Alain Badiou y Elisabeth Roudinesco: defender al psicoanálisis
A propósito del 30° aniversario de la muerte de Lacan, el pensador y la historiadora se reunieron a conversar y alertaron sobre los tratamientos reaccionarios y la obsecuencia de algunos psicoanalistas. En marzo, lo publicaron en “Lacan, pasado y presente” (Seuil), pero la discusión siguió en los medios.
POR Pablo E. Chacón
Lacan, pasado y presente
es el título que Badiou y Roudinesco decidieron firmar juntos. El
pensador y la historiadora dialogaron y editaron una serie de
conversaciones sobre la invención freudiana. Y alertaron sobre los
ataques permanentes que recibe esa práctica. Ya no se trata sólo de las
diferencias políticas entre ambos, y de cada uno respecto, por ejemplo,
de la organización empresarial del psicoanálisis después de la muerte de
Jacques Lacan en 1981, sino de prender una luz roja sobre el carácter
reaccionario de los tratamientos y los diagnósticos en un mundo cada vez
más inclinado a las soluciones urgentes, sometido a las operaciones
mediáticas de los laboratorios farmacéuticos, sus brazos ejecutores (los
médicos y muchos analistas) y cierta prensa que encuentra en la
publicidad de placebos una manera de continuar sus negocios por otros
medios.
Se sentaron a discutir cuando se cumplieron los 30 años de la muerte de Lacan, hace ya unos meses. Y descubrieron, el filósofo de la izquierda radical, y la historiadora que supo (o sabe) construir una imagen de Jacques-Alain Miller como la de un usurpador al que no puede dejar de reconocerle inteligencia, capacidad de dirección y una legitimidad donada por el mismo Lacan, que además de los malentendidos, y de extrañar la transmisión sin par del autor de los “Escritos”, el problema era más grave que las disonancias personales: el problema era el psicoanálisis y su capacidad de supervivencia en un universo hostil al silencio, la paciencia, el trabajo a largo plazo (y con otros) que propone su práctica. Y algunos psicoanalistas de peso que bajo la excusa de seguir “a la letra” la enseñanza del maestro, o bien se convierten a la obsecuencia, esa pasión de multitudes, o bien, descartada la cura por la palabra, han optado por el aparato sanitario montado por la industria farmacéutica y sus voceros oficiales y oficiosos. Lacan mismo –recuerda Badiou– advirtió sobre la posibilidad de una regresión global que si se la traduce, implicaría el triunfo de la religión sobre la ciencia del inconsciente, que desde la lógica más rigurosa, puede entender, de los fundamentalismos y sus variantes “humanistas” o ecuménicas, su valor de consuelo, pero nunca, para cada quien, su valor de verdad. A menos de entender, como hacen cantidad de religiosos y psicoanalistas, que consuelo y verdad resultan equivalentes y universales. Pero no es el caso.
El 15 de marzo, Seuil publicó el libro. Badiou y Roudinesco se reunieron algunas veces más y continuaron la conversación y acordaron los términos. El primer punto: advertir que también durante el siglo XXI, el psicoanálisis corre el riesgo de diluirse en una especie de psicoterapia o de psicología para masas, perdiendo el filo subversivo que es la marca de Freud y de Lacan. Y también consideraron, el primero en recordar la presencia activa del psicoanalista, durante los 60, ajustando, si fuera posible todavía más sus conceptos (al igual que su escepticismo), contrario al de sus discípulos de la época, orientados por el filósofo Louis Althusser, y disidentes con su posición a favor del PCF. Eran abiertamente maoístas, normalistas que entre 1966 y 1969 publicaron los Cahiers pour l’Analyse –entre ellos Miller, Alain Grosrichard, Michel Tort, Francois Regnault, Jean Claude Milner, Luce Irigaray, Serge Leclaire, Jacques Derrida y el propio Badiou. La señora Roudinesco –que acaba de perder un juicio contra Miller y su esposa, Judith, hija de Lacan–, prefirió, en cambio, atender las causas por las cuales considera que el psicoanálisis corre peligro: burocratización, institucionalización empresarial, falta de consideración a los fenómenos psicopatológicos colectivos, pánicos inéditos, etcétera. Sobre los ataques que pudieron leerse en el Libro negro del psicoanálisis y la biografía novelada de Freud escrita por el profesor Michel Onfray, tomó posición en su momento, en dos libros, bien argumentados, desestimando falsedades e injurias diversas. Para la autora de la biografía (no autorizada) de Lacan, el psicoanálisis debería cuidarse no sólo del conductismo y las neurociencias sino de los mismos psicoanalistas. Sin embargo, la defensa de práctica tan compleja pasó sin pena ni gloria, al menos para los psicoanalistas de mayor nombre fuera de Francia.
Ese fenómeno es el que reprodujo hace dos semanas la revista parisina Le Nouvel Observateur. Dijo entonces Badiou: “Hoy en día se nos dice que ser un individuo es suficiente. Es el discurso del liberalismo supuestamente democrático, que produce individuos maleables y sumisos, atrapados, incapaces de acciones comunes (…) Ese también es el discurso de la neurociencia, que pretende reducir el sujeto a la neurona individual. La neurología dice que ‘el hombre es una gran bolsa de neuronas’. Se trata de un sistema científico para mejor despliegue del capital. En el campo de la psique, sólo el psicoanálisis, creo yo, es capaz de salvarnos. Pero parte de nuestro llamado es que los psicoanalistas, atrapados en sus peleas, no hacen lo necesario para defenderse. Se debe encontrar una manera de satisfacer la nueva demanda dirigida al psicoanálisis sin caer en el neo-positivismo. Y son ellos quienes pueden dar ese paso.
Roudinesco quizá sea más explícita (o menos simpática). “Los psicoanalistas deberían producir más teoría. Sus grupos funcionan como empresas, como corporaciones profesionales. Condenan a los padres del mismo sexo, la omnipotencia de la madre en contra de la función paterna. Los psicoanalistas no tienen que estar haciendo trabajo de policías en nombre del complejo de Edipo. Viven en el diagnóstico y en los medios. Y abandonaron la cuestión política: son escépticos, falsos estetas desvinculados de la sociedad. Dicen que curar el sufrimiento es un modelo antiguo. Sin embargo, las condiciones no han cambiado tanto. En la época de Freud, los pacientes eran de clase media y media alta, tenían tiempo y dinero. Es lo que no tiene la mayoría de las personas ahora. El problema es que de seguir así, los analistas sólo se analizarán entre ellos. Lo que dice Badiou es que habría que escuchar esta nueva demanda. Y creo que eso es posible. El análisis estándar estará reservado para quienes lo deseen. Porque hay que entender que no todo el mundo quiere explorar su inconsciente. No estamos en 1900. El psicoanálisis creció. Las personas saben algo del inconsciente. La demanda siempre es de saber, pero a menudo también es para resolver una situación específica. A eso también tienen que responder los nuevos analistas. Si no, tendrán cada vez menos pacientes”.
Se sentaron a discutir cuando se cumplieron los 30 años de la muerte de Lacan, hace ya unos meses. Y descubrieron, el filósofo de la izquierda radical, y la historiadora que supo (o sabe) construir una imagen de Jacques-Alain Miller como la de un usurpador al que no puede dejar de reconocerle inteligencia, capacidad de dirección y una legitimidad donada por el mismo Lacan, que además de los malentendidos, y de extrañar la transmisión sin par del autor de los “Escritos”, el problema era más grave que las disonancias personales: el problema era el psicoanálisis y su capacidad de supervivencia en un universo hostil al silencio, la paciencia, el trabajo a largo plazo (y con otros) que propone su práctica. Y algunos psicoanalistas de peso que bajo la excusa de seguir “a la letra” la enseñanza del maestro, o bien se convierten a la obsecuencia, esa pasión de multitudes, o bien, descartada la cura por la palabra, han optado por el aparato sanitario montado por la industria farmacéutica y sus voceros oficiales y oficiosos. Lacan mismo –recuerda Badiou– advirtió sobre la posibilidad de una regresión global que si se la traduce, implicaría el triunfo de la religión sobre la ciencia del inconsciente, que desde la lógica más rigurosa, puede entender, de los fundamentalismos y sus variantes “humanistas” o ecuménicas, su valor de consuelo, pero nunca, para cada quien, su valor de verdad. A menos de entender, como hacen cantidad de religiosos y psicoanalistas, que consuelo y verdad resultan equivalentes y universales. Pero no es el caso.
El 15 de marzo, Seuil publicó el libro. Badiou y Roudinesco se reunieron algunas veces más y continuaron la conversación y acordaron los términos. El primer punto: advertir que también durante el siglo XXI, el psicoanálisis corre el riesgo de diluirse en una especie de psicoterapia o de psicología para masas, perdiendo el filo subversivo que es la marca de Freud y de Lacan. Y también consideraron, el primero en recordar la presencia activa del psicoanalista, durante los 60, ajustando, si fuera posible todavía más sus conceptos (al igual que su escepticismo), contrario al de sus discípulos de la época, orientados por el filósofo Louis Althusser, y disidentes con su posición a favor del PCF. Eran abiertamente maoístas, normalistas que entre 1966 y 1969 publicaron los Cahiers pour l’Analyse –entre ellos Miller, Alain Grosrichard, Michel Tort, Francois Regnault, Jean Claude Milner, Luce Irigaray, Serge Leclaire, Jacques Derrida y el propio Badiou. La señora Roudinesco –que acaba de perder un juicio contra Miller y su esposa, Judith, hija de Lacan–, prefirió, en cambio, atender las causas por las cuales considera que el psicoanálisis corre peligro: burocratización, institucionalización empresarial, falta de consideración a los fenómenos psicopatológicos colectivos, pánicos inéditos, etcétera. Sobre los ataques que pudieron leerse en el Libro negro del psicoanálisis y la biografía novelada de Freud escrita por el profesor Michel Onfray, tomó posición en su momento, en dos libros, bien argumentados, desestimando falsedades e injurias diversas. Para la autora de la biografía (no autorizada) de Lacan, el psicoanálisis debería cuidarse no sólo del conductismo y las neurociencias sino de los mismos psicoanalistas. Sin embargo, la defensa de práctica tan compleja pasó sin pena ni gloria, al menos para los psicoanalistas de mayor nombre fuera de Francia.
Ese fenómeno es el que reprodujo hace dos semanas la revista parisina Le Nouvel Observateur. Dijo entonces Badiou: “Hoy en día se nos dice que ser un individuo es suficiente. Es el discurso del liberalismo supuestamente democrático, que produce individuos maleables y sumisos, atrapados, incapaces de acciones comunes (…) Ese también es el discurso de la neurociencia, que pretende reducir el sujeto a la neurona individual. La neurología dice que ‘el hombre es una gran bolsa de neuronas’. Se trata de un sistema científico para mejor despliegue del capital. En el campo de la psique, sólo el psicoanálisis, creo yo, es capaz de salvarnos. Pero parte de nuestro llamado es que los psicoanalistas, atrapados en sus peleas, no hacen lo necesario para defenderse. Se debe encontrar una manera de satisfacer la nueva demanda dirigida al psicoanálisis sin caer en el neo-positivismo. Y son ellos quienes pueden dar ese paso.
Roudinesco quizá sea más explícita (o menos simpática). “Los psicoanalistas deberían producir más teoría. Sus grupos funcionan como empresas, como corporaciones profesionales. Condenan a los padres del mismo sexo, la omnipotencia de la madre en contra de la función paterna. Los psicoanalistas no tienen que estar haciendo trabajo de policías en nombre del complejo de Edipo. Viven en el diagnóstico y en los medios. Y abandonaron la cuestión política: son escépticos, falsos estetas desvinculados de la sociedad. Dicen que curar el sufrimiento es un modelo antiguo. Sin embargo, las condiciones no han cambiado tanto. En la época de Freud, los pacientes eran de clase media y media alta, tenían tiempo y dinero. Es lo que no tiene la mayoría de las personas ahora. El problema es que de seguir así, los analistas sólo se analizarán entre ellos. Lo que dice Badiou es que habría que escuchar esta nueva demanda. Y creo que eso es posible. El análisis estándar estará reservado para quienes lo deseen. Porque hay que entender que no todo el mundo quiere explorar su inconsciente. No estamos en 1900. El psicoanálisis creció. Las personas saben algo del inconsciente. La demanda siempre es de saber, pero a menudo también es para resolver una situación específica. A eso también tienen que responder los nuevos analistas. Si no, tendrán cada vez menos pacientes”.
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