La madre de todas las retiradas
Dos libros reviven la 'Anábasis', el épico retorno de los mercenarios griegos desde Persia - La marcha de los Diez Mil ofrece un modelo en tiempos de crisis y repliegue
JACINTO ANTÓN - Barcelona - 05/01/2009
Con EE UU afrontando su salida de Irak y la economía en retroceso, resulta iluminador reflejarse en el espejo épico de la madre de todas las retiradas, la Anábasis, la obra en la que el historiador griego Jenofonte narró la increíble aventura de un ejército mercenario griego huérfano -los célebres Diez Mil-, perdido hace 2.400 años en la zona que es hoy Irak y Turquía, y empeñado, marcha atrás, en la vuelta a casa. Nada como los clásicos para tiempos de crisis. Si la cuesta de enero se presenta empinada, ¿qué mejor ejemplo que el de esa esforzada hueste helena del siglo V antes de Cristo que no cede ante la adversidad, atraviesa desiertos infernales, cruza ríos caudalosos, asciende montañas, arrostra la nieve, los dardos de los enemigos, el hambre, la traición, la pérdida de sus caudillos y el desaliento para, al final y contra todo pronóstico, llegar al horizonte y salvarse? A diferencia de otro legendario contingente griego de número redondo, los 300 -los espartanos autosacrificados en las Termópilas-, los Diez Mil ofrecen esperanza.
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Caminaron 6.000 kilómetros, cargando el escudo; murieron unos 4.000
Un ensayo de Waterfield y una novela de Manfredi recrean la gesta
Enrolados por dinero bajo la bandera del príncipe Ciro el Joven para disputar el trono de Persia a su hermano, el rey de reyes, Artajerjes II, los mercenarios griegos -en puridad unos 13.000 guerreros (Jenofonte usó la palabra myrioi, diez mil, que luce más), en su mayoría hoplitas- se encontraron con que la muerte en la batalla de Cunaxa (401 a. de C.) de su temerario empleador les dejaba en una situación tan complicada como absurda: en medio del mayor imperio del mundo, al que habían atacado, y sin nada que hacer salvo salir de allí pitando. Lo hicieron marchando desde -lo que son las cosas- cerca de lo que hoy es Bagdad a través de las montañas del Kurdistán y la meseta de Armenia hasta el mar Negro, por Trebisonda, sin dejar de combatir y pasándolo, como queda dicho, francamente mal. En total recorrieron 6.000 kilómetros que ya es distancia si vas a pie, sin GPS, con un gran escudo de bronce y mientras la gente te tira de todo por el camino. Murieron unos 4.000, pero el ejército mantuvo la cohesión y eso lo salvó.
Dos interesantes libros nuevos, un ensayo del especialista Robin Waterfield La retirada de Jenofonte (Gredos) y una novela de Valerio Manfredi, El ejército perdido (Grijalbo), confirman la vigencia en el imaginario moderno de esa asombrosa peripecia de los Diez Mil que culminó cuando los soldados errantes llegaron, en los Montes Pónticos, a la vista del mar, la vía para el retorno y de hecho el hogar para todo griego, y lanzaron el inmortal grito: "¡Thalassa, Thalassa!" (¡el mar, el mar!), probablemente con "¡Eureka!" y "¡To logariasmó, parakaló!" (la cuenta, por favor) la exclamación griega más universal.
El ensayo de Waterfield, apasionante, sigue minuciosamente la expedición e incluye una estremecedora descripción de la batalla de Cunaxa. Se presenta muy oportunamente como "el relato de la primera expedición de soldados occidentales a Irak". Por su parte, Manfredi es, con su novela, el último en una larga cadena de autores que desde la narrativa o la poesía se han hecho eco de esa empresa imposible y ese grito inolvidable que la encapsula toda.
En la épica de los Diez Mil se han reflejado otros muchos episodios, como la Noche Triste de Cortés o la retirada británica en Dunkerque (véase el sugerente The sea! The sea!, The shout of the Ten Thousand in the modern imagination, de Tim Rood, Londres, 2004). Seguramente la más curiosa plasmación moderna de la Anábasis es la novela The warriors, llevada al cine en 1979 por Walter Hill, en la que los Diez Mil se convierten en una pandilla juvenil neoyorquina acosada en su retirada hacia su territorio.
Alejandro Magno tuvo mucho que leer, un siglo después, en el relato de Jenofonte, que demostraba que el imperio persa era permeable. "Le sugirió la conquista; debió pensar: Yes, we can!", ríe Manfredi al hablar de su libro con este diario. El autor regresa con una novela al mundo de los Diez Mil veinte años después de su celebrada obra académica de referencia sobre el asunto (La strada dei Diecimila, 1986). "El relato de Jenofonte siempre me ha parecido magnífico pero algo frío, una historia de varones, larga y estrecha, y he querido poner de relieve la gran carga emotiva que debió tener esa expedición. Lo que Jenofonte cuenta de la presencia de mujeres, casi todas jóvenes prostitutas, en el ejército, me dio la clave para el enfoque". La aventura de El ejército perdido está contada en primera persona por una joven siria que se une al ejército como amante de uno de sus miembros, Jeno (el propio Jenofonte). El historiador ateniense se sumó a la expedición de los Diez Mil inicialmente como cronista, aunque tuvo que luchar como todos y se convirtió en uno de los líderes del ejército en retirada, con la caballería. Jenofonte no le cae bien a Manfredi. "Era un bigotto, un santurrón, un moralista, y al final se muestra ruin", señala.
Aparte del romance, el relato de Manfredi sigue pormenorizadamente la Anábasis (hay buenas traducciones en Cátedra y Gredos). La escena de la novela en la que una muchacha del harén de Ciro sale corriendo semidesnuda de la tienda perseguida por un grupo de persas y la falange griega abre las filas para dejarla pasar también está en Jenofonte: ¡No todo ha de ser arduo en la lectura de los clásicos!
Manfredi especula con que la expedición fuera un asunto de intriga internacional. Esparta habría estado detrás esperando beneficiarse del cambio en el trono persa, pero sin comprometerse por si las cosas iban mal (como fueron). Luego trataron de que ese incómodo ejército se perdiese. Manfredi tiene clara la lección de la retirada de los Diez Mil: "No es tan difícil penetrar en Mesopotamia. Lo complicado es salir".
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