Para buscar la verdad hace falta servirse del artificio"
El historiador italiano Carlo Ginzburg es el autor emblemático de la microhistoria, un modo de reconstrucción del pasado a partir de pequeños acontecimientos. En esta entrevista habla de su pasión por Dante y de los recursos literarios de que se vale para sus estudios
Sábado 18 de agosto de 2007
Por Pablo Esteban Rodríguez
Para LA NACION-- Buenos Aires, 2007
Todo lo que es interesante ocurre en las sombras. No sabemos nada de la verdadera historia de los hombres." Con estas palabras de Louis-Ferdinand Céline comienza El queso y los gusanos (1976), quizá la obra más conocida de Carlo Ginzburg. La frase calza a la perfección para caracterizar la vida y la obra de este historiador italiano, que la semana próxima pronunciará dos conferencias en nuestro país: "Releer a Hobbes hoy", organizada por la Secretaría de Cultura de la Nación y el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de General San Martín, y "Sociología sagrada: la dimensión religiosa del fascismo desde una perspectiva francesa", en el marco de las jornadas conmemorativas de los 50 años de la carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires.
Su familia fue muy conocida en Italia desde fines de la Segunda Guerra Mundial en adelante, pero durante bastante tiempo debió permanecer en la oscuridad (ver nota aparte). Su obra es una de las muestras más sólidas y complejas de lo que se dio en llamar, desde la década del 70, la microhistoria: el intento de reconstruir la vida social del pasado a partir de pequeños fragmentos, relatos menores que transcurren lejos de la sucesión de gobiernos, revoluciones y guerras, pero que sin embargo son los que mejor revelan la trama de todos ellos. Ginzburg ha sabido echar luz sobre esas sombras con la prudencia de no creer que por ello podía conocer la historia de los hombres, sino apenas hacerla más próxima a nuestras vidas.
En esta entrevista, Ginzburg repasa parte de su vida y de su obra comenzando por lo más reciente: su vuelta, luego de varias décadas de estancia en Los Ángeles, a la institución que lo alumbró como historiador. "Volví a Pisa por razones personales -cuenta-. Extraño Los Ángeles (los amigos, la biblioteca, California), pero en Pisa estoy muy bien. Los estudiantes son en general muy buenos, tengo muchos amigos. Es exactamente un retorno: hace exactamente 50 años entré como estudiante en la Scuola Normale en la que ahora enseño. Cuando estoy en Pisa experimento una curiosa sensación de familiaridad: el caparazón es el mismo, el animal es el que cambió. Me alegro mucho de no ser aquel que era hace 50 años. No sufro de nostalgia.
-En su obra hay además varios retornos a los mismos temas, como el de la brujería en los siglos XIV y XV, que usted trabajó en Los bienaventurados (1966) y mucho más tarde en Historia nocturna (1986). ¿Está volviendo sobre algún tópico en particular, así como volvió a Pisa?
-Bueno, fíjese que hace algunos años que estoy trabajando en un libro sobre Dante Alighieri. Y la primera vez que leí entero a Dante fue cuando preparaba el concurso para entrar en la Scuola Normale. La Divina Comedia es uno de los libros que releo periódicamente a fondo. Cuando, hace tiempo, me di cuenta de que había pasado un buen tiempo de mi vida con Dante, sentí una gran alegría. Dante, además de ser un gran poeta, era una persona extraordinaria. De él me gusta todo: hasta su soberbia (y cuántas razones tenía para ser soberbio), su sectarismo, etcétera. Es la cristalización de lo que escribe Stendhal en Del amor . Pero el libro que estoy escribiendo no hablará -o hablará muy poco- de Dante como persona.
Criado en un hogar en el que se respiró desde siempre la literatura, dos de las constantes de los libros de Ginzburg afloran en cada una de sus respuestas: la referencia a las obras literarias y la facilidad para narrar. Quizás la originalidad de Ginzburg dentro del marco de la microhistoria proceda justamente de esa elasticidad casi infinita para ir y volver de procesos históricos a cuentos, de cuentos a mitos y de mitos a novelas, y para volcar estos paisajes en un todo que en definitiva es, además de un libro de historia, un relato literario. A Ginzburg le gusta decir que en la Antigüedad a los historiadores se les pedía que sus descripciones tuvieran vida, y que el historiador debe ante todo evitar el aburrimiento. El historiador es como un narrador, pero también es como un detective que rastrea huellas, un médico que interpreta síntomas, un juez que evalúa una prueba, un pintor, un antropólogo, un capitán de barco.
-Es cierto. He multiplicado las metáforas para explicar qué es un historiador. Las metáforas me gustan, y es una razón adicional para amar a Dante. Las metáforas me ayudan a entender el trabajo que hago hace tantos años. Tengo la impresión de saber muy poco del oficio de historiador, aunque algún truco aprendí. Hay una pintura muy bella que Goya pintó de viejo, en la que se ve a un viejo con una larga barba blanca que avanza fatigosamente apoyándose en dos bastones. La leyenda dice: "Aún aprendo". En realidad, me viene la duda de haber dicho esto en otra entrevista; será un signo de que me estoy acercando a este decrépito modelo.
-Usted ha dicho alguna vez que la microhistoria estudia los temas que tienen necesidad de justificación, así como la historia analiza los temas cuya justificación es evidente. ¿No es este seguir aprendiendo, esta panoplia de metáforas, una forma de justificar el estudio de lo que necesita justificación?
-Puede ser. Usted se refiere a mis críticas a la historia media, a la "mesohistoria", la historia de aquellos temas y personajes que son de por sí importantes y cuyas vidas merecen ser narradas. Y para mí, los temas y personajes que desconocemos son tan importantes como los conocidos. El tema es entonces la escala de la investigación, algo que no puede darse por descontado. Hay que prevenirse de que exista un modo natural de escribir la historia y de que haya temas naturales, dados, para la historia. En el hecho de escribir, incluso en el de escribir historia, no hay nada natural. Para buscar la verdad hace falta servirse del artificio. Es una idea antigua que continúa siendo verdad.
El queso y los gusanos cuenta la historia de un molinero friuliano, Domenico Scandella, alias "Menocchio", que es condenado a la hoguera de la Inquisición a fines del siglo XVI por sus ideas avanzadas acerca de la religión y de la libertad. En esta narración aparecen varios niveles superpuestos para describir lo que parece imposible: una cosmovisión que no se puede construir a partir de documentos oficiales, sino de testimonios vagos y fuentes inciertas. Eso es quizás lo que obliga al artificio y a la erudición, a llenar las lagunas de una historia que no tiene narrador oficial. Se sabe que Ginzburg es uno de los máximos responsables de que el Vaticano abriera muy lentamente los archivos de la Inquisición para "investigadores calificados", tras una carta enviada en 1979 a Juan Pablo II. Otra forma de sacar a la luz las sombras.
La construcción de esta microhistoria no ha carecido de críticos. La empresa de Ginzburg representa riesgos metodológicos que son compensados por su intensidad literaria. El hilo que une las investigaciones de Ginzburg parece ser la intuición, una intuición que une hilos invisibles y que ha llamado "el paradigma indiciario": muchos indicios, pocas certezas, casi todo olfato. ¿Cómo ha hecho Ginzburg para enseñar esto en las décadas que lleva como profesor?
-Enseñar a descifrar indicios no es fácil. Hace falta partir de un caso, analizarlo y decir: "Yo lo hice así, pero sepan que no me voy a encontrar con un caso exactamente igual a este". Creo que aquí no hay recetas. Sobre todo, no existen recetas sobre el modo de pasar de lo micro a lo macro, de un caso específico a la generalización. Estoy convencido de que el tema fundamental de la microhistoria es la generalización. Parece una paradoja, pero no lo es. Naturalmente, se trata de arribar a una generalización un poco más compleja de las corrientes. Para aprender a hacer esto es necesario desarrollar un talento analógico. Creo que en nuestro modo de estar en el mundo, la analogía tiene una importancia fundamental. Si no tuviéramos capacidad analógica, no sobreviríamos ni siquiera un minuto.
-En Historia nocturna, usted analiza las cazas de brujas en la Edad Media y el Renacimiento, un panorama de conspiraciones que, siguiendo con las analogías, parece retornar en estos tiempos.
-Aquí se hace necesario, entonces, precisar lo que quiero expresar acerca de la analogía. Cuando Arthur Miller puso en escena un episodio de la caza de brujas ( The Crucible ), los espectadores pensaron inmediatamente en la caza de los comunistas, verdaderos o presuntos, desencadenada por el senador McCarthy en los años 50. La analogía era por cierto irrelevante desde el punto de vista analítico, pero tenía un valor polémico: funcionaba como un instrumento de deslegitimación. ¿Sería útil volver a proponer la misma analogía a propósito, por ejemplo, de lo que ocurre en las cárceles de Guantánamo, o lo que ocurre en general con la llamada "guerra contra el terrorismo"? No lo creo. Me parece una comparación cómoda, perezosa. A veces la analogía ayuda a ver un fenómeno bajo una luz inesperada; otras veces, en cambio, impide ver la novedad. La analogía es un instrumento, y como tal no es infalible. Su eficacia depende del modo en que se usa.
-Otra de las analogías que han sido repetidas en estos años es la del fin de la historia, de Hegel, respecto de lo ocurrido desde la caída del Muro de Berlín. ¿Qué opina usted, como historiador, de esta atmósfera en la que algunos incluso hablan de poshistoria?
-Las filosofías de la historia como las de Hegel daban un significado al proceso histórico, y sobre esto es necesario hacer algunas distinciones. La idea de que la historia tiene un significado que la preexiste y la supera es ciertamente insensata. Pero nadie pondrá en duda que determinados eventos puedan asumir un significado retrospectivo, a la luz del proceso acumulativo que hemos desencadenado. Tomemos un ejemplo. El rápido deterioro de la relación entre la especie humana y el ambiente natural, que hoy está a la vista de todos, es el resultado de un proceso que comenzó en el siglo VIII. Por pertenecer a la especie homo sapiens sapiens , podemos leer retrospectivamente el germen del deterioro presente en aquel precedente lejano, y hasta podemos hablar del significado que tiene el proceso entero para nosotros en cuanto especie. Las cucarachas, si estuvieran solas en este mundo, llegarían a un término diferente. Quizás el proceso histórico habría podido tomar otro camino. Pero el hombre, este proceso, ¿podrá aún tomar otro camino que el de la catástrofe ecológica? En este sentido, también creo que parte de esta atmósfera sobre el fin de la historia proviene de ciertos tópicos generalizados a partir del Mayo Francés y reactivados por la caída del Muro de Berlín, y que apuntaban a dar vuelta la página respecto de esta exigencia de significado de la historia. Pero el impulso de este proceso ha sido el de oponer verdad y deseo y criticar la idea de objetividad, sobre todo en la historia. Ahora bien, como historiador, debo decir que todo esto tiene un límite. Que no haya significado predeterminado en la historia no quiere decir que no haya significado alguno en los acontecimientos. En este sentido, los hechos, como decía el líder comunista Palmiro Togliatti, tienen la cabeza dura.
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