Los tobas y nosotros
Mientras avanza velozmente la hibridación cultural y cambian los contextos internacionales y locales, los pueblos originarios procesan las transformaciones combinando integración y resistencia.
Por Leonardo Moledo
El cronista hipotético, que en verano se inclina más a las ciencias sociales por obvias razones meteorológicas, deambula, como siempre sin sentido entre senderos de las ciencias sin sentido, o quizá con demasiado (situación que el Cardenal de Cusa con su coincidentia oppositorum hubiera alabado) y es de este modo que rodando de un extremo a otro del conocimiento va a parar a la oficina de Pedro Wright, investigador del Conicet, doctor en Antropología, posdoctorado en Harvard y profesor adjunto de Antropología simbólica, en la Facultad de Filosofía y Letras; y sin temor, sin siquiera un lejano temblor (y en consecuencia, sin temor y temblor), inicia el interrogatorio por la clásica pregunta que sus lectores ya conocen.
–¿Cuál es su tema de trabajo?
–Dentro del campo amplio de la antropología simbólica me interesa estudiar cómo las sociedades dan sentido a la realidad a través de la religión y de la historia. Hay también un tema que une a los otros dos: heterodoxias socio-religiosas. Es decir, grupos o iglesias que ocupan posiciones periféricas... como los carismáticos católicos, monjes benedictinos (que ahora con este Papa están siendo mayormente legitimados). Dentro del campo espiritista, los grupos llamados esotéricos: ocultistas, rosacruces, teósofos, antroposóficos. Dentro del área indígena, mi proyecto individual es sobre la dimensión simbólica e histórica de los tobas. Así que hago trabajo de campo en Formosa y Chaco, y también con los migrantes a Buenos Aires. Lo que me interesa es conocer las tensiones que viven los grupos qom (como se llaman los tobas a sí mismos, en su lengua). La palabra toba es guaraní, en realidad es tobá, y significa “que tiene la frente ancha”, porque cuando se moría un pariente se cortaban la frente como rasgo de duelo y les quedaba ancha. Lo que me interesa es estudiar cuáles son las tensiones de la modernidad que los atraviesan, y que tienen que ver con ser grupos periféricos dentro de la periferia. Ver cómo ellos en su lengua y en sus prácticas religiosas o políticas construyen y reelaboran lo que es para ellos ser qom.
–¿Y qué pasa con los elementos del mundo blanco: la televisión, el hospital, la escuela?
–Uno de los resultados de la política del Estado argentino es la instalación de escuelas dentro de predios de las comunidades indígenas, normalmente sin una adaptación a las realidades diferentes. Lo que sucede es que en alguna zonas la gente llega monolingüe a las escuelas o con dificultades de entender el castellano escolar: no solamente el lenguaje hablado sino también las pautas escolares clásicas: levantar la mano, mirar al profesor. Se dan una serie de incongruencias entre las formas de socialización indígena y las nuestras. El resultado es la deserción escolar, unida a la cuestión económica: no tienen dinero para comprar los cuadernos, los libros como los blancos; en teoría, pueden. Y hay una cuestión de qué conocimientos se transmiten y cómo se transmiten. Los chicos indígenas, por ejemplo, tienen un enorme conocimiento de la flora y de la fauna porque están acostumbrados al trabajo manual, a la cuestión artística, ecológica, botánica, zoológica. Vienen de una cultura cazadora-recolectora y muchas de las metáforas con las cuales piensan el orden social vienen del mundo de lo natural.
–¿Y cuál es el futuro de estas comunidades? Uno tiende a pensar que va a haber una absorción total.
–Bueno, ése es el pensamiento modernista evolucionista europeo del siglo XIX: pero muchas de estas culturas, sin embargo, sobrevivieron. Lo que sí se ve es un proceso de criollización muy fuerte en Santa Fe y Chaco, y a la vez hay formas de resistencia cultural, una conciencia étnica de la pertenencia a una entidad diferente: somos una comunidad, somos Qom, los otros son doqshi.
–¿Cuántos son?
–Difícil saber un número. En Formosa, por lo menos ocho mil; en Chaco 20 mil, en Rosario unos tres mil, acá habrá unos mil. Lo que pasa es que hacer un censo indígena es una cuestión metodológica delicada, porque la pregunta a ellos les puede sonar un poco violenta, sobre todo en zonas donde hay más fricción con los blancos.
–¿Qué diferencia hay entre estas comunidades y, por ejemplo, la secta Amis? ¿O las subculturas dentro de la cultura dominante?
–En el caso de los tobas la frontera es más lábil que en la secta Amis. En la territorialidad, por ejemplo: los padres qom no les prohíben a sus hijos salir por la tranquera, o tomar un colectivo. Si bien hay una crítica a los blancos como mentirosos, que no cumplimos la palabra o que estamos siempre apurados, no hay un rechazo a toda la sociedad o a la cultura blanca. Los tobas se sienten tobas y a la vez sienten el afuera y el adentro. Negocian con el afuera, pero mantienen la frontera.
–¿Y qué pasa con el correr de las generaciones? Cuando la cultura de afuera las rodea por completo...
–Eso depende de cada comunidad. En general se toman elementos de la sociedad blanca y se resignifican en la cultura. Es imprevisible lo que va a ocurrir, aunque ahora hay una coyuntura mucho más favorable a las minorías étnicas, a los “otros internos”.
–¿Y qué pasa cuando hay un conflicto médico o judicial? Por ejemplo, el caso del chico guaraní... O si alguna institución toba aplica sanciones que van contra el Código Penal.
–Bueno, ésta es una de las contradicciones básicas de la modernidad de estos grupos, porque en muchos casos la forma estatal de medicina no acepta otras formas: las persigue como ejercicio ilegal, como un acto que no tiene ninguna eficacia real. Lévi-Strauss trabajó mucho sobre la eficacia simbólica de estos sistemas terapéuticos indígenas. Lo que se ve ahora en la zona en que yo trabajo es que la gente sabe bastante bien a qué especialistas ver, de acuerdo con lo que ellos evalúan que están teniendo. A veces van al pastor, a veces al chamán. Si el chamán les dice que es algo para el hospital, ellos van al hospital, no tienen ningún problema. Es una cuestión práctica: si a vos te dan un tratamiento por un año, por ejemplo, vos lo cumplís al pie de la letra, aunque a los tres meses ya te sientas mejor. Ellos no: ellos cortan apenas se sienten bien. No hay adaptación biomédica a la forma de ver la enfermedad de estas sociedades. Para los tobas la enfermedad es un hecho social: alguien me hizo algo, o yo hice algo.
–Por ejemplo, si un toba mata a otro, ¿cómo actúa la justicia toba?
–Le cuento un caso que se trató en Formosa. Un hombre joven que tenía una mamá. Su madre murió y antes de morir dijo quién le había hecho el daño. Esa confesión es como el exhorto. Este hombre fue, lo invitó a tomar algo y después lo mató por la espalda. ¿Qué pasó? La Justicia de Formosa le dio 9 años, en un dictamen bastante etnocéntrico, porque sólo toma en cuenta el hecho mórbido y nada más, ninguna explicación dada por los tobas. La gente de la comunidad me decía que cuando alguien dice quién lo mató es un mandato: no se duda la veracidad, y uno queda con la obligación moral de vengar esa muerte. Es una contradicción clara en el Derecho argentino, porque no están aceptadas para nada las cuestiones consuetudinarias. En otro país tal vez habría habido un trabajo más interaccional con los pensamientos de los tobas.
–Dentro de las comunidades, ¿no hay formas de opresión interna?
–La antropología ha probado que toda sociedad tiene una cuota de inequidad. No existe una sociedad utópica: hay formas de control social muy fuertes, incluso algunas que para nosotros serían intolerables, como la brujería o el chamanismo. Es una forma de control de las tensiones. Además, por supuesto, de que no terminan de entender los sistemas de valores de la sociedad externa.
–Lo que yo me pregunto es si, en caso de que alguna de las leyes tobas viole el Derecho argentino, habría que intervenir o no.
–Mi respuesta es que ellos tienen sus mecanismos, con los que a veces pueden solucionar problemas y a veces no. A veces acuden a la policía: por ejemplo, una vez fueron para pedirles que arrestaran a una bruja que estaba matando gente. Y la policía no la podía arrestar, porque no cabe dentro de un sistema que no cree en la brujería. Yo les preguntaba por qué no lo trataban ellos mismos. Y decían que era imposible para ellos parar a esa mujer. Yo creo que cuando hay cierto nivel de problemas tienen mecanismos para solucionarlos; pero cuando ya no pueden, acuden a la policía, al político, a los gendarmes.
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