La fuente y el alba
Por Osvaldo Bayer
Desde Río Gallegos
Aquí estoy, con los docentes patagónicos. Hemos celebrado el Día del Maestro. Una reunión con música y más de ochocientos docentes. De pronto, alguien brindó por ellos y dijo: “Sois la fuente del saber, sois el alba de una sociedad más digna. Fuentealba, salud”.
Fuentealba, el maestro asesinado por la policía de Neuquén. Hubo un momento de silencio. La emoción cubrió los rostros y paralizó los cuerpos. El héroe de la docencia. El héroe de dar la mano a los niños y guiarlos en el camino de la solidaridad y de la vida sin violencias.
En esta semana que termina me ocurrió algo que nunca me había sucedido. Me recibió por primera vez en mi vida un presidente de la Nación, en este caso la presidenta Cristina. Es decir, que en ese sentido perdí mi virginidad política –en términos anarquistas– para expresarme en conceptos recientes expresados por el “padre” Grassi, quien sostuvo recientemente que es virgen desde los 19 años, claro, en otra cosa.
Fue el martes pasado. Entré en la Rosada, pero de acuerdo con el principio de pedir sólo cuando se trate de defender a los comedores infantiles, siempre sólo cuando se trate de defender a las bibliotecas populares, siempre sólo cuando se trate de defender los derechos de los pueblos originarios y de los presos políticos. Sí, entonces sí hay que aguardar en la sala de espera de quienes representan al poder.
Bien, allí llegamos. En primer término solicité a la señora Kirchner que creo que ha llegado el momento de que el país revea la política efectiva con los pueblos originarios. Hacer una profunda autocrítica histórica. Como lo acaban de llevar a cabo los gobiernos de Canadá y de Australia, que han tenido el coraje de reconocer los crímenes cometidos con los pueblos originarios de esos lugares, política caracterizada por el crimen, la opresión y el robo de sus tierras, en la conquista que llevó a cabo el hombre blanco de paisajes que jamás les pertenecieron. Le dije que en nuestro país siempre se ha rehuido esa autocrítica. Todo se tapa con monumentos y honores a los ejecutores de esa política. Hay que comenzar por un documento básico que podría ser el resultado final de un congreso de historiadores. En segundo lugar, propuse a la Presidenta que su gobierno de raigambre peronista debiera reconocer el error brutal de 1946, en que se reprimió violentamente el “malón de la paz”, cuando un grupo de 147 kollas vino caminando desde Abra Pampa para pedir la devolución de sus tierras comunitarias, robadas por el blanco. Ese “malón pacífico” terminó en Buenos Aires cuando esos hombres silenciosos fueron reprimidos y embarcados por la fuerza en un tren de carga por la Gendarmería y la policía, y se los arrojó nuevamente en Abra Pampa. Y de eso no se habló más. Le solicitamos a Cristina Kirchner que por lo menos se diera una pensión de 500 pesos a los cuatro últimos kollas que quedan con vida de aquel “malón”, que se encuentran en la miseria más absoluta, y a los cuales hasta ahora se les ha negado toda ayuda.
Mi tercer pedido fue que la Presidenta apoye el proyecto de la SEA, Sociedad de Escritoras y Escritores Argentinos, por el cual se otorgaría una pensión a escritores que en su vejez no tienen medios de subsistencia. En el proyecto se menciona el nombre de escritores de profundo talento que murieron en la extrema pobreza. Ante la actual inmoralidad de las jubilaciones de privilegio, nada más justo y ético que dar la mano a profundos pensadores y artífices de la poesía que desatendieron sus propias vidas para pensar en un mundo abierto con jardines en el cielo.
El cuarto pedido fue para los presos paraguayos. Son campesinos guaraníes que los argentinos tenemos presos desde hace más de dos años y medio en una cárcel común junto a los criminales de la desaparición de personas. Los tenemos presos a esos trabajadores de la tierra por “pedido de la Justicia paraguaya”. La Justicia de los Stroessner y los Duarte Frutos. Se los acusa de un crimen que no cometieron. Son auténticos campesinos que lucharon por su tierra y su gente. Actualmente llevan treinta días de huelga de hambre. El tema ha sido muy poco difundido y es casi desconocido en el ambiente político argentino. Las familias de esos campesinos –con numerosos hijos– padecen toda clase de privaciones.
Pero nadie se define. Todos se callan la boca. La huelga de hambre avanza en las últimas reservas de esos cuerpos color de la tierra. La Presidenta me señala que estudiará cada uno de los casos.
Salgo a la Plaza de Mayo. La palabra tiene que servir de algo, pienso. Me detengo ante la Pirámide y me viene, de pronto, la letra del Himno: “Ved en trono a la noble igualdad... Libertad, libertad, libertad”.
Los héroes de Mayo nos entregaron esa consigna. ¿Qué hemos hecho hasta ahora de estas tierras tan fructíferas y exuberantes? Me siento en un banco cercano. En mí entran las imágenes del domingo pasado en la Biblioteca Nacional. Los niños de la villa de emergencia de la Cárcova presentaron su libro Corcoveando, de cuentos y relatos, nada menos que en el gran salón Jorge Luis Borges. Sí, las fantasías de la realidad: los chicos de una villa miseria, en la Biblioteca Nacional, con sus maestras. Hablaron, hicieron teatro –dos de ellos se disfrazaron de Romeo y Julieta– y cuando terminó todo fueron agasajados en el restaurante de la bilioteca con sandwiches de miga y gaseosas. Para ellos fue tocar el cielo con las manos. Los sueños algunas veces también se cumplen.
La Plaza de Mayo ha quedado vacía, me levanto del asiento y canto otra vez: “Ved en trono a la noble igualdad... Libertad, libertad, libertad”.
Viene gente que me mira. Alguno se detiene. A lo mejor me acompaña y se siente como yo, en 1810.
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