La hiperconexión ya es una patología
¿Qué ocurre cuando chequear el mail, entrar en Facebook o hablar por celular se vuelve una adicción?
En Latinoamérica, el 15% de la población activa vive online y la tasa no para de crecer. Testimonios.
Un empresario al que la mujer le hace escenas de celos por culpa de su laptop. Un comerciante que aún en sus momentos libres palpa su bolsillo obsesivamente para ver si tiene el teléfono móvil. Una mujer que no concibe cómo sus padres pudieron sobrevivir en un mundo sin celulares, libres pero inubicables. Muchos adultos argentinos padecen –porque lo viven como algo negativo– el hecho de estar hiperconectados. Así lo revela un informe del centro de estudios del estrés y la ansiedad Hémera.
¿Y si en vez de hacer más cómoda la vida y, por consiguiente, más feliz a la gente, los dispositivos de comunicación que cimientan la sociedad actual alienaran y produjeran dependencia, casi como una droga? ¿Dónde está el delgado límite entre el aprovechamiento sano de las tecnologías digitales de comunicación y el exceso que enferma, esclaviza y provoca ansiedad? Por interrogantes como esos rumbea el informe que destaca que, además, la hiperconexión puede provocar el efecto contrario al deseado: la desconexión. No con el mundo exterior, ni con el otro, que atenderá en el segundo exacto que se pretenda, esté donde esté, sino con uno mismo. “Creo que es imposible quedar al margen de la vida internetizada, ya que de algún modo implicaría quedar por fuera del sistema, y más allá de lo ideal, esto es real –señala la doctora Gisela Holc–. Ahora, lo que sí nos podemos plantear es la medida: cuál es el punto justo para no caer en el exceso. El desafío sería encontrar el punto de equilibrio”.
La especialista propone el ejercicio de pensar o imaginar como se podría vivir “sin la aparatología de la comunicación” y si bien aclara que es algo “casi difícil de imaginar” sugiere recurrir a la memoria de otros tiempos –no tan remotos- , los de los padres y abuelos, cuando no existían ni celulares, ni MSN, ni Facebook. Y nadie se moría, claro.
La hiperconexión, explica el informe, se origina no sólo en la posibilidad para prácticamente toda la población de adquirir tecnologías que prometen hacer todo más fácil, sino también por la dinámica propia de “los tiempos actuales” que sumergen a la gente en una “rutina aturdida de actividades y demandas, laborales, sociales, familiares, de todo tipo”. Cuando aparecen síntomas físicos y emocionales, a los hiperconectados se les prende una señal de alerta. Muchos sienten la necesidad de recurrir a algún tratamiento que les devuelva la paz mental que les sacó, por ejemplo, el celular. Las soluciones pasan por apretar el freno.
“Poder parar y pensar. Parar y sentir. Parar y hacer. Hacer disfrutando”, explica Holc que amplía esta suerte de razonamiento dialéctico: “Poder recuperar la capacidad del placer es un desafío que en estos tiempos de crisis e incertidumbres parecería perder lugar, pero si perdemos el sentido de nuestras vidas, caemos en el vacío, y el vacío es angustia, genera ansiedad. Podemos recuperarlo para ser nosotros mismos los dueños y administradores de nuestras vidas, para poder ser personajes principales en nuestras propias biografías”, concluye Holc, poniendo en escena el efecto de escisión entre la vida externa y la propia (anulada) que generan los dispositivos de comunicación. Según varios estudios, en Latinoamérica, el 15% de la población activa está hiperconectada y la tasa no para de crecer. En el país, el número de celulares ya superan a la población, es decir, hay más de cuarenta millones. Los usuarios de internet son veinte millones y la mitad tiene cuenta de MSN.
“No me imagino desconectada”
Mariana (42) es profesional y madre de dos hijos en edad escolar. El fenómeno de los hiperconectados, del que se siente parte, le genera el interrogante de cómo pudo haber existido un tiempo en el cual se podía sobrevivir sin celulares. Dice sorprendida Mariana: “¡Cómo hacían antes mis padres para ir al cine, dejarnos al cuidado de otro adulto, e ir a pasear sin celular!”. Un abismo la separa de aquellos años: “Yo no puedo imaginarme ir a trabajar sin siquiera estar conectada”. Mariana cree que la hiperconexión llegó para quedarse.
“A donde vaya, llevo mi laptop”
Germán (43 años) está al frente de una empresa familiar y se asume hiperconectado. Tiene un celular para lo laboral y otro para la vida social. “Hay momentos en que me suenan los dos teléfonos juntos y no puedo atender al mismo tiempo. Cuando no pierdo una llamada de un teléfono, la pierdo del otro –cuenta Germán–. Los fines de semana llevo mi laptop a donde vaya, es como mi pareja, me la llevo al club, de vacaciones, donde vaya. Es alguien más de la familia. ¡Al punto que a veces mi mujer me hace escenas de celos de la lap!”.
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