Michel Onfray y “El crepusculo de un idolo”
Postales freudianas
El pensador francés asegura en su último libro (que provocó un encendido debate en su país, con duras respuestas de Bernard-Henri Levy, Jacques-Alain Miller y Elisabeth Roudinesco) que Sigmund Freud fue en verdad un filósofo, que su filosofía se llamó “psicoanálisis”, y que no hay nada de malo en ello. Pero que, siendo así, sus pretensiones de cura, cientificidad y vocación universal carecen de toda base.
Por Luis Diego Fernández
Contra. La tesis de Michel Onfray es que el psicoanálisis es “una filosofía de Freud” y de nadie más.
Frente al freudismo de postal, Onfray inicia una tarea de investigación y deconstrucción, cuya tesis es simple: el psicoanálisis es una filosofía de Sigmund Freud y nadie más –lo que no invalida que su acción terapéutica sirva a algunas personas. Es una visión privada e individual con pretensión universal –como toda filosofía– que emana de la vida y del cuerpo del propio Freud. La idea de Onfray es gráfica al respecto: el psicoanálisis es una filosofía que reniega de serlo –tal es así que Freud leía con intensidad a Nietzsche, de quien tomó muchas ideas en relación al instinto y los ideales ascéticos. El psicoanálisis es una versión del nietzscheanismo, que no admite que opera por intuiciones como toda filosofía y, en cambio, busca “pruebas” de su cientificismo. El psicoanálisis, señala Onfray, es una autobiografía filosófica de Freud –el Edipo es de él con su madre. El psicoanálisis, lejos de ser emancipador, es conservador, es decir: normalizador. Algo que ya había señalado Michel Foucault en su Historia de la sexualidad, y también Gilles Deleuze y Félix Guattari en El Antiedipo.
Sin embargo, Onfray marca las razones de esta pervivencia del psicoanálisis durante más de un siglo, dentro de las que se cuenta haber introducido al sexo en el pensamiento occidental por primera vez de manera sistemática y central, pero sobre todo, en la estructuración jerárquica y sectaria –una cuasi Iglesia– de los discípulos de Freud y las asociaciones psi: la visión de mundo como una suerte de religión laica y poderosa, y también la neurotización en grados –“todos somos neuróticos”.
Un apartado merece el efecto mediatizador en torno del afán libertario que nunca en realidad tuvo el psicoanálisis. Según Onfray, el ideario de emancipación que se pretende plantear en gran medida se debe a ver a Freud como un “liberador” del deseo cuando nunca lo fue. La denominada psicobiografía nietzscheana de Freud es una obra que se enmarca en la misma sintonía que otros textos de su autoría. No tanta demolición ni crítica acérrima; para Onfray, Freud fue un filósofo y su filosofía se llamó “psicoanálisis”. No hay nada de malo en ello. Todo lo contrario. Según Onfray, el análisis es válido, sólo que la vocación universal carece de toda base.
A juzgar por la polvareda que levantó el libro en Francia –críticas de Bernard-Henri Levy, Jacques-Alain Miller, y hasta un libro de Elisabeth Roudinesco fustigando duramente el texto de Onfray usando detalles sobre su vida privada para contraargumentar, lo que ella reprocha que el filósofo hace con Freud–, parecería que tocar ciertas fibras ocasiona rebotes imperdonables. Separando la paja del trigo, Onfray sigue haciendo filosofía a su modo, algo que viene realizando de modo consistente y consecuente desde hace más de veinte años.
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