viernes, 4 de marzo de 2011

Libia y la izquierda
Principios e incertidumbres



  1. Las teorías de la conspiración son convincentes porque siempre tienen un asidero en la realidad: las conspiraciones existen. La CIA, la OTAN, el Pentágono, la UE están conspirando ininterrumpidamente para asegurar sus intereses en todas las regiones del planeta. También conspira Rusia y China y Turquía y Paquistán y la India. También Cuba y Venezuela. Todo el mundo conspira porque la conspiración es uno de los instrumentos indisociables de la relación entre los Estados-Nación en un marco de luchas imperialistas, antimperialistas e interimperialistas.
  2. Nadie puede poner en duda, pues, que el imperialismo está conspirando en estos mismos momentos contra todos los movimientos populares y contra los que los representan. Las conspiraciones imperialistas conspiran también con el propósito de volver paranoicos a los revolucionarios; es decir, para que acaben completamente absorbidos en la idea no revolucionaria de la omnipotencia del enemigo. La diferencia entre una teoría de la conspiración y una teoría de la revolución es que ésta considera justamente que si el imperialismo conspira es porque no controla todas las fuerzas y que eso que llamamos “pueblo” mantiene siempre su potencia “residual” respecto de todas las conspiraciones. Ese “residuo”, incluso como conciencia deformada o imprecisa, tiene que ver con la realidad misma: la pobreza, el dolor, la frustración, la represión. Mohamed Bouazizi no se quemó en Sidi Bouzid el 17 de diciembre de 2010 manipulado por la CIA sino humillado por un aliado suyo. Las teorías de la conspiración son hegelianas: el curso del imperialismo coincide con el de la realidad. Las revolucionarias son más bien leibnizianas: el imperialismo tiene que poner constantemente en hora el reloj del mundo. Al paranoico se le podría decir: “tienes toda la razón; el imperialismo lo manipula y controla todo; la prueba eres tú”.
  3. Los EEUU, la UE, la OTAN hubieran preferido que no hubiese ocurrido nada de cuanto ha ocurrido en el mundo árabe. Así lo demuestran las primeras declaraciones de sostén a los dictadores amigos y sus maniobras para aplazar su caída. También en Libia hubiesen preferido mantener el estatus quo, aunque sólo fuese por no comprometer a Italia como potencia ex-colonial: al contrario de lo que pretenden algunos analistas de memoria corta, basta consultar las hemerotecas para confirmar que primero hubo silencio, luego declaraciones ambiguas, después condenas tibias y por fin escándalo moral. Las potencias neocoloniales conspiraron para que no cambiaran las cosas y, cuando no han podido evitar los derrocamientos, conspiran para tratar de utilizar los cambios en su favor. Les hubiera resultado más difícil, también en Libia, si desde el principio todas las fuerzas de izquierda hubieran hecho una declaración conjunta a favor de las revoluciones y los pueblos árabes y de su anhelo anticolonial de democracia y libertad. Los que no lo hacen así no sólo se distancian sideralmente del pulso de la calle en esta zona del mundo sino que permiten que los mismos que disparan contra la multitud en Iraq, bombardean Pakistán y Afganistán y colaboran en la aniquilación de Palestina, se presenten de nuevo -la hipocresía funciona siempre cuando se tienen medios de comunicación y de destrucción suficientes- como paladines de los DDHH y la democracia.
  4. Por supuesto la OTAN quiere meter su zarpa en Libia ahora que la revuelta está en marcha y deriva hacia la guerra civil. Gadafi, al contrario que los otros canallas derrocados, no es fiable; es caprichoso, inestable, no se deja manejar y, ya seriamente amenazado y en cualquier caso descartado como interlocutor, habrá que aprovechar la ocasión para meter una cuña militar entre Túnez y Egipto, dos países de alto riesgo, y controlar directamente los recursos petrolíferos. La opinión general entre la izquierda y la población del mundo árabe es la de que no habrá invasión: estamos hablando de una de las zonas más anti-imperialistas del mundo en la que Palestina e Iraq están siempre presentes como prueba de la hipocresía criminal de las potencias occidentales. Si EEUU quiere “democratizar” el Medio Oriente y el Magreb a su manera, sería una gran estupidez correr ese riesgo. La retórica y las sanciones, junto a la división en el campo anti-imperialista, introducen ya un efecto suficientemente favorable a sus intereses. Sin descartar ninguna posibilidad, no parece, sin embargo, que de momento les convenga aspirar a más..
  5. Lo que prueban las amenazas de la OTAN y EEUU, en todo caso, no es que occidente no controle a Gadafi sino que no controla a la oposición. EEUU no invadió Iraq porque Sadam Hussein fuese fuerte sino porque era débil; era débil militar y políticamente; en ese momento se estaban produciendo fuertes presiones dentro del régimen -y negociaciones con la oposición de izquierdas en el exilio- para una reforma interna que llevase a una verdadera democratización: eso no podía permitirlo EEUU. EEUU teme a los pueblos. Y el propósito de EEUU es siempre el de impedir que sean los pueblos los que acaben con sus dictadores y tomen las riendas de su destino. Lo estamos viendo: cuanto más cerca está de caer Gadafi más aumentan las amenazas; cuanto más existe el riesgo de que el pueblo acabe con Gadafi más probable es la intervención de la OTAN.
  6. Las amenazas de invasión son una apuesta segura para el imperialismo. La OTAN invade países, o amenaza con invadirlos, siempre con dos propósitos: uno impedir las luchas de los pueblos. El otro obligar a los anti-imperialistas a contraerse y apoyar dictadores que no se ajustan ni a nuestros intereses ni a nuestros principios. Aquí la manipulación de los medios coopera con éxito: cuando más malo sea Gadafi más se desprestigian los que lo apoyan. Pero nosotros no debemos caer en la trampa del simplismo binario imperialista y de sus fórmulas primitivas: si atacan a Gadafi entonces es que Gadafi es bueno; si los medios ahora manipulan abyectamente es que nada ha ocurrido en Libia y todo es un montaje de la CIA. Nos gustaría que las cosas fuesen así de sencillas y los medios hegemónicos nos sirvieran de infalible brújula invertida, pero la obligación de la izquierda, junto a la de denunciar y combatir cualquier intervención, es la de abordar la situación en toda su complejidad. La imaginación, decía Pascal, es tanto más mentirosa cuanto que no miente siempre; el imperialismo es tanto más peligroso cuanto más incoherente. Lo que no nos parece aceptable  como ética revolucionaria y se nos antoja contraproducente desde el punto de vista propagandístico es esta decisión: entre un dictador que no nos acaba de gustar del todo y un pueblo que no nos acaba de convencer del todo, acabamos eligiendo, imitando en esto a los imperialistas, al amigo dictador. La trampa es perfecta y una vez hemos caído en ella: para ser antimperialistas, se nos quiere obligar a no ser comunistas.
  7. Por todos los motivos ya señalados, nadie mínimamente de izquierdas puede apoyar, justificar o permanecer callado ante una intervención de EEUU. Esto hay que decirlo alto y claro. Pero no menos alto y claro hay que decir que la situación nueva del mundo árabe entraña riesgos y que habrá que escoger uno de ellos. Los riesgos son tres: una intervención de la OTAN, una victoria de Gadafi y una victoria del pueblo en armas contra él. La intervención de la OTAN  entraña el riesgo mayor, pero no porque pueda derrocar a “nuestro amigo” Gadafi sino porque, aparte la catástrofe humana, impugnaría el derecho inalienable del pueblo libio a derrocarlo él mismo, amenazando al mismo tiempo a todos los pueblos hermanos de la zona. En orden descendente, el segundo mayor riesgo sería una victoria de Gadafi; a la terrible represión de su pueblo habría que añadir el efecto que eso tendría sobre la región, especialmente sobre Túnez y Egipto, países vecinos cuyos procesos de cambio se podrían ver paralizados e incluso invertidos (sin descartar, como ya ha ocurrido de hecho, una intervención más o menos directa de “nuestro amigo” dictador en ellos). El tercer riesgo es grande, muy grande, pero es el menor. Es el verdadero “mal menor”: dejar a un pueblo del que sabemos muy poco que arregle cuentas con sus gobernantes en un espacio muy abierto, muy nuevo, muy inestable, en el que, en cualquier caso, también nosotros podremos conspirar. Apoyemos a ese pueblo y conspiremos con él. El temor a los pueblos es reaccionario y de derechas y, procedente de la América Latina revolucionaria, hace llegar el mensaje de una inquietante vulnerabilidad que también podría intentar aprovechar el imperialismo. Al defenderse defendiendo a un dictador, los gobiernos emancipatorios latinoamericanos se señalan absurdamente a sí mismos y llaman la atención sobre una afinidad inexistente. Sólo podemos sentir melancolía al comprobar que el imperialismo, que teme a los pueblos, acaba invocando su nombre contra los que realmente quieren defenderlo, los cuales, por eso mismo, debilitan su posición en el mundo y en los países donde gobiernan. Los levantamientos en el mundo árabe han hecho fluctuar todas las pocas referencias que nos quedaban tras el final de la guerra fría y nos ponen en dificultades a todos. Los imperialistas están reaccionando mejor. Quizás son mas fuertes, pero también son más listos. Si fuesen además justos, serían ellos los verdaderos socialistas. Por el momento, la victoria propagandística es suya: han demostrado que los socialistas no somos ni fuertes ni listos ni justos.
  8. Ojalá el pueblo libio acabe con el régimen de Gadafi antes de que la intervención de los EEUU nos obligue a defender al criminal para defender a ese pueblo que se ha alzado contra él y que no aceptará ninguna intervención extranjera que le prive de su derecho a derrocarlo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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