PREMIO NOBEL DE MEDICINA PARA ROBERT EDWARDS, EL CREADOR DE LA FERTILIZACION ASISTIDA
Como un padre para cuatro millones de personas
El reconocimiento le fue otorgado 32 años después del nacimiento del primer “bebé de probeta”. La fertilización in vitro, según el Comité Nobel, permitió el tratamiento de la infertilidad, “que afecta a una gran proporción de la humanidad”.
Por Pedro Lipcovich
Cuatro millones de personas lo veneran, o lo maldicen, ya que gracias a su invento llegaron a este mundo. Se trata de Robert Edwards, inglés, creador de la fertilización asistida, a quien ayer le fue otorgado el Premio Nobel de Medicina. En 1978, luego de veinte años de investigación, nació el primero de los entonces llamados “bebés de probeta”, una niña que hoy, a los 32 años, ya es a su vez madre (por fertilización natural) y felicitó por su parte al investigador. El principio básico de la técnica fue y es la posibilidad de extraer un óvulo del ovario y, en laboratorio, propiciar su unión con un espermatozoide; el embrión resultante se implanta en el útero. A lo largo de estas décadas, el procedimiento se enriqueció con diversas técnicas: hoy es posible hacer crecer el embrión durante varios días in vitro, es posible propiciar la “capacitación” de los espermatozoides o inyectarlos directamente en el óvulo. El procedimiento desarrollado por Edwards –junto con Patrick Steptoe, ya fallecido– suscitó en un principio muchas dudas y reparos, médicos y éticos, que fueron cediendo, pero aún se mantienen en algunos sectores; ayer, la Iglesia Católica se pronunció contra este otorgamiento del Nobel (ver recuadro).
El trabajo de Edwards marca “una etapa importante en el desarrollo de la medicina moderna”, según el Comité Nobel del Instituto Karolinska, de Estocolmo, que le confirió el premio. “La fecundación in vitro hizo posible el tratamiento de la infertilidad, una condición médica que afecta a una gran proporción de la humanidad.”
Robert G. Edwards, nacido en 1925 en Manchester, desarrolló su carrera en la Universidad de Cambridge. Desde mediados de la década de 1950 investigó las condiciones para la fertilización humana en laboratorio. En esa época, “nadie quería tomar riesgos éticos. Me dijeron que los niños no serían normales”, recordó hace unos años. El Estado británico rechazó financiar sus investigaciones, que debieron solventarse con fondos privados. Edwards, por su parte, inició acciones legales por injurias contra sus críticos más virulentos: “Gané, pero el esfuerzo y las preocupaciones restringieron mi dedicación al trabajo durante varios años”.
Edwards había formado equipo con el ginecólogo Patrick Steptoe, a su vez pionero de la cirugía laparoscópica, que utilizó para extraer los óvulos. Conseguida la fertilización in vitro, los primeros intentos de transferir al útero los embriones se efectuaron en 1972. Fueron necesarios más de 40 intentos antes de obtener el primer embarazo, que resultó ectópico (fuera del útero) y por lo tanto no viable. El segundo embarazo obtenido sí prosperó: el 25 de julio de 1978 nació Louise Joy Brown, y la noticia dio la vuelta al mundo.
En estos 32 años, desde luego, las técnicas avanzaron. Al principio, el embrión debía implantarse casi inmediatamente en el útero. Hoy “se puede mantener el embrión en cultivo durante unos cuatro días tras la fecundación, lo cual facilita tasas de éxito mucho más altas”, dijo a Página/12 la argentina Mónica Vázquez Levin –investigadora principal del Conicet en biología de la reproducción, que trabajó con Edwards–. Esto se hizo posible por el desarrollo de medios de cultivo cada vez más parecidos al interior del cuerpo femenino. El espermatozoide, en su larga marcha por la vagina, experimenta lo que los científicos llaman “capacitación espermática”, gracias a la cual “llega a desarrollar totalmente su capacidad fecundante”, explica Vázquez Levin. Esa capacitación puede obtenerse hoy, como si dijéramos, en forma extracurricular, en laboratorio.
Pero, “¿no tendré demasiado colesterol?”, podría preguntarle al doctor Edwards el angustiado espermatozoide que supo encarnar Woody Allen. Edwards le explicaría que no, como lo hace Vázquez Levin: “El alto contenido de colesterol en la membrana hace que el espermatozoide sea resistente en las primeras etapas de su recorrido”. Todo varón sabe que esas etapas pueden ser difíciles pero, después, “el espermatozoide pierde colesterol de sus membranas, que se vuelven más lábiles y fáciles de fusionarse con las del ovocito”. Hoy estas etapas pueden reproducirse en laboratorio, y desde 1992 se cuenta con el método ICSI, inyección intracitoplasmática de espermatozoide: éste es introducido directamente en el óvulo, sin obligarlo al trabajo de atravesar las envolturas de la célula sexual femenina, que para algunas células masculinas pueden resultar arduas.
Vázquez Levin destacó que “en charlas y encuentros, el doctor Edwards siempre nos trasmitió respeto y profesionalismo; a pesar del éxito y la fama, preservó la seriedad y responsabilidad. En un ámbito atravesado por fuertes intereses comerciales, supo preservar la integridad profesional”.
Unos cuatro millones de niños han nacido por fertilización asistida; hasta un tres por ciento de los nacimientos en los países desarrollados se obtienen por estos procedimientos. Louise Brown, la primera de la serie, con 32 años, declaró que “mi madre y yo estamos encantadas de que Bob reciba el reconocimiento que merece”. La madre de Louise, Leslie, fue la primera mujer en recibir un tratamiento de fertilización exitoso. Louise tiene a su vez una niña, que nació sin necesidad de fertilización asistida.
Edwards, de 85 años, “está demasiado débil para conceder entrevistas”, según una portavoz. Su socio Patrick Steptoe, quien seguramente habría compartido el Nobel con él, murió en 1988. Es inusual que el otorgamiento de un Nobel de Medicina tarde tanto como en este caso.
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