inconvenientes: aspira a que se hable de él, pero bien y en los términos elegidos por él mismo. Obsesionado por la celebridad a la que aspira, toma su caso por una generalidad y publica trabajos extrapolando su experiencia. Freud camina junto a la Alicia de Lewis Carroll, a través del espejo e inventa un mundo mágico.
En el banquillo de los acusados, Freud guarda silencio. Se levanta José Abadi, destacado médico psiquiatra y psicoanalista que colabora con la defensa y dice:
–El fiscal es un filósofo bastante interesante, aunque para algunos polémico y frívolo. Freud deja muy en claro que el psicoanálisis es una teoría psicológica, pero es también una técnica y una metodología para aliviar el sufrimiento y para alcanzar algo de lo que podría ser la cura. Quien crea que Freud se aleja de ese fin esencial, aliviar el sufrimiento y potenciar las aptitudes, no entiende bien el psicoanálisis. Es cierto que también implica una cierta cosmovisión, pero lo fundamental es la postulación de que no sólo existe la conciencia, sino también el inconsciente y la represión de las representaciones angustiosas, algo aceptado por casi todos.
Hugo Vezzetti, profesor de psicología en la Universidad de Buenos Aires e invest igador del Conicet, pide la palabra:
–Es cierto que el psicoanálisis es la corriente dominante desde 1960 y hay una fuerte cultura psicoanalítica, pero siempre se discutió su eficacia. Y es difícil analizarla, como se puede hacer en otros campos de la medicina. Lo cierto es que los psicoanalistas siguen teniendo mucha demanda y acumulan experiencia pese a tratarse de un recurso costoso.
Recoge el guante el psicoanalista y escritor Gabriel Rolón, quien manifiesta:
–En los veinte años que llevo practicando el psicoanálisis jamás encontré un solo paciente que me hiciera pensar que Freud estaba equivocado: escucho casi a diario las pasiones edípicas, los traumas inconscientes, analizo sueños y actos fallidos. Es una teoría y una técnica brillante para el tratamiento de ciertas afecciones psíquicas. Nadie puede comprender cómo funciona el inconsciente si no se ha sorprendido con sus propios lapsus o sus sueños. Claro que es aconsejable profundizar la teoría, tal vez adaptar la técnica a los cambios culturales, pero la esencia básica del psicoanálisis, la importancia de la sexualidad, la existencia del inconsciente y el hombre como un producto del deseo y de la palabra, se sostienen más allá del paso del tiempo.
No duda en levantarse Eduardo Keegan, doctor en Psicología, profesor de la UBA y psicólogo clínico reconocido por impulsar la Terapia Cognitiva, y señalar:
–Freud ocultó datos en sus historias clínicas y todavía hay correspondencia suya que no podemos ver porque su hija, Ana, consideró que no era conveniente para el psicoanálisis. Algunos historiadores ya denunciaron que, por ejemplo, el caso de Anna O. (N. de R.: en realidad Bertha Pappenheim, a quien trató por histeria y utilizó de base para su Teoría de la Seducción) no fue exitoso como sostiene Freud, sino que volvieron a internarla con millones de síntomas. Además, como demostró Mikkel Bosch en El libro negro del psicoanálisis, Freud publicó las supuestas bondades de la cocaína para tratar a los morfinómanos a pesar de saber que su amigo y único paciente había tenido problemas. Lo que sucede es que la imagen de Freud que muestra el fiscal Onfray no les gusta a los psicoanalistas que lo ven rubio y de ojos celestes.
Tiemblan los divanes al ver por el piso la figura de quien los rescató para la posteridad. Es que el tal Onfray no ahorra adjetivos de connotación negativa al hablar de Freud: mentiroso, falsificador, charlatán, narcisista, amigo del nazismo y hasta abusador de su hija y su cuñada. Pero es el turno de la defensa y habla Andrés Rascovsky, médico, psicoanalista y presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
–Freud revolucionó la concepción del hombre, esclareció muchísimos aspectos del psiquismo y abrió un nuevo campo científico con la postulación del inconsciente. No ha surgido todavía ninguna teorización superior sobre lo que es, seguramente, la maquinaria más compleja del universo: el cerebro. Siempre hubo resistencia al psicoanálisis, ya sea por su teoría de la sexualidad, por su concepción sobre los instintos de muerte, por su teorización de la psicología de las masas y las condiciones de dominación y servidumbre que el sujeto tiene que enfrentar desde el comienzo de la vida. Pero no puedo confrontar a Onfray, quien no está en la ciencia y ni siquiera en la psicología; sólo pretende generar condiciones para vender más sus libros. Usaré la frase de Freud: “El oso blanco y la ballena no pueden confrontarse, viven en universos distintos”, para explicar que no podemos discutir científicamente. Onfray se ubica a favor de quienes pretenden reducir el hombre a una molécula, es decir, el imperialismo farmacológico que pretende resolver el conflicto y sus síntomas con una fórmula química. El psicoanálisis jerarquiza la historia del sujeto, lo vivido, y por supuesto la teoría se desprende de las experiencias personales de Freud, el primer sujeto que pudo descubrirse a si mismo y ver que algunas cuestiones eran universales. Descubrió las fantasías universales que anidan en el corazón de todo ser humano.
Las gradas del recinto se sacuden entre aplausos y abucheos, pero desde la fiscalía, pide silencio Federico Andahazi, más conocido como escritor que como terapeuta.
–El psicoanálisis es una construcción teórica magnifica. Pero hay una distorsión en relación con la práctica. La teoría de la relatividad de Einstein provocó un giro copernicano en la física, pero para probar sus instancias deberemos, primero, superar la velocidad de la luz, algo imposible hasta ahora. Con el psicoanálisis sucede algo parecido: el postulado del inconsciente freudiano es perfecto, pero dudo profundamente de su eficacia como terapia. En mi propia práctica como psicoanalista vi que esa teoría hacía agua y preferí abandonar antes que experimentar con mis pacientes. Con el lucro que genera, incluso me parece cuestionable éticamente que se intente probar la eficacia del psicoanálisis cobrándoles a los pacientes. En mis ocho años como paciente no podría decir con certeza haber visto una cuestión de causa y efecto.
La indignación tiembla en la voz de Eva Rotenberg, directora de Escuela para Padres, profesora de la Maestría de Psicoanálisis en la Universidad Kennedy y miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional.
–Es muy bajo hablar mal de Freud. El psicoanálisis no es una fe, es una teoría y una técnica que tiene cien años de desarrollo y que permite conectarse con los afectos, los vínculos, elaborar los traumas y desarrollar la psiquis. Se trata de escuchar y elaborar, de darse cuenta. Pero el aporte más importante que ha hecho es incluir las contradicciones y ambivalencias del alma. La filosofía pensaba en el placer como el bien último a conseguir. Freud y Lacan sostienen que el placer puede incluir sufrimiento, que debemos escuchar la polifonía de la mente.
La intervención de Bernardo Stamateas, ministro del Ministerio Presencia de Dios y licenciado en Psicología y Teología, procura calmar los ánimos.
–El psicoanálisis es una interpretación de la psiquis y la conducta del ser humano. Pero hay otra epistemología, la sistémica, que analiza la conducta desde lo relacional: el ser humano funciona dentro de un sistema y nos afectamos mutuamente. Lo que proponen las terapias breves, como las que practico, es ver cómo funciona uno dentro del sistema. Otra diferencia es que el psicoanálisis sostiene que es necesario hacer consciente lo inconsciente para que haya cambio en la conducta. En las terapias breves sostenemos que puede haber otras maneras de lograrlo, por ejemplo, con tareas determinadas. En las terapias breves sostenemos que los grandes problemas tienen soluciones sencillas y que no necesariamente necesitamos ir al pasado para resolver un problema presente. Entiendo que el psicoanálisis le ha servido a alguna gente y a otra no. También que estamos frente a un hombre, Freud, que hizo grandes aportes, por ejemplo, al decir que el yo no es el dueño de la casa sino una parte de nuestra psiquis que nos gobierna. A diferencia de Freud, en las terapias breves no se habla de “la verdad”, es una construcción individual marcada e influenciada por la cultura, las relaciones entre nosotros, etcétera.
Reina el desconcierto. ¿Stamateas no era de la fiscalía? A ver qué dice Juan Manuel Bulacio, médico psiquiatra y director de la Fundación Instituto de Ciencias Cognitivas Aplicadas.
–Freud trató de integrar un campo que no era estrictamente médico a la medicina, pero la psicología no tiene las mismas reglas, por eso fracasó. En sus teorías faltan evidencias empíricas, algo inadmisible en un desprendimiento de una ciencia como la medicina. Su pretensión fue ambiciosa, destacada, fue un adelantado: empezó a darle una pretensión científica o de ciencia a la psicología cuando aún no existía. Claro que con el transcurso del tiempo, quedó desactualizado. El método ha caído en desuso, hoy se usa más como una técnica de autoconocimiento que como psicoterapia efectiva. Hay corrientes más modernas, más alineadas con la medicina psiquiátrica y la ciencia. La psicología cognitiva tiene una pretensión científica, una línea basada en la evidencia y está más relacionada con la clínica actual que el psicoanálisis. Acusar a Freud desde los parámetros actuales es muy absurdo. Murió hace 72 años, fue un revolucionario que hubiese cambiado él mismo su propia teoría.
Más desconcierto en las gradas. La gente vuelve la cabeza hacia el banquillo de los acusados, donde Sigmund permanece impávido, la mirada vacía. Germán García rompe el hechizo del momento para congratularse por el reconocimiento a su defendido. Y de inmediato el psicoanalista, escritor y uno de los fundadores de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, contraataca:
–Las acusaciones de Onfray están elaboradas para el público que disfruta de los manuales de autoayuda. Califica a Freud como una especie de Marqués de Sade. Lo hace quedar como si fuera una especie de Juanita Viale travestida.
García hace un paréntesis hasta que se acallan las carcajadas y continúa:
–Usa un truco de mercadotecnia: la reducción de “las pretensiones científicas” de un discurso a las condiciones del productor de ese discurso. Es como decir que Karl Marx iba a los prostíbulos. ¿Qué tiene qué ver? Era una costumbre de época. Freud no era un santo. Creó un método. Lo que se puede discutir es si el método freudiano funciona o no.
El que se levanta ahora con ímpetu en el dedo acusador es Mario Bunge, epistemólogo y filósofo defensor del realismo científico, para decir:
–El psicoanálisis es una pseudociencia, no tiene consistencia externa. Está aislada del espectro del conocimiento, no interactúa con otras disciplinas como la neurociencia cognitiva y las ciencias biológicas. No involucra razonamientos rigurosos ni trabajos de laboratorio. Es un negocio, un “psicomacaneo”.
La batahola, ahora sí, es descomunal. De un lado y de otro se escuchan gritos acusadores que repasan una larga lista de adjetivos calificativos. El debate continúa, pero seguramente ninguna fracción podrá proclamarse vencedora. El veredicto, en todo caso, queda en las manos (o las mentes) de los pacientes.
Producción: Bruno Lazzaro y Leandro Filozof
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