domingo, 27 de enero de 2008

Ocho brazos para abrazarte

Ocho brazos para abrazarte

Cuando Los Beatles estaban en la cima, eran más grandes que Jesucristo y los gritos de los fans le empezaba a quitar sentido a tocar en vivo, encontraron otro modo de llenar salas dándoles a los espectadores en silencio esa explosión de vitalidad, esperanza, genio, pop, surrealismo, melancolía y humor que daban en sus obras. Ese modo se llamó Richard Lester y el medio fueron dos películas excepcionales y complementarias: Anochecer de un día agitado (en blanco y negro) y Help! (en color). Ahora, con la prolija y completa edición en dvd de la segunda, el mismo Lester y Martin Scorsese recuerdan lo que significó esa película para su época y para un director que marcó el cine de su tiempo tanto o más que Trufffaut, Godard y Antonioni, y que fue durante un par de años el sexto beatle.

Subnotas

El sexto beatle
El pop y cómo lograrlo



Por Mariano Kairuz

Un norteamericano en la corte de los Fab Four. O no tanto: Richard Lester es estadounidense de nacimiento (Filadelfia, 1932) pero vive en Inglaterra desde mediados de los años ‘50, y como él mismo dice, “tengo pasaporte británico, esposa británica e hijos británicos” y hasta hizo una película en Estados Unidos, Petulia, que en su momento fue tildada de “antinorteamericana”. Entre 1964 y 1965 Lester filmó tres largometrajes consecutivos que, se sigue considerando, capturaron como pocos el espíritu de su espacio-tiempo. Una de esas películas, la que estrenó en el medio, es un artefacto indefinible llamado El knack y cómo lograrlo en el que se fundían las angustias y frustraciones de una generación y las contradicciones de la liberación sexual, entre arrebatos de experimentación formal, y que ganó la Palma de Oro en Cannes por razones que el propio Lester siempre dijo no haber entendido del todo. Las otras dos películas son las películas de Los Beatles –es decir, las de ficción o semificcionales en las que, a diferencia de El submarino amarillo, sí estuvieron activamente involucrados–. Después de A Hard Day’s Night, que era algo así como el registro de la explosión de la beatlemanía, su siguiente incursión cinematográfica –programada para estrenarse al año siguiente, cuando ya estaban dejando de girar mágica y misteriosamente para dedicarse tan solo a componer y grabar; cuando ya eran más grandes que Jesucristo– solo podía ser un monstruo de varias cabezas. Uno de los centros de Help! fue inevitablemente la celebridad misma de sus protagonistas, que viven juntos como si estuvieran en un campamento permanente en una casa de un barrio industrial y a la vez recorren el mundo como si fuera de ellos. En Help! sí hay una especie de nudo argumental –con un culto oriental que persigue a Ringo, que en calidad de portador de tremendo anillo ha sido designado víctima y ofrenda de un sacrificio– pero no importa mucho. Lo que importa es otra cosa: tal como lo señalan Lester y su admirador Martin Scorsese en el librito que acompaña la flamante edición internacional en DVD de la película –en un disco doble con extras, nuevas entrevistas al director y a parte del equipo, la escena que no fue, los trailers promocionales y demás–, lo que abunda y lo que estalla en la pantalla es la fascinación por el absurdo, su anarquía, su espíritu flexible (su rubber soul).

En algún momento a principios de los ‘80 MTV saludó a Lester como “el padre espiritual” de la cadena musical, por su puesta en escena pionera de cuatro no-actores virtualmente imposibles de dirigir, pero Anochecer... y Help! eran otra cosa, otro ritmo, otro tipo de delirio. “¿Ah, sí? –se dijo Lester–. Exijo un test de paternidad”.

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