domingo, 4 de mayo de 2008

“Mi refugio fue la literatura”


“Mi refugio fue la literatura”

En la película del canadiense Peter Raymont, que abrirá el Festival de Derechos Humanos, el autor de La muerte y la doncella recuerda su vida después de que Augusto Pinochet lo forzara a emigrar de Chile. “Trata de mi supervivencia”, anticipa.


Ariel Dorfman comenzó un derrotero que incluyó a Francia, la Argentina, Holanda y Estados Unidos.


La sombra de Pinochet
Entre el miedo y la avaricia


Por Oscar Ranzani

El exilio provocó en la vida de Ariel Dorfman una marca indeleble que también padecieron sus ancestros. El 11 de septiembre de 1973, con el golpe de Estado y Pinochet en el poder, Dorfman, que había participado activamente en la gestión de Salvador Allende, salvó su vida prácticamente de milagro y allí comenzó un largo exilio que incluyó Francia –previa estadía corta en Argentina–, Holanda y Estados Unidos, país donde decidió vivir finalmente. Sus reflexiones, impresiones y recuerdos de lo que significó el exilio (entre otros temas), se testimonian en Rumbo sur, deseando el norte, un clásico de la literatura mundial. Precisamente en ese libro está basado El largo exilio de Ariel Dorfman. Una voz contra el olvido (A promise to dead: the exile journey of Ariel Dorfman), documental dirigido por el canadiense Peter Raymont –cuyo guión fue elaborado por el autor de La muerte y la doncella–, que se exhibirá en el Festival de Derechos Humanos DerHumALC, a realizarse entre el 8 y el 14 de mayo.

“Buena parte del documental trata de mi supervivencia después del golpe en Chile de 1973 y también de lo que ha sido mi errante vida bilingüe entre Estados Unidos, Argentina y Chile. Por lo tanto, está inspirado en ese libro”, afirma Dorfman en diálogo telefónico desde Nueva York con Página/12. “Peter Raymont leyó el libro (en Estados Unidos y Canadá ha sido un best seller y se ha vendido muy bien) y fue precisamente ese libro el que lo convenció de que quería llevar a cabo la realización”, agrega el escritor, que visitará Argentina para presentar el documental.

El largo exilio de Ariel Dorfman está narrado por el propio protagonista en primera persona y tiene tres líneas narrativas: el gobierno de Allende, el golpe y la supervivencia de Dorfman; un viaje a Chile en 2006 en el que comparte recuerdos con viejos compañeros de lucha y que culmina con la muerte de Pinochet, y, en tercer punto, su vida atravesada por múltiples exilios. Dorfman se retrotrae al momento histórico en que el socialismo llegó al poder por la vía democrática y destaca su identificación con esa causa, producto de ser un hombre que defendió siempre la paz y cuestionó, en consecuencia, cualquier tipo de violencia.

También se refiere a la vida familiar marcada por el exilio: el escritor se detiene en el recuerdo de su abuela, de profesión traductora, que llegó a ser intérprete de Trotsky. Retomando su participación política en Chile expone cuáles fueron, según su parecer, los desaciertos del gobierno de Allende y denuncia las desapariciones de personas durante la dictadura de Pinochet y el rol de la Iglesia.

–¿El desafío del documental era que, a partir de su propia historia, se contara una porción importante de la historia de Chile?

–El desafío es mayor que ése porque mi historia no sólo se relaciona con Chile sino también con Estados Unidos. Por lo tanto, con la historia del siglo XX, en gran medida. Cada uno de los exilios míos ha coincidido con grandes marejadas y cambios en la humanidad de nuestros tiempos.

–¿Cómo recuerda su primer día de exilio?

–Mi primer día de exilio fue cuando nací: uno sale de un lugar tibio donde no tiene preocupaciones y entra al mundo donde lo primero que le hacen es pegarle una cachetada para que llore. En mi libro, yo explico un poco eso. No recuerdo mis primeros días de exilio porque me fui de Argentina a los dos años y medio y, si bien tengo recuerdos del país, no los tengo específicamente de haber salido de allí cuando me fui a Estados Unidos de chico. Mis padres y mis abuelos habían migrado y hay una larga historia de muchos destierros y muchas pérdidas anteriores que están en mi sangre.

–¿Pero cuándo se fue de Chile?

–De Chile me acuerdo muy bien. Tengo un capítulo entero del libro dedicado a eso. Yo estaba en la embajada argentina, me subieron a un camión de policía y me llevaron con tres argentinos más. Pasamos por La Moneda para mirar la destrucción. Les pedí como favor y accedieron sin ningún problema. Entonces, después llegamos al aeropuerto. Subí al avión y me acuerdo de lo que significó el momento del despegue cuando las ruedas dejaron el territorio chileno. Dije: “Aquí me jodí”. Y me jodí más cuando llegué a Buenos Aires y me metieron preso. No es que me tomaron preso solamente a mí. Como dicen los norteamericanos: No era nada personal. Llegué y vi a mi familia que estaba esperándome del otro lado del vidrio en Aeroparque. Yo no venía de vuelta al país que había dejado, Argentina, sino que venía de vuelta a un país muy parecido al que había expulsado a mi padre en 1944. Entonces, me di cuenta de que había que irse luego de ahí. No fue fácil.

–Usted señala que les hizo una promesa a los muertos por la dictadura chilena de que iba a vivir para contar su historia. ¿Esto lo sintió como un acto de reparación histórica, como una actitud de la defensa de la vida sobre la barbarie?

–Podría decirse eso. Yo digo: “Y tiene que haber habido dentro de mí una promesa”. No digo que en ese momento hice una promesa. Uno va descubriendo que ésa es la razón de haber sido salvado. Te salvas y no entiendes por qué. Hay gente tan buena como uno y mejor a la que le fue muy mal. Hubo amigos que murieron y tenían tantos deseos de vivir como yo y tantos deseos de amar, escribir y ver crecer a sus hijos que, sin embargo, no sobrevivieron. Yo sé que esto es algo que toca muy profundamente a los argentinos también, donde fue tan terrible la represión que sufrieron ustedes. Entonces, lo que digo es que, de a poquitito, me fui dando cuenta de que si no era ésa la razón, yo podía inventar una razón por la cual había sobrevivido. Precisamente como tú acabas de decir: podía reparar el hecho de la barbarie que le habían provocado a mis amigos y a mi pueblo, haciendo lo más civilizado que existe que es el acto de escritura, el acto de la memoria.

–¿El exilio resignifica la propia identidad o la reafirma?

–Hace ambas cosas. Lo que pasa es que la identidad es una condición dinámica. Hay tendencias anteriores en mi vida que no van a cambiar ya. Para dar un ejemplo: salir al exilio me significó afirmarme en mis ideas no violentas pero evidentemente las ideas existían antes. Desde niño lloraba cuando veía un pajarito muerto y daba vueltas para no matar a las hormigas. Había algo en mí. Esa actitud se vio reforzada –y diría profundizada– por el hecho de estar en contacto con tantos movimientos sociales y ONG. En el exilio he conocido a mucha gente, así que ellos pasaron a formar parte de mi vida. Pero la identidad de uno es multifacética. El exilio me provocó varias cosas: lo primero es que me asentó una tristeza muy grande de pérdida.

–¿Cual es la mayor pérdida que provoca el exilio?

–La cotidianidad. Hay que acordarse que, en mi caso, esto se daba en un ser bilingüe, cosmopolita, que había pasado muchos años afuera y que había pasado gran parte de su vida tratando de quedarse en un lugar. Por lo tanto, cuando mis compañeros chilenos recordaban Chile, recordaban el arroz con leche. Como yo me crié en Estados Unidos, mis canciones de cuna eran fundamentalmente en inglés. Por lo tanto, yo tengo una ambigüedad muy grande con respecto al país que he perdido y eso hace un poco más brutal esa pérdida. Me acuerdo de que en París los argentinos tomaban mate sin parar. Incluso, tomaban más mate en París que en Buenos Aires. Comíamos más empanadas en Amsterdam que en Chile, por nostalgia. Pero, por suerte, el exilio fue también muy enriquecedor: las distancias son muy buenas para la escritura.

–¿La lectura fue una buena compañera durante el exilio?

–La mejor compañera fue mi mujer. Si tuviera que cambiar todas las bibliotecas del mundo por estar con ella lo haría con toda tranquilidad. Por suerte, no tengo que hacer esa elección. Las lecturas fueron muy importantes. Lo que pasa es que durante los primeros años no acumulé libros porque pensaba que iba a volver de inmediato y tenía todos los libros en Chile. La lectura fue fundamental porque, en gran medida, cuando uno está exiliado la literatura y el idioma mismo terminan siendo el refugio donde te encuentras con alguna seguridad y, además, te comunicas con los otros lectores. Por ejemplo, yo leo una novela y, aunque físicamente esté en mis manos, es un espacio intertextual, una comunidad textual que yo vivo ahí. Y eso fue un gran consuelo, además de ser una gran compañera.

–Usted señala que Allende era como una padre. ¿Cuál fue su mayor enseñanza?

–La mayor enseñanza de Allende es no dejarse humillar. Era una persona íntegra. Esa integridad de Allende, esa lealtad con sus propios principios más allá de la muerte, finalmente creo que es lo más destacado. Eso va más allá de cualquier proyecto político que haya podido tener y que no se pudo llevar a cabo. Sigo creyendo mucho en la justicia social y en la igualdad que él predicaba. Entonces, todo eso es muy especial. A mí me alegra muchísimo que este film vaya a abrir el homenaje a Salvador Allende.

–Este año se cumplen 35 del golpe de Estado. ¿Qué perdura de las ideas de Salvador Allende en el Chile actual?

–Está muy vivo.

* El largo exilio de Ariel Dorfman se proyectará el 9 de mayo a las 18 en el Cine Gaumont, en la función de apertura del homenaje a Allende, y luego Dorfman brindará una charla. El 10 a las 20 podrá verse en el Centro Cultural Borges y el 11, a las 22, se exhibirá nuevamente en el cine Gaumont.

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