Un ícono de siglo XX forjado en la fábrica de los sueños de Hollywood
Su belleza excepcional que contrastaba con su vida personal desdichada sumada a su muerte trágica y prematura hicieron que dejara de ser una estrella para convertirse en un mito de vigencia eterna. Veinte años de carrera le bastaron para convertirse en un símbolo sexual que atraía a los hombres pero que también seducía a las mujeres.

En el recorrido de esa historia, el siglo XX significó el non plus
ultra de todo simbolismo, y en especial, con la difusión de la
fotografía y sobre todo del cine, de todo aquello pasible de ser
retratado, reproducido y transmitido. La antigua religiosidad se
transmutó en consumo, merced el triunfo de la economía de mercado. Y así
las revistas, la televisión, la publicidad y el cine se convirtieron en
la usina de las épicas modernas, generadora de nuevos dioses y diosas a
los cuales encomendar el bien más sagrado de la dominante cultura del
consumo: el deseo. En sólo 100 años el hombre pasó de Homo Sapiens a
Homo Desidium, y aquel deseo original de trascender y conocer dio paso a
un estado voraz, en donde el deseo no es motor ni fin, sino un sistema
eternamente retroalimentado. El deseo de desear, como el perro que se
muerde la cola. Sobre todo, el cine –el cine estadounidense, cuya Edad
de Oro puede ubicarse en los años ’40 y ’50–, fue una línea de montaje
dedicada a fabricar los íconos que encarnaban esos sueños, que desde la
pantalla de todo el mundo se multiplicaban hasta convertirse en un único
deseo compartido por todos. Entre todas esas modernas deidades surgidas
de incontables matinées y funciones en continuado, tal vez Marilyn
Monroe sea la más deseada y, sin dudas, el más emblemático de sus
símbolos.
SALE EL SOL. Luego de recorrer el mismo camino que
otras miles de adolescentes hicieron antes que ella –y que muchas miles
siguieron haciendo después, hasta llegar a nuestro siglo XXI–, Marilyn
Monroe pasó de aspirante estrella a mito en menos de 20 años. Y dentro
de la vasta cosmogonía de la industria cinematográfica, llegó a ser el
más luminoso de los astros. Tanto así, que consiguió hacer que la física
retrocediera hasta los días previos a Kepler, a Galileo y a Copérnico,
para convencer a todo el mundo de que el Universo giraba en torno a
ella. Es necesario aclarar que cuando se habla de todo el mundo no se
trata de un eufemismo, ni de una frase hecha: Marilyn Monroe consiguió
el milagro de seducir tanto a hombres como mujeres. La enciclopedia
popular Wikipedia cita, en su entrada correspondiente a la actriz, al
libro Goddess, The Secret Lives of Marilyn Monroe, de Anthony Summers.
Ahí se afirma que "su psiquiatra, Hyman Engelberg, recibió gran cantidad
de llamadas de mujeres el día después de su muerte diciéndole que si
tan sólo hubieran sabido que Marilyn tenía problemas, hubieran hecho lo
posible por ayudarla. Entonces se dio cuenta de que Marilyn no sólo
llamaba la atención de los hombres, sino que también las mujeres sentían
aprecio por la niña pequeña que Marilyn tenía dentro." Es interesante
que las palabras elegidas por el psiquiatra para definir esa atracción
hayan sido "llamar la atención", sobre todo porque uno tiende a pensar
que los fanáticos aman a sus ídolos y que no es sólo la curiosidad lo
que los une. Y es que ese "llamar la atención" se encuentra mucho más
cerca del deseo que del amor, una circunstancia repetida en la biografía
de Marilyn, que tuvo el consuelo de muchos amantes pero nunca la
certeza del amor correspondido. Quién sabe si no fue el hueco causado
por esa ausencia lo que de a poco comenzó a entibiar su luz hasta
enfriarla.
MIRAR A MARILYN. Sin embargo, su fallecimiento,
ocurrido hace exactamente 50 años, no sólo no consiguió menguar la
potencia de su figura, sino que significó, como en el caso de tantos
otros muertos trágicos, su canonización y el paso inmediato de figura a
leyenda. Nada mejor que la experiencia personal para confirmarlo: 25
años después de su muerte, en el apogeo de la popularidad de los posters
Pagsa (cuya estética súper Pop de lo femenino, dicho sea de paso, era
sumamente deudora de la imagen de Marilyn), mis carpetas del secundario
estaban forradas con fotos de ella que ávidamente buscaba y recortaba de
las revistas italianas Oggi y Panorama, que mi abuelo recibía por
entonces directamente desde Italia. Y aún hoy me ocurre con frecuencia
quedar deslumbrado cada vez que su mirada, su sonrisa y su cuerpo me
sorprenden desde una foto. Del mismo modo me es imposible no admirar la
naturalidad con que algunos de sus personajes en el cine pasan de una
inocencia no exenta de seducción, a un desborde de sensualidad y
sexualidad que nunca necesitó de la desnudez para provocar el desborde
de todos los deseos (ver, por favor, La comezón del séptimo año). Porque
lo que provoca volver a ver a Marilyn Monroe aún hoy, a 50 años de su
muerte, siempre es deseo, aquel que, como el perro, se persigue a sí
mismo. Entonces, lejos de acordar con aquella idea tan extendida de que
Marilyn es el objeto del deseo por antonomasia, tal vez haya llegado la
hora de admitir que los objetos en realidad somos nosotros. Objetos
deseantes, desbordados (Homo Desidium), orbitando en torno a ese gran
sujeto que nos habla a cada uno directamente al oído, y a quien nadie se
atreverá nunca a disputarle el centro el universo.
El OCASO DE LOS DIOSES. Igual que el sol todos los
días, Marilyn amaneció luminosa, alcanzó a brillar en lo más alto del
cielo, para luego declinar de a poco en un viaje que inevitablemente
acabó con la noche. La única diferencia, para nada menor, es que el 6 de
agosto de 1962 a la mañana el sol volvió a salir como siempre. De ella,
en cambio, apenas nos quedan sus fotos y sus películas, una forma
sofisticada de la memoria, pero que en el fondo no son más (pero tampoco
menos) que aquellas manos y bisontes pintados en la piedra: un tesoro
de la humanidad. «
Para ver
* Los inadaptados (1961). Dirigido por John Houston y guión de su marido Arthur Miller.
* Una Eva y dos Adanes (1959). Marilyn recibió un Globo de Oro por su trabajo en esta comedia
* Mi Marilyn (1975). Corto del español José Luis Garci, con
narración de José Sacristán. Puede verse completo en
.
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