martes, 3 de junio de 2008

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ: LA BIOGRAFÍA TOLERADA

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ: LA BIOGRAFÍA TOLERADA
"Cuando las cosas suceden, Gabo siempre está"

Durante quince años, Gerald Martin, un ensayista inglés, viajó por el mundo y entrevistó a centenares de personalidades para escribir una biografía de García Márquez cuyo original duplica en extensión La guerra y la paz. En esta entrevista, Martin cuenta las aventuras que debió atravesar para llegar al escritor, el miedo del colombiano de “llamar a la muerte” por ser biografiado y la milagrosa serie de acontecimientos históricos de los que fue testigo. El resultado monumental sólo se explica por la vida igualmente monumental del autor de El otoño del patriarca.

Gabriela Esquivada03.06.2008

Una vida prodigiosa. García Márquez jugando como un niño con los chicos y en la Fundación para un Nuevo Periodismo. Para su biógrafo, Gabo vivió una vida “inseparable de la historia”.

En la terraza del Hotel Santa Teresa, en Cartagena de Indias, cuando se celebraron los años de Gabriel García Márquez –80 de edad, 40 de Cien años de soledad, 25 del Premio Nobel– hubo alguien más feliz que el homenajeado. García Márquez se divertía al chocar su moderada copa de champagne –“ya he bebido todo lo que tenía que beber en esta vida”, se explayaba– contra los mojitos y los whiskies de los amigos que brindaban a su salud. Obedecía el ritmo de la orquesta vallenata, disfrutaba del cielo abierto a la brisa y la vista de la muralla que encierra el centro antiguo de la ciudad. Pero sentado a una mesa cercana, anónimo para los fotógrafos, las cazadoras de besos y los buscones de autógrafos, otra persona lucía un aura de éxtasis. Su nombre es Gerald Martin.

Sudaba su guayabera celeste. Esa humedad y una palidez como de inviernos sucesivos delataban que no pertenecía a las latitudes caribeñas. Inesperado en los de su especie –se trata de un respetado académico–, sonreía continua e indiscriminadamente: a las jóvenes que bailaban y al periodista Jon Lee Anderson; al camarero que retiraba su plato y al ex presidente de Colombia Andrés Pastrana, al cantante de vallenatos y al escritor nicaragüense Sergio Ramírez. Esa noche del año pasado, en ese bullicio, el inglés Gerald Martin llegaba al fin de una misión que le llevó quince años y que se conocerá este año: la biografía de García Márquez. Recopiló material por todo el mundo para escribir un texto definitivo –y desmesurado como la vida del retratado– que prefirió terminar con celebración, no con entierro: la fiesta de los 80 años le pareció el mejor punto final. Martin sonreía de pura felicidad.

El Nobel colombiano desconfiaba de ese final. Decía en broma que Martin no publicaría la biografía hasta que pudiera narrar su muerte. Sin embargo, la obra que se cerró aquella noche de fiesta en Cartagena saldrá al fin en Bloomsbury, en una versión abreviada de un original que duplica en extensión a Guerra y paz, el 20 de octubre próximo. Ya ha comenzado la negociación de las traducciones: Random House-Mondadori compró los derechos para España y América Latina, Grasset para Francia. Los títulos con que Martin había jugado eran “Mago: la vida de GGM” y, simplemente, “GGM”. Pero al fin prefirió el más explicativo y habitual en el género: Gabriel García Márquez: A Life (Una vida).

–¿Se puede decir que ha escrito la biografía autorizada de García Márquez, con todo lo que ese adjetivo implica?

–No. No soy, nunca fui el biógrafo autorizado de Gabo en la aceptación normal de la frase. Cuando en América Latina me preguntan si es una biografía autorizada, respondo: “No, es una biografía tolerada”.

–¿Cómo se manifestó esa tolerancia?

–Diría que Gabo ha sido fantástico, muy, muy civilizado. Nunca me ayudó directamente, nunca me dio siquiera un papel, nada. Pero me habló y me abrió las puertas a su entorno. Y eso que no le gustan los ingleses. Gabo tiene sus problemas con los franceses, pero intuyo que los ingleses no somos su cup of tea exactamente. Pero me ha tratado fabulosamente bien desde el comienzo.

ESCRIBIRÉ Y SERÉ MILLONES. La vida que eligió contar tiene elementos de cuento de hadas, del hijo de una casa humilde que nada tenía salvo una vocación y que por la voluntad de seguirla llegó al honor más grande al que puede aspirar un escritor: millones de lectores en todo el mundo. Una apuesta literaria –el realismo mágico– en la que nadie veía mucho hasta que todos vieron demasiado cuando Cien años de soledad se encendió como un reguero de pólvora desde Buenos Aires, donde lo editó Sudamericana en 1967. Una experiencia con exilios y con el premio mundial más importante en disciplinas artísticas y científicas. Una historia política y una historia de letras, una experiencia de rico y famoso y otra de autor con prestigio literario.

–¿Con qué suposiciones comenzó?

–Te confieso que al comienzo tenía una mirada negativa. Esto también es bien conocido: los biógrafos casi siempre se enamoran de sus personajes. Por eso, pasaron muchos años hasta que me empezó a gustar esta biografía: estuve muy angustiado, pensé que no lo iba a hacer bien.

–¿Cómo pudo organizar tanto material?

–La versión original tiene 2.500 páginas.

–A su editor no le habrá gustado.

–Este libro es parte de mi vida. Y es una gran responsabilidad. Nadie más va a entrevistar al grupo de Barranquilla, porque todos han muerto. Nadie más va a entrevistar a la madre de Gabo, porque ha muerto. Probablemente, nadie más podrá hablar con Fidel Castro sobre Gabo. Por ejemplo, traté de condensar su llegada a Buenos Aires. Pero hay un contexto: tengo que describir un poquito Buenos Aires; tengo que hablar de lo que pasaba en el mundo, como la Guerra de los Siete Días.

UN TRABAJO PARA HÉRCULES. Martin era un erudito sereno, autor de Journeys Through the Labyrinth: Latin American Fiction in the Twentieth Century (Viajes en el laberinto: ficción latinoamericana del siglo XX), un estudioso doctorado en la Universidad de Edimburgo y profesor de la Universidad de Pittsburgh, cuando un editor inglés le ofreció un contrato por la biografía de García Márquez. “A mí jamás se me habría ocurrido.” Por modestia, aclara. “Pero le dije que sí –recuerda– sin tener idea de dónde me metía.” Si la ficción de García Márquez fuera autobiográfica –algo que, en cierta medida, Martin se dispone a defender– el trabajo no habría sido más hercúleo.

La dedicación de Martin a este proyecto se debe menos a rasgos obsesivos del autor que a la vida caudalosa en experiencias que García Márquez ha tenido. “Es increíble cómo ha vivido ese hombre. Increíble. Para empezar, me topé con una lista enorme de los lugares donde esa vida ha transcurrido: en Colombia, obviamente en Aracataca, en Cartagena, en Barranquilla, en Bogotá; ha vivido en Nueva York, en Francia, en España, en Cuba, en Venezuela, en México por supuesto. Luego, no solamente ha vivido en esos lugares, sino que ha conocido una tal cantidad de gente... Creo que hay muy pocos escritores tan imbricados con su época como García Márquez. Una de las razones por las que se escribe tanto sobre él sin agotarlo es que su vida es inseparable de la historia.”

–¿Qué encontró en su investigación?

–Que cuando las cosas suceden, Gabo está. En sus memorias narra la muerte de [el popular candidato a la presidencia de Colombia, Jorge] Gaitán en 1948, y él está a trescientos metros de donde pasa en el preciso momento en que pasa. Gabo llega a Venezuela dos semanas antes de que [el dictador Marcos] Pérez Jiménez caiga, en 1958, e intuye que va a pasar; y al año siguiente llega a Cuba tres semanas después de la revolución. Sólo está en Nueva York cuatro meses, pero son los de Playa Girón, cuando está de corresponsal en Prensa Latina; Gabo está de corresponsal en París durante la cuestión Argelia... Es interminable.

FIDEL Y EL MERCEDES BENZ NEGRO. Quince años atrás, García Márquez era ya inalcanzable. Gerald Martin viajó a Cuba con la esperanza de abordarlo en el Festival de Cine. “Pensaba que había firmado un contrato y que era muy importante que lograse hablar con el hombre. Pero todo el mundo me decía que jamás lograría hablarle. No sabía por dónde empezar a buscar. Pasaron dos semanas sin que siquiera averiguase dónde vivía. Soy inglés: me tengo cierta confianza y no me gusta molestar a la gente con favores.”

–¿Y cómo cambió su suerte?

–Una noche de copas conocí a un estudiante de Medicina de Zimbabwe que dijo que conocía dónde vivía Gabo: el 31 de diciembre anterior había terminado su guardia en el hospital y caminaba con otros residentes cuando un Mercedes Benz negro se detuvo a su lado. Según aquel estudiante providencial, Fidel Castro salió del auto y les preguntó: “¿Qué hacen, a estas horas?”. Nada hacían, pobres: era demasiado tarde. Fidel los invitó a una fiesta a la que iba en camino, que resultó la fiesta de fin de año en la casa de Gabo.

El médico le dio el nombre de la calle y le describió la casa; Martin guardó ese recurso como último ya que Alquimia Peña, directora de la Fundación de Nuevo Cine Latinoamericano, batallaba por ponerlo en contacto con su eventual biografiado. “Ella me había dicho que iba a ayudarme, y aunque lo dijo con sinceridad, pasaban los días y nada se concretaba.” Su pasaje de regreso vencía sin que el fantasma de una sombra de esperanza lo alentara. Se decidió por el plan desesperado.

Alquimia Peña evitó, justo a tiempo, que tocara el timbre, pusiera el zapato en el marco de la puerta y dijera que el asunto más importante de su vida era poder hablarle.

–¿Qué diablos estás haciendo aquí?

–Me voy en dos días, Alquimia, y si tengo que renegociar todo con Aeroflot mejor que sea por algo.

–Si haces esto, nunca te hablará. Déjame intentarlo.

Al rato, Martin recibió un mensaje en su hotel: “Le envío mi Mercedes. Tiene diez minutos de entrevista”.

Lo recibió durante tres horas, pero ni uno de los minutos fue sencillo.

–No quiero una biografía –comenzó García Márquez, supersticioso–. ¿Por qué quieres hacer una biografía? Es llamar a la muerte. El día que acepte, probablemente moriré.

–Entonces haré la parte apologética primero y la parte despiadada la escribiré cuando ya hayas muerto –le soltó Martin.

García Márquez se quedó mudo ante la respuesta. “Pero acaso pensó que yo era lo suficientemente irónico como para hacer el trabajo. No lo sé. En todo caso, aceptó un riesgo serio. Aunque a veces pienso que todavía se arrepiente de haberme dejado entrar.”

García Márquez había puesto una única condición: “No me hagas trabajar”, le dijo. Eso implicaba nada de preguntas directas, o más bien vía libre para hablar con el entorno y una invitación a conversar como amigos, que era mucho mejor. Si se le escapaba una pregunta, García Márquez se negaba a contestarle. Ponía por delante su decoro: “No, no, no. Esto es cuestión de pudor”.

Todo marchaba bien –“yo seré lo que tú digas que soy”– hasta que a los pocos días, García Márquez se mostró un poco frío. Martin tardó poco en comprender qué sucedía:

–Anoche estuve vagando por los laberintos de la literatura latinoamericana –dijo García Márquez–. Tenemos que discutir El otoño del patriarca.

Tres palabras corrían en la cabeza de Martin: “Oh, my God. Oh, my God”. En su libro Journeys through the Labyrinth... critica duramente El otoño del patriarca por su posición política.

–Creo que tú no eres el hombre para mi biografía. El otoño del patriarca es mi autorretrato: si no te gusta este libro, yo no te gusto. ¿Cómo crees que podrás escribir sobre mí?

En su total desaliento, Martin no podía pensar. Y su respuesta absurda le ganó la continuación de la biografía:

–¡Pero a mi esposa le gusta mucho!

Cruzaron ese momento difícil. “Y sobreviví”, recuerda Martin.

–¿Cómo se reacomodó la relación entre ustedes?

–Después de la primera noche pensé que, si bien no íbamos a ser amigos, naturalmente, podríamos mantener una buena relación. Así compartimos, por ejemplo, la visión política del mundo, y aceptamos nuestras diferencias. Fuimos menos íntimos de lo que podríamos haber sido, porque en esos días Gabo percibió, antes de que yo mismo lo percibiera, la realidad de lo que es una biografía: que quien dice es el biógrafo. Aunque quién sabe si lo que estoy diciendo no es ingenuo. Quién sabe si, de alguna manera, no estoy comunicando el retrato que Gabo, inconscientemente, me esta dictando.

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