LA DESTRUCCIÓN DE NUESTRO PLANETA SEGÚN HERVÉ KEMPF
Muchos
de nosotros coincidimos en la afirmación de que nos estamos cargando el
planeta Tierra entre todos. También se nos ocurren las muestras
directas de que este deterioro es inversamente proporcional a los
avances tecnológicos que deberían solventar esta catástrofe.
Pero hoy quiero mostraros la postura de un periodista francés que se está convirtiendo en un profeta: Hervé Kempf.
Cuando se publicó en Francia el año pasado su libro Cómo los ricos destruyen el planeta, no podía imaginar que su declaración en defensa de la ecología se iba a materializar en tan solo unos cuantos meses.
La
subida del precio del petróleo y de los alimentos provoca
manifestaciones planetarias contra el hambre y la desigualdad social.
Kempf
ya afirmó en 2007:”Nos quedan diez años”. “El hombre alcanzó los
límites de la biosfera. Vivimos un momento histórico. Nos encontramos
realmente en un callejón sin salida”, publicado en ADN Cultura.
Kempf examina con números y
argumentos precisos las razones de esa urgencia y encuentra enseguida
unos culpables: los ricos. “Son ellos quienes crean los modelos que
imita el resto del planeta”. Su pensamiento analiza que la necesidad de
consumo material se traslada de los acomodados hacia abajo hasta llegar a
los más pobres de los países más miserables. La noción del “bien común”
debería regresar a nuestro discurso y a nuestro concepto de la
humanidad. “Es una cuestión de sentido común. Es necesario regresar a la
sobriedad”.
A continuación ofrezco un extracto de la entrevista publicada por la citada publicación.
-
Cuando publicó su libro, la ecología estaba lejos de tener la
importancia que alcanzó ahora. ¿Usted esperaba esa aceleración brutal de
la crisis?
- Sí. Yo sabía que era
inminente. Pero lo que más me sorprendió fue la toma de conciencia del
aspecto social de la cuestión ecológica que se ha producido. En Francia,
la gente, en particular la de izquierda, terminó por entender que la
ecología no es una preocupación de burgueses, sino que realmente forma
parte de la política; que ya no se puede interpretar el mundo sin la
ecología. Por su parte, los ecologistas han comprendido que es imposible
pensar la ecología sin tener en cuenta las desigualdades sociales. Es
evidente que el encuentro entre la ecología y lo social se está haciendo
en forma muy clara.
- ¿Por qué se produce esa conjunción?
- Por la realidad. La gente ve
que la crisis no está en el futuro, sino en el presente. El aumento de
los precios del petróleo, la crisis alimentaria. Desde la canícula de
2003 en Francia, que provocó 15.000 muertos (cerca de 70.000 en Europa),
el continente pasa sin cesar de sequías a inundaciones. China soportó
este año las peores tempestades de nieve de los últimos 50 años. En cada
lugar del planeta ha ocurrido alguna catástrofe climática. Y lo mismo
sucede con las desigualdades sociales. Desde hace tres o cuatro años
cada vez hay más manifestaciones de protesta. La gente se está dando
cuenta de hasta qué punto el desarrollo del capitalismo en los últimos
30 años se hizo profundizando las desigualdades. No lo sabían. Yo
terminé por verlo hace tres o cuatro años. En Francia la gente supo hace
poco que los presidentes de las 40 mayores empresas cotizadas en la
bolsa se aumentaron sus ingresos en más de 50%, cuando el salario
promedio del país no aumentó en el mismo período.
-
Usted dice en su libro que los ricos tienen que volver a la mesura. Que
"la solución es detener el crecimiento material". ¿No es un delirio?
- ¿Qué es un delirio? Hay
hipermillonarios que quieren comprarse cohetes para ir al espacio y
yates de 110 metros de largo. ¿Son ellos los que deliran o deliramos los
que decimos: "Hay una crisis ecológica tan profunda que habría que
limitar la presión de la sociedad humana sobre el medio ambiente y
reducir el consumo"? . Si queremos hacer avanzar las cosas debemos
articular la cuestión ecológica a la restructuración de la relación de
poder, de la acumulación de riquezas. Yo no digo que los ricos o los
empresarios deben desaparecer. Por el contrario, creo que tienen un
papel muy importante que desempeñar. Pero hay estudios que muestran que
en los años 70 los ejecutivos ganaban 30 veces más que sus empleados.
Ahora hemos superado la proporción de 120 por uno. No se trata de
denunciar. Pero es necesario decir que hay que volver a una relación
social más humana y normal.
- ¿Y eso cómo puede hacerse?
- Políticamente, redescubriendo el bien común.
- Usted es un optimista sin límites.
- No. Después de ese libro di
varias conferencias en Francia y me doy cuenta de que hay mucha gente
que tiene necesidad de descubrir la política, de cambiar las cosas, de
imaginar otro mundo en el cual podrían participar. La gente normal
conoce la realidad, mucho más que los hiperricos o los oligarcas, como
yo los llamo. Hay dos fenómenos simultáneos. El primero son esos
individuos que discuten, proyectan y hacen cosas para ir en una
dirección diferente de aquellos que buscan el enriquecimiento
desenfrenado o la acumulación de bienes. El segundo es que la gente
quiere hacer política. La gente recupera ese bien común. En los años 60
el concepto de bien común estaba -por lo menos en Francia- mucho más
presente que ahora. Cuando yo era niño todos los adultos hablaban de
política, fueran comunistas o gaullistas . Estos últimos 30 años
consiguieron convencernos de que la política no sirve para nada, de que
todos los políticos son corruptos. En Francia, la izquierda tiene mucha
responsabilidad en esto. En ese proceso hemos perdido la idea del bien
común. Ahora, cada individuo piensa que uno es lo que tiene. Si uno
tiene un hermoso Mercedes es porque ha trabajado muy bien y se merece un
auto mejor que el de los otros.
- En esa crítica durísima que hace de los hiperricos dice que no tienen proyecto de sociedad.
- Efectivamente. No lo tienen.
En los años 60, las élites mundiales, sobre todo en Estados Unidos,
tenían un proyecto que era el de defender el mundo libre del comunismo
soviético. Y tenían razón. La clase dirigente (que entonces llamábamos
burguesía) tenía como objetivo no sólo hacer mucho dinero, sino defender
Occidente y sus valores. Desde el derrumbe de la Unión Soviética, la
clase dominante no tiene proyecto. Lo único que defiende es el
crecimiento, la acumulación de bienes y, sobre todo, la preservación de
la relación de fuerzas establecidas desde el poder. Cuando uno lee sus
libros o sus revistas, es imposible encontrar alguna visión de futuro.
Y, si existe, es una visión apocalíptica, que imagina que los más ricos
terminarán aislados, protegidos por muros y milicias privadas, frente a
las amenazas desencadenas por la crisis ecológica y social. Tenemos una
clase dirigente que ha dejado de tener legitimidad. Porque ¿qué confiere
legitimidad al poder? La capacidad de proponer a una sociedad una forma
de pensar el futuro. No tenemos eso. Lo único que les interesa es
acumular para ellos.
- ¿Y la clase política?
- La clase política está al
servicio de ese gran capital. Los ejemplos de Berlusconi, Sarkozy y
George Bush son claros: Bush es el amigo de todos los hipermillonarios
estadounidenses; Sarkozy, el de todas las grandes fortunas francesas, y
Berlusconi es un multimillonario que posee infinitas empresas.
Actualmente tenemos una clase política que está totalmente engarzada en
esa oligarquía económica y que comparte sus valores.
-
Usted afirma que, además de carecer de proyecto político, son
ignorantes y que, incluso, tratan de llevar el planeta al cataclismo.
- Por lo menos una parte de
ellos tiene la tentación de ir hacia el límite aceptable. Mire la forma
en que se comportó la presidencia de George Bush, que fue una de las más
catastróficas de la historia de Estados Unidos.
- Es verdad que, en Iraq, los intereses económicos parecen haber eclipsado cualquier otra consideración.
-
Tres señales muestran que una parte de la clase dirigente está
dispuesta a todo para mantener su preeminencia frente a las crecientes
tensiones sociales y ecológicas que se manifiestan. Primero, la guerra
en Irak, que desestabilizó a Medio Oriente y que fue desencadenada
gracias a mentiras vergonzosas. En segundo lugar, el hecho de que el
número de prisioneros en Estados Unidos aumenta en forma regular desde
que Bill Clinton dejó de ser presidente. Hoy, Estados Unidos es el país
que encarcela la mayor cantidad de gente en el planeta. Por último, la
actitud de la administración Bush cuando se produjo el huracán Katrina
en Nueva Orleans: la respuesta fue enviar militares no para ayudar a la
gente, sino para encarcelar a aquellos que robaban porque no tenían nada
para comer. En Europa, donde generalmente somos mucho más respetuosos
de las libertades públicas, hay una multiplicación de las cámaras de
videovigilancia, de ficheros informáticos de todo tipo, en nuestros
países también aumenta el número de gente encarcelada Esto revela que la
oligarquía tiene una propensión a recurrir cada vez más a instrumentos
de represión con el objetivo de mantener la estructura social actual.
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