sábado, 30 de mayo de 2009

POBRES CONTRA POBRES

Una batalla en la que todos perdieron

El conflicto arrastra cuatro meses. Unas 250 familias ocupan un predio al lado del Riachuelo. Los vecinos del barrio Villa Giardino dicen que trajeron inseguridad al barrio. Ayer, uno de ellos disparó contra los ocupantes y mató a un chico de 16 años.

Por Emilio Ruchansky

Los ocupantes del predio de Acumar en Lanús venían caminando después de otra ronda de negociaciones por esas tierras del organismo encargado de sanear la cuenca del Riachuelo, cuando se trenzaron con sus vecinos del barrio Villa Giardino. Dicen que ellos comenzaron a tirarles ladrillos desde las terrazas y los insultaron. Los vecinos de ese barrio sostienen lo contrario. Juran que “esos negros de mierda” rompían todo lo que encontraban a su paso y ellos respondieron la agresión. Lo cierto es que en medio de la pelea se asomó un vecino que disparó sobre la procesión de marginados. Un chico de 16 años recibió dos de esos balazos en la espalda y murió en el acto, cinco personas resultaron heridas. Anoche, ambos bandos se amenazaban barrera policial de por medio. Nadie sabe cómo terminará.

Los hechos ocurrieron al mediodía, en la esquina de 1º de Mayo y Florida. El francotirador tiene alrededor de 60 años, fue detenido pocas horas después y quedó alojado en la comisaría quinta de Lanús en calidad de “demorado” hasta que sea interrogado por el fiscal de turno. Según cuenta su vecina, Rosa, “es una excelente persona, un laburante”; las tres señoras que la acompañan hablan de él como un mártir. Francisco, un abuelo que se suma a la ronda, también lo apoya fervientemente. Todos repiten la versión oficial de Villa Giardino. Los marginados rompieron el auto de su hijo y él salió a defender... al vehículo.

“¿Usted que hace si uno de estos negros le rompen el auto? Seguro que hace la denuncia. Bueno, yo le pongo 25 tiros al chorro. Cada uno defiende lo suyo. Es así”, dice Francisco. Las señoras no se inmutan. Lejos se escuchan los gritos de un pibe que está muy sacado: “¡Yo laburé para comprarme el auto, gil! ¡Qué tenemos que hacer para demostrar que somos gente!”. Un amigo lo aparta del cordón policial de la Bonaerense mientras el joven se despide diciéndoles: “¿Por qué no los matan de una vez?, si para eso le pagamos el sueldo”.

Las señoras siguen contando sus penas al cronista. “Vivimos en remis”, confiesa una de ellas; “nos tienen amenazadas”, completa otra. Rosa jura que trataron de meterse en su casa trepando los muros y le viven robando. “Ahora se va la policía y nos dejan en bolas”, dice la vecina del francotirador. Sus amigas deslizan que tal vez al muchacho de 16 los mataron los ocupantes de Acumar; un joven se acerca para confirmar esta nueva teoría. “Con tal de quedarse son capaces de cualquier cosa”, insinúa el joven después. Los vecinos permanecen en la esquina de Itapirú y 1º de Mayo y duplican en número a los marginados que están a solo una cuadra de allí, sobre la entrada del predio ocupan hace cuatro meses.

Pasadas las dos barreras policiales, solo hay un grupo de 30 personas que piden justicia. Dos policías toman declaración a los heridos que fueron hasta el hospital y volvieron; para ello, llevaron dos computadoras, mesas y banquillos. “Fijate cómo nos discriminan que ni siquiera los llevan a la comisaría a declarar”, dice una señora. A pocos metros arde un tronco que calefacciona a los vecinos. Enseguida se arma una ronda y la gente se presta a dar su versión de los hechos. Hay tanta o más bronca que del otro lado y cada tanto responden a los gritos con más gritos.

Gladys Soria, la mujer de Marcelo, el vocero del grupo, comenta que el francotirador es un comisario retirado y que disparó treinta tiros usando tres armas distintas: una Bersa 22, una 9 milímetros y una carabina. “Vació todos los cargadores que tenía”, dice la mujer. “Nosotros veníamos acompañados por el comisario de la (seccional) quinta de Villa Diamante. El loco este le disparó a la policía también. Lo que pasa es que saben que estábamos por llegar a un acuerdo y ellos lo único que quieren es poner un muro de Berlín. Saben que cuando hay quilombo nadie nos cree a nosotros.” El predio que ocupan es de la Asociación de Curtidores de Buenos Aires y sería destinado a una planta de efluentes que deberá construir la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo (Acumar). Tiene cuarenta hectáreas y era usado por la Policía Bonaerense como depósito de chatarra. Ya hubo un desalojo negociado con la Gendarmería, que vigila a las 250 familias que viven allí con ayuda ocasional del municipio de Lanús, donde hace poco hubo incidentes entre estas familias y la policía (ver aparte).

“Somos negros, sucios, cartoneros, así nos llaman en el barrio”, dice alguien en la ronda. Otro agrega que los policías “los están cuidando a ellos, a nuestros heridos no los querían levantar”; también asegura que cuando sonaron los primeros disparos los uniformados los reprimieron en vez de ayudarlos. Un joven, que se presenta como Fernando, dice que es testigo directo y que tiró las mismas piedras que recibió de los vecinos. “¡Ladrillos!, con ladrillos nos tiraban, están realmente locos.”

Un pibe que cartonea y cursa como puede en la escuela media 12 de Valentín Alsina busca consentimiento en los ojos de su madre antes de contar cómo lo discriminan. “Cuando me vuelvo del colegio, una o dos veces por semana, paso por un lugar donde se reúnen los vecinos y escucho cómo hablan de nosotros. Dicen que somos unos negros de mierda, que sólo nos dedicamos a robar, que van a impedir que nos quedemos porque los ponemos en peligro”, dice el muchacho de 16 años.

Otra voz, la de una mujer, surge de la ronda para denunciar que los vecinos de Villa Giardino se burlaban de la madre del joven asesinado. Que eso fue lo que desató la pelea, los piedrazos posteriores, cuando un grupo se separó de la procesión para ir a buscar palos al asentamiento. Una señora mayor sostiene una radiografía y la pone a contraluz: “Estos dos puntos blancos son los balazos que le pusieron a mi hijo en las piernas”. De vez en cuando, se oye a un policía que pregunta si alguien quiere declarar. “Si ellos fueran pobres ya estaría presos”, comenta alguien.

En la calle que separa a un grupo del otro se ven las piedras que intercambiaron por la tarde. Marcelo, el vocero de los marginados, insiste con saber quién va a pagar el velatorio del chico de 16 años, cartonero y estudiante, como otros tantos que se salvaron de la balacera de ayer. Nadie le responde. Detrás de él la gente pide justicia; del otro lado, la gente pide seguridad.

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