domingo, 9 de noviembre de 2008

LOWEN

LA DEPRESIÓN, Alexander Lowen (Bionergética)

"La persona deprimida es una persona que ha perdido su fe"


Por qué nos deprimimos

Depresión e irrealidad

La depresión ha llegado a ser tan común que incluso en psiquiatría se la describe como una reacción “perfectamente normal”, con tal que, por supuesto, no interfiera en las reacciones diarias. Pero aunque se considere “normal”, en el sentido estadístico, no cabe decir que sea un estado saludable.

En realidad no podemos esperar que un ser humano esté siempre alegre. Ni siquiera los niños más cercanos a esta emoción por naturaleza, están continuamente alegres. Pero el hecho de que sólo ocasionalmente alcancemos altas cotas de alegría no explica la depresión. La condición mínima de un funcionamiento normalmente sano es el “sentirse bien”. Una persona sana se siente bien la mayor parte del tiempo en las cosas que hace, sus relaciones, su trabajo, su descanso y sus movimientos. Su placer alcanza en ocasiones gran alegría e incluso puede llegar al éxtasis, y de cuando en cuando experimentará también dolor, tristeza, pesar y decepción. Sin embargo, no llegará a deprimirse.

La condición de la persona deprimida es que es incapaz de responder. La incapacidad de responder es lo que distingue la situación del deprimido de cualquier otra condición emocional. La persona descorazonada recupera la fe y la esperanza al cambiar la situación. Una persona hundida se levantará de nuevo cuando la causa que lo ha producido desaparezca. Una persona triste se alegrará ante la expectativa de placer. Pero nada es capaz de evocar una respuesta en la persona deprimida; la perspectiva de placer o de pasarlo bien sólo servirá, a menudo, para ahondar su depresión.

En casos de depresión grave la pérdida de respuesta frente al mundo es claramente evidente. Una persona gravemente deprimida puede pasarse en la cama gran parte del día, incapaz de encontrar energía para integrarse en la corriente de la vida. Pero la mayoría de los casos no son tan graves. Otros pacientes deprimidos no están tan incapacitados. Pueden ser capaz de continuar con la rutina de sus vidas y parecer desenvolverse adecuadamente en su trabajo. Pero quienes les conocen bien se dan cuenta de su estado.

(...)

Lo común a toda reacción depresiva es la falta de realidad que impregna la actitud y conducta de la persona. La persona deprimida vive en función del pasado, con la correspondiente negación del presente. Aunque no se da cuenta de que está viviendo en el pasado porque también está viviendo en el futuro, un futuro irreal.

Cuando una persona ha experimentado una pérdida o trauma en su infancia que ha socavado sus sentimientos de seguridad y auto-aceptación, proyectará en su imagen de futuro la exigencia de que invierta en su experiencia pasada. El individuo que de niño experimentó una sensación de rechazo se representará un futuro lleno de aceptación y aprobación prometedoras. Si de niño luchó contra una sensación de desamparo e impotencia, su mente compensará este insulto a su ego con una imagen de futuro en la que se sienta poderoso y dominante. La mente, en sus fantasías y elucubraciones, intenta invertir una realidad desfavorable e inaceptable a base de crear imágenes que ensalcen al individuo e hinchen su ego. Si una parte importante de la energía de la persona se centra en estas imágenes y sueños, perderá de vista que su origen está en esa experiencia infantil y sacrificará el presente en aras de su cumplimiento. Estas imágenes son metas irreales, y su realización es un objetivo inalcanzable.

La búsqueda de la ilusión

Hoy en día hay tanta gente que persigue metas irreales, sin relación directa con sus necesidades básica como seres humanos, que la depresión es algo casi normal. Todo el mundo necesita amar y sentir que su amor es aceptado y en cierta medida correspondido. El amor y la estima nos relacionan con el mundo y nos dan la sensación de pertenecer a la vida. Ser amados es importante en la medida que facilita la expresión activa de nuestro propio amor. La gente no se deprime cuando ama. A través del amor uno se expresa y afirma su ser e identidad.

La auto-expresión, la expresión del self, es otra necesidad básica de todos los seres humanos. La necesidad de auto-expresión subyace en toda actividad creativa y es fuente de nuestro mayor placer. En un individuo deprimido la auto-expresión está muy limitada, por no decir enteramente bloqueada. En mucha gente se limita a una pequeña área de sus vidas, generalmente a su trabajo o negocios; e incluso incluso en esta área reducida la auto-expresión se restringe cuando la persona trabaja compulsiva o mecánicamente.

La auto-expresión, la expresión del self, significa la expresión de sentimientos. El sentimiento más profundo es el amor, aunque todos los sentimientos son parte del self y pueden ser apropiadamente expresados por la persona sana. De hecho, la amplitud de sentimientos que una persona puede expresar determina la amplitud de su personalidad. Es bien sabido que la persona deprimida está cerrada en sí misma y que al activar cualquier sentimiento –tal como tristeza o rabia- tiene un efecto inmediato y positivo sobre su estado depresivo. Las vías a través de las cuales se expresan los sentimientos son la voz, el movimiento corporal y los ojos. Cuando los ojos están apagados, la voz es monótona y la motilidad está reducida, estas vías se cierran y la persona se haya en un estado depresivo.

Otra necesidad básica para todos los individuos es la libertad. Sin ella es imposible la auto-expresión. Pero no me refiero precisamente a la libertad política, aunque ésta sea uno de sus aspectos esenciales. Uno debe ser libre en todas las situaciones de la vida, en casa, en la escuela, como empleado y en las relaciones sociales. No es libertad absoluta lo que se busca, sino libertad para expresarse uno mismo, para tener voz en la regulación de los propios asuntos. Toda sociedad humana impone ciertas restricciones a la libertad individual en aras de la cohesión social, y esas restricciones pueden ser aceptadas siempre y cuando no restrinjan excesivamente el derecho de auto-expresión.

Hay, sin embargo, prisiones interiores, además de las exteriores. Estas barreras interiores a la auto-expresión son a menudo más poderosas que las leyes o las restricciones forzosas a la hora de limitar la capacidad de expresión de una persona; y como a menudo son inconscientes o están racionalizadas, la persona se halla mucho más encerrada en ellas que si se tratara de fuerzas externas.

La persona deprimida está presa por las barreras inconscientes del “se debería” y “no se debería”, que la aíslan, la limitan y pueden incluso aplastar su espíritu. Mientras vive en esta prisión, la persona devana fantasías de libertad, trama planes para su fuga y sueña un mundo en que la vida será diferente. Estos sueños, como todas las fantasías, le sirven para mantener su espíritu, pero también le impiden confrontar de una manera realista las fuerzas internas que le atan. Antes o después se derrumba la ilusión, el sueño se desvanece, el plan falla y se encuentra cara a cara con la realidad. Cuando esto sucede el individuo se deprime y se siente desesperado.

Cuando perseguimos ilusiones nos proponemos metas poco realistas, creyendo que si las lográramos, automáticamente nos liberarían, restablecerían nuestra capacidad de auto-expresión y nos harían capaces de amar. Lo que es irreal no es la meta sino la recompensa que se supone sigue a este logro. Entre las metas que muchos de nosotros seguimos tan implacablemente están las riquezas, el éxito y la fama. Sin embargo el dinero no da las satisfacciones internas que son las que hacen que la vida merezca la pena vivirse. En muchos casos la tendencia a ganar dinero desvía la energía de actividades más creativas y auto-expresivas, con lo cual el espíritu se empobrece.

A su vez, la tendencia de la fama y el éxito se basa en la ilusión de que no sólo incrementarán nuestra autoestima, sino que además lograremos esa aceptación y aprobación de los demás que parece que necesitamos. Es cierto que el éxito y la fama aumentan nuestra autoestima e incrementan nuestro prestigio en la comunidad, pero estos logros aparentes contribuyen bien poco a la persona interior. Muchos triunfadores se han suicidado en la cumbre del éxito. Nadie ha encontrado el verdadero amor a través de la fama, y muy pocos han superado la sensación interna de soledad gracias a ella. La verdadera vida se vive a un nivel mucho más personal.

Por lo tanto, se puede definir como meta irreal aquella que conlleva expectativas poco realistas. El verdadero objetivo que hay tras la lucha por el dinero, el éxito o la fama es la auto-aceptación, la autoestima y la auto-expresión. (...) De hecho, cuando una persona tiene que proyectar la imagen de “ser alguien”, indica que en su interior se siente un “Don nadie”.

Si queremos encontrar a la verdadera persona tras la fachada de su conducta social tenemos que mirar a su cuerpo, sentir sus sentimientos y entender sus relaciones. Sus ojos nos dirán si puede amar, su cara nos dirá si es auto-expresivo y sus movimientos nos revelarán el grado de libertad interior. Cuando estamos en contacto con un cuerpo vivo y vibrante, sentimos inmediatamente que estamos en presencia de “alguien”, sin tener en cuenta su posición social. A pesar de lo que se no ha enseñado, la vida se vive realmente en este nivel personal donde un cuerpo se relaciona con otro o con su entorno natural. Todo lo demás es pura tramoya, y si confundimos el teatro con el drama de la vida, estamos en realidad bajo el dominio de la ilusión.

Una meta ilusoria exige una manera de ser, aprobada, porque detrás de esta meta está la necesidad de aceptación. La meta se fija inicialmente durante la infancia, con el deseo de aceptación de los padres, transferido más tarde a los demás.

(...) la lucha por conseguir la perfección reduce la humanidad el individuo y acaba siendo autodestructivo; sólo sirve para ver la imperfección de otra persona.

(...) la cantidad de energía y esfuerzo que se invierte en satisfacer metas irreales es enorme. La depresión se puede contemplar como un aviso que da la naturaleza para pedir que se detenga el insensato gasto de energía y dar tiempo para recuperarse. Aunque una depresión es patológica también es un fenómeno recuperativo. El derrumbamiento es como la vuelta a un estado infantil, y, con el tiempo, la mayoría de la gente se recupera espontáneamente.

La recuperación, por desgracia, no es permanente. Tan pronto como recobra la energía, la persona antes deprimida reanuda su esfuerzo por satisfacer su sueño. Ese rebote desde la depresión es a veces tan brusco e incontrolable que la persona sube tanto arriba como abajo había estado antes. Estos bruscos estado de ánimo que oscilan entre la depresión y la euforia e incluso la manía presagian la inevitabilidad de una nueva reacción depresiva. La euforia se debe a la exagerada presunción de que “esta vez todo será distinto”, de la misma forma que un alcohólico jura que no beberá ni una gota más. Mientras persista una meta ilusoria en el inconsciente y dirija la conducta, la depresión será inevitable.

Si la depresión es tan común hoy en día, es por la irrealidad en que trascurre buena parte de nuestras vidas, por la energía que se dedica a la persecución de metas irreales. Somos como espectadores en Bolsa, planeando beneficios de acciones cuyos dividendos nunca llegamos a disfrutar. Esta inversión en valores que están fuera de nosotros como seres humanos infla artificialmente su valor real. Una caso mayor, un coche más nuevo, etc., tienen cierta medida de valor positivo, ya que contribuyen de alguna manera al placer de la vida. Pero si consideramos estas cosas como una medida de nuestro valor personal, si esperamos que al poseerlas llenará el vacío de nuestras vidas, estamos montando el escenario para una inevitable deflación que de seguro nos deprimirá, igual que se deprime el especulador cuando la fiebre especuladora remite y el mercado quiebra.

Estamos expuestos a deprimirnos cuando buscamos fuentes externas a nosotros para realizarnos. Si pensamos que tener todos los adelantos materiales que posee el vecino nos va a hacer más personas, a reconciliarnos más con nosotros mismos y a ser más auto-expresivos, nos veremos lamentablemente desilusionados. Y cuando llegue la desilusión, nos deprimiremos. Puesto que esta actitud es hoy en día la de muchas personas, supongo que veremos aumentar la incidencia de la depresión y el suicidio.



Fuente: Lowen, Alexander. La depresión y el cuerpo. Alianza Editorial (Psicología), 2001. (1ª edición española 1982)

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