jueves, 14 de febrero de 2008

SOBRE EL ARTE, EL TIEMPO, LA MUERTE

SOBRE EL ARTE, EL TIEMPO, LA MUERTE

“Soy un gran mentiroso”

Por Federico Fellini *

Nunca veo mis películas, pero me sucedió de ver una fotografía o un fragmento de una película mía en televisión, Casanova o Satyricon, y preguntarme en forma espontánea: “¿Quién hizo esto?”.

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Cuando hago mi trabajo, cuando soy cineasta, soy poseído. Un oscuro morador, que no conozco, toma las riendas, dirige todo en mi lugar. Yo pongo a su disposición sólo mi voz, el sentido artesanal, mi intento de seducción, de plagio o de autoridad. Pero es otro realmente. Otro con quien convivo, que no conozco en forma directa, sólo de oído.

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La memoria es un componente misterioso, casi indefinido, que se relaciona con algo que quizá no recordamos, pero que nos empuja a entrar en contacto con dimensiones, con sucesos, con sensaciones que no sabemos definir, pero que sucedieron.

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Mi inclinación natural fue inventar una juventud, una relación con la familia, las mujeres, la vida. Creo que siempre inventé. Pera mí son más ciertas las cosas que no ocurrieron pero que inventé. Así sucedió con la ciudad donde nací, donde pasé mi juventud y estudié: se fue alejando para dejar lugar a la Rimini de las películas en las que hablé de ella: I Vitelloni, Amarcord. Ahora me parece que esas dos, que representan una Rimini reconstruida, pertenecen más a mi vida que la Rimini topográficamente comprobable como una pequeña ciudad de la costa adriática. Soy un gran mentiroso, ésta es la conclusión.

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Un film, aunque sea muy complejo de realizar y requiera mucho tiempo, puede existir en una sensación, en una sospecha, en una anticipación que puede ser una luz, un sonido. Una obra de arte pudo ser anunciada a su autor aun por un perfume. La vida entera puede ser sugerida por el temblor de una hoja.

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No creo que exista la posibilidad de trazar una línea divisoria nítida entre el pasado, el presente y el futuro; entre el recuerdo de lo sucedido y lo imaginado. No creo que quien eligió la profesión o siguió la vocación de contar historias pueda distinguirlo cuando crea un pequeño universo. Esta creación es total; es un universo completo en el tiempo, no sólo en la descripción del lugar y de los personajes; también el tiempo es inventado.

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No creer es una fatiga. Es bloquearse, construirse barreras, límites. En cambio, creer pertenece al sentimiento vago del que habla, y ésta es una nota fundamental en la que me reconozco, la espera. También creer es parte de una espera. Y no quiero darle una atmósfera mística a esta declaración: me refiero a un estado cotidiano, un estado de ánimo en el que el sentimiento de espera nunca me abandonó. Si usted me pregunta qué espero, me incomodaría.

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Proyectamos sobre la mujer ese sentimiento de espera, como de una revelación; la llegada de un mensaje, un poco como aquel personaje de Kafka que esperaba el mensaje del emperador. La mujer puede ser la emperatriz que envió hace miles de años un mensaje, y está bien que no haya llegado nunca. Porque me parece que el gusto de la vida reside en la espera del mensaje y no en el mensaje mismo.

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Il viaggio di G. Mastorna es un proyecto que en estos últimos treinta años, al final de cada film, parece querer decirme: “Esta vez me toca a mí”, “Esta vez me realizarás”. Siempre lo postergué y lo sigo postergando, pero no la historia, sino la atmósfera, algo íntimo, secreto de este film, terminó colocándose y nutriendo todos los films que realicé después. Hay algo de Mastorna en Satyricon, en La Città delle Donne, incluso en Casanova. Mastorna es como los restos de un naufragio que desde las profundidades envía una radiación, sin perder nada de su integridad como idea o relato. Aún sigo con la ilusión de hacerlo.

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La vida, abandonada a sí misma, parece sin sentido, insignificante, monstruosa. El arte, en cambio, es algo que reconforta, que tranquiliza. El arte relata la vida en términos sumamente protectores. Nos hace reflexionar sobre la vida, que de lo contrario sería sólo un corazón que late, un estómago que digiere, pulmones que respiran, ojos que se llenan de imágenes sin sentido.

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Desde cierta edad, el pensamiento de la muerte siempre está presente, pero por fortuna tengo un mecanismo psicológico particular por el cual los disgustos, temores, miedos, deudas, obligaciones, se transforman en material de un relato. Creo que éste es el “cinismo afortunado del tipo creativo”: pensar haber nacido sólo para contarlo a los demás. Las obras de un autor pueden ser testigos, en el transcurso de la vida, de los diversos estadios, la decadencia física, la vejez que avanza, la posibilidad de desaparecer, de no existir más, de no hacer más entrevistas, de no estar más rodeado de amigos venidos de lejos, que esperaron tanto.

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De la muerte se habla sólo literariamente. Ni siquiera en serio. Podemos imaginar miles de cosas, leer tantos testimonios. Pero pienso que es algo de lo que nunca podremos adueñarnos.

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No tengo la sensación del tiempo que pasa. Me parece estar detenido en un escenario con todas las cosas listas alrededor: objetos de escenografía, cuadros, personas, sentimientos, colores. Y siempre fue así. Desde que comencé a vivir mi existencia identificándola con el cine es como si el tiempo se hubiese detenido. Me parece que es siempre el mismo día. Siempre estuve en un teatro, con un megáfono en la mano, gritando, haciéndome el charlatán, el payaso, el jefe de policía, el general. Y los recuerdos de estos últimos cuarenta años están siempre presentes. Estoy rodeado de oscuridad y de luz. Oscuridad arriba y luz alrededor. Y, luego, una serie de sombras que hay que acomodar. Me parece que mi vida existió, se consumió y se sigue consumiendo en estas imágenes.

* Del documental Soy un gran mentiroso, realizado por Damián Pettigrew. Fragmentos de este film fueron proyectados en el Encuentro Internacional Cornelius Castoriadis, que se efectuó en Buenos Aires el año pasado.

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