Un filósofo argentino en el sentido fuerte de la palabra
Escritor y crítico literario.
Si tuviéramos que definirlo, habrá que decir que fue el único filósofo argentino en el sentido fuerte de la palabra, acaso con Carlos Astrada, en el sentido de la persistencia en un pensamiento personal que nunca se ha dejado influir por las modas intelectuales, que siempre ha pensado sus propias maneras de entender las cuestiones, firme en momentos de gran soledad teórica.
La de él fue una de las amistades más largas que he tenido en mi vida. Tuve la suerte de viajar con él, a Francia, a Cuba; él fue, para mí, una suerte de iniciador. Lo oí, en Cuba, en 1967, deplorar la idea de que un intelectual deba, por sí, tomar las armas, en momentos en que esto era casi un imperativo: el intelectual debe definirse en su campo, primeramente. Eso fue una lección. Había que hacer eso en ese momento, oponerse a esa idea guevarista. Esa actitud de coraje ético fue la de León: nunca estuvo en una demagogia cómoda.
En fin, me parece que es una gran pérdida: como siempre pasa aquí, nos vamos a dar cuenta con el tiempo de lo que suponía tener a alguien en la ciudad capaz de pensar con independencia.
Tenía conflictos con la universidad, tenía conflictos como tiene cualquier ser humano que tiene pensamiento autónomo. Pero por eso hay que saludar en la Argentina a aquellos que tienen la persistencia de sostenerse en una posición así, sobreviviendo a las modas, y ser capaces de tener épocas más oscuras o visibles. Estamos todos muy dolidos. Básicamente, porque era un amigo. Pero tomando distancia de la amistad, porque era un gran intelectual.
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