Noruega llora la muerte de las 93 víctimas fatales de los atentados
Desde Oslo / DPA
Muchos dudan de que la peor tragedia sufrida desde la Segunda Guerra Mundial por su pequeño país haya sido obra de un asesino solitario, que durante nueve años estuvo preparando el atentado en la capital y la isla de Utoya.
Noruega llora la muerte de las hasta anoche 93 víctimas de los atentados del viernes en Oslo y la isla de Utoya.
El primer ministro Jens Stoltenberg recordó a algunos amigos entre las víctimas, abogó por una “democracia aún abierta” y dijo que el objetivo del ataque es la multiculturalidad.
Los sollozos y el llanto permanentes conformaron un desgarrador telón de fondo en la catedral de Oslo, donde se celebró la ceremonia en recuerdo de las víctimas, y las lágrimas afloraban incluso en el rostro del rey Harald, cuando el primer ministro habló del casi centenar de muertos por los dos ataques.
“Conocía bien a Mónica”, dijo el líder socialdemócrata. Él mismo visitaba con frecuencia el recreo de verano en la isla de Utoya, donde el viernes al menos 86 personas murieron en el atentado. Mónica estuvo 20 años seguidos trabajando en el campamento para jóvenes.
“Para muchos de nosotros ella era Utoya, y ahora está muerta, muerta a tiros. Ella, que sólo transmitía paz y tranquilidad a jóvenes de “todo el país.” A Stoltenberg se le rompió la voz cuando recordó a Tore Eikeland: “Era el político más prometedor de las nuevas generaciones y ahora está muerto, se ha ido para siempre. No se puede comprender.”
Los noruegos seguían sin entender muchas cosas este fin de semana. Su pacífico y pequeño país se vio golpeado por “la peor catástrofe desde la Segunda Guerra Mundial”, en palabras del propio Stoltenberg. Y todos se formulan la misma pregunta: ¿Qué llevó al fanático de derecha Anders Behring Breivik a convertir su odio contra el Islam y la multiculturalidad en una locura asesina sin límites? La multiculturalidad era una faceta expresa del campamento de verano. En entrevistas de televisión con los sobrevivientes se vio a muchos de origen extranjero, integrados y activos en la organización juvenil socialdemócrata, sin diferenciarse de los “noruegos étnicos”.
Los grupos violentos de derecha radical se consideraban hasta ahora débiles y pequeños.
Sin embargo, ayer, los medios expresaron serias dudas sobre la veracidad de la afirmación del asesino en cuanto a que preparó el crimen en soledad, durante nueve años.
Stoltenberg y el resto del equipo de gobierno se esforzaron de forma conmovedora en transmitir un mensaje positivo a sus 4,5 millones de compatriotas en las horas de máxima emergencia y desesperación. Nadie en Oslo se “enganchó” con las especulaciones rápidamente difundidas sobre las actividades de islamistas radicales.
Ahora se trata de hacer una democracia abierta aún más abierta, dijo Stoltenberg, acompañado por su ministro de Relaciones Exteriores, Jonas Gahr Store. “Con todo lo malo, haremos que los noruegos vuelvan rápidamente a su vida cotidiana”, señaló.
Y las palabras no sonaron fáciles, en vista de la completa destrucción de los edificios del gobierno y de un asesinato masivo pocas veces visto en Europa en las últimas décadas, y dirigido además a sus ciudadanos más jóvenes.
Pero la reacción tampoco puede ser ingenua, insistió Stoltenberg.
La advertencia parece adecuado en vista de la saña con la que Breivik planeó los dos atentados: primero, distrajo a todas las fuerzas disponibles de la policía y los servicios sanitarios con la explosión de una bomba de 500 kilogramos accionada en el barrio del gobierno de Oslo. Y así, dos horas después, y disfrazado de policía, pudo entrar sin problemas en el campamento de verano de Utoya con su ametralladora y una pistola.
Por qué pasó una hora y media hasta que las unidades antiterroristas llegaran a la zona y lograran poner fin a la masacre es algo que se preguntan muchos noruegos. “La policía hizo lo que pudo, el viernes fue un día increíblemente difícil”, dijo el número dos de la policía, Sveinum Sponung. Pero los padres y los familiares de las víctimas se resisten a creerlo
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