EXPERIENCIA CON “ACOMPAÑANTES COMUNITARIOS” EN SALUD MENTAL
Anudar con otro hilo
Por Santiago Gomez *
“Sólo podemos suponer qué se proponía exactamente el pintor Théodore Géricault cuando pintó a estos pacientes. Pero la forma en que los pintó deja claro que lo último que le preocupaba era su catalogación clínica. Las mismas pinceladas indican que los conocía y pensaba en ellos por su nombre de pila. Los nombres de sus almas. Esos nombres hoy olvidados.”
John Berger, Las miradas del adiós.
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Hace dos años, desde la Red de Salud Mental del municipio de Moreno, comenzamos con la primera capacitación de Acompañantes Comunitarios en Salud Mental. Un trabajo que emprendimos sin tener experiencia alguna al respecto y sin contar tampoco con el testimonio de otros que estuvieran realizando una tarea parecida. La tarea que nos propusimos es capacitar a vecinos de Moreno para que puedan acompañar y soportar la locura.
Esto no es poco. Es un trabajo difícil, porque lo que se busca permanentemente es que las cosas cierren, que sean lo menos ruidosas y lo más predecibles posible. Cuando las cosas no cierran, muchas veces, se encierra: la locura y el encierro van muy cerquita, casi de la mano. El encierro en los hospitales. El encierro en el diagnóstico. Por nuestra parte, trabajamos y buscamos seguir trabajando con lo que no cierra, con el no todo, y es una tarea que nos cuesta mucho.
El curso de capacitación que hemos dictado consistió en clases teóricas y prácticas. Las teóricas las dictaron docentes universitarios y profesionales de la salud mental. Temas: psicoanálisis, psiquiatría, farmacología, acompañamientos terapéuticos y otros. La parte práctica consistió en acompañar a vecinos del barrio que estaban siendo atendidos por algún profesional de nuestra red de salud mental. También, realizar visitas a domicilio a pacientes externados de Open Door, que hacía mucho tiempo no venían a consulta con el psiquiatra.
La primera capacitación finalizó en diciembre pasado. Veintidós vecinos de Moreno finalizaron el curso. De ellos, trece trabajan con nosotros, forman parte de nuestra red, como acompañantes comunitarios en salud mental.
Los acompañantes comunitarios no son acompañantes terapéuticos. Lo que no imposibilita que este tipo de acompañamiento pueda ser terapéutico. Definirlos como comunitarios no sólo implica que el acompañante es miembro de la comunidad en la que vive la persona a la que acompaña, sino que intentamos implicar a la comunidad en el trato diferente al que apuntamos. Nuestro trabajo apunta también a un cambio cultural: que la sociedad cuente con otros recursos cuando tiene problemas con la locura. Pensamos la comunidad como una posible red, que pueda soportar. ¿Qué es una red, sino anudamiento de lazos bordeando agujeros? ¿Qué nos produce la locura, sino un agujero enorme?
Pensando en la red que puede conformar una comunidad para sostener la locura, siempre tomamos como ejemplo el lugar que en localidades del interior tiene “el loquito del pueblo”: tiene una pertenencia, un lugar; para la comunidad es uno más.
Las personas que así formamos como agentes comunitarios en salud mental acompañaron a pacientes en crisis, y su labor permitió mitigar esas crisis. En la sala de espera de nuestro Centro de Salud Mental, como en la casa de convivencia de Alvarez –para pacientes externados de Open Door–, se constituyeron como otros posibles a quienes los pacientes podían recurrir en momentos en que se sentían desbordados o querían compartir situaciones diarias que se les iban presentando.
Estos agentes comunitarios también permitieron sostener tratamientos psicológicos o psiquiátricos; a veces brindan la medicación hasta que el paciente pueda llevar el tratamiento farmacológico solo.
Uno de los efectos de la psiquiatrización de las personas es el debilitamiento, rotura o quiebre de los vínculos sociales, al que suele sumársele la segregación y discriminación. Cuando emprendimos el proyecto, sustentamos la hipótesis de que, por esas razones, la presencia de los acompañantes en la vida de esas personas iba a ocupar un lugar: efectivamente fue así.
Pensamos que el trabajo de los acompañantes comunitarios es ayudar a la consolidación o creación de vínculos nuevos, más allá del que pueda establecerse con el acompañante: si sólo nos quedáramos con ése, el trabajo no estaría bien hecho; porque, si el acompañante dejara el trabajo, ¿qué pasaría con ese sujeto? Nosotros siempre pensamos la función del acompañante como la de la aguja de tejer: es necesario que por ahí pase el hilo, pero para poder hacer nudo, lazo, con otro hilo. Si, en cambio, pensáramos el lugar del acompañante como el del eslabón que restablece una cadena que se había roto, al retirarse éste retornaría la misma rotura.
¿Y cómo colaborar en los vínculos? Primero, escuchando a la persona que se está acompañando; a partir de ahí, es caso por caso. En cada caso, no pensamos sólo en el sujeto; se trata de pensar en cada familia, en cada barrio, en los distintos actores de esa comunidad. No hay recetas. Una de las estrategias posibles incluye que el acompañante haga un relevamiento de qué instituciones o espacios existen, en el barrio, donde pudiera haber un lugar o un posible vínculo para la persona.
Sin perjuicio de que los coordinadores del programa tengamos una formación analítica, éste no es un trabajo analítico: desde el lugar de analista escuchamos, pero no operamos desde ahí. Lo que nos lleva a sostener e impulsar este trabajo es una posición política, y también ideológica en cuanto pensamos una manera diferente de tratar malestares en la vida de las personas y de la sociedad.
Yo empecé a trabajar en este programa cuando recién había egresado de la Facultad de Psicología. El trabajo con los acompañantes presenta situaciones muy diferentes de las de la práctica clínica: nos interrogamos mucho, tomamos posición, y lo ideológico está en juego permanentemente. El primer problema que tenía era el de mi formación: ¿cómo el tratamiento con la psicosis va a ser por fuera de un dispositivo terapéutico convencional?, ¿cómo va a ser sin el psiquiatra? Yo tenía mucho temor a que las intervenciones de los acompañantes pudieran “brotarlos” a los pacientes. Había una cuestión del “cuidado” muy fuerte. El “cuidado”, el control, la idea del bien pueden traer problemas, y, por más que estamos advertidos de que nuestros ideales no deben intervenir a la hora de trabajar, los tenemos.
Hacerse un lugar
“No es lo mismo que me den un lugar que tener que hacerme un lugar. Hacerme un lugar supone participar de zonas indefinidas, borrosas, equívocas, indisciplinadas. Cierto. Pero para hacerme un lugar es necesaria la existencia de lugares por disputar”, señaló Marcelo Percia en Deliberar las psicosis (ed. Lugar Editorial), y agregó: “No se trata de rehabilitar, resocializar, reeducar; sino de imaginar espacios para la restitución de potencias sustraídas”. Lo escribió en el marco de su relato sobre una paciente que quiere quedarse internada, que vuelve, porque ahí tiene un lugar. Esto tiene mucha pertinencia con el trabajo que venimos realizando.
Siempre nos preguntamos dónde ubicar la función del acompañante comunitario: se sitúa en una zona indefinida; no son ni acompañantes terapéuticos ni promotores de salud. Bien: en esa zona indefinida los sostenemos. Y lo que sí sabemos es que no es una zona de control ni de vigilancia. No es una zona donde uno vaya a buscar información, sino donde pueda aparecer el decir de un sujeto. También nosotros, con este programa, tenemos que hacernos un lugar. No hacemos trabajo clínico, pero la clínica es uno de los lugares donde buscamos hacernos un lugar. Lo tenemos que disputar. Así sea disputar la creación de ese espacio. Disputamos espacio en la comunidad, para que podamos meternos en la cultura de los vecinos, para que nos incorporen como uno más. Sí, disputamos lugares:, por ejemplo, con los que dicen que ante cualquier brote hay que llamar a la policía, con los que no dan lugar al decir del sujeto, remitiendo todo su decir a una explicación de su diagnóstico.
En nuestros cursos nunca hablamos de “resocializar”. Socializados, están: la sociedad es la que les brinda determinados espacios; el problema es qué lugares les da la sociedad a los “locos”, y qué se espera de ellos mientras ahí habiten. Y en la sociedad estamos todos, como ciudadanos, como profesionales, como funcionarios, en cada lugar en que nos situemos. Se dice que en la psicosis hay problemas con los vínculos sociales: pero lo social tiene problemas para hacer vínculos con la psicosis. Ciertamente, la psiquiatrización de una persona produce efectos en los lazos sociales.
Nuestro trabajo está en el campo de la desmanicomialización. Desmanicomializar no es sólo dejar de internar. Un trato manicomial puede darse también por fuera del hospicio. Un trato manicomial es pensar en seres y no en sujetos: ser psicótico, ser esquizofrénico, ser histérico, ser depresivo. Después, se llama Ramón o Josefina. Son tratos que no soportan lo ruidoso: en la explicación de las conductas por el ser, se exige la quietud: no escuchar, no dar lugar a la palabra; la persona se comporta así porque “es”. Existe mucha comprensión por parte de los profesionales en función de lo que el librito dice. Creo que un diagnóstico no dice nada, pocas cosas dicen menos que un diagnóstico. Dice más del que habla que de aquel sobre el que se habla. Soportar el no-todo del que tanto hablamos es parte de la desmanicomialización, de esas zonas borrosas e indefinidas. Soportar el no saber, no precipitarnos en las intervenciones. Porque el inconsciente es historia. Apuntamos a escuchar la historia de cada sujeto.
El discurso generalizado de la sociedad plantea que, en la psicosis, algo falta: que a los psicóticos algo les falta, aunque más no sea la cordura. El discurso de la universidad no es ajeno a esto, y muchas veces los profesionales “psi” piensan la psicosis como anormal –y esto linda con lo normatizador– porque “algo falta”. Si falta ahí, ¿dónde está completo? Y no, no falta nada. Porque la falta es una cuestión de derecho, no de hecho. Si el inconsciente es real, entonces no falta nada. La cuestión es con qué material cada sujeto arma y sostiene sus respuestas. Para eso tenemos que historiarlo, Y, también, historiar la locura.
* Psicólogo de la Red de Salud Mental de Moreno. Miembro de Centro Trama. Texto extractado de un trabajo que se presentó en las VII Jornadas de Salud Mental de Moreno.
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