los cambios en la cultura adolescente a partir de cromañón
Jóvenes desamparados y con miedo
Un estudio sociológico analiza las consecuencias que la noche del 30 de diciembre de 2004 tuvo sobre la juventud argentina. La precariedad del cuidado institucional y la falta de lugares de expresión. La conciencia del autocuidado.
Por primera vez los jóvenes han tomado conciencia de los riesgos eventuales que corren.
“Los adolescentes están desamparados después de Cromañón”. Sobre eso trabajan las investigadoras Violeta Rosemberg y Cecilia Flachsland, quienes desde hace dos años estudian lo que sucedió en la noche de aquel 30 de diciembre y sus implicancias en la cultura argentina. Para eso han recorrido escuelas secundarias rastreando “el comportamiento de los jóvenes a partir de conocer los riesgos eventuales que corren”.
Los adolescentes tienen nuevos miedos, “porque las instituciones que antes se encargaban ya no están, y eso se vio en Cromañón”. Ante esa circunstancia, las investigadoras creen que hay un autocuidado de los jóvenes parecido al que existió aquella noche, donde el 60% de los muertos fueron chicos que entraron a salvar a otros. “Había cierta solidaridad que hay que tener en cuenta”, aseguran las especialistas.
“No hubo una gran enseñanza para la sociedad y los jóvenes en particular, sino sobre todo miedo”, dicen. Y agregan que eso se ve en que las cláusulas que se hicieron cumplir a rajatabla luego de la tragedia hoy ya no se cumplen. “Es pedirle a las culturas juveniles que se comporten bien cuando nadie se los enseñó, y cumplir con reglamentaciones de países centrales en la Argentina, se sabe, es imposible”, aseguran las profesionales que están compilando su trabajo para un libro de próxima aparición.
Según Rosemberg, “las condiciones, quizás no en la ciudad de Buenos Aires pero sí en Buenos Aires, están dadas para que Cromañón vuelva a pasar en cualquier lado, en cualquier momento. Aunque, sin dudas, hay sectores más proclives”.
“Ante la muerte masiva de jóvenes, la sociedad se ciega o prefiere no mirar”, asegura Rosemberg. Esto trae como consecuencia que Cromañón aparezca sólo como un hecho judicial, y eso se hace patente –al decir de las investigadoras– cuando el movimiento Cromañón convoca a una marcha: sólo participan los sobrevivientes, los familiares y los amigos.
Al visitar escuelas medias, notaron que los jóvenes que van hoy al secundario lo ven como algo distante y “no sienten que les haya pasado como generación”. Para Rosemberg, “nadie se quiere apropiar de lo que pasó”, y el fenómeno “quedó muy aislado y no pudo hacer alianza con nadie”.
Rosemberg y Flachsland dicen que en los recitales de Callejeros se ve que “los pibes siguen yendo y entiendieron que no pueden llevar más bengalas”, lo que genera un marco de diversión más cuidado. Aunque, aclaran, “no todos lo entendieron”. No obstante, “la idea de que la muerte está cerca y uno no se puede sentir tan seguro”, dicen las investigadoras, permite que resurja la frase que decía el Indio Solari: “Cada uno tiene que cuidar su culito”.
Otro problema que surge unido al incendio del boliche es el de los “pibes que hacen rock”, porque las nuevas bandas no tienen dónde tocar, “el fenómeno rock chabón bajó su popularidad”, y eso, “unido al aumento de los consumos tecnológicos”, hace que sea difícil encontrar lugares donde los jóvenes se junten y puedan sentirse cómodos. Muchas veces, ellos, y sus padres, prefieren la seguridad hogareña.
“Es notorio que después de Cromañón un montón de bandas quedaron de lado y si no podés tocar en el Pepsi Music no tenés dónde –asegura Rosemberg-. Entonces, muchos jóvenes se escapan de espacios de expresión y diversión como la música porque no tienen dónde tocar”.
Para las investigadoras se pueden comparar las muertes de jóvenes en Cromañón con Malvinas y el terrorismo de Estado –si bien no de manera directa–, porque “las muertes de los jóvenes en la Argentina son recurrentes”. Y aseguran que así como en aquel momento aparecía el “por algo será”, hoy se impone el “a mí no me hubiera pasado”.
“Cromañón está muy mal leído por la sociedad, porque no quiere ver lo que sucedió y prefiere no hacerse cargo de las muertes de los jóvenes”, aseguran las investigadoras que se dedicaron al tema porque percibían que “no había nada escrito” que buscara una reflexión sobre Cromañón y lo viera “como una problemática social y no como un mero accidente o una tragedia de la cual las ciencias sociales no deberían ocuparse”, en la que el lugar de los adolescentes quedaba pegado a la vulnerabilidad. Y a eso le sumaron su diagnóstico, que dice que los teóricos no pudieron explicar lo que pasó desde la caída de De la Rúa a hoy.
“Cromañón llega con tres años de demora al 2001 –asegura Rosemberg– y puede ser leído de esa forma, porque muestra las consecuencias de un Estado que no se hace cargo ni de una generación ni de las condiciones necesarias para que los jóvenes se junten y salgan a divertirse. Llega tarde al 2001 y, de hecho, Ibarra, que era el único político que había zafado, con Cromañón tiene que retirarse. Es un quiebre absoluto en el que se ve el desamparo de los sectores populares como consecuencia de las políticas neoliberales de los 90”.
El caso Cromañón y la comunicación en la era de la precariedad
Tras el dolor causado por estas muertes, sobrevino la perplejidad: esta vez los jóvenes no habían caído en manos de las fuerzas represivas del Estado directamente sino que quedaron atrapados en lo que consideraban su propia fiesta.
Tanto el grupo musical, cultor de un género conocido como “rock barrial”, como el dueño del boliche, pertenecían a una escena artística que intentaba buscar alternativas –precarias, y por ende en más de un caso fuera de la ley– en una ciudad trazada por la vocación privatista y por una marcada ausencia de políticas de Estado que incluyan a los jóvenes de sectores populares. El 60% de las víctimas provenía del Gran Buenos Aires, el cordón que bordea a la ciudad capital en el que viven sectores humildes de la población.
En esa misma ciudad que los expulsa es donde los familiares y amigos de los jóvenes muertos y los sobrevivientes han establecido su lucha por la justicia y por la memoria. Las luchas derivadas de Cromañón tienen lugar en diferentes frentes: el judicial, el político y el comunicacional.
El rock, en tanto práctica comunicacional que se mueve entre la conspiración cultural y el diseño mercantil, es uno de los lenguajes con los que habla la mercancía, y por ende una superficie posible para pensar las tensiones entre culturas massmediáticas, populares y subalternas, y las formas en que los jóvenes negocian y expresan dichas tensiones.
En la Argentina especialmente, porque el rock nacional ha sido tematizado como un espacio de resistencia a los disciplinamientos impuestos a los jóvenes durante el período del terrorismo de Estado.
Por Florencia Enghel, Cecilia Flachsland y Violeta Rosemberg
La mirada de las ciencias sociales
Violeta Rosemberg y Cecilia Flachsland investigan hace dos años el caso Cromañón desde las ciencias sociales. Rosemberg es politóloga y Flachsland es licenciada en Ciencias de la Comunicación, ambas de la UBA. Entrevistaron a padres, sobrevivientes y especialistas, fueron a recitales de Callejeros, estudiaron con detenimiento el santuario intentando responder por qué Cromañón quedó como un hecho aislado en la sociedad argentina y bajo la premisa de que las 194 muertes se dieron en el marco de un Estado que se retiró en la década del 90.
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