Violencia adolescente
Descontrol, divino tesoro
FOTO: SEBASTIAN LOPEZ
05-02-2009 /
La temporada estuvo marcada por excesos y peleas de jóvenes. Hubo un muerto y decenas de heridos. Pero debajo del escándalo hay una trama tan inescrupulosa como redituable: funcionarios, boliches, alcohol y alquileres truchos. Quiénes se esconden detrás de este fenómeno en las playas argentinas.
Por Lucas Cremades (desde Pinamar)
Arriba todo el mundo que esta no es hora de dormir. Vamos todos a la playa que el día está buenísimo”, grita un grupo de chicos a las nueve de la mañana frente a los edificios que dan sobre la Avenida del Mar, a escasos metros de la avenida Bunge, en el centro de Pinamar. Ellos no durmieron. Y eso no es novedad. Verano tras verano los diarios se cubren de las principales preocupaciones de quienes pasan sus vacaciones en la costa atlántica. Si la temporada pasada la escalada de robos a turistas fue la noticia-vedette, este año la indignación de los veraneantes se centró en los episodios de violencia entre los jóvenes.
Cuando José Luis Frano, de 23 años, apareció degollado a la salida de un boliche de San Bernardo producto de una discusión con otros jóvenes por una cerveza, los vecinos salieron a las calles a exigir justicia y más seguridad.
Desde hace años, desde la entrada de la Ruta 11 hasta el centro de San Bernardo hay que atravesar primero por la zona de las discotecas. Lo que marca una oferta turística dedicada a los jóvenes, si se toman en cuenta la oferta inmobiliaria orientada a ellos, más los locales de comidas rápidas, los bares donde sólo venden cerveza con maní o clericó de vino blanco –por cierto– de muy mala calidad. Cruzar la plaza principal, que comunica al centro con la zona de los boliches en horas de la madrugada, puede ser una odisea o el escenario ideal de inusitadas peleas entre grupitos de chicos. Paula Cocchi tiene 22 años y veranea desde hace seis en San Bernardo. “Fue un descontrol. Vi pibes borrachos en la playa o tirados en la calle a las seis de la tarde. A la noche era imposible dormir porque las peleas y corridas eran constantes. Se tiraban con bolsas de basura, con botellas, con lo que tuvieran a mano. Pero lo que más me sorprendió es que vi a muchos pibes solos, comiendo en las veredas, durmiendo en las playas”, cuenta.
Leitmotiv. Pinamar suele ser el punto preferido de los jóvenes de clase ABC1. Durante enero copan las playas, las calles y los complejos bailables de lo que en verano parece una ciudad aunque no sea más que un pueblo acostumbrado a recibir 400 mil turistas en un mes. Un escenario glamoroso pero en el que la violencia se desata en pleno centro, a cualquier hora y a la vista de todos.
Este año todo empezó con una batalla campal: dos grupos de unos diez jóvenes por bando empezaron a las piñas y terminaron con piedras y botellazos. El escándalo de la violencia juvenil y el descontrol en las playas, versión 2009, había comenzado. Pero nadie se detuvo a mirar qué había detrás de tanto “hormonazo” incontenible en las arenas bonaerenses. La Policía de la Provincia de Buenos Aires, envuelta en la eterna sospecha de su maldito pasado, recargado en el presente con el caso Bergara, no es confiable. Los resultados a la vez lo avalan: un muerto y decenas de heridos en lo que va de la temporada no hacen más que confirmar que la prevención no es el fuerte en el accionar de los “patanegras”. La misma observación les cabe a los funcionarios municipales. Esto sucede en sus calles, en sus noches, en sus playas. Y se sabe que el negocio de la omisión, el dejar hacer, puede ser muy redituable. Un circuito que no deja afuera a los propietarios que quieren dar el manotazo alquilando sus departamentos a quien sea, sin imponer demasiadas restricciones. El verano pasa rápido. Hay que facturar. Y la voracidad es riesgosa. Ahí están los ejemplos.
Una botella de cerveza cayó desde un primer piso y le partió la cabeza a José Luis Martín. Ocurrió a las 7 de la mañana del 29 de enero, cuando el joven de 19 años iba hacia su trabajo de barrendero municipal. Quedó en estado de coma durante más de 60 horas. Ningún efectivo policial estuvo en el lugar. Los sospechosos eran tres jóvenes, dos cordobeses y uno de Santa Fe, que minutos después huyeron del departamento que alquilaban. Hasta el cierre de esta edición había un solo detenido y la policía elaboró un identikit del presunto autor material que está siendo buscado por las distintas localidades del Partido de la Costa.
Los agentes inmobiliarios de Pinamar tienen su versión. Dicen que por regla general no alquilan departamentos o casas a grupos de chicos y chicas. La titular del estudio inmobiliario Paz Casas Cuevas, Mirtha Tavarez, se espanta si le nombran la palabra jóvenes: “Nosotros sólo alquilamos a gente mayor o familias. Tratamos de detectar mediante el tono de voz si los que llaman son chicos.
Los que aprueban la llegada de los chicos son los padres y los que habitan son grupos de diez adolescentes en un departamento para cinco”. Tavarez apunta: “Los culpables son los padres y los dueños de propiedades que alquilan por su cuenta”. La fría letra del reglamento de la Cámara Inmobiliaria Argentina señala que todo locador o propietario tiene el derecho de alquilar su propiedad a quien crea conveniente. Clarísimo. Pero ¿quién controla?
El reparto de culpas tampoco es nuevo. Aun con la complicidad de los padres o mediante los artilugios que pintan de cuerpo entero a buena parte de la sociedad argentina, los departamentos son la trinchera de los jóvenes y la ganancia de los propietarios, que amparados en la preocupación apocalíptica por la crisis financiera no dudaron en cerrar contratos de alquiler con cualquiera.
Jorge Kelman, vecino de Pinamar, narra lo que le pasó a su madre de 75 años cuando lo llamó un domingo muy temprano para preguntarle si lo que estaba viendo frente a su departamento era una escena de Federico Fellini: “Estaba regando las plantas a las ocho de la mañana y en el balcón de enfrente vio a un joven que estaba desnudo y gritándoles a sus amigos que lo dejaran entrar para ir al baño. Primero lo vio vomitar y a la media hora le pasaron un balde desde adentro para que hiciera sus necesidades. Muchos padres tienen casas en Cariló y con tal de no aguantar a sus hijos les alquilan un departamento en el centro de Pinamar para que hagan lo que quieran”. ¿Vale aclarar que no cualquier hijo de vecino alquila un dos ambientes por estas playas donde un mes cuesta un promedio de 8.000 pesos? Eso sí, los papis duermen tranquilos acunados por la calma del bosque cercano.
El director del Foro de Seguridad de Pinamar, Jorge Van der Ghore, no se asusta de nada: “Esto viene ocurriendo hace rato. Es un síntoma de toda la sociedad. Pero este verano el descontrol explotó. La salida del boliche es como la salida de una cancha. Hablo de cuatro mil chicos alcoholizados que salen en masa a las siete de la mañana. El Estado tendría que hacer responsables a los padres de las acciones de los chicos. Basta de padres cómodos. Cuando les toquen el bolsillo para pagar los daños causados por sus hijos, todo se va a calmar. Sin embargo, me da la sensación de que cuando el verano termina, las autoridades municipales y nacionales se olvidan de todo hasta el verano que viene”.
Carlos Mariano, gerente del Apart Hotel Amerida, resume todo en el refrán popular “pueblo chico, infierno grande”. Explica: “Los edificios que están frente al stand de Toyota en la avenida Bunge y los de la calle Jonás entre Cílcides y Simbad el Marino, se ofrecen exclusivamente a los adolescentes y jóvenes. Las instalaciones son escasas y los muebles son indestructibles, de madera de algarrobo. De esa forma se aseguran alquileres por toda la temporada y pocos dolores de cabeza. Los que hacen esto son dueños particulares”.
El viernes 30 de enero, a la salida de la disco Ku-El Alma, de Pinamar, Jorge Vallejos, de 29 años, fue herido en el estacionamiento del complejo bailable. Vallejos salió en defensa de su amiga –una modelo brasileña– cuando un grupo de colombianos, mayores de treinta años, que estaban a bordo de una camioneta BMW X5, la trataron de prostituta. Vallejos fue atacado por la espalda con un elemento punzante cuando se iba hacia su auto. La herida fue superficial, el susto no.
El fiscal de Dolores, Diego Bensi, asignado a la fiscalía de Pinamar, es elocuente: “Sorprende que las peleas se hayan caracterizado por el uso de armas blancas y que los autores sean turistas. El grado de violencia se ha incrementado notablemente y varios casos terminaron con lesiones graves”, explica.
Delivery y DNI. Todo lo que pasa entre los adolescentes durante el invierno se potencia en verano. Los delivery de bebidas las 24 horas son un negocio redituable montado por los mismos chicos o por habitantes de la zona. Pablo T. anduvo de gira por Mar del Plata y Pinamar junto a tres amigos durante la segunda quincena de enero. El trajín lo dejó exhausto. Desde sus 20 años, pide un requisito para hablar: “No me escraches con el apellido”; luego reconoce: “Alquilamos un depto en Pinamar y después nos fuimos a Mar del Plata a pasar unos días. Ahí dormíamos en la playa cerca del Faro, les dábamos plata a los carperos para que nos dejaran un par de horas. Para comprar alcohol hacemos lo mismo de siempre, o falsificamos un documento o llamamos al delivery de bebidas que viene al toque”.
Una voz experimentada para hablar sobre el comportamiento de los jóvenes es Gustavo Palmer, DJ y socio de la disco Ku-El Alma, de Pinamar: “Los chicos se emborrachan en los bares que venden cervezas a 10 pesos mientras que nosotros las tenemos a 40 pesos. A los bares de público adolescente no se les exige el cumplimiento de la ley 12.297 que pesa sobre los boliches, que cuentan con personal de seguridad capacitado mediante un previo análisis psicofísico, que debe ser homologado en la comisaría de la zona y en la provincia de Buenos Aires en diciembre. Es necesario eliminar las botellas de vidrio por las latas. Persisto con la idea de reglamentar el control de alcoholemia al ingreso de la disco. Tengamos en cuenta que los jóvenes consumen alcoholes de muy baja calidad. El Ministerio de Salud de la Nación tendría que sacar de la venta las bebidas que no tengan menos de cuatro destilaciones. Eso encarece los costos y restringe el consumo. Mientras tanto compran en el supermercado y a las once de la noche arrancan a tomar y entran a la disco a las tres de la mañana en un estado calamitoso”.
–Pero cuando los pibes llegan a los boliches ebrios, ¿por qué los dejan entrar?
–Cuando los detectamos no entran. Nosotros somos muy rigurosos con eso como con el ingreso de menores de edad, pero los chicos falsifican o adulteran documentos todas las noches. En enero hubo muchos incidentes producto de la gran cantidad de chicos, la seguridad no dio abasto.
El estado “calamitoso” de los pibes que describe Palmer tiene al amanecer su correlato más trágico. Vivian Perrone, de la asociación Madres del Dolor (ver columna), señala: “Es muy común que al salir de bailar, a las 6 o 7 de la mañana, los chicos se vayan a las playas y se metan al mar muy cansados o habiendo bebido demasiado”. Y agrega que desde que empezó la temporada “entre siete y diez jóvenes menores de 23 años murieron ahogados en el Partido de la Costa”. En la mayoría de los casos, los hechos habrían sucedido entre las 6 y las 9 de la mañana, horario en que aún no hay guardavidas en los balnearios.
Otro capítulo es el de los DNI truchos. En verano –también en invierno– los menores sacan a relucir sus dotes de falsificadores, o no tanto por cierto. Los documentos adulterados o sus meras fotocopias muestran más la falta de control de los adultos que la “picardía” de los chicos por sumarse unos años para ingresar a un boliche. Todos saben que eso sucede. Pero nadie lo quiere ver. Por la noche todo se vuelve laxo.
La fiebre juvenil en las playas comenzó a aflojar recién a principios de febrero, cuando la gran masa de adolescentes volvió de sus vacaciones, y el intendente del Partido de la Costa, Juan Pablo de Jesús, atendió el reclamo de los vecinos de San Bernardo y reconoció las fallas en los controles e inspecciones en los lugares donde se vende alcohol en forma indiscriminada. Resolvieron aumentar los controles en los comercios e incorporaron ordenanzas para multar a los consorcios y a los padres de los menores. Para este año, ya suena tarde. Otro ejemplo de la tardanza sucede en Pinamar: las autoridades policiales cambiaron las directivas impartidas durante enero, enfocadas en la seguridad de las casas, y reorientaron los controles en la zona céntrica y en la puerta de los boliches. Curioso. En febrero, por ejemplo, el complejo Ku-El Alma cierra sus puertas durante la semana y sólo abre los viernes y sábados.
El negocio del descontrol ya sumó sus dividendos.
Hasta el verano que viene.
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