El hombre que descubrió que Freud murió por mala praxis, contraataca
El padre del psicoanálisis no murió por un cáncer en la boca sino por el pésimo diagnóstico de sus médicos. A los 94, José Schavelzon insiste.
POR Guido Carelli Lynch
Sigmund Freud no murió por un cáncer en la boca. Al padre del
psicoanálisis lo mató la mala praxis y el pésimo diagnóstico de sus
médicos. La noticia no es nueva y surge de una investigación que el
prestigioso cancerólogo, oncólogo y psiconanalista José Schavelzon
publicó en 1983 con el sugerente título Freud. Un paciente con cáncer (editorial Paidós).
El libro pasó casi desapercibido porque la comunidad psicoanalítica argentina, de la que Schavelzon formaba parte, le dio la espalda. Ahora, a los 94, este ateo militante en sus años mozos, pasa sus días en un lujoso geriátrico de la colectividad judía en Chacarita, corrigiendo el texto original y analizando una eventual segunda edición. Allí, lúcido, recibió a Clarín . “Freud no tenía cáncer. Su enfermedad no tuvo una evolución sensata, razonable. Nunca tuvo un ganglio en el cuello. Por eso era necesario conseguir las biopsias para saber qué tuvo”, relata este antiguo miembro de la Academia de Ciencias de Estados Unidos y ex presidente de la Sociedad Argentina de Cancerología.
Fue un trabajo difícil, pero Schavelzon consiguió copias de las biopsias del Hospital Curie de París y del Allgemeines Krankenhaus de Viena, donde Freud se atendió. “Había mucha oposición porque alrededor de Freud en Europa hay un halo misterioso para salvaguardar su vida privada. Pero al final aparecieron, yo las tengo”, dice con un dejo de orgullo. Había pasado la Guerra y casi medio siglo, pero allí estaban.
Imágenes de los preparados histológicos, trozos de tejidos correspondientes a biopsias efectuadas entre el 10 de julio 1927 y febrero de 1939 y sus respectivos informes histopatológicos se reproducen en este libro que excede el enfoque médico, histórico y psicoanalítico, y al que vale la pena leer como una novela.
Ud. cree que Freud no tanía cáncer, sino un carcinoma verrugoso de Ackerman...
Claro, es un tipo de lesión que no se conocía en la época y que desde 1915, 16, 17, despertó muchísimas dudas. En el curso de los años aparecieron muchos tumores de este tipo. No es un cáncer en el sentido tradicional, convencional. Es una lesión benigna. Se hubiera ahorrado mucho sufrimiento con una extracción local pero se hizo operar por un cirujano muy desprestigiado de Viena (Max Schur), que le hizo una operación parcial, le dejó la herida abierta, y cicatrizó muy mal. Ahí empezó una secuencia de lesiones en la boca, sobre el paladar y la rama ontante del maxilar del lado izquierdo del inferior.
¿Y usted infiere que desarrolló un cáncer por la exposición a los rayos?
Ocurre que lo trataron de una forma monstruosa para los conocimientos de la época, porque ya se conocía el efecto biológico de las radiaciones, y lo re–irradiaron 11 veces en 10 años, le hicieron radioterapia externa. El tratamiento empezó en 1923 y se cumplió el plazo que exigen los biólogos para que las radiaciones actúen como cancerígenas. Y lo que era una lesión benigna en 1923 se transformó en una lesión maligna de veras, así lo indican las biopsias. En 1933 empezó a evolucionar la lesión cancerígena “legítima” y cuando él se mudó a Inglaterra escapando de los nazis se perforó la mejilla por radionecrosis, por exceso de radiación. Lo irradiaron salvajemente.
(1967. El autor en el congreso de Cancerología que presidía)
A partir de 1925, ya no hay fotos de Freud que muestren su mejilla derecha. Los rayos la habían teñido, mutilado. “Esa perforación es lo que probablemente ayudó a su muerte porque no podía comer, se le salía la comida y –además– la radionecrosis que produce el exceso de radiación deja un olor a podrido tremendo. En Londres tuvieron que ponerle un mosquitero en la cama donde hacía reposo. Al final, su perrita lo rechazó y él mismo diagnosticó: ´Esto significa mi muerte´. Y murió el día siguiente”, relata Schavelzon.
El libro, que por ahora sólo se consigue en Internet, no sólo reúne informes médicos, también se apoya en la correspondencia entre Freud y sus colegas y amigos; interpela su obra e imagina razones. Difícilmente Schavelzon, que contó con la ayuda de la pionera del psicoanálisis en Argentina, Marie Langer, hubiese escapado del mote con el que Freud calificaba a sus biógrafos “esas desdichadas personas que aún no nacieron”.
Freud cambió de médicos y ató su suerte a ellos. Del inexperto Félix Deutsch al carnicero Markus Hajek y al biógrafo Max Schur –culpable según Schavelzon, del “desastre fundamental”–, pasando por los cuidados de Hans Pichler, para terminar con Wilfred Trotter. “Freud necesitaba tener una experiencia de muerte, la pide, su conducta es una agresión contra sí mismo”, sentencia.
En esos años produce algunos de sus libros más memorables como “El malestar en la cultura”...
Se producen en el post–operatorio alejado de todas esas operaciones. Creo que hay una conexión entre la patología, las operaciones que le hacen, y su obra.
¿Cómo consiguió la biopsia?
En París se interesaron mucho y consiguieron los preparados. En Viena, no. “No tenemos nada de Freud”, me dijeron. Con una amiga vienesa hablamos de cómo se podía saltear al director del hospital para obtener los preparados que hubiera. “Hay un idioma internacional”, dijo para referirse a la coima. Volvimos un par de días después. Y entonces fui directamente a hablar con el director. Le ofrecí lo que en ese momento era una coima como para que lo pensara muy bien. Creo que eran como 500 dólares. Como si le dijera al encargado del archivo del Hospital Muñiz: “Acá tenés 100 mil mangos para bueno…” Me hizo venir dos días después y me entregó unos preparados: aparecieron por el método internacional, argentino. Somos sabios en eso, ¿no?
"Mi peripecia de vida y la historia del psicoanálisis están unidas del modo más estrecho”, escribió Freud en 1935 en una reedición de su Presentación autobiográfica , de 1924.
Sin embargo, su hija Anna (1895–1982) no estaba de acuerdo y así se lo hizo saber al propio Schavelzon en la docena de cartas que intercambiaron a propósito de Un paciente con cáncer . “Puede usted tener la seguridad de que las emociones y sentimientos de mi padre estaban absolutamente separados de su trabajo”, escribió la hija de Freud, cuando ya la aquejaba una insuficiencia renal.
Schavelzon, que fue presidente honorario de la Sociedad Argentina de Medicina Psicosomática, creó el Comité de Psico–Oncología y publicó otros libros que vinculan la enfermedad con la psicología como Paciente con cáncer (1988) y Psique–Cancerología (1992), cree que la enfermedad provocó que el padre del psicoanálisis relativizara buena parte de la defensa a ultranza de su disciplina, fundamentalmente en Más allá del principio del placer, publicado en 1920, cuando se habría originado la enfermedad detectada tres años después.
“Estoy segura de que el conocimiento de tener cáncer no influyó en el trabajo de mi padre. Realmente él no cedía a sus emociones. Razones y emociones estaban separadas en su caso”, le escribe a Schavelzon el 6 de marzo de 1980, Anna, psiconalista infantil. En la misma carta señala que una vez en Londres, “el cirujano (Trotter) cambió de método, esperó el desarrollo de la enfermedad y eso lo llevó a un rápido final”. En otra carta, fechada en junio de 1981, subraya que su padre “de ninguna manera fue un paciente difícil” y que “la enfermería fue fácil y nada agobiante”.
Tres meses después, el 9 de septiembre de 1981, vuelve a escribirle a Schavelzon: “Estoy muy impaciente por saber algo más con respecto a su trabajo sobre la enfermedad de mi padre”. Y agrega: “me pregunto cómo el tratamiento actual ha cambiado, pero eso espero aprenderlo de usted”. La hija menor de Freud, nunca llegó a leer el libro de Schavelzon, quien, por su parte, recuerda en el libro y en la entrevista que Freud “jamás aceptó que ninguno de sus discípulos lo psicoanalizara”.
El libro pasó casi desapercibido porque la comunidad psicoanalítica argentina, de la que Schavelzon formaba parte, le dio la espalda. Ahora, a los 94, este ateo militante en sus años mozos, pasa sus días en un lujoso geriátrico de la colectividad judía en Chacarita, corrigiendo el texto original y analizando una eventual segunda edición. Allí, lúcido, recibió a Clarín . “Freud no tenía cáncer. Su enfermedad no tuvo una evolución sensata, razonable. Nunca tuvo un ganglio en el cuello. Por eso era necesario conseguir las biopsias para saber qué tuvo”, relata este antiguo miembro de la Academia de Ciencias de Estados Unidos y ex presidente de la Sociedad Argentina de Cancerología.
Fue un trabajo difícil, pero Schavelzon consiguió copias de las biopsias del Hospital Curie de París y del Allgemeines Krankenhaus de Viena, donde Freud se atendió. “Había mucha oposición porque alrededor de Freud en Europa hay un halo misterioso para salvaguardar su vida privada. Pero al final aparecieron, yo las tengo”, dice con un dejo de orgullo. Había pasado la Guerra y casi medio siglo, pero allí estaban.
Imágenes de los preparados histológicos, trozos de tejidos correspondientes a biopsias efectuadas entre el 10 de julio 1927 y febrero de 1939 y sus respectivos informes histopatológicos se reproducen en este libro que excede el enfoque médico, histórico y psicoanalítico, y al que vale la pena leer como una novela.
Ud. cree que Freud no tanía cáncer, sino un carcinoma verrugoso de Ackerman...
Claro, es un tipo de lesión que no se conocía en la época y que desde 1915, 16, 17, despertó muchísimas dudas. En el curso de los años aparecieron muchos tumores de este tipo. No es un cáncer en el sentido tradicional, convencional. Es una lesión benigna. Se hubiera ahorrado mucho sufrimiento con una extracción local pero se hizo operar por un cirujano muy desprestigiado de Viena (Max Schur), que le hizo una operación parcial, le dejó la herida abierta, y cicatrizó muy mal. Ahí empezó una secuencia de lesiones en la boca, sobre el paladar y la rama ontante del maxilar del lado izquierdo del inferior.
¿Y usted infiere que desarrolló un cáncer por la exposición a los rayos?
Ocurre que lo trataron de una forma monstruosa para los conocimientos de la época, porque ya se conocía el efecto biológico de las radiaciones, y lo re–irradiaron 11 veces en 10 años, le hicieron radioterapia externa. El tratamiento empezó en 1923 y se cumplió el plazo que exigen los biólogos para que las radiaciones actúen como cancerígenas. Y lo que era una lesión benigna en 1923 se transformó en una lesión maligna de veras, así lo indican las biopsias. En 1933 empezó a evolucionar la lesión cancerígena “legítima” y cuando él se mudó a Inglaterra escapando de los nazis se perforó la mejilla por radionecrosis, por exceso de radiación. Lo irradiaron salvajemente.
(1967. El autor en el congreso de Cancerología que presidía)
A partir de 1925, ya no hay fotos de Freud que muestren su mejilla derecha. Los rayos la habían teñido, mutilado. “Esa perforación es lo que probablemente ayudó a su muerte porque no podía comer, se le salía la comida y –además– la radionecrosis que produce el exceso de radiación deja un olor a podrido tremendo. En Londres tuvieron que ponerle un mosquitero en la cama donde hacía reposo. Al final, su perrita lo rechazó y él mismo diagnosticó: ´Esto significa mi muerte´. Y murió el día siguiente”, relata Schavelzon.
El libro, que por ahora sólo se consigue en Internet, no sólo reúne informes médicos, también se apoya en la correspondencia entre Freud y sus colegas y amigos; interpela su obra e imagina razones. Difícilmente Schavelzon, que contó con la ayuda de la pionera del psicoanálisis en Argentina, Marie Langer, hubiese escapado del mote con el que Freud calificaba a sus biógrafos “esas desdichadas personas que aún no nacieron”.
Freud cambió de médicos y ató su suerte a ellos. Del inexperto Félix Deutsch al carnicero Markus Hajek y al biógrafo Max Schur –culpable según Schavelzon, del “desastre fundamental”–, pasando por los cuidados de Hans Pichler, para terminar con Wilfred Trotter. “Freud necesitaba tener una experiencia de muerte, la pide, su conducta es una agresión contra sí mismo”, sentencia.
En esos años produce algunos de sus libros más memorables como “El malestar en la cultura”...
Se producen en el post–operatorio alejado de todas esas operaciones. Creo que hay una conexión entre la patología, las operaciones que le hacen, y su obra.
¿Cómo consiguió la biopsia?
En París se interesaron mucho y consiguieron los preparados. En Viena, no. “No tenemos nada de Freud”, me dijeron. Con una amiga vienesa hablamos de cómo se podía saltear al director del hospital para obtener los preparados que hubiera. “Hay un idioma internacional”, dijo para referirse a la coima. Volvimos un par de días después. Y entonces fui directamente a hablar con el director. Le ofrecí lo que en ese momento era una coima como para que lo pensara muy bien. Creo que eran como 500 dólares. Como si le dijera al encargado del archivo del Hospital Muñiz: “Acá tenés 100 mil mangos para bueno…” Me hizo venir dos días después y me entregó unos preparados: aparecieron por el método internacional, argentino. Somos sabios en eso, ¿no?
“El conocimiento del cáncer no influyó en el trabajo de mi padre”
"Mi peripecia de vida y la historia del psicoanálisis están unidas del modo más estrecho”, escribió Freud en 1935 en una reedición de su Presentación autobiográfica , de 1924.
Sin embargo, su hija Anna (1895–1982) no estaba de acuerdo y así se lo hizo saber al propio Schavelzon en la docena de cartas que intercambiaron a propósito de Un paciente con cáncer . “Puede usted tener la seguridad de que las emociones y sentimientos de mi padre estaban absolutamente separados de su trabajo”, escribió la hija de Freud, cuando ya la aquejaba una insuficiencia renal.
Schavelzon, que fue presidente honorario de la Sociedad Argentina de Medicina Psicosomática, creó el Comité de Psico–Oncología y publicó otros libros que vinculan la enfermedad con la psicología como Paciente con cáncer (1988) y Psique–Cancerología (1992), cree que la enfermedad provocó que el padre del psicoanálisis relativizara buena parte de la defensa a ultranza de su disciplina, fundamentalmente en Más allá del principio del placer, publicado en 1920, cuando se habría originado la enfermedad detectada tres años después.
“Estoy segura de que el conocimiento de tener cáncer no influyó en el trabajo de mi padre. Realmente él no cedía a sus emociones. Razones y emociones estaban separadas en su caso”, le escribe a Schavelzon el 6 de marzo de 1980, Anna, psiconalista infantil. En la misma carta señala que una vez en Londres, “el cirujano (Trotter) cambió de método, esperó el desarrollo de la enfermedad y eso lo llevó a un rápido final”. En otra carta, fechada en junio de 1981, subraya que su padre “de ninguna manera fue un paciente difícil” y que “la enfermería fue fácil y nada agobiante”.
Tres meses después, el 9 de septiembre de 1981, vuelve a escribirle a Schavelzon: “Estoy muy impaciente por saber algo más con respecto a su trabajo sobre la enfermedad de mi padre”. Y agrega: “me pregunto cómo el tratamiento actual ha cambiado, pero eso espero aprenderlo de usted”. La hija menor de Freud, nunca llegó a leer el libro de Schavelzon, quien, por su parte, recuerda en el libro y en la entrevista que Freud “jamás aceptó que ninguno de sus discípulos lo psicoanalizara”.
3 comentarios:
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